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Charlas de café. Hilo social y cualquier tema de interés o entretenimiento.
 #443520  por poorlaw
 
DoctorPiccafeces escribió:...ganas de que esposes mi deseo y me metas en la cárcel de tu corazón.
Es buena la frase, la tengo que anotar.

Y pregunto: ¿cómo sería el punto de enganche de una... CONTADORA (¡glup!)?
 #443593  por DoctorPiccafeces
 
poorlaw escribió:
DoctorPiccafeces escribió:...ganas de que esposes mi deseo y me metas en la cárcel de tu corazón.
Es buena la frase, la tengo que anotar.

Y pregunto: ¿cómo sería el punto de enganche de una... CONTADORA (¡glup!)?
Me gusta el masoquismo -propio- estoy trabajando en eso :D
 #443610  por Master
 
DoctorPiccafeces escribió:
poorlaw escribió: Y pregunto: ¿cómo sería el punto de enganche de una... CONTADORA (¡glup!)?
Me gusta el masoquismo -propio- estoy trabajando en eso :D
No entiendo bien eso de 'masoquismo propio', don Picca, pero una buena forma de alterar hasta la agresión (de ella) a una contadora consiste en entrar en su PC y borrarle una planilla de liquidación de impuestos o el borrador de un balance .. (previa copia a diskette, claro, después se negocia).
 #443617  por DoctorPiccafeces
 
Como levantar mujeres por su profesión. Hoy, la bióloga marina.

El Sábado, 16 de mayo de 2009 a las 16:57 | Editar nota | Eliminar

La bióloga marina

Línea de enganche

Tu profesión me viene bárbaro, porque ustedes cuidan a las especies en vías de extinción y eso es bueno porque de tantos desengaños con las mujeres, mi capacidad amatoria está en extinción. ¿Me la salvás?

Modus operandi

La bióloga marina tiene a la ecología como centro de su mundo y le importa mas la reproducción de la ballena franca austral que tu realidad, así que si te tenés a vos mismo en un pedestal, bajate y poné a la ballena en ese lugar. Sentado eso, andá a algún acuario o centro de investigación y cuando te la cruces contale cuan grande es tu interés por el medio ambiente, aunque una de tus fantasías gastronómicas sea ir a un restorán y pedir bife de oso panda en vías de extinción servido sobre ensalada de bambú. Decile que sos fan y colaborás con Greenpeace, pero no le digas que la firma en el débito automático de la tarjeta de la donación mensual te la sacó una voluntaria de 19 años, remera blanca pegada al cuerpo y pechos como globos –saben como engancharte estos turros- mientras caminabas por Florida y que en el momento de firmar el débito le estabas mirando los melones, porque eso queda feo y va a dar la imagen de vos que NO queremos que ella tenga, a saber, tu imagen real. Una vez entablada una charla, tomando un cafecito, le tirás la línea de enganche con cara de perrito abandonado que busca un hogar, que fluya la charla y el instinto de protección de ella –si protege a los koalas, bien puede proteger a tu corazoncito roto, ladrón- te va a garantizar al menos un turno.

Si bien puede gustarte el látex por perversiones tuyas en las cuales no vamos a abundar, se complica hacerlo con el equipo de hombre rana puesto, asi que vas a tener que sacarlo delicadamente y en todo caso, para una segunda o tercer salida, pedirle que se ponga un saquito y sombrero tipo Indiana Jones femenina, eso tiene su onda.

No tires los preservativos al inodoro que eso poluciona y a ella no le va a gustar.
 #443618  por DoctorPiccafeces
 
De la crítica literaria

El jueves, 02 de abril de 2009 a las 15:00 | Editar nota | Eliminar

Ser estrecho de mente no es parte del problema del crítico: se puede aparentar rigidez intelectual dando por cierto que quien lee es suficientemente pensante como para disentir y mandar al cuerno al crítico y a su crítica. Esto porque tanto el crítico como el lector tienen que aceptar el choque de ideas. Ir contra lo que el lector espera e incluso contra lo que el lector piensa es un modo de evolución, algo no muy comprendido porque en esta humanidad todos queremos tener la razón a como de lugar y, de hecho, Descartes escribió hace una pila de años que la razón es lo único que Dios repartió justamente entre todos, ya que cada uno cree tener la suficiente y no precisa un gramo mas de ella.

