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Ganas de matar
Con el siguiente texto de Claudia Piñeiro, reciente ganadora del premio Clarín de Novela, se abre un espacio dominical de reflexión y relatos a cargo de prestigiosos escritores y periodistas que, a mitad de camino entre ficción y realidad, ensayan nuevas formas de narración, a partir de hechos, situaciones y protagonistas de las miles de historias que nacen y mueren día a día.
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Claudia Piñeiro.
Hace un par de semanas le pegaron un tiro a Cacho. Le robaron el celular, le apuntaron a la cabeza y dispararon, pero no lo mataron. Cacho tiene una librería escolar a unas veinte cuadras de donde vivo. Tuvo suerte, la bala apenas le rozó el parietal. Estuvo unos días internado en el hospital municipal y luego volvió a su casa. No salió en los diarios. Si lo que le pasó hubiera ocurrido diez años atrás, a lo mejor la historia nos sorprendería y generaría el interés periodístico necesario para convertirla en noticia. Sin embargo, hoy parece no ser novedad que alguien esté dispuesto a matar a otro después de robarle su teléfono móvil. Sólo algunos diarios zonales se acercaron a preguntar detalles de lo sucedido. Pero Cacho no tiene ganas de hablar, "¿para qué?", dice. Cuenta lo indispensable: a las siete de la tarde de un día cualquiera cerraba el portón de su casa en un barrio de gente de trabajo del conurbano bonaerense, cuando se acercaron unos chicos a robarle el celular, se los dio pero no fue suficiente y le dispararon a la cabeza. Nada que, detalles más detalles menos, no hayamos escuchado antes.
Si uno coloca en el buscador de Google las palabras "mataron" y "celular" aparecen cerca de 300.000 noticias relacionadas. Por supuesto que no todas corresponden a delitos de este tipo, pero una significativa cantidad sí. Tampoco todas se refieren a hechos ocurridos en la Argentina; aparecen casos similares en Chile, Nicaragua, Honduras, Dominicana, Colombia, por dar algunos ejemplos.
La noticia del ataque frustrado a Cacho no la encontré ni siquiera entre las que aparecen en Internet. La fui armando con lo que me contaron sus vecinos. Dicen que los chicos que le robaron le habían advertido que no levantara la vista hasta que ellos desaparecieran, y Cacho levantó la cabeza un segundo antes. Algunos dicen que son chicos del barrio, otros que no del barrio pero sí de la zona. La mayoría concluye que "la cosa" está peor por el consumo de paco o pasta base. Discuten si la pasta base se fuma, se aspira o se inyecta, sospechan dónde la venden y cuánto la cobran. Tienen la esperanza de que algún día conseguirán las pruebas necesarias para hacer la denuncia y sueñan que eso liberará a sus hijos de lo que ellos hoy padecen. Recuerdan que hace unos años también había droga en el barrio "pero menos, uno los veía ahí tirados, como borrachos, no hacían nada, ahora se los ve que salen disparados, que no pueden parar". Todos buscan, a su manera, argumentos para entender lo incomprensible: que alguien esté dispuesto a matar a otro por un celular.
Hace pocos días en un discurso la Presidenta habló de que el delito se "complejizó" y de ahí las dificultades para combatirlo. Y en esa complejidad estaba flotando otra vez la situación de las drogas que mencionan los vecinos de Cacho y tantos otros. Pero aunque el consumo de paco es una catástrofe que no sólo incide en la delincuencia sino que, mucho peor aún, arrasará con varias generaciones que lo consumen, todavía falta que nos atrevamos a ver algo que va más allá de la pasta base. Porque la droga no funciona como dispositivo que ordena a alguien salir a matar. Nos falta aceptar algo más doloroso: que la excitación y el descontrol que libera el consumo de paco quita la barrera que existía entre las ganas de matar y hacerlo. A lo mejor para algunos hasta esa barrera esté borrada sin necesidad de recurrir a demasiadas drogas. Cualquiera, lo reconozca o no, puede haber sentido a lo largo de la vida ganas de matar a alguien, un sentimiento primitivo que no nos atrevemos a reconocer y que cuando nos atrevemos nos avergüenza, nos da culpa. Sentir ganas no es hacerlo. Así hemos aprendido a controlarnos los seres humanos. Ya en 1930, en El malestar en la cultura Freud explicó cómo hombres y mujeres muchos siglos atrás acordamos el pasaje de seres primitivos a seres sociales, cómo dejamos de ser individuos aislados y formamos familias, tribus, pueblos, naciones entregando a cambio nuestros impulsos más primitivos, entre ellos, la agresividad. Y también advirtió que la agresividad innata del ser humano es el mayor obstáculo con el que tropieza la cultura, entendiéndose por tal eso que entre todos fuimos armando para vivir en sociedad. La cultura frena la agresión. O mejor dicho, la cultura frenaba la agresión. Tiempo pasado, algún hilo se cortó. Algo hace hoy que cuando un individuo siente deseos de matar vaya y lo haga. El paco ayuda al descontrol, pero el lazo entre ese individuo y la tribu a la que pertenecía se cortó antes.
