CHARLA DEL NEGRO DOLINA EN LA FERIA DEL LIBRO.
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Para los antiguos, el artista era apenas un instrumento de la diosa. La inteligencia, la destreza, el rigor de los aprendizajes, de poco servían sin la intervención de las musas. Por eso al comienzo de cada canto pedían explícitamente una ayuda sobrenatural invocando a la diosa:
En el ocaso del paganismo y en la antigua poesía cristiana, el rechazo de la musa se convirtió en un tópico poético. Empiezan a aparecer intentos de encontrarle sustituto. Juvenco, el más antiguo de los poetas épicos cristianos, pide ayuda al Espíritu Santo y le ruega que lo rocíe con las aguas del Jordán, las cuales vienen a sustituir aquí a las fuentes de las musas. Tibulo, la sustituye por la invocación a un amigo, Propercio invoca a su amada, Ovidio llama a su musa Jocosa y ya en época de los césares, la invocación del emperador llegó a suplantar la invocación de las musas, como ocurre por primera vez en Virgilio.
Comienza además el auge del evemerismo. Evemero es un pensador helenista que impuso la desagradable costumbre de suavizar los mitos que parecían demasiado inverosímiles, intentando contemporizarlos con la realidad: Urano era en realidad un rey al que todos respetaban; los dioses todos eran héroes divinizados; el diluvio, una tremenda inundación en Medio Oriente; etc. La patrística utilizó el evemerismo para hacer inofensivas a las musas transformándolas en conceptos de la teoría musical.
Dante, con la libertad única de un alma grande y solitaria, se atreve a dar cabida en los Campos Elíseos a los poetas y héroes de la antigüedad. Y siguiendo el uso clásico, invoca a las musas en todos los momentos decisivos.
Bocaccio y Petrarca insisten con las sustituciones. Tasso repudia la musa antigua y rechaza los laureles del Helicón. En la Inglaterra de Isabel, Edmund Spencer invoca a las musas sin prejuicio alguno, pero en el siglo siguiente aparece la musa protestante de Milton, la musa celestial, la que inspiró a Moisés en el Sinaí.
La verdad es que el pensamiento moderno ha construido un panteón de divinidades abstractas. El lugar de Dios, o el lugar de los dioses, es ocupado por ideas tales como la clase, la raza, la herencia, el inconsciente.
Son ideas interesantes, pero insuficientes para explicar cómo se transforman en palabras. Sabemos que las circunstancias económicas influyen en la poesía, pero no podemos decir de qué manera se vuelven poesía. El psicoanálisis declara que la creación poética es una sublimación. Algunos preguntan por qué en algunos casos esa sublimación se vuelve poema y en otros no.
Algunos deterministas sostienen que a falta de musa, el artista es el inevitable resultado de las circunstancias sociales, económicas y políticas. Es decir, que examinadas las condiciones de una región en un momento histórico determinado, es posible conjeturar qué clase de obras se acuñarán allí. Me permito repetir un argumento que ustedes habrán oído muchas veces en el programa.
Ciertamente, lo social y lo económico influyen en el arte. Pero es imposible saber de qué modo.
La gran excepción a los criterios antedichos son los surrealistas. Ellos utilizaron la inspiración como un arma y la transformaron en idea y en teoría. Para el surrealismo, dentro de cada uno de nosotros hay muchas voces. Nada de sujeto y objeto, la inspiración es el centro del mundo. Es algo que nos asalta apenas la conciencia se descuida. André Bretón se burlaba de aquellos que veían en toda obra humana un fruto de la voluntad y mostró los innumerables casos en que la casualidad interviene en los descubrimientos.
En respuesta al individualismo y al racionalismo que los precedieron, los surrealistas acentuaron el carácter inconsciente, involuntario y colectivo de toda creación. Lo poético reside en los elementos inconscientes que sin quererlo el poeta se revelan en su poema.
Ahora bien, es cierto que esta revelación del inconsciente no es voluntaria. Pero abandonarse al inconsciente sí exige un acto voluntario: el tipo decide abandonarse al inconsciente. Es una pasividad que se apoya en una actividad.
Bretón siempre tuvo presente esta insuficiencia de la explicación psicológica y, aunque admiraba a Freud, insistió en que la inspiración era un fenómeno inexplicable para el psicoanálisis.