El tema con muchos críticos es que ponen primero a una presunta conservación de su prestigio –real o aparente- antes que a lo que realmente tienen que hacer, a saber, subordinan la visión de lo que analizan a mantener su presunto status en la jerarquía literaria. Se preocupan por dar patente de tipos cultos, de alabar su ego y fijar un criterio –casi siempre mediocre- para ordenar el mundo literario en el lugar de la palmera en que considera debe estar cada libro.

Como en todos lados, como en toda profesión, el peor enemigo es la chatura intelectual. Gran parte de ellos son conscientes de su total falta de aptitudes y talento y, entonces, se aferran a su inteligencia –que la tienen, no lo niego- como mecanismo destructivo.

Arlt, en su cuento “El escritor fracasado” del libro que me ha prestado mi amiga Elisa hace años y que no pienso devolver -es el único libro choreado de mi biblioteca y hasta que no me devuelva el Diccionario de Puteadas que le facilité, lo tengo como rehén- describía una etapa de su personaje: un escritor que conoció las mieles del éxito de jovencito y nunca pudo volver a ese clímax- en una etapa de decadencia, dedicado a la crítica literaria, el escritor fracasado sopesaba el libro que iba a destrozar pensando un “trabajaste, canalla, quisiste ser célebre, bueno, ahora tendrás tu merecido” y apelan a la crítica como elemento de descalificación, usando fintas de palabras en una suerte de boxeo semántico que, mas que criticar un libro, busca destruirlo con la excusa de la “honestidad brutal” que, se sabe, es mas brutal que honesta, buscando anteponer su propia pretensa luminosidad sobre el texto al que dicen aludir.

No critican al libro para expresar un parecer, sino para mostrar sus propias luces opacando al texto al que refieren del cual, eventualmente, dirán párrafos vagos que muestran una lectura superficial, admisible en cualquiera de nosotros comunes mortales, pero inadmisible en quien vive de la crítica literaria.

Porque, es cierto, la inteligencia está al alcance de cualquiera con ganas de cultivarla. Pero, ¿el talento? ¿el arte? Para eso se precisa contar con un don, con un toque sagrado de Dios, Buda, Alá o quien sea, y si bien la inteligencia a veces opera como un sucedáneo del talento, están en dos veredas bien diferenciadas y, de hecho, bien puede una invalidar a la otra.

El único artista dotado de inteligencia analítica del que puedo hablar es de Brian May, el excelso guitarrista de Queen que hace pocos años obtuvo un doctorado en Astrofísica, defendiendo su tesis en el Imperial College como cualquiera de los que hemos pasado por un aula universitaria alguna vez. Debe haber otros, pero son los menos sin dudas.

El crítico literario de hoy es un mundo aparte. El crítico de historietas es consciente que lo leen cinco personas y el crítico musical ya asimiló que por mas que destruya el último disco del ganador de Operación Triunfo, millones de fulanos en el mundo lo van a comprar de todos modos.

El crítico literario, sin embargo, sigue con sus diatribas como si sus conclusiones fueran a modificar algo tan personalísimo como la impresión del lector sobre el texto. He leído una crítica literaria elogiosa y laudatoria in extremis del libro “Gente Tóxica” de Bernardo Stamateas, que tras una medular lectura considero un serio caso de ejercicio ilegal de la literatura y, en este caso, se ha vendido por millones, como el último CD del ganador del reality show de canto, que pasará al ostracismo en un par de años.

También he leído a un crítico sesudo con todos los tics del intelectual que lee Página/12 en La Biela un domingo a la mañana, café con medialunas de por medio, destrozando a una hermosa y memorable biografía de Martín Caparrós sobre María Soledad Rosas que no ha tenido trascedencia alguna.

No he leído crítica alguna, sin embargo, de las novelas del fallecido banquero Jorge Garfunkel "Alfonso y sus fantasmas" y "La conspiración de los banqueros", motivados ambos en el sentimiento mas puro que puede tener una persona: el saberse cercano a la muerte y buscar dar, en ese breve lapso de vida que queda, lo mejor de si plasmado en papel.

Garfunkel, banquero de profesión y ex dueño del Banco del Buen Ayre, un buen día se desayunó que tenía un cáncer terminal, que todo su mundo de oropeles y lujos tenía fecha muy próxima de vencimiento y que le quedaban sólo cuatro meses de vida y resolvió dedicarse a lo que siempre había querido: mandó todo al cuerno, banco incluído, y se mudó a una casa al lado del mar para escribir. Escribió dos libros excelsos y al poco tiempo, murió tal como lo había predicho su médico.

Nadie, ninguno de esos llamados críticos sesudos hizo una miserable cita de esos dos libros.

Los críticos, básicamente, apestan.

