LA URRACA Y LA MONA (Fábula de Tomás de Iriarte)
A una mona
muy taimada
dijo un día
cierta Urraca:
“Si vinieras
a mi casa,
¡cuántas cosas
te enseñara!.
Tú bien sabes
con qué maña
robo y guardo
mil alhajas.
Ven, si quieres,
y verás las
escondidas
tras de un arca”.
La otra dijo:
“Vaya en gracia”.
Y al paraje
le acompaña.
Fue sacando
doña Urraca
una liga
colorada,
un tontillo
de casaca,
una hebilla,
dos medallas,
la contera
de una espada,
medio peine
y una vaina
de tijeras;
una gasa,
un mal cabo
de navaja,
tres clavijas
de guitarra,
y otras muchas
zarandajas.
“¿Qué tal? - dijo -.
Vaya, hermana.
¿No me envidia?
¿No se pasma?
A fe que otra
de mi casta
en riqueza
no me iguala”.
Nuestra Mona
la miraba
con un gesto
de bellaca;
y al fin dijo:
“¡Patarata!
Has juntado
lindas maulas.
Aquí, tienes
quien te gana,
porque es útil
lo que guarda.
Si no, mira
mis quijadas.
Bajo ellas,
camaradas,
hay dos buches
o papadas,
que se encogen
y se ensanchan.
Como aquello
que me basta,
y el sobrante
guardo en ambas
para cuando
me haga falta.
Tú amontonas,
mentecata,
trapos viejos
y morralla;
Mas yo, nueces,
avellanas,
dulces, carne
y otras cuantas
provisiones
necesarias.”
Y esta Mona
redomada,
¿habló sólo
con la Urraca?
Me parece
que más habla
con algunos
que hacen gala
de confusas
misceláneas,
y fárrago
sin sustancia.
El verdadero caudal de erudición no consiste en hacinar muchas noticias, sino en recoger con elección las útiles y necesarias.