Conforme se avance en la historia, se tiene la sensación de que no solamente se ha dejado de creer en las musas del Helicón sino que también se ha ido abandonando la idea de cualquier voz ajena al poeta. Más aún, el fenómeno de la inspiración parece no interesar demasiado a quienes analizan los procedimientos artísticos.
Sin embargo, si uno mira con atención puede advertir no sólo a las nueve hermanas de los mitos griegos sino también a otras hermanitas nuevas, musas modernas cuyas voces son ciertamente imperativas. Las presentaré inmediatamente.
Los griegos solían hablar de la musa que proporcionaba dinero. Era la de los poetas de alquiler, como Simónides de Julis en Seos, que componía himnos a todos los vencedores.
Esa musa existe hoy en día y dicta versos vulgares en el oído de los artistas que están a sueldo de la industria y del mundo del espectáculo. Muy a menudo la diosa asume forma humana de gerente artístico y sopla recomendaciones que ayudan a preservar la pureza incorruptible del mal gusto, que es indispensable en ese Helicón invertido que suelen ser los medios masivos de comunicación.
Fama vive rodeada de la Credulidad, el Error, la Falsa Alegría, el Terror, la Sedición y los Falsos Rumores. Y desde su alcázar vigila al mundo entero.
Otra musa de nuestro tiempo es la musa del tópico, del lugar común, la diosa de la comodidad artística.
Uno de los procedimientos característicos del arte refinado consiste en crear dificultades para luego superarlas. El manierismo y el barroco han llevado esta idea hasta lo exasperante.
En la novela Robinson Crusoe, está siempre presente el alarde de resolver las necesidades del náufrago a partir de la modesta dotación de una isla desierta. El ingenio del autor resuelve cada uno de los problemas casi siempre de modos inesperados. Sin embargo, a veces, Defoe, hace trampa.
No lejos de la isla han quedado los restos del barco, y cuando se necesita algún objeto demasiado específico, pongamos por caso un catalejo, Robinson nada hasta el barco y lo trae. Aquí anduvo la diosa cómoda. El que nada hasta el barco no es Robinson Crusoe sino el autor de la novela. Y hay que decir que los poetas perezosos siempre tienen a mano un barco hacia el cual nadar cuando las palmeras de sus islas desiertas no fructifican en catalejos.
Musa inútil, la copia. Sin embargo, copiar algo, aunque se trate de una copia exacta, y especialmente cuando es una copia exacta, produce unos efectos curiosos. La falsificación de un cuadro impresionista es en verdad una obra hiperrealista.
Y en cualquier copia existe la pretensión de ofrecer un signo que se haga olvidar como tal: el signo aspira a ser la cosa, no la imagen de la cosa, sino la cosa.
A lo largo de la historia, el Estado ha aparecido muchas veces vistiendo la ropa de la diosa.
La verdad es que el poder político puede canalizar, utilizar y hasta impulsar una corriente artística. Lo que no puede es crearla. Y allí donde el estado ha intervenido para edificar una estética oficial, el verdadero arte languidece.
Sin embargo, muchos pensadores han apreciado el arte sólo por los servicios que podía prestar al Estado. Tal el caso de Confucio o de Platón, que en “Las leyes” prohibe todo arte que no sea útil a la república. Hoy en día, muchos progresistas del mundo entero exigen que la creación artística sea socialmente útil, como aquellos nihilistas que llegaron a proclamar que un par de botas era más útil que todo Shakespeare.
Voy a citar ahora dos casos de intromisión del Estado en la poesía que ocurren en el mismo país y cuya cabeza visible es una mujer, como conviene a esta charla.
La dinastía Tang gobernó el imperio de la China entre el 618 y el 906. Parece que el buen gobierno de los Tang se debió más a las instituciones ideadas para regir el imperio que a la personalidad de los emperadores. La concepción de la llamada “Carrera abierta de los talentos” fue una invención china.
Los Tang ampliaron el sistema de exámenes que existía para evaluar a los funcionarios. Hasta ese momento era indispensable la erudición. Después se agregó otra exigencia: el ejercicio de la poesía. Una emperatriz llamada Wu estableció que la poesía fuera un requisito esencial para ingresar a la administración pública y para ascender en la misma.
En 1965 Mao Tsé Tung concibió la idea de lo que se llamó la revolución cultural.
En ese momento, China estaba gobernada por un triunvirato: el propio Mao, el jefe de estado Liu Shao-chi y el jefe del ejército Lin Piao.