Que se vayan bien a la mierda.
 #444173  por DoctorPiccafeces
 
Odio al Facebook
El miércoles, 04 de marzo de 2009 a las 9:31 | Editar nota | Eliminar

Odio al Facebook porque alguien comentó alguna vez que es un invento de la CIA para tener a la población mundial rotulada, clasificada y acomodada en cada estante, sin la necesidad de contar con la colaboración de los servicios de inteligencia locales, lo que –al ser uno mas inscripto en el Facebook- me hace sentir como un ratón que voluntariamente se ha sentado sobre la ratonera y espera mansamente a que ella se active.

Odio al Facebook porque al mirar el compendio de amigos que tengo, me recuerdo que soy un mal amigo de gran parte de ellos ya que mi carácter insociable y capricorniano –busquemos excusas en el horóscopo- me lleva a un ostracismo voluntario, a un aislamiento en la isla artificial que es mi casa y a esporádicas cagadas a pedos de mis amistades porque no nos encontramos nunca, o porque la última vez que nos vimos fue hace seis meses tomando un café a las apuradas.

Odio al Facebook, entonces, porque me hace notar que soy un mal amigo de mis amigos y pienso que, en algún punto, se van a hinchar las bolas de mis ausencias en sus vidas y van a desaparecer, como la marea.

Odio al Facebook porque no tengo ni la mas remota idea de cómo jugar al secuestrador en serie, al biotronic y a demás juegos a los que me invitan, lo que me convierte en un secuestrado permanente, en un ausente en los juegos y en un perplejo e ignorante espectador de algo desconocido.

Odio al Facebook, entonces, porque me hace sentir un analfabeto virtual que no comprende este lenguaje que, seguro, mi sobrino de 13 años –presente entre mis amigos- sí conoce, comprende y maneja a la perfección.

Odio al Facebook porque cuando me siento en la computadora a trabajar no puedo evitar abrirlo y husmear en cosas de lo mas inverosímiles, como ser la información de personas a la cual probablemente nunca conozca, buscar ex compañeros del secundario con lo que lo único que me unió está a remotos 22 años de distancia y bucear en esa página, con lo que el trabajo se demora por razones de lo mas vacuas. Bueno, en realidad eso no es tan grave, porque el mundo sigue dando vueltas, y la clave para ver si una conducta es realmente perjudicial consiste en ver si con esa conducta o inconducta el mundo deja de dar vueltas, y hasta el momento el mundo siempre siguió dando vueltas.

Odio al Facebook porque con mis ex compañeros de primaria, a los que veo en forma mas que esporádica merced a los esfuerzos de uno de ellos que localizó compañerito por compañerito, me han dicho un “Facebook es una cagada” por lo que ninguno de ellos está entre mis amigos, por lo cual para verlos debo ir a una cena mensual –a la que asisto una vez cada cuatro o cinco meses, promedio-. O está con otro nombre y desea mantenerse en el anonimato para mi. Para el caso, es lo mismo.

Odio al Facebook porque no resulta posible señalar mi estado genuino. A modo de ejemplo, puedo poner un “Alejandro Carlos se fue a trabajar”, pero no puedo poner un “Alejandro Carlos libra una batalla estomacal con flatulencias incluídas” o un “Alejandro Carlos desea un pasaje de ida a las Seychelles con fecha de regreso en el 2020” porque, en el primer caso, la lectura es notoriamente desagradable y en el segundo caso, familiares y parientes que leen esto –los parientes son inevitables, incluso en el Facebook- podrían preguntar un ¿Pero que te pasa? forzando respuestas y explicaciones que no quiero brindar.

Odio al Facebook, entonces, porque me obliga a postular un estado nominal, pero me priva de postular un estado real.

Odio al Facebook porque mi buen amigo Sandro, quien vive a mas de mil kilómetros, quien conoce mi estado de ánimo con solo verme a diez metros y con quien podría tener horas de diálogo delicioso, no está aquí ni piensa estar en el futuro próximo.

Odio al Facebook, entonces, porque me hace notar que lo importante no es lo que se ve –aquí- sino lo que no se ve.
 #444175  por DoctorPiccafeces
 
Odio a las tarjetas de crédito
El jueves, 26 de febrero de 2009 a las 20:49 | Editar nota | Eliminar

Odio las tarjetas de crédito porque te dan la ilusión de que no gastás. Pero acabas despilfarrando tus honorarios ganados con el sudor de tu disco rígido y las bases de jurisprudencia en un viaje, comprándote un sombrero típico, dos camisetas turísticas, un par de sandalias, una botella de licor oriundo y un juego de té de artesanía que terminan haciendo bulto en algún lugar de tu casa mientras trabajás horas extras para pagarlos.

