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Charlas de café. Hilo social y cualquier tema de interés o entretenimiento.
 #256968  por usuario
 
El mar cambia
Ernest Hemingway


-Está bien -dijo el hombre-. ¿Qué decidiste?
-No -dijo la muchacha-. No puedo.

-¿Querrás decir que no quieres?

-No puedo. Eso es lo que quiero decir.

-No quieres.

-Bueno -dijo ella-. Arregla las cosas como quieras.

-No arreglo las cosas como quiero, pero, ¡por Dios que me gustaría hacerlo!

-Lo hiciste durante mucho tiempo.

Era temprano y no había nadie en el café con excepción del cantinero y los dos jóvenes que se hallaban sentados en una mesa del rincón. Terminaba el verano y los dos estaban tostados por el sol, de modo que parecían fuera de lugar en París. La joven llevaba un vestido escocés de lana; su cutis era de un moreno suave; sus cabellos rubios y cortos crecían dejando al descubierto una hermosa frente. El hombre la miraba.

-¡La voy a matar! -dijo él.

-Por favor, no lo hagas -dijo ella. Tenía bellas manos y el hombre las miraba. Eran delgadas, morenas y muy hermosas.

-Lo voy a hacer. ¡Te juro por Dios que lo voy a hacer!

-No te va a hacer feliz.

-¿No podías haber caído en otra cosa? ¿No te podrías haber metido en un lío de otra naturaleza?

-Parece que no -dijo la joven-. ¿Qué vas a hacer ahora?

-Ya te lo he dicho.

-No; quiero decir, ¿qué vas a hacer, realmente?

-No sé -dijo él-. Ella lo miró y alargó una mano-. ¡Pobre Phil! -dijo.

El hombre le miró las manos, pero no las tocó.

-No, gracias -declaró.

-¿No te hace ningún bien saber que lo lamento?

-No.

-¿Ni decirte cómo?

-Prefiero no saberlo.

-Te quiera mucho.

-Sí; y esto lo prueba.

-Lo siento -dijo ella-; si no lo entiendes ...

-Lo entiendo. Eso es lo malo. Lo entiendo.

-¿Sí? -preguntó ella-. ¿Y eso lo hace peor?

-Es claro -la miró-. Lo entenderé siempre. Todos los días y todas las noches. Especialmente por la noche. Lo entenderé. No tienes necesidad de preocuparte.

-Lo siento...

-Si fuera un hombre...

-No digas eso. No podría ser un hombre. Tú lo sabes. ¿No tienes confianza en mí?

-¡Confiar en ti! Es gracioso. ¡Confiar en ti! Es realmente gracioso.

-Lo lamento. Parece que eso es todo lo que pudiera decir. Pero cuando nos entendemos, no vale la pena pretender que hacemos lo contrario.

-No, supongo que no.

-Volveré, si quieres.

-No; no quiero.

Después no dijeron nada por un largo rato.

-¿No crees que te quiero, no es cierto? -preguntó la joven.

-No hablemos de tonterías.

-Realmente, ¿no crees que te quiero?

-¿Por qué no lo pruebas?

-Haces mal en hablar así. Nunca me pediste que probara nada. No eres cortés.

-Eres una mujer extraña.

-Tú no. Eres un hombre magnífico y me destroza el corazón irme y dejarte...

-Tienes que hacerlo, :por supuesto.

-Sí -dijo ella-. Tengo que hacerlo, y tú lo sabes.

Él no dijo nada. Ella lo miró y extendió la mano nuevamente. El cantinero se hallaba en el extremo opuesto del café. Tenía el rostro blanco y también era blanca su chaqueta. Conocía a los dos y pensaba que formaban una hermosa pareja. Había visto romper a muchas parejas y formarse nuevas parejas, que no eran ya tan hermosas. Pero no estaba pensando en eso, sino en un caballo. Un cuarto de hora más tarde podría enviar a alguien enfrente para saber si el caballo había ganado.

-¿No puedes ser bueno conmigo y dejarme ir? -preguntó la joven.

-¿Qué crees que voy a hacer?

Entraron dos personas y se dirigieron al mostrador.

-Sí, señor -dijo el cantinero y atendió a los clientes.

-¿Puedes perdonarme? ¿Cuándo lo supiste? -preguntó la muchacha.

-No.

-¿No crees que las cosas que tuvimos y que hicimos pueden influir en nuestra comprensión?

-"El vicio es un monstruo de tan horrible semblante -dijo el joven con amargura- que... -no podía recordar las palabras-. No puedo recordar la frase -dijo.

-No digamos vicio. Eso no es muy cortés.

-Perversión -dijo él.

-¡James! -uno de los clientes se dirigió al cantinero-. Estás :muy bien.

-También usted está muy bien, señor -replicó al cantinero.

-¡Viejo James! -dijo el otro cliente-. Estás un poco más gordo.

-Es terrible la manera como uno se pone -contestó el cantinero.

-No dejes de poner el coñac, James -advirtió el primer cliente.

-No. Confíe usted en mí.

Los dos que se hallaban en el bar miraron a los que se encontraban en la mesa y después volvieron a mirar al cantinero. Por la posición en que se encontraban les resultaba más cómodo mirar al encargado del bar.

-Creo que sería mejor que no emplearas palabras como esa -dijo la muchacha-. No hay ninguna necesidad de decirlas.

-¿Cómo quieres que lo llame?

-No tienes necesidad de ponerle nombre.

-Así se llama.

-No -dijo ella-. Estamos hechos de toda clase de cosas. Debieras saberlo. Tú usaste muchas veces esa frase.

-No tienes necesidad de decirlo ahora.

-Lo digo porque así te lo vas a explicar mejor.

-Está bien -dijo él-. ¡Está bien!

-Dices que eso está muy mal. Lo sé; está muy mal. Pero volveré. Te he dicho que volveré. Y volveré en seguida.

-No; no lo harás.

-Volveré.

-No lo harás. A mí, por lo menos.

-Ya lo verás.

-Sí -dijo él-. Eso es lo infernal, que probablemente quieras volver.

-Por supuesto que lo voy a hacer.

-Ándate, entonces.

-¿Lo dices en serio? -no podía creerle, pero su voz sonaba feliz.

-¡Ándate! -dijo el hombre. Su voz le sonaba extraña. Estaba mirándola. Miraba la forma de su boca, la curva de sus mejillas y sus pómulos; sus ojos y la manera cómo crecía el cabello sobre su frente. Luego el borde de las orejas, que se veían bajo el pelo y el cuello.

