Otra vida: en la cárcel, los libros y los oficios ayudan a crear un futuro en libertad.
Aunque el 40% de los presos vuelve a caer en el delito, muchos logran superarse y transformar su realidad gracias a la posibilidad de seguir una carrera universitaria o aprender una labor.
De camisa y corbata, Fabio Galante llega a su estudio en Av. Rivadavia y Libertad con una hora de retraso. "El trabajo de abogado penalista es así. Somos como una ambulancia: si cayó uno detenido, vamos", explica.
Tiene 48 años, es papá de cuatro hijos y vive en Lugano con Anyu, su mujer. Además de abogado es docente ad honorem en la Universidad de Buenos Aires (UBA), da clases en un bachillerato popular y brinda asesoría legal gratuita en la villa 20. Su valor agregado es haber vivido la realidad del sistema penitenciario desde adentro. "El 30 de agosto de 2012 salí de la cárcel por última vez: ahí dije «ya está, hasta acá llegué». Me retiré, o llamalo como quieras", cuenta. "Trato de devolverle a la sociedad lo que me dio; si no hubiese podido estudiar estando preso seguiría siendo ladrón."
Según cifras del Servicio Penitenciario Federal (SPF), en la Argentina son 10.968 los presos que viven en las 35 cárceles federales del país. Si bien no hay números oficiales de cuál es el total de los alojados en todos los penales, desde la Procuración Penitenciaria de la Nación sostienen que son aproximadamente unos 65.000.
En cuanto al porcentaje de reiterancia (los condenados y liberados que vuelven a delinquir) oscila entre el 38 y 41% en los internos de cárceles federales. Para intentar cambiar su realidad y que logren, como Fabio, reinsertarse en la sociedad y no volver a caer en el delito, universidades, instituciones y organizaciones sociales llevan adelante programas que se basan en tres pilares clave: la educación, la enseñanza de un oficio y la contención a quienes están privados de su libertad y sus familias.
Ser estudiante
Marta Laferriere es fundadora y coordinadora académica del Programa UBA XXII, que depende de dicha universidad y dicta carreras de grado y cursos presenciales en establecimientos del SPF. Explica que nació hace 31 años con la idea de generar "un espacio de libertad posible en un lugar donde la realidad es muy dura. El objetivo era que los presos pudieran ejercer el derecho a la educación, pero también formarse como ciudadanos, dejar de lado la violencia y apoderarse de la palabra".
En 2016, 2301 alumnos participaron de UBA XXII: "Empezamos con tres alumnos en el primer cuatrimestre de 1985. El número viene creciendo cada año", subraya su coordinadora. "Sabemos por nuestra experiencia que el índice de reincidencia de quienes pasaron por el programa baja muchísimo: algunos hablan de un 3%, pero no lo podemos decir con exactitud. La cárcel desintegra y la universidad les da un proyecto, un aquí y ahora que cobra sentido."
Con su título de la UBA colgando detrás del escritorio, Fabio recuerda cómo estudió, entre idas y venidas, detrás de las rejas: pasó allí más de diez años, purgando dos condenas de cuatro, una de tres y algunos meses. La primera vez que cayó fue a los 18, por un robo de automotor que lo llevó de San Antonio de Padua, donde vivía, al penal de Olmos. Poco después, un intento de fuga hizo que terminara en Sierra Chica: en ese "pozo" decidió hacer el secundario.
Ya con 30, en la cárcel de Marcos Paz, se propuso empezar a "hacer las cosas bien". Conoció a una mujer de la Defensoría General de la Nación y le dijo: "Si le preguntás a cualquier penitenciario, te va a decir que soy quilombero, un cachivache. Pero quiero estudiar, capitalizar mi tiempo". Ella lo anotó en el Programa UBA XXII.
En el Centro Universitario Devoto (CUD), adonde fue trasladado tiempo después, comenzó a cursar como alumno regular. "A la noche había una sola lamparita en el pabellón: era el lugar donde todos se iban a pelear, pero también el único donde yo podía estudiar", cuenta Fabio. Ni la música a todo trapo ni las peleas o requisas lo desconcentraban.
Se convirtió en un referente entre sus compañeros y empezó a colaborar en la asesoría jurídica del CUD. Hoy se dedica de lleno a la profesión y dice que "cayendo detenido" no se imagina nunca más.
Contener a las familias
Rubén Calabretta tiene 74 años y en 2006 fundó con su mujer, Ana María, la Fundación Esperanza Viva, con el objetivo de contener, brindar asistencia y capacitación en oficios a las familias de los detenidos en Devoto. "La clave pasa por el contexto familiar: hay que preparar el terreno para que cuando recuperen la libertad encuentren la casa distinta a como la dejaron", dice.