La señora juró venganza. Se instaló junto a Mao en Shangai. Peng Chen, el mandarín, fue despedido y ella fue designada asesora cultural de todas las fuerzas militares. El 20 de marzo de 1966, Mao convocó a la juventud iletrada. Chiang Ching se convirtió en el espíritu rector de un grupo de activistas y fue designada especialmente por Mao para encabezar la revolución cultural.
Los primeros guardias rojos aparecieron a fines de mayo. Pertenecían a la enseñanza secundaria. Tenían de 12 a 14 años. Pronto se les unieron otros, que desataron una revolución contra los intelectuales, contra los que admiraban lo extranjero, contra los maestros y contra todos aquellos que según ellos eran contrarrevolucionarios.
Empezaron los famosos carteles de caracteres grandes, donde se leían amenazas. Las pandillas recorrían las calles y cortaban el pelo a las muchachas que usaban trenzas, a los varones que usaban pantalones de estilo extranjero se los destrozaban. Se organizaron fogatas callejeras con los artículos prohibidos, que incluían naipes, juegos de ajedrez, discos de jazz y una amplia gama de objetos de arte. Las bibliotecas fueron saqueadas y clausuradas. Entre tanto, Chiang Ching se había dedicado a gobernar el mundo de la cultura y a hablar en mitines de masa, en los cuales denunciaba al capitalismo, el jazz, el rock and roll, el impresionismo, el arte abstracto, etc. Aprovechó para saldar cuentas pendientes con el mundo del teatro y el cine de los años treinta. En una ocasión llevó a todos sus enemigos, incluido en antiguo alcalde de Pekín, al estadio de los trabajadores con pesados carteles de madera colgados del cuello.
Las pandillas de Chiang Ching se apoderaron de la televisión, los diarios y las revistas. Confiscaron todas las películas existentes y las presentaron corregidas. Chiang Ching asistía a los ensayos de la orquesta filarmónica central y zarandeaba al director Li Te Lung. En el ballet, prohibió los dedos de orquídeas y las palmas vueltas hacia arriba, y en cambio favoreció los puños cerrados y los movimientos violentos para demostrar el odio a la clase terrateniente.
Después de prohibir prácticamente todas las formas de expresión artística, Ching Ching se esforzó con desesperación por llenar el vacío, pero no fue posible producir gran cosa: dos obras orquestales, cuatro óperas y dos ballet. Tampoco pudieron producirse muchas películas. Ching Ching decía que había sabotaje. A fines del verano de 1967, Mao ordenó a Ching Ching que suspendiese toda la actividad. En el otoño Mao retiró todo el apoyo oficial a la revolución cultural y utilizó al ejército popular de liberación para restablecer el orden. Chiang Ching, la musa de la revolución cultural, fue perdiendo poder.
En 1973 ya no vivían juntos. Poco antes de su muerte, Mao recibió un informe acerca del sistema educativo por parte del presidente de la universidad Qinghua, que había sido purgado por Chiang Ching y después rehabilitado. Mao le dijo que hablara sólo tres minutos.
Recibió esta sombría respuesta “Treinta segundos bastarán. Los alumnos universitarios estudian los textos de los alumnos secundarios y su nivel académico es el de las escuelas primarias”.
Mao falleció el 9 de septiembre de 1976. Los enemigos de Chiang Ching querían cortarla en 10 mil pedazos. Fue juzgada en 1981 y condenada a muerte. Dicen que durante el juicio llegó a desnudarse.
En el siglo XII surge en Occitania, en el sur de Francia, en el país de la lengua de oc, la poesía provenzal, es decir la poesía lírica y también la idea del amor como forma de vida. Aquellos trovadores, aquellos poetas, hicieron aparecer el amor cortés. Señalemos que en esa época se había verificado un cambio en la condición femenina.
Las muchachas de la nobleza gozaban de cierta libertad. Y en un mundo donde el matrimonio no estaba fundado en el amor sino en intereses políticos y económicos, y siendo que las frecuentes guerras obligaban a los señores a ausentarse durante años, es probable que la infidelidad fuera cosa muy frecuente.
Era mucho lo que el caballero aceptado podía hacer para honor y entretenimiento de su dama.
Si sabía escribir versos, elogiaba los encantos y las virtudes de su ideal... los ponía por las nubes, y aún más alto. He aquí un breve muestrario de las encantadoras comparaciones que los caballeros del amor utilizaban para dirigirse a la dama elegida:
Consignemos algunas influencias artísticas y filosóficas: los árabes desde España, a través de formas poéticas populares, pero más aún a partir de la costumbre islámica, según la cual, invirtiendo la relación tradicional de los sexos, llamaban a la dama su señora y se confesaban sus sirvientes.