-¿En serio? ¡Oh! ¡Eres bueno! ¡Eres demasiado bueno conmigo!

-Y cuando vuelvas me lo cuentas todo -su voz le sonaba muy extraña. No la reconocía. Ella lo miró rápidamente. Él se había decidido.

-¿Quieres que me vaya? -preguntó ella con seriedad.

-Sí -dijo él duramente-. En seguida. -Su voz no era la misma. Tenía la boca muy seca-. Ahora -dijo.

Ella se levantó y salió de prisa. No se volvió para mirarlo. Él no era el mismo hombre que antes de decirle que se fuera. Se levantó de la mesa, tomó los dos boletos de consumición y se dirigió al mostrador.

-Soy un hombre distinto, James -dijo al cantinero-. Ves en mí a un hombre completamente distinto

-Sí, señor -dijo James.

-El vicio -dijo el joven tostado- es algo muy extraño, James. -Miró hacia afuera. La vio alejarse por la calle. Al mirarse al espejo vio que realmente era un hombre distinto. Los otros dos que se hallaban acodados en el mostrador del bar se hicieron a un lado para dejarle sitio.

-Tiene usted mucha razón, señor -declaró Jame,.

Los otros dos se separaron un poco más de él, para que se sintiera cómodo. El joven se vio en el espejo que se hallaba detrás del mostrador.

-He dicho que soy un hombre distinto, James -dijo. Y al mirarse al espejo vio que era completamente cierto.

-Tiene usted :muy buen aspecto, señor -dijo James-. Debe haber pasado un verano magnífico.

 #259378  por usuario
 
La mujer ejemplar


Vivió obedeciendo al mandato bíblico y a la tradición histórica.

Ella barría, lustraba, enjabonaba, enjuagaba, planchaba, cosía y cocinaba.

A las ocho en punto de la mañana servía el desayuno, con una cucharada de miel para el eterno ardor de garganta de su marido. A las doce en punto servía el almuerzo, consomé, puré de papas, pollo hervido, duraznos en almíbar; y a las ocho en punto la cena, con el mismo menú.

Jamás se atrasó, jamás se adelantó. Comía en silencio, porque no era mujer opinativa ni preguntativa, mientras el marido contaba hazañas presentes y pasadas.

Después de la cena, se demoraba lavando lentamente los platos, y entraba en la cama rogando a Dios que él estuviera dormido.

Para entonces ya se habían difundido bastante la máquina lavarropas, la aspiradora eléctrica y el orgasmo femenino, que habían llegado poco después de la penicilina; pero ella no se enteraba de las novedades.

Sólo escuchaba los radioteatros, y rara vez salía del refugio de paz donde vivía a salvo de la violencia del mundo. Una tarde, salió. Fue a visitar a una hermana enferma. Cuando regresó, al anochecer, encontró al marido muerto.

Algunos años después, la abnegada confesó que esta historia no había terminado exactamente así.

Contó el otro final a un vecino llamado Gerardo Mendive, que se lo contó a un vecino que se lo contó a otro vecino que se lo contó a otro: al volver de la casa de la hermana, ella encontró al marido caído en el suelo, jadeando, bizqueando, la cara de color tomate, y pasó de largo, se metió en la cocina, preparó un inolvidable banquete de calamares en su tinta y merluza a la vasca, con un postre de alta torre de frutas y de helados, todo regado con un vino añejo que tenía escondido, y a las ocho en punto de la noche, como era su deber, sirvió la cena, se hartó de comer y de beber, confirmó que él estaba definitivamente quieto en el suelo, se persignó, se vistió de negro y llamó por teléfono al médico.


Eduardo Galeano
 #259913  por domingoarena
 
EL ESCONDITE

Para que no se transformen en cenizas las cosas que he amado, yo tengo un escondite donde las guardo intactas....

Es un lugar que queda entre el sueño y los pàrpados, en la parte de arriba de las lágrimas, a la hora de la siesta.

Llego hasta allí andando por las lajas de mi quinta: cesped de esmeraldas vivas, charquitos donde suenan las ranas de lata verde, agujas flexibles que caen de los pinos. ....Llego hasta allí descalzandome después de la lluvia, pisando los treboles con los pies desnudos, frotando una ciruela en la manga de la blusa y viendo saltar su jugo rosa contra un cielo que la tarde vuelve carmín........Al escondite no se puede ir entre gente apurada............

Al escondite no se puede llegar sobre grises asfaltos. Ni en ascensor. Ni en auto último modelo.
Y sí se llega en tranvía de Bonn, de Roterdam, en omnibus de dos pisos de Londres.
Y se llega agarrandose fuerte de la cola de un barrilete.
Y se llega por las escaleras del silencio con un ramito de lluvia entre las manos, como si fuera un ramo de violetas........
por que para mí el ramo de violetas es casi un pasaporte obligado a la infancia: las tres hermanitas poniamos un ramo de violetas sobre la tumba de Franck Brown, los domingos, cuando íbamos al cementerio a llevar flores a mamá. Franck, el payaso que nunca conocimos por que había muerto muchos años antes de que nacieramos.
Franck Brown, de quién la abuela nos contaba cuentos "Tenía la cara enharinada y dos lágrimas de carbonilla negra. Tenía cuellos de volados almidonados que parecían corolas de flores. Y un gorro de arco iris, muy pequeño, muy pequeño, igual que una mariposa de alas abiertas posada sobre su cabeza. Con su circo recorría todas las provincias argentinas, llevando magia y alegría a los grandes y a los chicos. En su cara versearon y cantaron payadores. Betinotti fue uno de ellos. Franck Brown hablaba un castellano inglesado pero tomaba mate y conocía los caminos como un baqueano".
En mi escondite Franck Brown saluda con una reverencia y tres niñas le tienden tres ramos de violetas en agradecimiento de una función de circo que nunca vieron pero que presintieron desde siempre.
En mi escondite el viento infla un vestido de organza blanca
de primera comunión que mi mamá nunca me vió puesto.
Hay un río al que tiraba piedras cuando podía escaparme de mi casa a la hora de la siesta, cuando los grandes dormían y yo de repente ya no le tenía miedo a las arañas.
Hay un libro de poesía dominicana en donde aprendí de memoria los primeros poemas de Manuel de Cabral. A Manuel lo conocí hace dos años, por la calle Florida; le recité uno de sus poemas aprendidos en mi niñez y el me regalo sus libros dedicados y firmados. Son esos que no les presto a nadie. Son los que les leo en voz alta a mis amigos, cuando vienen a visitarme.
hay pedacitos de turrón que yo me levantaba a roer, silenciosamente, en las madrugadas de Navidades y Años Nuevos.
Hay una muñeca Marilú que mi mamá me regaló cuando cumplí 7 años, me la olvidé afuera, llovió..... y se deshizó adentro del vestido de seda celeste ( pero en el escondite esta recién sacada de la caja, pintadita, con mejillas ruborosas).
Hay uñas de petalo de malvón que me pegaba con saliva sobre mis uñitas comidas, inventandome manos de señorita muy aseñorada.
Y un rosario de cristal de roca que se me perdió en la escuela.
Y un plato de scons recién sacado del horno por mi abuela.
Y hay gustos: los rabanitos tan picantes para mis nueve años, el berro que mi hermana Marta decía que tenía el mismo sabor de las hormigas, la mareadora cerveza que me dejaban beber "solo un sorbo", los confites de "yapa" en la farmacia Splendid.
Y están las tres peliculas de las funciones del domingo en el Bijou, mi amor prematuro por Gary Cooper, mi ventana sobre la parada del tranvá 84, las bromas por telefono el " día de los inocentes".




