¡Qué problemón! Es que la cosa tiene dos vertientes: la primera, jurídica pura. La segunda, práctica y pedestre. En el primer plano de análisis, no creo que haya discusión posible: el mandatario que defrauda a su mandante, debe responder por ello. Que el mandatario tenga un cartoncito pintado que lo habilita para el ejercicio de la abogacía, funciona como agravante (art. 909 C.C.), no como atenuante.
Pero en un segundo plano de análisis, nos encontramos con las realidades de una sociedad bien entrenada en el "no te metás", y en el "¿no te lo decía yo?"
Cuando uno es joven y apasionado, embiste contra todo. Después, la realidad te enseña a no jugar aisladamente el rol de redentor, porque después te van a negar tres veces aquellos mismos por cuyos intereses dabas la vida. Somos profesionales, no dioses.
Entonces se aprende que el profesional del derecho debe mantener la cabeza siempre clara. En primer lugar, cerciorarse bien, pero muy bien, de la veracidad de la versión del cliente. Preconstituír toda la prueba posible, y comprobar la solidez de la misma. En segundo lugar, explorar la posible verosimilitud de la del abogado presuntamente infiel: más de una vez hay parejitas perversas, como la del sádico y el masoquista, que en el fondo les gusta a los dos... Finalmente, hacer un claro balance de costo-beneficio; si las cosas son tan atravesadas en tu distrito, el sentido común dice que lo más sensato es conectar a tu cliente con otro abogado con matrícula, pero de un distrito vecino. Y darle letra, si la necesita; pero que la firma la ponga él.
Pero en un segundo plano de análisis, nos encontramos con las realidades de una sociedad bien entrenada en el "no te metás", y en el "¿no te lo decía yo?"
Cuando uno es joven y apasionado, embiste contra todo. Después, la realidad te enseña a no jugar aisladamente el rol de redentor, porque después te van a negar tres veces aquellos mismos por cuyos intereses dabas la vida. Somos profesionales, no dioses.
Entonces se aprende que el profesional del derecho debe mantener la cabeza siempre clara. En primer lugar, cerciorarse bien, pero muy bien, de la veracidad de la versión del cliente. Preconstituír toda la prueba posible, y comprobar la solidez de la misma. En segundo lugar, explorar la posible verosimilitud de la del abogado presuntamente infiel: más de una vez hay parejitas perversas, como la del sádico y el masoquista, que en el fondo les gusta a los dos... Finalmente, hacer un claro balance de costo-beneficio; si las cosas son tan atravesadas en tu distrito, el sentido común dice que lo más sensato es conectar a tu cliente con otro abogado con matrícula, pero de un distrito vecino. Y darle letra, si la necesita; pero que la firma la ponga él.