Pero la sociedad de Occitania era mucho más abierta que la hispano-musulmana y las mujeres gozaban de mucha mayor libertad. Y así este cambio fue una verdadera revolución, afectó las costumbres, cambió la visión del mundo. Vamos a explicarlo.
Como vasallo el amante sirve a su amada. El servicio tiene varias etapas: comienza con la contemplación del cuerpo y el rostro de la amada y sigue conforme a un ritual, con poemas escritos en su honor, con pruebas de amor de cumplimiento casi imposible, etc. El último paso es el goce carnal.
Sin embargo, en una época tardía aparecieron los poetas profesionales y ya no fue un señor el que se fingía vasallo, sino un verdadero vasallo el que escribía poemas, ya que los poetas pertenecían casi siempre a un rango inferior al de las damas para las que componían las canciones.
Ahora bien, la dama era en estos casos inspiradora de los poemas y al mismo tiempo temática central de ellos y objeto de la dedicatoria. Vale decir que era musa que dictaba el poema, pero luego lo recibía a modo de homenaje u ofrenda. El poeta era la flecha, la dama era el arco y el blanco. (Y esta es otra señal).
Los tres grados del servicio amoroso eran pretendiente, suplicante y aceptado. La dama, al aceptar al amante lo besaba y con eso terminaba el servicio. Pero había un cuatro grado: el de amante carnal.
Otra influencia interesante es la influencia platónica que, según se ha dicho, considera al amor como un camino a la divinidad.
A aquella misma época pertenecen las famosas cortes de amor y las demenciales aventuras de caballeros andantes como el caballero Ulrich Von Lichtenstein, que en honor a su dama rompió 307 lanzas vestido con ropas femeninas. O el caballero Balaum, que tuvo que arrancarse el meñique. Después de oír estas historias es más fácil comprender la famosa balada de Schiller sobre el guante que la dama arroja a los leones. El caballero acepta rescatarlo, pero con él cruza la cara de la cruel mujer.
Contaré, si ustedes me permiten, la historia de un trovador provenzal que es verdaderamente ejemplar.
Jaufré Rudel se enamoró de Melisenda, aunque no la había visto nunca. Esperaba ansioso que llegaran más relatos de los cruzados. Las damas y doncellas de la corte le parecían insignificantes comparadas con la lejana belleza que describían los aventureros.
A partir de entonces, Melisenda fue su musa. Escribía sus versos pensando en ella. Pasaron algunos años y Rudel pensó en declararle sus sentimientos. Pero su salud era precaria y no tenía dinero. Como no escribía más que para Melisenda, tuvo la idea de confiar sus escritos a los caballeros que partían hacia tierra santa, para ver si alguno podía entregárselos a su amada. Pero el tiempo pasaba y Rudel no obtenía respuesta alguna.
Desesperado, decidió partir, su salud declinaba y quería encontrarse con Melisenda antes de morir. Empezó a economizar, moneda tras moneda, para pagar su viaje a bordo de una nave. Cuando finalmente reunió la suma necesaria, partió y llegó a Trípoli sumamente enfermo después de una travesía terrible. Tambaleando quiso ir al castillo donde vivía Melisenda. Golpeó la puerta y solicitó ver a la muchacha. Los guardias lo echaron a patadas. Es que Jaufré Rudel parecía un pordiosero.
El trovador insistió. Regresó al otro día y los días siguientes. Por fin, cuando Melisenda advirtió su presencia, lo hizo ingresar de inmediato. Es que habían llegado hasta ella las canciones de Rudel a través de otros viajeros. Melisenda estaba enterada de la existencia de aquel hombre que le expresaba su amor desde hacía tantos años y quería conocerlo.
Jaufré tembló de emoción cuando fueron a buscarlo. Delgado y pálido, apenas caminaba. Lo hicieron entrar en el gran salón. Frente a él estaba Melisenda. Jaufré avanzó lentamente, se arrodilló frente a ella y no pudo hacer nada. Sólo permaneció mirándola durante largo tiempo. La muchacha se inclinó y besó largamente a Rudel en la boca.