Todo Allí. Todo está reluciente y oloroso. Todo esta nuevo y mío en el escondite al que a veces llego a través de las lágrimas y la nostalgia. Y allá me espera siempre, con su ramo de violetas entre las manos sonriente, Franck Brown, charlando con mi abuela......¡ que no sé por qué se han hecho tan amigos mamá Sara y Franck Brown!

Poldy Bird
 #259914  por domingoarena
 
A Poldy, en este doloroso momento.
Conocimos a Verónica en los Laboratorios Camarotta,..... y a tu esposo......., y la vida nos sonreia.......hoy, los que te queremos , los que te leíamos, y lo seguimos haciendo, estamos con vos.
 #261032  por usuario
 
Nos sumamos a tus palabras Domingo.
Poldy, estamos con vos en estos momentos y siempre estaran tus cuentos en este espacio.
Lila, pasto y los Santamarina.
 #261204  por usuario
 

Hilda Silovisky


Esa noche acuestan a don Elías más temprano que de costumbre. Una hora después reposa la casa..

Los ruidos en la cocina molestan a Elena, Llama a Juana y le pide silencio.

Se sienta en el viejo sillón que su marido heredó de su padre.

Tras una vida de sojuzgamiento, se siente libre, embriagada.

Hundido en los almohadones, el viejo la espía.

Elena piensa Su vida entera desfila por su imaginación Del fondo de su ánimo se levanta al fin la rebeldía, como un perrro castigado que muestra los dientes

En la penumbra del cuarto otras sombras se suman a la suya.

Están todas.

Sus pesadillas de treinta años de represión, cuánto habia y no había hecho desde que Elías la sacó de la misería, flotaban en la pieza con olor a remedios.

Elena comienza a hablar... Después de la oscura noche nace el alba.Ella no se calla.

Una historia de enlaza con otra

Amores deshauciados, traición, pasión, verguenza, deshonra...

Elías vió con nitidez al joven que les traía los alimentos, que se escondía en el cuarto de Elena, durante los supuestos viajes al interior.

Ve al joven vecino, que pasaba por la puerta de su casa aturdiendo con la supuesta música que brota de su coche. .Tambien lo osbserva cuando se desliza en la habitación de su mujer, quien cree que él está en el Club, jugando a las cartas.Queda allí una tarde y a la noche no había partido.

Se estrenece el salón con el chasquido de los besos, con las risas lascivas, con los quejidos lujuriosos.


Como un reloj que se para, roto el mecanismo, se detiene el tic que desencaja el ojo izquierdo de don Elías.

Elena grita con espanto, azuzada por la histeria.La inmoviliza el teror. Es como si el muerto hubiera recobrado el dominio. Con agilidad, huye por el corredor hacia su dormitorio. El eco de sus mentiras la sigue.

Se arroja en la cama tratando de calmarse. Ya había pasado lo peor, sin embargo, su cuerpo tiembla como si aún se hallara en medio el desastre. No atina a abrir los ojos

Con la rapidez que hubiera deseado ni se toma su tiempo para coordinar los latidos de su corazón.

Deshace el camino sin evitar las caídas, mirando ciegamente un punto en el horizonte, cualquier punto, una luz, otro espacio, otra melodía y tal vez , junto a otras almas
 #261403  por auditt54
 
Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito.

La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse.

Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños.

Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:

- Para mí, sólo es un cuervo; pero él, se cree águila.



Pon tu esfuerzo y dedicación en lo que realmente estás preparado, no en lo que no te corresponde.

http://edyd.com/Fabulas/Esopo/E1AguilaCuervoPastor.htm
 #265841  por usuario
 

El Poder de la Puerta Negra


Érase una vez en el país de las mil y una noches...


En este país había un rey que era muy polémico por sus acciones, tomaba a los prisioneros de guerra y los llevaba hacia una enorme sala.


Los prisioneros eran colocados en grandes hileras en el centro de la sala y el rey gritaba diciéndoles: «Les voy a dar una oportunidad, miren el rincón del lado derecho de la sala...»


Al hacer esto, los prisioneros veían a algunos soldados armados con arcos y flechas, listos para cualquier acción.


«Ahora, -continuaba el rey- miren hacia el rincón del lado izquierdo...» Al hacer esto, todos los prisioneros notaban que había una horrible y grotesca puerta negra, de aspecto dantesco, cráneos humanos servían como decoración y el picaporte para abrirla era la mano de un cadáver.....


En verdad, algo verdaderamente horrible sólo de imaginar, mucho más para ver.


El rey se colocaba en el centro de la sala y gritaba: «Ahora escojan, ¿qué es lo que ustedes quieren?


Morir clavados por flechas o abrir rápidamente aquella puerta negra mientras los dejo encerrados allí?


Ahora decidan, tienen libre albedrío, escojan....»

Todos los prisioneros tenían el mismo comportamiento: a la hora de tomar la decisión, ellos llegaban cerca de la horrorosa puerta negra de más de cuatro metros de altura, miraban los cadáveres, la sangre humana y los esqueletos con leyendas escritas del tipo: "viva la muerte‿, y decidían: «Prefiero morir flechado...»


Uno a uno, todos actuaban de la misma forma, miraban la puerta negra y a los arqueros de la muerte y decían al rey: «Prefiero ser atravesado por flechas a abrir esa puerta y quedarme encerrado».


Millares optaron por lo que estaban viendo: la muerte por las flechas.


Un día, la guerra terminó, pasado el tiempo, uno de los soldados del "pelotón de flechas" estaba barriendo la enorme sala cuando apareció el rey.