Odio las tarjetas porque cuando esto ocurre, las ejecutivas de ventas que te convencieron de tener una ni siquiera te miran a la cara: uno diría que hasta se ríen, las muy turras.

También las odio porque funcionan al revés: sólo le dan una tarjeta a los que tienen dinero, aunque los que necesitan un crédito son precisamente todos los demás. Además, son una trampa: cuando ya gastaste todo tu módico y miserable honorario que te ha costado años cobrar, empezás a comprar solamente con tu tarjeta, así que no podés adquirir pan ni verduras ni lechuga en un mercado de barrio, pero sí whisky, perfumes y ropa costosa en un shopping estilo Alto Palermo, donde todo cuesta el triple.

Las tarjetas de crédito te hacen creer que sos mejor de lo que realmente sos y te cobran por eso, como las putas. También las odio porque tienen jerarquías: cuando ya te acostumbraste a tu tarjeta y te sentís un ciudadano del mundo globalizado, siempre aparece un miserable que tiene la última versión oro con bordes de platino o una de uranio reforzado, mientras que la tuya es sólo de plástico. Un amigo mio tiene una negra que, según me ha contado, le permite pedir un helicóptero en medio del Sahara. Dudo que alguna vez viaje hasta el Sahara, pero esa diferenciación es irritante. Porque entonces te imaginas cómo tratará la gente de bien a ese sujeto y lo feliz que debe sentirse por tener su tarjeta negra, y querés ser como él, aunque use la tarjeta para pagar el combo tres en McDonalds.

Sí, definitivamente el mundo te mira mejor cuando tenés una tarjeta de crédito, y tu banquero te atiende y te sonríe y las personas te quieren, en especial las personas jurídicas. Tengo una reserva especial de odio dedicada a todos esos negocios que te envían publicidad cuando se enteran de que tenés una tarjeta. Tus buzones amanecen repletos de anuncios de vajilla, software, ropa interior femenina, cirugías para tener un pene más grande y toallas de playa para chicos modernos –aunque todavía no entiendo cómo es una toalla para chicos modernos–.

Toda esa jungla de papel te oculta la cuenta de tu tarjeta, que está escondida en un sobrecito blanco de aspecto inofensivo. Lo peor es que cuando te retiran la tarjeta porque estás quebrado, porque figurás en el Veraz o algo parecido, esa publicidad que jamás pediste ni siquiera desaparece. Sigue llegando, esperando que tengas otra tarjeta, o sea, que embauques a algún banquero incauto a la pesca de pescadito fresco que pague intereses de usura. Entonces las detesto porque nunca vienen solas. Las acompañan los créditos blandos, las ofertas de licuadoras, los garantes que avalan tu reputación económica real o ficticia y muchas otras cosas que no sabías que existían pero que empezás a aceptar, a usar y a firmar, quizá porque combinan bien con ese juego de té de artesanía que compraste en aquel viaje.

Entonces amoblás tu vida con objetos inútiles, y si te descuidás, empezás a comprar cosas para que acompañen a tus otras cosas, hasta que ninguna te acompaña a vos. Aunque todos los desastres son culpa tuya, como si la tarjeta no hubiese hecho nada. Las detesto, en fin, porque te obligan a ser adulto.

Porque siempre necesitas más crédito que el que te ofrecen. Siempre, por muy satisfecho que estés, se te puede ocurrir algo más caro que comprar. Y la tarjeta te pide que la uses, y todo podría ser tan bonito si te compraras aquel objeto que –acabas de darte cuenta– es imprescindible, es obligatorio, tu vida sin él sería incomprensible. Sabes que la tarjeta se está burlando de vos, pero ahí vas, sacando cálculos sobre tus ingresos de los próximos diez años, silenciando tu conciencia y la voz de tu esposa que resuena en tu hipotálamo diciendo «no, esa tontería no te hace ninguna falta», aunque es tan hermosa y la pueden envolver para regalo.

Odio las tarjetas de crédito porque el mundo era maravilloso cuando tenia cuatro diferentes y pasando saldos de unas a otras vivia tranquilo acumulando inconscientemente gastos bancarios e intereses usurarios y gastando como un magnate con la Visa que tuviera saldo en ese momento, pero feliz porque plata de verdad, plata lo que se dice plata, nunca salía de mi bolsillo.