En el 2002 di clases de apoyo en un colegio que queda a dos cuadras de la librería de Cacho. Es un colegio del Estado donde concurren todos los chicos del barrio. Iba dos veces por semana y en la biblioteca hacían un lugar para que yo me reuniera con un grupo de alumnos de los últimos grados de la escuela primaria que aún no sabían dividir. Eran unos cinco o seis chicos, con distintas dificultades. Uno de ellos, llamémoslo Juan, había repetido dos veces y era el más grande del grupo. También el más callado y el que me miraba con mayor desconfianza. Uno de los primeros días, en medio de la clase, se presentó la maestra, me preguntó qué trabajos pensaba hacer con los chicos y me deseó suerte. Antes de irse lo miró a Juan y me dijo: "con ése no se moleste, ése es un caso perdido". Miré al chico y vi cómo los ojos le brillaban. "No le importa nada", agregó, "no le importa a él ni le importa a nadie, uno llama a la casa y ni sueñe con que alguien aparezca por acá, no pierda el tiempo". Luego siguió diciendo de lo duro que era trabajar en ciertas condiciones, de lo cansada que estaba, y algunas cosas más referidas a ella y su trabajo que ya no recuerdo. Yo estaba pendiente de Juan, y de los demás chicos que habían escuchado la sentencia de la maestra. Cuando ella se fue recuerdo que lo miré y me tomé un momento para pensar qué se le dice a un chico en esas circunstancias. «él a su vez me miraba sin sacarme los ojos de encima. La tensión lo invadía, parecía que iba a explotar, hasta que pudo hablar. Dijo: "ella hace que yo tenga ganas de matarla". Otra vez me quedé pensando qué se responde en un caso así. Hice lo que pude, le dije que no se asustara, que si a mí me hubieran dicho lo que ella le había dicho a él, yo también sentiría ganas de matar, pero le recalqué: "lo que nos hace distintos es no hacerlo, eso nos hace humanos, a pesar de sentir ganas de matar a alguien nunca hacerlo". No sé si me entendió, no sé si es lo que debía decir o no en ese momento. Seguimos la clase y luego otras. Enseguida me di cuenta de que Juan y varios de esos chicos sabían dividir, pero lo que no sabían era operar el dibujo de una división sobre un papel. Si yo les planteaba un problema de la vida cotidiana, tantos caramelos para repartir entre tantos amigos, ellos pensaban un instante y me decían exactamente cuántos tenía que recibir cada uno. Pero llevar eso a un papel les era imposible. Al poco tiempo Juan dejó de venir. Averigüé y tampoco iba al colegio. Pregunté por él, me dijeron que habían llamado a la casa pero que nadie vino. Y ya no supe más de Juan. Alguno de sus compañeros me dijo que si lo quería encontrar estaba siempre en los videojuegos, pero no fui a buscarlo.
Paso por la puerta de la librería de Cacho. Hace años que voy poco por su negocio, casi nada, desde que la Panamericana se llenó de shoppings y supermercados que reorientaron la compra de muchos. El negocio sigue igual, prolijo, lleno de materiales para el inicio escolar. Entran varios chicos del barrio. Algunos van a comprar tarjetas para su celular, otros pastillas, o a sacar fotocopias. Todavía no empiezan las clases así que ninguno quiere acordarse de que existen cuadernos, mapas o lapiceras. Se los ve contentos, viviendo su vida, alguno abrazado de una chica. Mientras espero me pregunto qué tan lejos de allí estará Juan, no el Juan que yo conocí, sino cualquier Juan, un chico de su edad, que merecería estar con estos otros viviendo la vida que viven ellos, pero para quien se cortó el lazo. Un Juan que se quedó solo aunque viva rodeado de gente. Me pregunto si ese Juan podrá todavía encontrar el freno que hace tanto tiempo encontramos los hombres para poder vivir en sociedad. Me pregunto a quién le habrán disparado los que gatillaron cuando le robaron el celular a Cacho, si a alguien de su familia, a una antigua maestra o a mí, que seguí dando esas clases unos meses y luego no fui más.
Así como una infección necesita antibiótico urgente y luego ocuparnos de la causa, la delincuencia debe ser combatida en su complejidad para que todos vivamos más tranquilos. Pero después de poner más patrulleros en la calle, capacitar a la policía, hacer que el 911 funcione como corresponde, combatir la venta de paco, etc., etc., etc., los que elijamos soportar el malestar en la cultura para vivir en sociedad vamos a tener que tomar coraje y hacernos otras preguntas. Porque había una vez un pacto implícito entre todos nosotros al que por distintos motivos y con distinta responsabilidad e intensidad hemos deshonrado. Reconocerlo puede ser el primer paso para pactar otra vez y escribir entre todos un nuevo acuerdo que, a pesar del malestar, nos permita vivir juntos.
Claudia Piñeiro
Se recibió de contadora en 1983, pero abandonó la profesión para dedicarse a la literatura. Trabajó como guionista de televisión y como periodista. En 1991 fue finalista del concurso "La sonrisa vertical", de narrativa erótica, en Barcelona. En 2003 fue finalista del concurso Planeta de novela. Publicó "Tuya" en editorial Colihue, una novela que será llevada al cine. En 2004 estrenó la obra "Cuánto vale una heladera", seleccionada para el ciclo Teatro por la Identidad. Pero su consagración se produjo en 2005 cuando gana con la novela "Las viudas de los jueves" el premio Clarín-Alfaguara, que batió récords de venta y también fue lanzada en España. El año pasado en el mismo sello publicó la novela "Elena sabe".
"Consume, luego descansa".