El soldado con toda reverencia y un poco temeroso, preguntó: «Sabes, gran rey, yo siempre tuve una curiosidad, no se enfade con mi pregunta., pero... ¿qué es lo que hay detrás de aquella puerta negra?»


El rey respondió... « ¿Recuerdas que a los prisioneros siempre les di la opción de escoger?


Pues bien...ve y abre esa puerta negra.»


El soldado, temeroso, abrió cautelosamente la puerta y sintió un rayo puro de sol besar el suelo de la enorme sala, abrió un poco más la puerta y más luz y un delicioso aroma a verde llenaron el lugar.


El soldado notó que la puerta negra daba hacia un campo que apuntaba a un gran camino. Fue ahí que el soldado se dio cuenta de que la puerta negra llevaba hacia la Libertad...


Todos tenemos una puerta negra dentro de nuestra mente.


Para algunos, la puerta negra es el miedo a lo desconocido, para otros, es una persona difícil, tal vez para otros es una frustración, ya sea miedo a relacionarse o miedo a ser rechazado, miedo a innovar o miedo a cambiar, miedo a volar más alto...


Para algunos la puerta negra es la inseguridad porque la falta de preparación lo atemoriza, o una traba imaginaria que la inseguridad de la vida fabricó durante su educación o su crianza.


Pero si tú puedes perder, también puedes vencer.


Si das un paso más allá del miedo, vas a encontrar un rayo de
sol entrando en tu vida... «Abre esa puerta negra y deja que el sol te inunde...».


Kary Rojas



"Lo que amarga nuestra vida
es que muy poco pensamos
en lo muy bueno que tenemos y poseemos,
y siempre vivimos pensando
en lo que nos falta ".

Arthur Schopenhauer



"Señor, aumenta cada día nuestra FE para poder sobrellevar todas las pruebas..."
 #267784  por usuario
 
" Las Nueve Vacas "

“Dos amigos marineros viajaban en un buque carguero por todo el mundo, y andaban todo el tiempo juntos. Así que, esperaban la llegada a cada puerto para bajar a tierra, encontrarse con mujeres, beber y divertirse. Un día llegan a una isla perdida en el Pacífico, desembarcan y se van al pueblo para aprovechar las pocas horas que iban a permanecer en tierra.

En el camino se cruzan con una mujer que está arrodillada en un pequeño río lavando ropa.
Uno de ellos se detiene y le dice al otro que lo espere, que quiere conocer y conversar con esa mujer. El amigo, al verla y notar que esa mujer no es nada del otro mundo, le dice que para qué, si en el pueblo seguramente iban a encontrar chicas más lindas, más dispuestas y divertidas.

Sin embargo, sin escucharlo, el primero se acerca a la mujer y comienza a hablarle y preguntarle sobre su vida y sus costumbres. Cómo se llama, qué es lo que hace, cuantos años tiene, si puede acompañarlo a caminar por la isla. La mujer escucha cada pregunta sin responder ni dejar de lavar la ropa, hasta que finalmente le dice al marinero que las costumbres del lugar le impiden hablar con un hombre, salvo que este manifieste la intención de casarse con ella, y en ese caso debe hablar primero con su padre, que es el jefe o patriarca del pueblo.
El hombre la mira y le dice: "Está bien. LLévame ante tu padre. Quiero casarme con vos".

El amigo, cuando escucha esto, no lo puede creer. Piensa que es una broma, un truco de su amigo para entablar relación con esa mujer. Y le dice: "Para qué tanto lío? Hay un montón de mujeres más lindas en el pueblo. Para qué tomarse tanto trabajo?".
El hombre le responde: "No es una broma. Me quiero casar con ella. Quiero ver a su padre para pedir su mano".
Su amigo, más sorprendido aún, siguió insistiendo con argumentos tipo: "Vos estás loco?", "Qué le viste?", "Qué te pasó?", "Seguro que no tomaste nada?" y cosas por el estilo.
Pero el hombre, como si no escuchase a su amigo, siguió a la mujer hasta el encuentro con el patriarca de la aldea.

El hombre le explica que habían llegado recién a esa isla, y que le venía a manifestar su interés de casarse con una de sus hijas. El jefe de la tribu lo escucha y le dice que en esa aldea la costubre era pagar una dote por la mujer que se elegía para casarse.
Le explica que tiene varias hijas, y que el valor de la dote varía según las bondades de cada una de ellas, por las más hermosas y más jóvenes se debía pagar 9 vacas, las había no tan hermosas y jóvenes, pero que eran excelentes cuidando los niños, que costaban 8 vacas, y así disminuía el valor de la dote al tener menos virtudes.
El marino le explica que entre las mujeres de la tribu había elegido a una que vió lavando ropa en un arroyo, y el jefe le dice que esa mujer, por no ser tan agraciada, le podría costar 3 vacas.
"Está bien" respondió el hombre, "me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas".

El padre de la mujer, al escucharlo, le dijo: "Ud. no entiende. La mujer que eligió cuesta tres vacas, mis otras hijas, más jovenes, cuestan nueve vacas".
"Entiendo muy bien", respondió nuevamente el hombre, "me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas".

Ante la insistencia del hombre, el padre, pensando que siempre aparece un loco, aceptó y de inmediato comenzaron los preparativos para la boda, que iba a realizarse lo antes posible.
El marinero amigo no lo podía creer. Pensó que el hombre había enloquecido de repente, que se había enfermado, que se había contiagiado una rara fiebre tropical. No aceptaba que una amistad de tantos años se iba a terminar en unas pocas horas. Que él partiría y su mejor amigo se quedaría en una perdida islita de Pacífico.
Finalmente, la ceremonia se realizó, el hombre se casó con la mujer nativa, su amigo fue testigo de la boda y a la mañana siguiente, partió en el barco, dejando en esa isla a su amigo de toda la vida.

El tiempo pasó, el marinero siguió recorriendo mares y puertos a bordo de los barcos cargueros más diversos y siempre recordaba a su amigo y se preguntaba: qué estaría haciendo?, cómo sería su vida?, viviría aún?.
Un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde años atrás se había despedido de su amigo. Estaba ansioso por saber de él, por verlo, abrazarlo, conversar y saber de su vida.
Así es que, en cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo.
Donde estaría su amigo?, Seguiría en la isla?, Se habría acostumbrado a esa vida o tal vez se habría ido en otro barco?.

