Espoloneado por el comentario de Master -cualquier cosa, puteadas a el por MP- sigo:
La sociedad desangelada y el jazmín en el tacho de basura
El Sábado, 18 de abril de 2009 a las 16:55 | Editar nota | Eliminar
Vivimos en una época donde la sobredosis de información causa estragos. Estragos emocionales, desde ya.
Solo basta con prender la tele o entrar en la página web de un diario para, en cuestión de segundos, asimilar involuntariamente una catarata de información –mayormente negativa en lo que hace a conductas humanas- que a cualquier persona con un gramo de sensibilidad le motiva un sentimiento de dolor, aunque sea inconsciente y el show macabro opere como telón de fondo de nuestro almuerzo, aunque la pantalla nos muestre la hambruna de Darfur, las manifestaciones con piedras y palos en cuanta cumbre internacional exista, las lágrimas de los deudos de los muertos en terremotos, guerras, tiroteos, asaltos y demás muestras de barbarie en el planeta –lo bestial no es patrimonio netamente argentino, sino que lo compartimos con el resto del género humano- ese segundo plano que en apariencia pasa desapercibido para nuestros sentidos pero en verdad se acumula en algún punto de nuestros espíritus y, forzosamente, termina generando amargura, como una corteza de impiedad que se va haciendo cada vez mas sólida hasta alcanzar un grado de frialdad que, poco tiempo antes, no teníamos y con el que nuestros padres ciertamente no nos educaron.
Como ejemplo. el mismo diario La Nación, en su edición web, ubica a las noticias relacionadas con los avances científicos –porque los hay- al final de todo, en una suerte de intrascedencia remitida al fondo de la edición y a la que solo se llega habiendo superado antes al resto del depresivo panel de noticias.
Y esto, que puede ser una reflexión mas que banal, nos afecta mas de lo que cremos. Un día salimos a la calle y vemos a un chico en harapos pidiendo monedas y eso no nos despierta la compasión y el dolor que en teoría debiera despertarnos, o que quizá hace un tiempo nos movilizaba sentimientos solidarios. El que pide, el menos favorecido por el juego de la sociedad, pasa a ser lastimosa parte del paisaje urbano y en lugar de pedir ayuda para el, pedimos que “alguien se lo lleve a otro lado”.
Hace años se armaban mesas para ayudar a los cartoneros en necesidades –en la esquina de mi casa y no hace mucho tiempo atrás, en el 2002, había una amplia mesa que los vecinos armaban a eso de las siete de la tarde para darle algo caliente a los menos favorecidos que recogían cartón para subsistir- y hoy en plano diametralmente opuesto, se levantan paredones para que la vista de la pobreza no nos afecte. El paredón demolido en San Isidro, se sabe, no se levantó por decisión de una sola persona sino por cierto consenso de un barrio entero, en vista del estrepitoso fracaso que obtuvo con su iniciativa de apartheid, ahora se llama a silencio.
Porque, seamos honestos, todos sabemos que una pared no evita el delito. La pared se esquiva, se trepa, se rompe. Pero la pared cumple a la acabada perfección la labor de ocultar la pobreza, que es lo que –en el fondo y en una verdad jamás revelada- es lo que se busca con su construcción. No ver, alcanza con eso. Existe, pero no lo veo ni me interesa resolverlo. Me sirve con eso.
La pregunta es si ese sentir desangelado que comprende a la masa social se genera por el caudal informativo en si –traducido viene a ser un “vivimos en una sociedad de mierda, ¿para que ocuparse en modificarla si es mas sencillo adaptarse a ella?”- o si es consecuencia del relativismo en que vivimos, donde las situaciones ya no son mas valiosas o disvaliosas en función del impacto masivo que tengan en la sociedad, sino en función de la conveniencia personal de quien las hace.
Hace tiempo leí a alguien que escribió de modo muy sencillo un mecanismo para establecer si determinada conducta –la que fuera- era mala: “Fijate que pasaría si esa conducta la repitiéramos todos contra todos, todo el tiempo, y llegá a una conclusión. Si la conclusión es mala, entonces la conducta es disvaliosa por donde la mires.”
Hoy eso ya no existe, porque el relativismo ha hecho que las conductas sean buenas o malas en función de mi conveniencia personal, de cómo me posiciono yo frente al hecho en si.