Lamentablemente aquí termina la historia. Apenas se separó de la doncella, Jaufré Rudel cayó muerto. Tenía 50 años de edad. Nada más se sabe de Melisenda de Trípoli. Esto ocurrió hace más de 800 años. Las más bellas canciones de Jaufré Rudel, las que escribió para su princesa lejana eternizaron su amor e hicieron de él no de los más grandes poetas de la Edad Media.
Cecco Angioleri era un poeta nacido en Siena en 1265, el mismo año en que nacía Dante en Florencia. Cecco estaba enamorado de Becchina, la hija de un zapatero, que era hermosísima. La primera vez que oyó los cantos que Dante había escrito a Beatrice de Portinari, Cecco dijo al zapatero que eran malos versos. Becchina le dijo entonces:
Compuso un soneto en loa a Becchina, que no sabía leerlo y que se reía a carcajadas cuando él lo recitaba.
Lo que escribía Angioleri procedía de la literatura goliárdica, un género literario en latín vulgar que practicaban los clérigos errantes y los estudiantes díscolos de toda Europa. Los argumentos estaban relacionados con el vino, los amores ilícitos, los juegos de azar y las fiestas.
Cecco Angioleri compuso 150 sonetos dedicados a Becchina, pero la muchacha no le dio bolilla. La casaron con un vendedor de aceite.
Las bodas se hicieron a comienzos de 1295. Dicen que Cecco imitó el dolor de Dante, pero Becchina no murió. Trató de seducirla y en una ausencia del aceitero, ella le dio un beso en la boca, pero después lo despidió para siempre.
Cecco Angioleri compuso versos inflamados y sintió odio. Amenazó suicidarse en la puerta de Becchina. Lo sacaron a patadas. Se recluyó en una abadía pero fue peor. Se ensañó luego con Alighieri y le envió unos versos injuriosos. Al fin se fue a luchar junto a los güelfos negros. Solamente porque Dante Alighieri era partidario de los güelfos blancos.
Cuando murió su padre heredó una fortuna y se presentaba ante todos como Cecco Angioleri, de noble linaje, señor de Arccidoso y de Montegiovi, más rico que Dante y mejor poeta.
Entre los vikings, los asuntos de la poesía y del conocimiento estaban en manos de Odín. Ya lo conocemos a nuestro amigo del Asgard. Está sentado en su trono de mil resplandores, lleva una capa azul. Una lanza enorme, Gungir, aparece apoyada junto al trono. A sus pies descansan dos lobos, Gerin, el ávido y Freki, el voraz. Ristra y Mistra, dos hermosísimas walquirias, están pendientes del gran dios para llevarle el delicioso elixir de la eterna juventud. Dos cuervos, Hugin, es decir reflexión, y Munin, o sea la memoria, se paran en los hombros del dios y le cuentan todo lo que han visto en sus desplazamientos por los distintos mundos.
Odín poseía el saber primordial de los remotos fundamentos de las cosas. Pero sentía la invencible necesidad de ser cada vez más sabio. En una ocasión, llegó hasta Jötunheim, el país de los gigantes, donde se hallaba la fuente de Mimir, que era la fuente de la sabiduría. Odín pidió al gigante Mimir que lo dejara beber un sorbo. Allí supo que para tomar aquellas aguas había que sacrificar un ojo. Odín no vaciló: cualquier precio está bien pagado por el conocimiento.
Los enanos eran taimados y maliciosos. En cierta ocasión causaron la muerte del gigante Gilling y de su esposa. Pero esta pareja tenía un sobrino llamado Suttung, el ruidoso, que para tomar venganza apresó a los enanos y los dejó en una roca desierta en medio del mar. Ante la posibilidad de morir de hambre, los enanos prometieron a Suttung que si los sacaba de allí le entregarían un odre lleno de la hidromiel Odhraeir. Suttung aceptó y recibió el valioso odre. Después lo escondió en un monte del país de los gigantes y encargó a su hija Gunnlod la custodia de aquel tesoro.
Todo esto le contaron los cuervos a Odín. El dios marchó al país de los gigantes y después de fracasar tratando de convencer a Suttung y a toda la parentela, pasó tres días y tres noches en placentera unión con la joven Gunnlod. Terminados aquellos menesteres, Odín pidió tomar un sorbo de licor. La chica no pudo negarse y, según cuentan, los sorbos de Odín fueron tales que consumió todo el líquido de la inspiración. Después, adoptó forma de águila y salió volando. Desde entonces, Odín habla en verso.