De camino al pueblo, se cruzó con un grupo de gente que venía caminando por la playa, en un espectáculo magnífico.
Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima. Todos cantaban hermosas canciones y obsequiaban flores a la mujer y esta los retribuía con pétalos y guirnaldas.
El marinero se quedó quieto, parado en el camino hasta que el cortejo se perdió de su vista. Luego, retomó su senda en busca de su amigo.
Al poco tiempo, lo encontró. Se saludaron y abrazaron como lo hacen dos buenos amigos que no se ven durante mucho tiempo.

El marinero no paraba de preguntar: Y cómo te fue?, Te acostumbraste a vivir aquí?, Te gusta esta vida?, No querés volver?. Finalmente se anima a preguntarle: Y como está tu esposa?.
Al escuchar esa pregunta, su amigo le respondió: "Muy bien, espléndida. Es más, creo que la viste llevada en andas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños".

El marinero, al escuchar esto y recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, pregunto: "Entonces, te separaste?, No es misma mujer que yo conocí, no es cierto?.
"Si" dijo su amigo, "es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años atrás".
"Pero, es muchísimo más hermosa, femenina y agradable. cómo puede ser?", preguntó el marinero.
"Muy sencillo" respondió su amigo. "Me pidieron de dote 3 vacas por ella, y ella creía que valía 3 vacas. Pero yo pagué por ella nueve vacas, la traté y consideré siempre como una mujer de nueve vacas. La amé como a una mujer de nueve vacas. Y ella se transformó en una mujer de nueve vacas".

Cuando alguien nos valora y nos estimula, con sinceridad y amor, obramos cambios impensados.
 #274354  por usuario
 
VIOLETAS PARA NADIE


Las miro, profundamente azules, con un olor que trepa y se columpia en mi recuerdo. Violetas. No se me ocurre ninguna palabra para decirte; ni gracias, ni son muy lindas. Nada. Mis manos tiemblan y los menudos pétalos se mueven como si un aire pasado los moviera. Un aire que viene de calles caminadas sin apuro, envueltos tu y yo en un silencio en nada parecido a éste de ahora. Un aire que viene de tardes con signos descifrables por la paciencia lenta y amiga de la ternura. Un aire que viene de veranos con oleajes tibios en el cauce celeste de la sangre. Mi voz y mis palabras se han quedado en aquel tiempo. Las busco ahora, buceando en un océano de letras como peces escurridizos. Las busco para dártelas y mi voz se niega, mi voluntad se niega, todo mi cuerpo es una negativa.Yo no sabía, creeme que no lo sabía, me he dado cuenta ahora. Pensé que era amor lo que hacía resignarme a la monotonía de nuestros días. Que el amor había hecho que aprendiera a callar las súplicas. Que el amor me había convertido en esta casi-piedra que ni siquiera pretendía llamarte demasiado la atención. Te reías cuando te reprochaba la escasez de caricias, de palabras que enunciaran lo que sentías por mí. Todo estaba sobreentendido, no había nada nuevo que decir; y repetir lo que se había dicho antes, era una cosa tonta, innecesaria.Te reías cuando los ojos se me llenaban de lágrimas al ver cómo negabas, con un leve y rítmico movimiento de cabeza, el reclamo del chico o de la florista para que le compraras un ramillete. Porque ése no, no era para ellos, sino para mí. Iban quedando huecos dentro de mi ser: un hueco para llenar con flores, un hueco para llenar con palabras, un hueco para llenar con ternura. ¿No notaste que en vez de una mujer tenías a tu lado un abismo profundo?
¿No notaste que en vez de una mujer tenías a tu lado el latido veloz de los vientos?
¿No te diste cuenta de que a tu lado quedaba solamente la sombra de aquella que reía apretando tu mano y haciendo repicar las cristalinas agujas de la lluvia?.
¿Pudo engañarte mi contorno material, la armazón que paseaba mis vestidos por la casa ordenada, el mecanismo perfecto de mis manos peinando mis cabellos y retocando el polvo sobre mi nariz?.

La que te amaba, la que secaba su llanto con tu mirada, la que se iluminaba cuando sembrabas besos como estrellas lustrosas sobre su piel..., aquella que te dejó libar su néctar e injertar en su tallo la savia de tus ramas, ... se ha escapado de mí, ya no soy ella.... No te he engañado: ahora acabo de darme cuenta. Ahora mismo apretando en mis manos este ramo de violetas. Ahora, mirándolas, profundamente azules, con un color que trepa y se columpia en mis recuerdos. No se me ocurre ninguna palabra para decirte, ni gracias, ni son muy lindas. Nada. Porque la ceniza cae sobre menudos pétalos. Y has comprado violetas, sí, pero muy tarde.
Violetas para nadie.


autor: Poldy Bird
Buenos Aires - Argentina
de CUENTOS PARA LEER SIN RIMEL
 #280991  por usuario
 

¿LO TIRO O LO GUARDO?
por Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los críos. Los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están fastidiando!¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!!¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de........... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon. La goma solo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo' pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos. ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón..

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver!!. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne! Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'este es un 4 de bastos'. Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney. Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.
Ah¡ No lo voy a hacer!

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la bruja me gane de mano y sea yo el entregado.
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Maestras Argentinas: Clara Dezcurra