Entonces tenemos dos hipótesis. La sociedad se ha desangelado porque los medios le muestran una realidad tan cruel, tan nefasta que el hombre –de modo consciente o inconsciente- la asume como un post facto imposible de modificar, y se adecúa a ella, como en una suerte de adaptación animal al entorno, y la otra establece que el relativismo moral ha desprovisto de objetividad a las conductas, a las que vemos como buenas o malas en función de la conveniencia particular de lo que deriva, dado que las subjetividades suelen ser contrapuestas, un permanente conflicto y choque de intereses.
Me conviene tener un paredón levantado frente a mi casa porque así me evito el ver a la villa. Está bien armado entonces, aunque eso le genere mil trastornos al habitante de la villa que debe dar rodeos para todo, aparte del evidente sentido de humillación que implica la divisoria de “los unos” y “los otros”. El criterio relativo de quien propone erigir el muro le brinda justificaciones morales para ello, aunque sea intrínsecamente perverso en su sola concepción.
¿Cómo hacemos, entonces, para evitar impregnarnos de eso? Porque somos todos débiles seres humanos, superhéroes solo hay en las historietas y los humanos que se han destacado entre sus pares, los “primus inter pares” no solo son los menos sino sus biografías nos muestran que las mismas sociedades a quienes han beneficiado –de modo extraordinario- les han pagado mal. Juana Azurduy, muerta en la pobreza. César Milstein, exiliado por una tropa de imbéciles. San Martín, si se quiere, a miles de kilómetros de su país. Belgrano, sin dinero siquiera para pagarle al médico que lo atendía. Miguel Servet, quien descubrió el sistema circulatorio, quemado en la hoguera. Busquen al prócer que mas les agrade y verán que han tenido vidas sufridas, y que ese sufrimiento se ha generado en las mismas sociedades que fueron por ellos beneficiadas.
El reconocimiento póstumo, cuando el héroe es un montón de polvo, no sirve. Vemos, al menos y como fugaz consuelo de nuestra realidad actual, que no es un signo de los tiempos actuales sino que el hombre tuvo la misma naturaleza desde el principio de los tiempos.
Es evidente, a esta altura, que no podemos abstraernos de la realidad, no podemos dejar de ver que el hombre ha desarrollado en estos últimos tiempos un apetito de destrucción –que quizá siempre existió, pero que con la sobreabundancia de información ahora es mas evidente- pero sí podemos tratar de rescatar a la flor, al jazmín en el tacho de basura. Porque ahí también crece, y existe.
Sin embargo, algo nos dice muy dentro nuestro que las cosas no debieran ser asi. Aunque las asimilemos como en la adaptación animal de la que hablé arriba, las consultas en terapia van en automento y el hombre busca, de alguna manera, sentirse con un mayor equilibrio en el mundo actual. Pastillas, drogas, terapeutas, a algún recurso -no siempre saludable ni tampoco efectivo- apela para aplacar la ansiedad que nos genera el mismo entorno, pero al menos podemos ver que existe cierta resistencia al "statu quo" actual de violencia y crispación. Sabemos que está mal, que estamos mal, y no encontramos el remedio adecuado, pero al menos estamos en la búsqueda...
La flor en el tacho de basura, el jazmín en el medio del erial. Quizá de esa manera, poniendo algo de énfasis en lo positivo del mundo –que lo tiene-, trasladando –como pequeño ejemplo- la sección de avances científicos a la primera plana del diario en lugar de sepultarla al fondo, atendiendo como corresponde a los valores del arte, la poesía, el teatro, la música, valorando a los artistas, a los científicos que pasan horas buscando una vacuna contra el SIDA sin la menor prensa o difusión y con la importancia que tiene, sabiendo que son el ciclo de oxigenación del mundo, no remitiéndo lo positivo de la humanidad a una sección menor del diario, podemos ayudar a quien contra esta marea de negatividad trata de cultivar su flor en el medio del caos reinante, de hacer la diferencia en el mundo, rescatar la sensibilidad, la compasión, los valores que nos hacen “humanos” antes que animales y, de ese modo, lo mas importante, evitar que dentro de veinte años nos transformemos en una sociedad desangelada, dura, fría de corazón y donde cada cual está abandonado a su propia suerte que, se sabe, no suele ser equitativa.
Eso sí, el hombre desprovisto de compasión y de piedad sería la destrucción de la "humanidad" y la asimilación del hombre al reino animal como pares.
Y estoy convencido que las cosas pueden cambiar, que no es una tesis infantil.
Tengo los bolsillos llenos de verdades (by Charlie)