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Charlas de café. Hilo social y cualquier tema de interés o entretenimiento.
 #155375  por usuario
 
Decidi abrir este topic como un desprendimiento de Maridaje cultural para postear cuentos cortos.Propios o ajenos.Narraciones amenas."Acompañamientos de ocasion", como los llama un amigo.
 #155376  por usuario
 
Aca va el primero

VECINOS PORTEÑOS
Los ojos cerrados adentro. Un poco de sombra nocturna consumiendo mis últimas gotas de sudor. También se consume la velita (la única vela que encontré en la alacena), que atenúa la falta de luz después del apagón. Mucho consumo mucho. El señor que vive enfrente sale gritando por el pasillo; se queja de algo o de alguien. Mejor duermo con los ojos cerrados adentro y no velas, no pábilos como dinamita a punto de explotar.

¿De quién es Buenos Aires? Es cierto que esta ciudad se desprende del resto. Ramallo se parece a los pueblos vecinos, y a los no tanto. Pero Buenos Aires es una ciudad de otros. Más ahora que el calor le da un aire de ciudad exótica, de puerto encantado. La mitad de la población porteña, o más, es extranjera. ¿De qué porteños estamos hablando?

Por eso el mote "vecino porteño" me parece pretencioso. No tengo idea de lo que es un "vecino porteño", pero los millones de trajes que pasean por Corrientes a las dos de la tarde, las manos en los bolsos apretando para que no se vayan en otras manos, los insultos civilizados de las señoras bañadas en maquillaje, no creo que eso sea un "vecino porteño".

Los ojos abiertos. La puerta. El hombre que vive enfrente golpea despacito. Sabe que estoy adentro, lo veo espiar por el ojo de la cerradura y las pantuflas debajo de la puerta. Igual espero, tal vez se arrepienta. Golpea más fuerte y ahora lo acompaña de un llamado imposible de eludir:

—Che, pibe, ya sé que estás acá.

—Voy, voy, no lo escuché.

Es la primera vez que lo miro a los ojos. Es mi "vecino porteño". El único. Las demás habitaciones se hallan desocupadas y las de arriba o abajo pertenecen a otra dimensión. Enseguida sonríe.

—Mirá flaquito, te la voy a hacer corta porque tenés cara de pocos amigos. Acá la culpa la tiene el Administrador. ¿Sabés qué queremos?

La primera persona del plural no me convence demasiado. No tengo espíritu corporativo, ni me calzo la camiseta de ninguna asociación.

—No tengo idea, ¿la cabeza?

—No te hagás el gracioso que se me pasa la hora de Susana. Vamos a hacer una notita y que nos descuenten de las expensas. Firmá acá.

Firmo.

—Gracias vecino.

Ya soy un "vecino porteño". Me lo dijo el tipo de enfrente. En realidad me importa poco. Escucho en los pasillos las amenazas de mi nuevo vecino y prefiero hundirme en el sillón con los auriculares, sin otros. Lo bueno de Ramallo es que tengo una casa sin vecinos, sin amenzas ni consorcios (que sería la institucionalización democrática y republicana del vecinaje).

Los ojos cerrados adentro y un campo. Hay un hombre en un camino de tierra. Una casa se hunde en medio del pueblo. Esa casa es el pueblo. Mañana me espera Ramallo para las vacaciones. Me va a costar abandonar a mis "vecinos porteños".
 #155378  por usuario
 
Veredas

Busco otra vez encontrar lo que antes fue sólo atributo de una sustancia infinita. Estoy aquí, andando y desandando unos tímidos pasos por la ciudad que contiene mi presencia, esa ciudad que amarra incansable mis pies al llano y me colma de historias y aventuras, procurando no saciar esa sed saludable.

Camino por una calle de esas que abundan en misterios y trato de recordar mi ya lejana ciudad desde donde partí cual Ulises de Ítaca. Recuerdo, imagen difusa, doctrinas que se mezclan con las de la vertiginosidad, ríos que no son ríos sino arena en un vidrio anunciando lo que sucederá. Y unos versos, casi fatales, quizá no tan barrocos o sumidos a una estética dogmática, pero que resuenan hermosamente en la voz de Julio Cortázar:

“De pibes la llamábamos la vedera
y a ella le gustó que la quisiéramos.
En su lomo sufrido dibujamos
tantas Rayuelas”


Rayuelas que sin duda yo también tracé sin decoro; rayuelas que hoy aquí, en esta ciudad magnánima, dibujan en las aceras manos infantiles y son atropelladas por miles de transeúntes.