de Roberto Fontanarrosa

Clara Dezcurra toma la pluma y escribe la fecha: "16 de Julio de 1840". Luego, con la misma letra minúscula y erguida, agrega el encabezamiento: "Querida Juana". Finalmente, tras alisar el papel que tiene la textura y la consistencia del hojaldre, embebe la pluma en la tinta negra, y redacta: "Ayer decidí cambiar el método que siempre utilizamos. Quise darle a mis chicos una alternativa diferente que los arrancara de la enseñanza rutinaria. Esta vez, en la clase de Habla Hispana, dejé de lado nuestra clásica composición 'Voyage autour de mon bureau' y quise sorprenderlos con algo propio, conocido, cercano. Fue entonces cuando les propuse escribir sobre 'La Vaca'."
Clara Dezcurra no lo sabe, pero ha introducido un hábito de escritura que será, luego, por décadas, indicador y modelo en las escuelas criollas.
En realidad, poco y nada decía para sus alumnos la temática de la anterior composición-tipo, "Voyage autour de mon bureau" ("Viaje en derredor de mi pupitre") impuesta por el maestro modernista francés Alphonse Chateauvieux a fines de 1815. La escuela de Clara Dezcurra, apenas un simple salón de tierra apisonada, no tiene pupitres, ni bancos, ni siquiera sillas. Los alumnos se apretujan sentándose en rejas de arado, tocones de ceiba o simples calaveras de vaca que relucen como si fuesen de mármol. La calavera de vaca es el asiento más fácil de conseguir, el más frecuente, porque la escuela nocturna de la señora Dezcurra es, durante el día, un matadero clandestino.
Clara humedece con la saliva de su lengua el reborde pringoso de la tapa del sobre donde ha metido la carta. Lo cierra y luego, aprovechando el calor del candil que la alumbra malamente, derrite casi un centímetro de lacre sobre el vértice de la juntura. Le llega, desde afuera, el olor pesado aue viene desde el saladero de cueros, el tufo casi irrespirable a pescado podrido de la costa, y el mugido profundo de algún animal que ha olfateado, quizás, el aroma premonitorio de la sangre.
La escuela ni siquiera está en el centro de Buenos Aires. Ahí, frente al portalón de la Iglesia de los Cordeleros, como se lo había prometido don Juan Lezica, cuando era alguacil segundo del Municipio, para luego decirle que, aquello, era imposible. El episcopado, o, mejor dicho, el obispo Alcides Melgarejo, le había recordado a Rosas que no debían permitirse escuelas ni queserías en las proximidades de los templos. Y entonces le habían dado a Clara ese quincho --porque de otra forma no se lo podía denominar-- cerca de los corrales de Mataderos, a metros de la puerta de Santa Brígida, detrás del saladero de don Felipe Echenaugucía. Y la escuela era nocturna. Y los "chicos", como ella los denominaba, eran ya gente grande: puesteros de los corrales, matarifes, carreros cachapeceros, pero muy especialemente, federales. Hombres de la Santa Federación que llegaban a clase luciendo la divisa punzó, mazorqueros que, en el primer día de clase, habían degollado a un negro por robarse una goma de borrar.
Clara, todas las tardes, mientras escucha dar las siete en el carrillón de la Merced, baldea el piso para quitar los oscuros cuajarones de sangre que quedan de la actividad del frigorífico clandestino, y echa hacia los potreros las reses que no han sido aún sacrificadas. Espera, en tanto, desde el Alto Perú, la respuesta de Juana, su compañera de promoción. Intuye que su puesto al frente de la precaria escuela peligra. Sin ella saberlo, ha permitido la inscripción de más de un unitario. Algunos le han confesado su condición, como Juan José Losada. Otros le han dicho que la vincha celeste que llevan recogiéndoles el pelo, es en honor de la bandera. "Pero nadie viene a controlar lo aue pasa en estos parajes, Juana --le ha escrito a su amiga--. Estamos dejados de la mano de Dios. Mis chicos escriben con trozos de ladrillos o pedazos de tripa gorda y yo utilizo las paredes como pizzara. Don Martin de Agüero me ha prometido tizas, pero me dicen que el barco que las trae encalló en las proximidades de Recife."
Un zambo iza la bandera. Le dicen "Falucho", pero es en broma. Tomó parte del sitio de El Callao, pero no logra aprender la tabla del cuatro. No ha llegado aún al país el sistema inglés de los palotes, y los alumnos trazan una línea acá, otra allá, sin ton ni son, sin orden ni medida. Clara es la primera en entonar "Oda a la Bandera", de Balmes y Vespuci. Hija y nieta de educadoras, recuerda las anécdotas de su abuela, Irma Dezcurra, de cuando aún la joven nación no tenía divisa, antes de aue don Manuel Belgrano la crease. Los niños --contaba la anciana-- se reunían en los patios escolares antes de entrar a clase y no sabían que hacer. Daban vueltas sobre sí mismos, se chocaban entre ellos o giraban tontamente como tiovivos sin acertar con una conducta. Alguno, quizás, gritaba consignas emotivas, o repartía chanzas contra los españoles. Alguna maestra, tal vez más devota, entonaba salmos religiosos. Hubo quien --recordaba abuela Irma-- aguardando la entrada a clase, se empecinó en vocear los números de la lotería de cartones, el juego que tanto entusiasmaba a Manuelita, y así nació la "cifra", el canto que, junto a vidalas y pericones, habría de animar numerosas y encendidas veladas patrias.
Clara come un pastelito dulce y lo acompaña con té de cardosanto. La respuesta de Juana Azurduy tarda en llegar. Hoy Clara ha tenido que sosegar a un federal muy alcoholizado. No la desvela tanto la indisciplina, pero se le duermen en la clase. Y a veces se pelean. Los mazorqueros sospechan que uno de los muchachos es unitario. Es un mozo joven, bien parecido, que viene siempre de bombachas de fino fieltro y botas altas. Tiene la patilla larga que baja y dobla luego hacia arriba, para unirse con el bigote, dibujando una "U" provocativa. Pero los mazorqueros aún no han llegado hasta ese punto del abecedario. Solo Isidro Gaitán, un sargento, puede memorizar las letras hasta la hache que, al ser muda, lo desconcierta. Los demás apenas si se han familiarizado con las letras hasta la "D". Clara duda si continuar con la enseñanza. Apenas sus chicos descubran que la "U" tiene un dibujo similar al que se lee en las mejillas del joven unitario, pude arder Troya. Clara no quiere tener más problemas con el gobierno. Pero habrá de tenerlos.
Antes de que llegue, por fin, la carta de Juana, ya don Artemio Soto conoce la noticia de su innovación pedagógica. Algún mazorquero la ha comentado en algún boliche. Tal vez un tropero alcanzó a contar las desventuras de su composición-tipo cerca del oído de algún correveidile del poder. Tras seis meses de espera, la carta de Juana llega, como una premonición, días antes que la de Domingo Faustino Sarmiento.
A la luz vacilante del quinqué, Clara lee la esquela de su amiga. "Tené cuidado, Clara" es todo el texto, entre sucinto y fraternal. Sin duda Juana, preocupada, consciente del tiempo que llevará a su carta llegar de nuevo hasta la capital, optó por escribirla lo más rápido posible, casi con características telegráficas.
Clara bebe una copita de oporto, al que enturbia con hojas de regaliz. Duda si abrir o no la carta de Sarmiento. Sin embargo, la redacción de esta, lo comprobará luego, es de advertencia mas no llega a sonar admonitoria. "No veo de buen grado --le escribe el sanjuanino-- el cambio por usted introducido en la enseñanza de nuestra lengua criolla. Somos un país incipiente aue requiere de ejemplos y el modelo del maestro Chateauvieux aún está en vigencia. Somos todavía como el joven retoño que precisa de la rectitud y firmeza del tutor para crecer derecho."