La fundación trabaja en dos áreas: la primera y más urgente es la contención de las mujeres que llegan asustadas; la segunda, mostrarles que "se puede vivir de otra manera". A través de talleres como el de manicura, costura, panadería o computación, se busca insertarlas en una empresa o que creen un microemprendimiento. "Cuando sus maridos salen, se encuentran con que ellas trabajan: a veces les enseñan a ellos lo que aprendieron y ambos viven de esa labor", cuenta Rubén.
Cuando Miguel Ángel Litter cayó preso en 2012, al poco tiempo de empezar su relación con Gabriela Carrizo, ella quedó a cargo de nueve hijos (ocho eran de un matrimonio anterior de él). Con todos, Gabriela hacía la larga cola frente a la puerta de Devoto los días de visita. En esa espera interminable, vio enfrente el cartel de Esperanza Viva: allí encontró la contención necesaria para mantenerse de pie, y un apoyo para el microemprendimiento de producción de pan que tenía con su papá en su casa de Merlo.
Con mucho esfuerzo consiguió con la ayuda de la fundación levantar junto a su casa el espacio donde hoy toda la familia prepara el pan y otros productos. "Cuando salí de la cárcel me encontré con esto terminado", dice Miguel Ángel, que tiene 45. "Estando preso hacía fuentes de galletitas o pastaflora y se la daba a mi mujer para vender: daba una mano con lo que podía. Una vez fuera me puse a trabajar y dejé de hacer cagadas. El amor a mis hijos y mi señora me hizo cambiar: poder salir adelante, depende de la persona que tengas al lado."
Aprender un oficio
El ruido de las sierras cortando madera invade el patio de la Unidad Penitenciaria 46 de José León Suárez, partido de San Martín. Entre garitas de vigilancia y el alambre de púas que se enrula sobre las paredes de hormigón como una culebra interminable, un grupo de internos se concentra en las mesas de trabajo. Ernesto, de 40 años, lija un caballito. Sus compañeros Andrés (35) y Gabriel (29) apilan a un costado la labor terminada: mesas, sillas, juguetes de todo tipo y bancos de escuela.
Estos hombres son parte de los casi cuarenta que participan del proyecto Construyendo Sueños, una carpintería solidaria que nació en el corazón de la cárcel hace cinco años de la mano de Eduardo "Lobo", que tiene 56 y lleva ocho preso.
Con maderas donadas, hacen muebles y juguetes que luego son entregados a instituciones y organizaciones sociales. "Veía a muchos chicos que entraban por primera vez al penal y no hacían nada, solamente pelearse. Le propuse a las autoridades hacer esto sin conocer el oficio", recuerda Lobo. "Hoy somos 40: no hay grandes máquinas, pero ya llevamos más de 120 donaciones que fueron repartidas a unas 400 organizaciones."
En una visita al penal, el sacerdote José María "Pepe" Di Paola (párroco de la parroquia de San Juan Bosco, en la villa La Cárcova, cercana al lugar), le echó el ojo al proyecto. "Decidió comprometerse con la carpintería y llevar además al Grupo Intramuros del Hogar de Cristo, que busca dar orientación para aquellos internos que sufren adicciones. Se comparten experiencias y se trabaja el vacío espiritual", explica Marcos Liberatore, director del Hogar de Cristo Gaucho Antonio Gil, que depende de la parroquia de Di Paola y brinda un acompañamiento integral a los consumidores de paco y otras drogas.
Para Liberatore, el "vacío espiritual" es la enfermedad base de esos síntomas que son el consumo y el delito. "El objetivo es que aprendan un oficio, pero también la caridad, y que le puedan devolver algo a la sociedad a través de su trabajo", dice.
Dos ex presos son actualmente voluntarios del Hogar de Cristo: uno enseña en el taller de herrería y otro acompaña en adicciones.
Una misión en común: Llegar a más penales
Llegar a más penales del país con su labor es el propósito que comparten la Fundación Esperanza Viva, la carpintería Construyendo Sueños y el Programa UBA XXII. "Soñamos con que el Ministerio de Justicia replique este proyecto en otros lugares", dice Rubén Calabretta. Seguir enseñando el oficio de la carpintería en las cárceles y mostrándoles a los presos que otro camino es posible, es el objetivo de Eduardo "Lobo", cuando recupere su libertad. Por su parte, Marta Laferriere aspira a que un programa como UBA XXII se instale de forma definitiva en el penal de Marcos Paz, de la mano de alguna otra universidad: "Contarían con todo nuestro apoyo y sería clave para que esos presos puedan ser alumnos regulares. Hoy tienen que trasladarse a Devoto para cursar".
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