La película en cuestión se basa en un libro: Los crímenes de Oxford
Autor:
Guillermo Martínez
Editorial:
Destino
Año de Publicación:
2004
Dentro de una trama policial llevada con una exquisita prosa nos encontramos a dos matemáticos, un estudiante argentino y un afamado profesor, investigando una serie de crímenes sucedidos en Oxford. La característica de los crímenes es su levedad e imperceptibilidad, esta última palabra da a la novela su título en la versión original argentina “Crímenes imperceptibles”, título que cambió, en mi opinión, desafortunadamente en la edición de Destino.
La original historia que nos propone Martínez discurre entre interesantes debates en torno a Wittgenstein y Gödel, la vida de los enfermos terminales en los hospitales, un inevitable romance…. Incluso la aclamada demostración del Último Teorema de Fermat por Andrew Wiles en Cambridge aparece implicada en el desarrollo de la historia. La novela obtuvo el premio Planeta Argentina.
El autor realizó su doctorado en Ciencias Matemáticas, en la especialidad de Lógica, y ya han aperecido otros interesantes libros suyos: Acerca de Roderer (Plaza&Janés) o su ensayo Borges y las Matemáticas (Eudeba).
Según palabras del propio Martínez: ”Trabajé mucho y por una vez me divertí. Espero que ustedes se diviertan y no tengan que trabajar tanto para leer el libro”
Noticia aparecida en el periódico El País (10 de Julio de 2004 - Babelia) escrita por Edgardo Dobry:
Enigmas oxonienses
Su condición de matemático le inspira para alcanzar en Los crímenes de Oxford un clima de misterio. Pero el autor argentino no se limita a la lógica de los números. Aporta un despliegue de citas a prestigiosos investigadores y mucho saber de las claves del mercado.
Martínez (Bahía Blanca, Argentina, 1962), doctor en matemática además de autor de ficción, tiene un libro sobre Borges y la matemática y ha declarado que su novela es tributaria de la inclinación de éste por las paradojas y los enigmas. Pero la principal referencia borgeana es más lateral: está en la colección Séptimo Círculo de novela policiaca, que Borges y Bioy Casares dirigieron, para la porteña editorial Emecé, entre mediados de los cuarenta y los cincuenta. Allí aparecieron las primeras traducciones de los grandes autores ingleses del género, como Michel Innes, Nicholas Blake o John Dickson Carr. Buena parte de ellos eran egresados y profesores de Oxford, desde donde cultivaban el género policiaco paralelamente a su prestigiosa actividad en la alta literatura.
Nicholas Blake, por ejemplo, autor del gran clásico La bestia debe morir (1938), era el seudónimo del poeta laureado Cecil Day Lewis. Años después el policial negro norteamericano arrasó, y la novela clásica inglesa de resolución de enigmas, con una clara matriz lógica, quedó muy relegada. Martínez la retoma en esta novela en la que un joven matemático argentino, becario en Oxford, colabora con una eminencia de la lógica, Arthur Seldom, en el intento de resolver una serie de crímenes. Como corresponde a un policial clásico, hay un suficiente número de sospechosos y además la novela tiene dos finales: la aparente solución del caso y el ulterior desvelamiento de lo que de verdad sucedió. Martínez tiene suficiente destreza en el manejo de la relojería del género, pero, también, una no menor ingenuidad en la forma ambiciosa de abordar el enigma. La asimilación de las series matemáticas y los crímenes en serie abre el camino a un aluvión de referencias prestigiosas, en el que entran la conjetura de Fermat, el teorema de la incompletud de Gödel y el principio de indeterminación de Heisenberg, la serie de Fibonaccilas y las meditaciones lógicas de Witgenstein. No es casualidad que, dado el éxito comercial que obtuvo el libro en Argentina, los periodistas suelan preguntar a Martínez acerca de su relación con fórmulas de mercadotecnia literaria del tipo de El código Da Vinci o El club Dante; ni lo es que él muestre una visible impaciencia ante la pregunta. Porque Los crímenes de Oxford recorre los caminos trillados entre abstracción científica y el sudor literario, haciendo rodeos oportunistas por los misterios de la secta pitagórica y otros brillos de la cultura media, en lugar de explorar atajos más sutiles e interesantes, como solían hacer aquellos maestros oxonianos de los que esta novela deriva.
Alma Mater