Clara garrapatea una carta de respuesta plena de formalismos y ambigüedades, lejos de su habitual estilo franco, y decide continuar con sus planes. La hace persistir en su esfuerzo el entusiasmo que observa en sus alumnos. Por primera vez, muchos de ellos escriben más de dos páginas de composición, cuando con el tema "Viaje en torno a mi pupitre" algunos no alcanzaban ni a los tres renglones. Un matarife de Achiras Altas, Juan Sala, redacta, incluso, casi diez páginas de un relato estremecedor, fruto de su conocimiento de la tropa vacuna. Tiempo después, será la base de un libro paradigmático: Amalia.
Josefa Paz de Hurlingam invita a Clara a tomar chocolate en su casa de la bajada del Marquesado. Recibe en una sala solariega desde donde se ve el patio interno de la casa, impregnado con un perfume fresco a magnolias, glicinas y santarritas. Hay un jardín, también, con lilas del lugar y patos criollos. Una morena carabalí sirve el chocolate en bandeja cubierta con una mantilla bordada por la misma señora Josefa. Josefa le cuenta a Clara, animosa, que en el colegio adonde va su hija, en clase de Habla Castellana le pidieron una composición sobre el tema "La Vaca". Josefa cuenta esto con risa amable y, cada tanto, se toca el ñandutí de su pechera impecable.
Clara no tiene tiempo ni de alegrarse. A la noche siguiente, una frágil figura desciende de una calesa frente a su escuela, siendo de inmediato rodeada por perros coléricos y becerros supervivientes. El nocturno visitante es don Benito Agudo Ersilbengoa, mano derecha del nuncio apostólico y amanuense del alguacil Ordóñez. "Hemos recibido las quejas de Monseñor Brizuela --comunica a Clara Dezcura-- con respecto al tipo de temas que uted está haciendo escribir a sus alumnos."
Clara conoce bien a monseñor Bizuela. Se corren muchos rumores en torno a su persona. Se decía de él que a su arribo a nuestras costas, cuatro años atrás, era un hombre afable y comprensivo. Pero que había sufrido un doloroso accidente durante las invasiones británicas, cuando transportaba trabajosamente un pilón con aciete hirviendo. Aquella desgracia, se comenta ahora, ha dado origen a la sabrosa fritura de pastelería puesta en boga por todos los panaderos: la "bola de fraile".
"Es indigno --continúa don Benito Agudo Arsilbengoa-- que nuestros guardias federales, nuestros soldados, sean obligados a escribir sobre un tema tan poco épico y glorioso como el que usted les impone."
Clara comprende que ha llegado el momento de defender sus convicciones. Escribe a Sarmiento explicando su postura y la ventaja de educar a sus alumnos a partir de vivencias que a ellos le sean familiares. Seis meses después, puntualmente, recibe la contestación. Y de allí en más, día a día, irá recibiendo cartas del maestro sanjuanino. Sarmiento no falta un solo día al Correo. Algunas de sus cartas, no todas, muestran sobre el pergamino largos trazos de un pegote blancuzco, como si alguien hubiese moqueado sobre ellos. Clara deduce que Sarmiento las ha escrito bajo su histórica higuera, buscando aislarse, tal vez, de los rayos solares.
"No me opongo a que usted trabaje sobre 'La Vaca' --le dice el autor de Facundo-- en lugar de hacerlo sobre el modelo francés. Habrá un día, solo Dios puede saberlo, en que nuestro país se quitará de encima la influencia europea, y quizás entonces usted será considerada una precursora. Pero déjeme sugerirle otra variante; ya que el debate se ha instalado en torno a si es conveniente o no gastar papel, tinta e ingenio sobre un animal tan rasposo y de índole infeliz como la vaca le propongo que sus composiciones sean sobre otro animal todavía más cercano y afín a nuestra tradición libertaria como el caballo. Más de uno de nuestros centauros, que regaron con su sangre generosa el suelo americano, sabrá agradecérselo."
Clara lo piensa. Supone, con su intuición de maestra, que el del caballo puede ser un paso posterior. Incluso no deja de lado la gallina, con su doméstica convivencia. Pero la cercanía de los corrales, la vital actividad del matadero y, fundamentalmente, la creciente importancia del ganado vacuno en la suerte de nuestra economía, la deciden a continuar con el plano trazado.
Es febrero de 1845 y el formidable estío de Buenos Aires embalsama la brisa con aromas fuertes. Clara ha recibido el paso del aguatero llenando dos odres grandes para sus muchachos. La composición-tipo "La Vaca" se emplea ya en casi todos los establecimientos educacionales de la ciudad. Hasta las familias patricias que contratan institutrices británicas han encontrado pertinente el uso de la redacción impuesta por Clara Dezcurra. Sentada sobre una rueda de carro, Clara observa el patio a través de la puerta del salón. El calor del día ha exacerbado el olor a bosta y escucha las risotadas de sus chicos disfrutando el momento plácido del recreo. Se oye el punteo de alguna guitarra, alguna relación intencionada, el repique constante de un tamboril. De pronto alguien grita, hay un revuelo. Clara presta atención, inquieta. Sus muchachos son buenos, pero si se los vigila son mejores. Escucha un violín y se estremece. Son los sones de la "refalosa", la danza con que los mazorqueros acompañan los saltos despatarrados de sus víctimas cuando resbalan sobre su propia sangre. Clara se levanta y sale a ver qué pasa. Pero, en este caso, la víctima ya ha caído sobre el patio de la escuela. Es Juan José Lozada, el joven unitario de las patillas en "U". Lo han degollado. Ante la pregunta enérgica de Clara, nadie dice saber nada, nadie dice conocer a los asesinos. Pero hay risas torvas, sofocadas. El grupo de mazorqueros se aleja un tanto, empujándose unos a otros, como sorprendidos o avergonzados por la reprimenda.
Clara escribe a Juana, el 24 de febrero de ese año. "Los eché a todos. No me importa, Juana, que sean mazorqueros, hombres del Restaurador de las Leyes o lo que sea. Hoy degüellan a un compañero y mañana pueden llegar a hacer cosas peores. A estas situaciones hay que cortarlas de raíz, antes que pasen a mayores." Entre los expulsados de la escuela está el sargento federal Anacleto Medina, héroe de Cepeda.
Clara estudia al jinete que ha llegado hasta su escuela. Ella estaba calentando agua en la pava de latón peruano para prepararse un caldo, cuando escuchó el galope. El hombre es un soldado de Rosas y le estira en la mano, un rollo de papel sujeto con una cinta: por supuesto, punzó. Clara desenrolla el mensaje y lee el texto. La trasladan. Ha estado dando clase durante siete años en un tinglado con piso de tierra que, durante el día, hacía las veces de frigorífico clandestino. A pocas varas del matadero de reses y del solar donde se envenenan los cueros. Alumbrándose con velas de grasa. Educando a una clase compuesta por matarifes, soldados federales, negros, zambos, convictos, renegados y mal entretenidos. Ahora la letra pareja y grande del Restaurador le indica que será trasladada a un lugar de menor jerarquía. No lo dice con esas palabras. "La patria --le escribe Rosas-- demanda de usted un nuevo sacrificio. Y hemos decidido destinarla a una escuela marginal, con alumnos que detentan problemas de conducta. Sé que usted, con su firmeza de espíritu, sabrá encarrilarlos y superar los problemas de presupuesto que, de aquí en más, habrá de sufrir."
Clara Dezcurra sabe que ya no tiene sentido aguardar el cargamento de tiza. Intuye que su alejamiento obedece, más que nada, a su particular obcecación en persistir con el tema de "La Vaca".
"Creo que todo ha sido inútil --escribe a su amiga Juana--. Comprendo que, hoy por hoy, se hace muy difícil cambiar algo de lo ya dispuesto. Supongo que, con el paso del tiempo, todo el mundo se olvidará de mi tema de composición y volveremos a 'Voyage autour de mon bureau', o a cualquier otra imposición venida de afuera bajo el engañoso rubro de aporte cultural." Deja gotear el lacre, morosamente, sobre la juntura del cierre, antes de moldearlo bajo la presión de su anillo de sello. No puede dejar de pensar en la fugacidad de su iniciativa educacional. No sabe cuán equivocada está. Una gota de lacre, lustrosa, ha modelado un diminuto montículo sobre la mesa.