Pero esta es otra simetría deliciosa con el pueblo y es esta la que quiero abordar no sin algo de perplejidad genuina de quien descubre tantas diferencias y tantas igualdades entre dos polos. Esa cuestión pudiera resultar ingenua, pero a mi me interesa el comportamiento inesperado, las acciones que encierran significados intrincados y los misterios baladíes del mundo. Porque, y he aquí el dilema: ¿a quién se le ocurre ponerse a lavar la vereda a las seis de la mañana?

Revuelvo en los atroces laberintos de la memoria y hallo una mañana de invierno; yo alistado con la indumentaria y preparado para asistir a clases. Recuerdo un pesar y los dedos congelados manejando la bicicleta que corría por una calle desierta. El rocío era escarcha y helaba el camperón que llevaba abrochado hasta el cuello, y la bufanda cubría lo sobrante.

Pero allí, desafiando todas las leyes de la lógica, de la racionalidad y del sentido común, las ancianas abandonaban sus camas mullidas, sus bolsas con agua caliente y tomaban la manguera y el balde de plástico. Muchas veces pensé en una Logia, o en una sociedad secreta.

Es irrisorio mencionar que esas ancianas despertaban en mi una honda consternación y que, aunque intentaba en mis ratos de meditación, nunca logré comprender qué mandamiento las motivaba a obrar de aquella manera, a mojarse con el agua helada cuando la menor brisa erizaba los cabellos: me daba hipotermia ajena.

Aquí en Buenos Aires me encuentro con episodios similares. Las ancianas con cara de perro son en esta ciudad hombres musculosos... con cara de perro. Digamos que el miedo aumenta proporcionalmente. Estos hombres desenfundan sus escobas de uso matinal y rocían las veredas con el fruto de los manantiales.

Allí los dejo mientras alejo mis pasos. Que queden aquellas y aquellos en sus sitios. Los unos en la fría acera, los otros en la fría memoria. Así, vuelvo la cara hacia la voz de Julio que toca su verso cúlmine y veo retratada mi faz en la fotografía que emula:

“A mi me tocó un día irme muy lejos
pero no me olvidé de las vederas.
Aquí o allá las siento en los tamangos
Como la fiel caricia de mi tierra”

Y callo discretamente.


Nota: el poema citado se encuentra en el libro Salvo el crepúsculo, de Julio Cortázar, y se llama “Veredas de Buenos Aires”.
 #155381  por usuario
 
UNA PALOMA-
Una paloma, acaso aquella que sobrevoló a Latinos y Troyanos durante los años del gran Eneas, acaso aquella que fue musa de marchas patrias. En todo caso qué importa. Es esta paloma aquí, solitaria y deglutiendo lo que le da la gente al pasar. Los automóviles la espantan, pero vuelven; extraño vicio de ser amigables el de las palomas porteñas, dejando que uno se acerque hasta casi tocarlas con el dedo. Y me hace recordar, de una manera absurda e inexplicable, aquel viejo cuaderno de notas que también se deja acariciar por la tinta, pero que siempre vuela, independiente del brazo que lo crea.

Hoy mi vista se fija en un prodigio de la imaginación, una obra magnánima que puede dejar boquiabierto hasta al mas insensible de los hombres, tanto por su dimensión como por la increíble arquitectura que ostenta. ¿Qué manos labraron sus estatuas? ¿Qué razón forjó los planos de esta estupenda obra? Nombres, nombres que suelen ser vanos ante los hechos.

El Congreso de la Nación es una especie de ágora griega, es decir, aquel lugar donde los representantes que el pueblo elige mediante el sufragio deliberan sobre temas que a éste atañen. Pero ese no es el punto que interesa a mis notas ya que poco o nada entiendo de política actual. La cuestión no es lo institucional, sino el edificio que contiene a esta institución tradicional.

Desde la Plaza Congreso, cubierta de esas palomas que ocultan su origen, busco trazar un croquis de la arquitectura del edificio y logro completar algunas sensaciones:

El color de los muros es de un blanco ceniciento, como derruido por el tiempo o quizá por el peso de la historia; en su frente se erigen columnas altísimas que recuerdan a los antiguos edificios romanos, portadores de leyes y descendientes de la estirpe de Ascanio; gárgolas en vilo descansan en la cima del gigante y unas hondas escalinatas constituyen el pie y acceso.