El mito despierta en nosotros resonancias profundas: somos seres incompletos, y el deseo amoroso es perpetuo deseo de completarnos.
Diotima dice que Eros no es un dios ni un hombre, es un demonio. Lo define la preposición entre: en medio de esta y la otra cosa. Su misión es comunicar y unir a los seres vivos. Tal vez por esto lo confundimos con el viento y lo representamos con alas. Ha nacido de la unión de Poros, el recurso, y Penía, la pobreza. A su doble parentesco debe su condición de deseado y de deseante. Eros no es hermoso: desea la hermosura. El amor nace a la vista de la persona hermosa. El amor es una de las formas en que se manifiesta el deseo universal.
Pero Diotima previene a Sócrates: el amor no es simple. Su objeto tampoco es simple y cambia sin cesar. Todos los hombres desean lo mejor, comenzando por lo que no tienen. El deseo de belleza es también deseo de felicidad, y no de felicidad instantánea y perecedera, sino perenne. Diotima va más allá: si lo que amamos es la hermosura ¿por qué amarla sólo en un cuerpo y no en muchos? Y si la hermosura está en muchas formas y personas ¿por qué no amarla en ella misma? ¿por qué no ir más allá de las formas y amarla en ello que las hace hermosas: la idea?
Diotima ve al amor como una escala. Abajo, el amor a un cuerpo hermoso. Enseguida, a la hermosura de muchos cuerpos, después a la hermosura misma, más tarde al alma virtuosa, al fin, a la belleza incorpórea. La belleza, la verdad y el bien son tres y son uno. Aquel que ha seguido el camino de la iniciación amorosa en el orden correcto, percibirá súbitamente una hermosura eterna, incorruptible. El amor es el camino, el camino de la inmortalidad.
Hemos dicho que la experiencia poética es una revelación de nuestro ser. El amor también lo es. Hemos dicho que el hombre vive inclinado hacia el futuro. El amor es un ir al encuentro.
En la espera todo nuestro ser es un anhelar, un tenderse hacia algo que aún no está presente y que es una posibilidad que puede no producirse, la espera nos tiene en vilo, es decir, suspendidos, fuera de nosotros.
Pero si el amor es simultánea revelación del ser y de la nada, no es una revelación pasiva, sino algo en lo que nosotros participamos, algo que nosotros nos hacemos: el amor es creación del ser.
Los petrarquistas creían que la belleza femenina era capaz de operar milagros. Ya para los platónicos, la contemplación de un cuerpo hermoso era el primer escalón del ascenso hacia la divinidad. Las historias míticas y reales sobre la hermosura y sus efectos son numerosísimas: la belleza sobrehumana de Psique, que asustaba a los pretendientes o de Quione, que se atrevió a competir con Artemis. Después de todo, fue por una opinión acerca de la belleza que comenzó la guerra de Troya. Y yo me atrevo a decir que no hay un estímulo poético mayor. Negar la fuerza de este fenómeno so pretexto de feminismo o espíritu libertario es una de las formas de ceguera espiritual más incomprensibles de nuestro tiempo. Negar la belleza como virtud para no ofender a quien no la posee es como desconocer el genio por cortesía con los zonzos. Cosas asombrosas que he visto en el mundo, primero, y sin duda ninguna, la belleza femenina.
Y para Robert Graves y para nosotros, la musa secreta, la musa individual e intransferible de todo poeta, es la mujer amada. El poeta inspirado se conecta con la diosa sólo a través de una mujer en la que ella reside. Es que un poeta verdadero se enamora absolutamente y su amor sincero es para él la encarnación de la musa. Ella es la única que conoce y nos hace conocer la música buscada.
Pero hay más: encontrar a la mujer amada es también construirla. El objeto de nuestro amor es, al menos en parte, una creación nuestra. Amar es inventarse cada día. Creamos con nuestra imaginación a la musa que ha de venir a ayudarnos en nuestras creaciones. Y otra vez aparece esa extraña mezcla de lo propio y de lo ajeno que es el hombre. El hombre persiguiéndose a sí mismo, el hombre estirado hacia el gris porvenir que aún no es. La voz que viene de afuera viene también de adentro. El rasgo más individual de nuestro ser viene también de afuera. Y en el trascartón, esperando, dando a nuestra inspiración el tiempo exiguo de las payadas, está la muerte, que es la otra o la misma musa, la que estuvimos buscando toda la noche.