 #284618  por usuario
 
De LOS SIETE LOCOS.
Roberto Arlt

El discurso del astrólogo

[...El Astrólogo] Dijo:
­ Sí, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres, blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro rabioso...
­ ¿Qué es lo que dice?...
­ Será la poda del árbol humano... una vendimia que sólo ellos, los millonarios, con la ciencia a su servicio, podrán realizar. Los dioses, asqueados de la realidad, perdida toda ilusión en la ciencia como factor de felicidad, rodeados de esclavos tigres, provocarán cataclismos espantosos, distribuirán las pestes fulminantes... Durante algunos decenios el trabajo de los superhombres y de sus servidores se concretará a destruir al hombre de mil formas, hasta agotar el mundo casi... y sólo un resto, un pequeño resto, será aislado en algún islote, sobre el que se asentarán las bases de una nueva sociedad.
Barsut se había puesto en pie. Con el entrecejo fiero, y las manos metidas en los bolsillos del pantalón, se encogió de hombros, preguntando:
­ Pero, ¿es posible que usted crea en la realidad de esos disparates?
­ No, no son disparates, porque yo los cometería aunque fuera para divertirme.
Y continuó:
­ Desdichados hay que creerán en ellos... y eso es suficiente... Pero he aquí mi idea: esa sociedad se compondrá de dos castas, en las que habrá un intervalo... mejor dicho una diferencia intelectual de treinta siglos. La mayoría vivirá mantenida escrupulosamente en la más absoluta ignorancia, circundada de milagros apócrifos, y por lo tanto mucho más interesantes que los milagros históricos, y la minoría será la depositaria absoluta de la ciencia y del poder. De esa forma queda garantizada la felicidad de la mayoría, pues el hombre de esta casta tendrá relacion con un mundo divino, en el cual hoy no cree. La minoría administrará los placeres y los milagros para el rebaño, y la edad de oro, edad en la que los ángeles merodeaban por los caminos del crepúsculo y los dioses se dejaron ver en los claros de luna, será un hecho.

[...]

­ ¿Y la idea?
­ Aquí llegamos... Mi idea es organizar una sociedad secreta, que no tan sólo propague mis ideas, si no que sea una escuela de futuros reyes de hombres. Ya sé que usted me dirá que han existido numerosas sociedades secretas... y eso es cierto... todas desaparecieron porque carecían de bases sólidas, es decir, que se apoyaban en un sentimiento o en una irrealidad política o religiosa, con exclusión de toda realidad inmediata. En cambio, nuestra sociedad se basará en un principio más sólido y moderno: el industrialismo, es decir, que la logia tendrá un elemento de fantasía, si así se quiere llamar a todo lo que le he dicho, y otro elemento positivo: la industria, que dará como consecuencia el oro.
El tono de su voz se hizo más bronco. Una ráfaga de ferocidad ponía cierta desviación de astigmatismo en su mirada. Movió la greñuda cabeza a diestra y siniestra, como si le punzara el cerebro la agudeza de una emoción extraordinaria, apoyó las manos en los riñones y renaudando el ir y venir, repitió:
­ ¡Ah! el oro... el oro... ¿Sabe cómo lo llamaban los antiguos germanos al oro? El oro rojo... El oro... ¿Se da cuenta usted? No abra la boca, Satanás. Dése cuenta, jamás, jamás ninguna sociedad secreta trató de efectuar semejante amalgama. El dinero será la soldadura y el lastre que concederá a las idea el peso y la violencia necesarios para arrastrar a los hombres. Nos dirigiremos en especial a las juventudes, porque son más estúpidas y entusiastas. Les prometeremos el imperio del mundo y del amor... Les prometeremos todo... ¿me comprende usted?... Y les daremos uniformes vistosos, túnicas esplendentes... capacetes con plumajes de variados colores... pedrerías... grados de iniciación con nombres hermosos y jerarquías... Y allá en la montaña levantaremos el templo de cartón... Eso será para imprimir una cinta... No, cuando hayamos triunfado levantaremos el templo de las siete puertas de oro... Tendrá columnas de mármol rosado y los caminos para llegar a él estarán enarenados con granos de cobre. En torno construiremos jardines... y allá irá la humanidad a adorar el dios vivo que hemos inventado.
­ Pero el dinero para hacer todo eso... los millones...
A medida que el Astrólogo hablaba, el entusiasmo de éste se contagiaba a Erdosain. Se había olvidado de Barsut, aunque éste se encontraba frente a él. Sin poderlo evitar, evocaba una tierra de posible renovación. La humanidad viviría en perpetua fiesta de simplicidad, ramilletes de estroncio tachonarían la noche de cascadas de estrellas rojas, un ángel de alas verdosas soslayaría la cresta de una nube, y bajo las botánicas arcadas de los bosques se deslizarían hombres y mujeres, envueltos en túnicas blancas, y limpio el corazón de la inmundicia que a él lo apestaba.
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