Imposible no impresionarse, imposible no recorrer ese frente en la memoria, abandonando todo intento de descripción, agotando adjetivos en vano. El Congreso es un punto interesante de esta ciudad que en algún tiempo sintió los furores renacentistas románticos.

Decido dejar de anotar estas vanidades, de marchar acaso con una nueva imagen surcando mi frente por siempre. Otra vez la ciudad, otra vez esta intriga continúa con una aventura que no quiere acabar.

La paloma solitaria se acerca a mi banco, inexpresiva. ¿Qué sucesos habrá presenciado frente a este edificio? Parece adolecer de la historia. Parece guardar, como yo, un silencio discreto.
 #155395  por usuario
 
“El viaje”

La balsa se movía despacio, sus motores apagados esperaron un tiempo. Nos dieron ese instante de silencio absoluto, entre el cielo y el lago, entre espejos de vida e historias. Éramos nosotros, eran ellos, era todo cuanto hubiera pasado.
Se fugo el tiempo de mis ojos y entre esas estrellas vi mi mundo llenarse de vidas que aun no conocía.
Fueron todas ellas, fuimos nosotros, serían ellas y el mundo que alguna vez ni siquiera estaría.
Fue presencia y ausencia, fue ese azul tan negro y así tan presente apoye la espada en el borde que ya no existía.
Un soplo suave de brisa helada llegaba del infinito. Acarició mi espalda, congeló mi cara, mis manos, mi instante.
Su melena se movía tan suave… y me deje ir entre el agua clara.
La marea nos mecía, la noche brillaba furiosa. Las estrellas se entregaron al momento y la piel se erizaba sin remedio.
Su cara tan cerca, el cielo en mis manos y nuestra historia en todo asomada.
Cayó el tiempo por la borda cuando mis ojos intentaron recorrer los suyos.
Fue tomar la paz en mis manos y estirarlas buscando más.
La miré de reojo, parecía fuera de ella, tan serena entre el silencio y las palabras. Solo giró su cabeza Su pelo se movía suave en la frente…
La madera crujía quejosa.
Las olas chocaban despacio, y el sordo ronroneo del motor llegaba rompiendo el hechizo hasta hacerse parte.
Fueron todos los silencios, fueron todas las palabras…
 #155400  por usuario
 
LA JIRAFA
DE AZUCAR

POLDY BIRD

-Bueno, tu familia también tiene su historia, ¿eh mamá?

Por ejemplo, tu tía Sarita... ¿Cuántos años vivió metida en la cama, sin salir a la calle?

Oído así parece grave...

No sé cuántos años... muchos. Desde que yo tenía siete, hasta que se murió.

Y aunque parezca mentira, nunca me pareció “encerrada” en la casa. Veo a un montón de personas encerradas en prisio­nes verdaderas mientras caminan por las calles, engañan o son engañadas, fuman rabiosas en mesas de bares, llevan la soledad y el odio pintados en los ojos.

Jamás se conmovieron por sencillas his­torias de amor teatralizadas por la radio. No sueñan. No creen. No hablan más que de “pertenencias materiales”, su status es una etiqueta de marca cosida en el trasero del jean, o bordada en el bolsillo de la camisa...

A ella nunca le importaron esas cosas.

-Pero se lavaba las manos con alcohol.

-¿Y qué? Se lavaba las manos con alco­hol, pero no las usaba para contar dinero de coimas v negociados. Sus manos “sin micro­bios” no golpearon a nadie.

-Tampoco acariciaron.

-Ella no usaba las manos para acari­ciar, pero me acariciaba con cientos de cosas que son caricias para una niñita... ¿Con qué te acarician tus normales y sanas tías?

¿Cuál de ellas le puso a tu alma un par de alas de mariposa para que volara con la músi­ca de Brahms y Wagner? ¿Te hablaron de las copas de cristal rotas por una aguda nota de la garganta de María Barrientos? ¿Te hicieron entornar los párpados mientras pasaban un disco de Enrico Caruso por la radio? ¿Te contaron, como si fueran cuentos las histo­rias inolvidables de las óperas, mientras las transmitían desde el teatro Colón? ¿Te explicaron los colores de la selva de Tarzán?

Sentadita a los pies de su cama, yo me maravillaba con el tamaño que cobraban las mosquitas cuando ella las veía, ¡ocupaban una habitación cada una!

Con mi tía Sarita podía hablar de cual­quier cosa: de mi mamá muerta, de los fan­tasmas que te tiran de los pies y te despier­tan, de la mala de Isabel que me pegó un caramelo en el pelo durante el recreo de las diez.