Hasta que me fundí, pero eso es otro asunto.
 #444176  por DoctorPiccafeces
 
Odio a David Beckham
El martes, 24 de febrero de 2009 a las 16:22 | Editar nota | Eliminar

Odio a David Beckham porque vive una gloria que no le pertenece: no es un genio con la pelota ni un astro del cine ni un duque en sus dominios, pero gana, goza y manda como si fuera las tres cosas al mismo tiempo y encima quiere que uno le crea.

Lo odio porque estoy entre los convencidos de que en el fondo quiere ser la versión masculina de la princesa Maxima y por eso sonríe como si estuviera haciéndote un favor. Lo detesto precisamente por ese afán de aristócrata con su plata que lo llevó a la inmensa grasada de vivir en una mansión similar al palacio de Buckingham, el «Beckingham Palace», repleta de cuadros y esculturas de su propia imagen, como un príncipe loco que no se cansa de verse en el espejo.

Detesto a Beckham porque, sin ser el Diez, que hasta tiene un culto propio (la Iglesia Maradoniana cosecha adeptos dia tras dia) alimenta las ansias de un treinta y siete por ciento de fanáticos ingleses que quiere verlo en los billetes de su país, según una encuesta que bien pudo haber sido ideada por su corte de asesores de imagen.

Me irrita sobremanera porque para ser un jugador de fútbol parece que pasa tanto tiempo en sus tratamientos de belleza como en las canchas del Real Madrid. «Si fuese feo, petiso y cornudo, el Real no lo contrataba. Con esa cara está mejor para modelo», ha dicho de él Maradona y estoy de acuerdo con Dios.

No conforme con eso, ha generado el delirio contagioso de que ser futbolista es sinónimo de ser lindo, de manera que en las canchas más feas de esta America del Sur ahora muchos futbolistas quieren vivir como modelos de revista cuando tendrían que ser la prueba de que en el fútbol una cara debe ser un atributo para amedrentar al rival, como la cara de Tevez que te asusta desde lejos.

Odio a Beckham porque vive de sus cortes de pelo, sus tatuajes y su look más que del talento para hacerse imprescindible, de manera que puede perder una Liga de Campeones, pero es incapaz de perderse el lanzamiento de la línea de belleza Beckham Beauty House, como ocurrió el 2005, horas antes del fatídico partido para el Real Madrid en que los cagaron a pelotazos y quedaron afuera de la copa del Rey.

Ademas, es mas que probable que trate con terribles hembras a las cuales el comun de los mortales solo puede ver por la señal de Venus, y encima el batracio se da el lujo de alternarlas, como para que ninguna se malacostumbre, mientras que en su Beckingham palace mantiene a la ex Spice Girl cuyo nombre no recuerdo (ni creo que valga la pena recordar) para que de vez en cuando le haga el service y, mientras mira la cabeza de la ex popstar subiendo y bajando, seguramente piense en armar un trío con ella y alguna otra mujer de su harem, cosa que probablemente –por otro lado- ya ha hecho en reiteradas ocasiones.

Basicamente, lo odio porque lo envidio.
 #444185  por Master
 
Usted siga con sus notas, don Picca ..
Buena pluma, mire vea ..
 #444186  por DoctorPiccafeces
 
Espoloneado por el comentario de Master -cualquier cosa, puteadas a el por MP- sigo:

La sociedad desangelada y el jazmín en el tacho de basura
El Sábado, 18 de abril de 2009 a las 16:55 | Editar nota | Eliminar

Vivimos en una época donde la sobredosis de información causa estragos. Estragos emocionales, desde ya.

Solo basta con prender la tele o entrar en la página web de un diario para, en cuestión de segundos, asimilar involuntariamente una catarata de información –mayormente negativa en lo que hace a conductas humanas- que a cualquier persona con un gramo de sensibilidad le motiva un sentimiento de dolor, aunque sea inconsciente y el show macabro opere como telón de fondo de nuestro almuerzo, aunque la pantalla nos muestre la hambruna de Darfur, las manifestaciones con piedras y palos en cuanta cumbre internacional exista, las lágrimas de los deudos de los muertos en terremotos, guerras, tiroteos, asaltos y demás muestras de barbarie en el planeta –lo bestial no es patrimonio netamente argentino, sino que lo compartimos con el resto del género humano- ese segundo plano que en apariencia pasa desapercibido para nuestros sentidos pero en verdad se acumula en algún punto de nuestros espíritus y, forzosamente, termina generando amargura, como una corteza de impiedad que se va haciendo cada vez mas sólida hasta alcanzar un grado de frialdad que, poco tiempo antes, no teníamos y con el que nuestros padres ciertamente no nos educaron.

