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Charlas de café. Hilo social y cualquier tema de interés o entretenimiento.
 #715942  por otto
 
Interesante articulo que comparto con uds.
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Programa andino de derechos humanos
Universidad Simon Bolivar
Ecuador
Revista Nro 28
Enero 2011

Educación para la inclusión  


Lautaro Pittier*
Argentina

  
Mientras hoy los argentinos nos distraemos alrededor de conflictos que, aunque relevantes, no dejan de ser coyunturales, subsisten problemas mucho más profundos que comprometen el futuro de la nación y que no están siendo atendidos con suficiente ahínco.


Si bien temas como las retenciones y la protesta agropecuaria, el matrimonio igualitario constituyen situaciones que deben ser resueltas, se trata de dificultades de alcance acotado. Por el contrario, el notable déficit educacional que arrastra la Argentina desde hace décadas pone en juego nada menos que las posibilidades reales del país para insertarse con éxito en el siglo XXI.
 

En efecto, la más grave crisis que sufre en la actualidad la República Argentina no es de índole económica o política, sino axiológica. Se trata en rigor de un acelerado deterioro de los valores esenciales que sostienen al Estado y al propio tejido social. De allí que resulte absolutamente indispensable recuperar los principios rectores de la patria como proyecto de vida en común: la cultura del esfuerzo, la solidaridad, la igualdad de oportunidades y el compromiso con lo público.


Por ello, la mejor receta para superar los problemas nacionales de largo aliento se encuentra en el terreno de la educación. Sólo una firme apuesta por el mejoramiento de la calidad de la enseñanza abrirá la puerta hacia la reconstrucción axiológica que tanto necesitamos. Y es justamente la escuela -junto con la familia- el más propicio espacio para recuperar los valores perdidos.


No obstante, la educación debe ser considerada mucho más que la mera transmisión de contenidos y datos. Al tradicional paradigma pedagógico-didáctico debe sumársele, entonces, una mirada formativa más amplia, que transforme a la educación en una pieza clave para la inclusión social. En especial, que contribuya realmente a sacar a los individuos de la pobreza -material e intelectual- y los convierta en ciudadanos capacitados y dispuestos a ser protagonistas de la restauración del país.  

En consecuencia, es vital tomar conciencia de que los subsidios y demás políticas asistenciales destinadas a los sectores más postergados de la sociedad son un aliciente necesario en lo inmediato, pero no representan una solución definitiva al problema de la pobreza. En esta nueva época, más que nunca, la Argentina debe recurrir a la educación como plataforma de rescate de los que menos tienen. No hay justicia social sin inclusión, y no puede haber inclusión sin un sistema escolar que sea equitativo para todos.
 

De igual modo, el crecimiento sostenido de la macroeconomía debe ir acompañado de un genuino desarrollo humano, tanto en lo individual como en lo colectivo. Resulta esencial así que la educación vuelva a ser el instrumento dinamizador de la movilidad social ascendente que supo ser en tiempos de nuestros padres y abuelos.

 
La Universidad cumple un rol fundamental en la formación de los jóvenes y profesionales impactando directamente sobre su manera de interpretar e imaginar el mundo, comportarse en él y valorar ciertas cosas más que otras. A la vez, orienta (de modo consciente o no) la definición de la ética profesional de cada disciplina y su rol social.

 
Para ello, es necesaria también una Universidad distinta ya que una Universidad que promueve una educación desligada de los problemas sociales, con fines meramente instrumentales, es decir “conseguir el título”, basada en una relación pedagógica asimétrica profesor/alumno, sin afán de formación integral ciudadana, transmite mensajes que demuestran falta de interés por la solución de problemas sociales que nos aquejan.
 
El sistema educativo argentino requiere de una reforma integral que opere por lo menos en tres niveles. Por un lado, que recomponga la lógica de incentivos (premios y castigos, les decían nuestros mayores) que caracteriza a toda sociedad avanzada. En segundo término, que incorpore una mirada formativa en valores que fomente el sacrificio personal y genere los líderes que tanto necesita el país. Y, finalmente, que brinde a los jóvenes herramientas concretas para afrontar con compromiso social los desafíos del tercer milenio.

 
En definitiva, para superar el imperante paradigma del facilismo se necesitan maestros con autoridad, y escuelas que sean más que improvisados comederos y centros de distracción para niños y adolescentes.


En épocas en que la brecha del conocimiento que separa a las personas y a los países amenaza con transformarse en mayor que la propia brecha económica, la educación representa el más formidable motor del progreso. De allí que la Argentina del Bicentenario deba convertir a la educación en su principal vehículo de inclusión social, al asumir el Estado la responsabilidad de desarrollar políticas públicas que aseguren una educación gratuita, equitativa y de calidad para todos los ciudadanos.

 
Objetivamente la Educación que se imparta puede cumplir simplemente en presentar a los alumnos simplemente contenidos aplicados a generar pruebas de dificultad creciente a superar. También puede ir un poco más allá e intentar procesos de asimilación cultural en el cual los profesionales docentes y adultos actúan sobre generaciones de jóvenes, siendo su objeto el que el futuro profesional en evolución se incorpore plenamente al mundo. Haciéndose semejantes a los que lo educan (lenguaje, valores, ideas científicas, normas de comportamiento, formas sociales etc…) O más allá aún, puede intentar un proceso de separación individual, es decir lograr que el sujeto desarrolle sus posibilidades, conozca sus limitaciones y descubra las actividades acordes a sus aptitudes.


Generalmente, la educación formal cumple a medias con los dos primeros objetivos y se olvida el carácter singular de la persona y del derecho de todo ser humano a gobernar su propia existencia.

 
En una región tan desigual como la nuestra el estudiante no puede formarse sin comprender su contexto. La educación debe incentivar el desarrollo de lo que podemos llamar sensibilidad social que al decir de Rousseau es la facultad de ligar nuestros afectos a seres que nos son extraños cuyo efecto es extender y reforzar el sentimiento de nuestro ser. Si se pudiera educar a un ser humano en el aislamiento, este no podría juzgar nada, ni siquiera a él mismo le faltaría un espejo para verse.


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* Abogado, Docente SEUBE-CBC UBA, Derechos Humanos, UNLZ, Presidente Mutual Nuevo Tiempo Universitario

 
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