Ella creía lo que yo decía y yo le leía mis versos y no me avergonzaba de llorar teatralmente para impresionarla.

En un mundo en el que todos estaban apurados, ella tuvo tiempo para la niña que le ponía demasiada manteca a los scons.

Para ella fui preciosa, inteligente, sensible, creativa.

Cuando aún no estaba en cama, cuando, todavía iba al centro en tren, me compraba animalitos de azúcar: unas confituras preciosas coloreadas que me comía de a poquito, así duraban más.

La que me gustaba era la jirafa, a la jirafa le dibujaba pestañas...

Ella, mi tía Sarita, me enseñó lo que es la confianza.

Jamás se le ocurrió imaginar que su espo­so Pascual, que vivía con su hermano François (Fransuá, el francés que regresó vivo de la segunda guerra, a la que fue a com­batir voluntariamente) hubiese podido siquiera “mirar” a otra mujer; aunque con ella no convivía desde que la “neurosis obse­siva” la confinó a una cama.

Todos los jueves y domingos, durante los años que vivió, Pascual la visitaba, con su bandeja de masas para el té, su voz alegre y alta, sus entusiastas “¡Bravo, bravo!” cuando algo le parecía interesante. Jamás faltó. Jamás se quejó.

Y a ella le brillaban los ojos claros al oír el timbre de las cinco menos diez cada jueves, cada domingo.

Él, mi tío Pascual, me enseñó lo que es el respeto...

Como verás, mi familia también tiene su historia.

De la más dramática, aprendí a amar a Chopin y Paganini, a Verdi y Beniamino Gigli, a llorar por la Traviata y Madame Butterfly, a aplaudir sin ruido los pasajes armoniosos de Sílfides, de Pedro y el lobo, a cerrar los ojos para “mirar” las historias de la radio...

Viajé más kilómetros sentada a los pies de la cama de mí tía Sarita, a los ocho y nueve años, a los diez años... que los que recorrí después, durante el resto de mí vida...

Imaginate...

Una jirafa de azúcar...
 #155416  por usuario
 
El Fantasma .
Marc E. Boillat de Corgemont Sartorio


Esta es la historia de un joven que no podía dormir casi nunca puesto que un fantasma espectral le aparecía en sueños y le angustiaba revelándole todos los secretos más íntimos que él albergaba, demostrándole así que lo sabía todo acerca de él.

El joven estaba desesperado, hasta el punto que llegó a detestar el momento de acostarse pese al cansancio acumulado. Había visitado doctores y psicólogos, había confesado su problema a amigos, lo había intentado todo, pero sin resultados: el espectro seguía presentándose cada noche y le recordaba todos los rincones más íntimos y dolorosos.

Ya al borde de un colapso nervioso, decidió pedir auxilio de un célebre maestro zen que practicaba en la misma provincia. Fue a ver al maestro que le recibió amistosamente. Tras haberle explicado el dilema, el joven añadió: " Ese fantasma lo sabe todo, absolutamente todo acerca de mí, e incluso conoce mis pensamientos ! No puedo sustraerme a su dominio ". El maestro pensó que la solución no estaba fuera del alcance del chico y le sugirió que hiciera un trato con el fantasma. " Esta noche, antes de acostarte -le dijo- coge un puñado de lentejas al azar y no las sueltes. Luego acuéstate y espera. Cuando el espectro se presente proponle un trato. Dile que si adivina cuántas lentejas tienes en la mano será para siempre tu dueño y que si no lo adivina deberá desaparecer para siempre. Vamos a ver que pasa ".

El chico procedió del modo que le aconsejo el maestro. Poco después de acostarse el fantasma apareció y le dijo: " Sé que intentas librarte de mí. También sé que te has ido a ver aquel bobo del monje zen para que te ayude a echarme, pero tus esfuerzos no te servirán para nada "." Bueno -respondió el joven- ya sabía que me habrías descubierto, así como supongo que indudablemente sabrás cuantas lentejas tengo en el puño ". El fantasma desapareció para no volver nunca jamás.
Lo que no sabía el chico no lo podía saber su fantasma.
 #155457  por usuario
 
2 cortisimos cuentos.

Catequesis
-El hombre -enseñó el Maestro- es un ser débil. -Ser débil -propagó el apóstol- es ser un cómplice. -Ser cómplice -sentenció el Gran Inquisidor-es ser un criminal. Marco Denevi


La mujer

Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envía en su persecución los perros de su deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pie de la montaña se detienen jadeando. El hombre sabe, en su sueño, que jamás en su sueño podrá alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya. (Ana María Shua)
 #155485  por usuario
 
La bella durmiente del bosque y el príncipe

La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho, pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.