Como ejemplo. el mismo diario La Nación, en su edición web, ubica a las noticias relacionadas con los avances científicos –porque los hay- al final de todo, en una suerte de intrascedencia remitida al fondo de la edición y a la que solo se llega habiendo superado antes al resto del depresivo panel de noticias.

Y esto, que puede ser una reflexión mas que banal, nos afecta mas de lo que cremos. Un día salimos a la calle y vemos a un chico en harapos pidiendo monedas y eso no nos despierta la compasión y el dolor que en teoría debiera despertarnos, o que quizá hace un tiempo nos movilizaba sentimientos solidarios. El que pide, el menos favorecido por el juego de la sociedad, pasa a ser lastimosa parte del paisaje urbano y en lugar de pedir ayuda para el, pedimos que “alguien se lo lleve a otro lado”.

Hace años se armaban mesas para ayudar a los cartoneros en necesidades –en la esquina de mi casa y no hace mucho tiempo atrás, en el 2002, había una amplia mesa que los vecinos armaban a eso de las siete de la tarde para darle algo caliente a los menos favorecidos que recogían cartón para subsistir- y hoy en plano diametralmente opuesto, se levantan paredones para que la vista de la pobreza no nos afecte. El paredón demolido en San Isidro, se sabe, no se levantó por decisión de una sola persona sino por cierto consenso de un barrio entero, en vista del estrepitoso fracaso que obtuvo con su iniciativa de apartheid, ahora se llama a silencio.

Porque, seamos honestos, todos sabemos que una pared no evita el delito. La pared se esquiva, se trepa, se rompe. Pero la pared cumple a la acabada perfección la labor de ocultar la pobreza, que es lo que –en el fondo y en una verdad jamás revelada- es lo que se busca con su construcción. No ver, alcanza con eso. Existe, pero no lo veo ni me interesa resolverlo. Me sirve con eso.

La pregunta es si ese sentir desangelado que comprende a la masa social se genera por el caudal informativo en si –traducido viene a ser un “vivimos en una sociedad de mierda, ¿para que ocuparse en modificarla si es mas sencillo adaptarse a ella?”- o si es consecuencia del relativismo en que vivimos, donde las situaciones ya no son mas valiosas o disvaliosas en función del impacto masivo que tengan en la sociedad, sino en función de la conveniencia personal de quien las hace.

Hace tiempo leí a alguien que escribió de modo muy sencillo un mecanismo para establecer si determinada conducta –la que fuera- era mala: “Fijate que pasaría si esa conducta la repitiéramos todos contra todos, todo el tiempo, y llegá a una conclusión. Si la conclusión es mala, entonces la conducta es disvaliosa por donde la mires.”

Hoy eso ya no existe, porque el relativismo ha hecho que las conductas sean buenas o malas en función de mi conveniencia personal, de cómo me posiciono yo frente al hecho en si.

Entonces tenemos dos hipótesis. La sociedad se ha desangelado porque los medios le muestran una realidad tan cruel, tan nefasta que el hombre –de modo consciente o inconsciente- la asume como un post facto imposible de modificar, y se adecúa a ella, como en una suerte de adaptación animal al entorno, y la otra establece que el relativismo moral ha desprovisto de objetividad a las conductas, a las que vemos como buenas o malas en función de la conveniencia particular de lo que deriva, dado que las subjetividades suelen ser contrapuestas, un permanente conflicto y choque de intereses.

Me conviene tener un paredón levantado frente a mi casa porque así me evito el ver a la villa. Está bien armado entonces, aunque eso le genere mil trastornos al habitante de la villa que debe dar rodeos para todo, aparte del evidente sentido de humillación que implica la divisoria de “los unos” y “los otros”. El criterio relativo de quien propone erigir el muro le brinda justificaciones morales para ello, aunque sea intrínsecamente perverso en su sola concepción.

¿Cómo hacemos, entonces, para evitar impregnarnos de eso? Porque somos todos débiles seres humanos, superhéroes solo hay en las historietas y los humanos que se han destacado entre sus pares, los “primus inter pares” no solo son los menos sino sus biografías nos muestran que las mismas sociedades a quienes han beneficiado –de modo extraordinario- les han pagado mal. Juana Azurduy, muerta en la pobreza. César Milstein, exiliado por una tropa de imbéciles. San Martín, si se quiere, a miles de kilómetros de su país. Belgrano, sin dinero siquiera para pagarle al médico que lo atendía. Miguel Servet, quien descubrió el sistema circulatorio, quemado en la hoguera. Busquen al prócer que mas les agrade y verán que han tenido vidas sufridas, y que ese sufrimiento se ha generado en las mismas sociedades que fueron por ellos beneficiadas.

El reconocimiento póstumo, cuando el héroe es un montón de polvo, no sirve. Vemos, al menos y como fugaz consuelo de nuestra realidad actual, que no es un signo de los tiempos actuales sino que el hombre tuvo la misma naturaleza desde el principio de los tiempos.

Es evidente, a esta altura, que no podemos abstraernos de la realidad, no podemos dejar de ver que el hombre ha desarrollado en estos últimos tiempos un apetito de destrucción –que quizá siempre existió, pero que con la sobreabundancia de información ahora es mas evidente- pero sí podemos tratar de rescatar a la flor, al jazmín en el tacho de basura. Porque ahí también crece, y existe.

Sin embargo, algo nos dice muy dentro nuestro que las cosas no debieran ser asi. Aunque las asimilemos como en la adaptación animal de la que hablé arriba, las consultas en terapia van en automento y el hombre busca, de alguna manera, sentirse con un mayor equilibrio en el mundo actual. Pastillas, drogas, terapeutas, a algún recurso -no siempre saludable ni tampoco efectivo- apela para aplacar la ansiedad que nos genera el mismo entorno, pero al menos podemos ver que existe cierta resistencia al "statu quo" actual de violencia y crispación. Sabemos que está mal, que estamos mal, y no encontramos el remedio adecuado, pero al menos estamos en la búsqueda...

La flor en el tacho de basura, el jazmín en el medio del erial. Quizá de esa manera, poniendo algo de énfasis en lo positivo del mundo –que lo tiene-, trasladando –como pequeño ejemplo- la sección de avances científicos a la primera plana del diario en lugar de sepultarla al fondo, atendiendo como corresponde a los valores del arte, la poesía, el teatro, la música, valorando a los artistas, a los científicos que pasan horas buscando una vacuna contra el SIDA sin la menor prensa o difusión y con la importancia que tiene, sabiendo que son el ciclo de oxigenación del mundo, no remitiéndo lo positivo de la humanidad a una sección menor del diario, podemos ayudar a quien contra esta marea de negatividad trata de cultivar su flor en el medio del caos reinante, de hacer la diferencia en el mundo, rescatar la sensibilidad, la compasión, los valores que nos hacen “humanos” antes que animales y, de ese modo, lo mas importante, evitar que dentro de veinte años nos transformemos en una sociedad desangelada, dura, fría de corazón y donde cada cual está abandonado a su propia suerte que, se sabe, no suele ser equitativa.

Eso sí, el hombre desprovisto de compasión y de piedad sería la destrucción de la "humanidad" y la asimilación del hombre al reino animal como pares.

Y estoy convencido que las cosas pueden cambiar, que no es una tesis infantil.
 #444187  por DoctorPiccafeces
 
Del jardín de los poetas
El viernes, 10 de abril de 2009 a las 2:36 | Editar nota | Eliminar

Hace algún tiempo acompañé a una amiga que iba al cementerio de la Chacarita al sepelio de su madre. Chacarita es un lugar lúgubre, no solo porque sea un cementerio sino porque es el reflejo del país en que vivimos: es caótico, desordenado, doloroso, gris.

No se espera que un cementerio sea un lugar alegre y vivaz, por supuesto, pero el panorama de Chacarita lleva a una suerte de masoquismo inevitable por parte de quien concurre, sea a llevar flores o acompañando un cortejo. Carece de las escenas bucólicas propias de los cementerios privados –que han hecho su negocio sobre la base de esa comparación- con esos verdes parquizados que, en el fondo, entierran a los mismos muertos, pero brindan una imagen mas apacible y menos... funesta, aunque en el fondo, pensándolo racionalmente, se trata de lo mismo.

La cuestión es que cuando terminó el servicio, y todos volvieron a sus mundos privados, con mi pareja comenzamos a caminar por el cementerio en dirección a la salida y conversando acerca de los parajes mentales en que los hombres nos ponemos cuando presenciamos la finitud de la vida –nos podemos mas existencialistas en ese punto y tomamos conciencia de lo realmente importante, casi sin excepción, para luego volver al limbo cotidiano hasta el próximo sacudón- nos perdimos por esas calles laberínticas del cementerio hasta dar por accidente a un lugar llamado el Jardín de los Poetas.

El Jardín de los Poetas es el único paraje en Chacarita que se abstrae del marco general, como un enclave verde en el medio del gris de las bóvedas de los adinerados, los nichos subterráneos –mas grandes que una galería comercial y con un penetrante olor a flores, supongo que por la ventilación reducida en un subsuelo, aunque enorme, subsuelo al fin- y las cruces en la tierra de los menos pudientes. Como una suerte de oasis funerario en el medio del gris reinante, se abre un jardín y es inevitable caminar hacia el jardín, al menos para salir del gris opresivo.

Pude ver en ese jardín arbolado las tumbas de Alejandra Pizarnik, de Alfonsina Storni –las dos escritoras geniales que un día decidieron irse- del dirigente y mítico fundador de Ferro Amalfitani –el estadio lleva su nombre- el músico Waldo de los Ríos, al lado de su madre quien murió al poco tiempo que el, de Osvaldo Pugliese, con una estatua imponente, a su lado como conformando una orquesta póstuma, están Agustín Magaldi y Troilo, con estatua y sosteniendo su bandoneón. Quinquela Martín aporta la dosis de arte y Luis Sandrini recuerda a la sonrisa en el medio del drama del cementerio.

Esos, que yo recuerdo.

Todo un mundo de poesía, de arte, de creatividad, tres metros bajo tierra y concentrado en cien metros cuadrados.

Fue inevitable el pensar en tres cuestiones.

La primera es que muchos de ellos –escritores principalmente- habían llegado ahí por propia mano. Quizá el estado de elevación del artista lo lleve a un punto tal que tome conciencia de la mediocridad –o banalidad- de la vida en general y decida quitársela, vemos que es un rasgo generalizado en los intelectuales el elegir el momento en que se termina el juego de la vida. Otra reflexión, mas pueril, tiene que ver con la finitud de la vida misma y al ver a todos esos genios que han despertado sentimientos, que han generado emociones de todo tipo, personas notables a las que el mundo debería aplaudir por hacer del planeta un lugar menos desagradable para vivir, por generaciones tras generaciones, resulta inevitable pensar un... ¿al final se termina todo en esto? ¿cuál es el sentido de la vida misma? Para los creyentes, es una transición a otro mundo, para los ateos es –simplemente- el final del juego.

El tercer pensamiento –que motiva todo esto que escribo, destinado a perderse en el ciberespacio- fue el mas curioso.

¿Qué motivaciones tiene la sociedad para mantener la opresiva y mortuoria ciudadela de Chacarita con su gris reinante como cementerio general pero –curiosamente- esa misma sociedad preserva un jardín, un enclave verde en medio del gris, para quienes han dejado un legado de arte a la humanidad?

Como si la sociedad, consciente de su chatura intelectual y su desagradecimiento hacia quienes le han dado momentos felices que se atesoran de generación en generación, quisiera pedir disculpas póstumas a los artistas por la mediocridad en la que se han debido mover en vida, como si quisieran agradecer póstumamente por el legado de belleza que han dejado, no siempre apreciado en su verdadera dimensión con el artista vivo, esa misma sociedad los ha situado, no se si de modo consciente, en un paraje arbolado, verde, parquizado, un verdadero jardín, el Jardín de los Poetas.

Quizá si esa misma sociedad tuviera la capacidad de reconocer en vida a los artistas y le brindara ese reconocimiento cuando lee los libros que han publicado, o las obras en las que participan, o la música que interpretan o componen y los elogia y aplaude calurosamente, y les hace sentir que son necesarios para respirar en este planeta como en un proceso de oxigenación del mundo, en el cual a ellos le toca el rol de proveernos a todos de aire fresco como brisa en el rostro, como un novio que todos los días le recuerda a su novia que la ama y la necesita, ya que ponen la cuota de pensamiento, crítica, felicidad y sentimiento en las personas en el medio del gris reinante, esa cuestión inconsciente de armar un jardín mortuorio sería zanjada en vida.

Y los artistas, sintiéndose apreciados por esa sociedad a la que oxigenan, tendrían un jardín en vida, a toda hora, todos los días.
 #444199  por Tuiti
 
DoctorPiccafeces escribió:
Tuiti escribió:*cafe* Picca.
¿La aburro, doc? Es que mi esposa se fue a un cumpleaños y traslado mi aburrimiento al resto copipasteando mi notas de feisbuc :wink:
Nooooooooooo Picca, ya sabe que me mato de risa. Al contrario, coincido con Master, buena pluma.
El *cafe* era porque todos los párrafos comienzan: " Odio......... "
Relájese y disfrute el placer del silencio,aproveche que está solito.
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