(Marco Denevi)

Apuntes para ser leídos por los lobos

El lobo, aparte de su orgullosa altivez, es inteligente, un ser sensible y hermoso con mala fama... Trata de sobrevivir. Y observa al humano: le parece abominable, lleno de maldad, cruel; tanto así que suele utilizar proverbios tales como: "Está oscuro como boca de hombre", para señalar algún peligro nocturno, o "el lobo es el hombre del lobo", cuando este animal llega a ciertos excesos de fiereza semejante a la humana.

(René Avilés Fabila)
 #155507  por usuario
 
DON FULGENCIO
Alberto Garijo



La clientela del supermercado asistía con
desigual atención al derroche de vitalidad
comunicativa que protagonizaba aquel individuo.
Sus ademanes rápidos y comentarios chistosos
suscitaron toda clase de reacciones, desde
miradas compasivas a sonrisas cómplices. No
faltó incluso algún bisbiseo peyorativo que el
espontáneo animador se apresuró a eliminar al
casi grito de "¡Silencio, silencio! ¡Hoy es el
día de don Fulgencio!". Lo más curioso fue que
el pintoresco charlatán -un hombre mayor de
complexión huesuda, pelo entrecano y ropa
anticuada- se marchó finalmente sin comprar nada
y desapareció entre la lluvia sin paraguas ni
capucha. Yo estuve allí ese día; y hoy, meses
después, he comprendido al fin la razón de su
ávido entusiasmo. Para él fue, sin duda, una
ocasión única y muy especial. Lo supe esta
tarde, cuando encontré por casualidad su
fotografía. El retrato no le hace mucha
justicia; pero aun así, al reconocer su faz en
ese pequeño óvalo de tono sepia sobre una losa
fría y descuidada, reverencié su deseo de vivir,
que eclipsó durante una preciosa fracción de
tiempo -qué importa cuánto- la más pavorosa y
definitiva de las soledades.
 #155518  por usuario
 
AZAR EOLICO
Alberto Garijo



El profesor Ridruejo deambulaba por la noche de
la ciudad con el abatimiento típico de quien ha
sufrido un duro revés, porque eso era
exactamente lo que le había sucedido. Durante la
víspera, y tras una jornada muy tensa, había
sintetizado al fin la molécula buscada con
fruición, el crecepelo que relegaría la alopecia
al desván de los deterioros biológicos
suprimidos. Un golpe de aire arrastró la
granulosa sustancia recién obtenida, la cual
salió por la ventana y se dispersó en el viento.
Fabricaría una nueva muestra, eso por
descontado, pero el proceso era muy lento y
costoso. La principal dificultad radicaba en el
componente mimético, un nuevo material que
reconocía al tacto una calva y hacía brotar de
ella en cuestión de horas una lustrosa
pelambrera con el tipo de cabello más idóneo
para la cabeza huésped. Y aquel portento
biotecnológico se había disuelto en la atmósfera
como el humo de una cerilla, un estúpido
accidente que el profesor Ridruejo lamentaba sin
cesar. Su reiterativa autoinculpación no se
detuvo ni siquiera cuando lo hizo él, agotado,
para sentarse con gesto cariacontecido en un
banco cualquiera de una plaza desierta. Un farol
le enviaba su luz; la misma que recibía la
estatua de cierto prócer, cuya calvicie aparecía
extrañamente sustituida por una pétrea eclosión
capilar.
 #155778  por usuario
 
"RECE PARA Q REGRESARAS"
Tenía q ser una noche especial. Porque hacia poco q nos reenocntramos despues de una larga y destructiva ausencia. Porque era sábado.
Porque el cielo estaba estrellado.
Porque yo, q no tomo vino, tomé un poco para brindar secretamente por nosotros, por vos, para que "se te diera" el contrato q esperabas.
Porque seguiré siendo una "soñadora empecinada" hasta q me muera.¡Igual q John Lennon!
Poruqe me duele todavía, pero aprieto el dolor. lo destripo, lo desmenuzo, lo borro y consigo olvidarlo cada vez mas seguido y por más tiempo.
Porque recé para q regresaras.
Porque Dios me escuchó.
Porque El me cree.
Poruqe te amo.
Porque dos q se quieren y viven juntos son una familia y deseo q esa familia crezca agregàndole cariño de los q me lo dan a manos llenas y te aceptan porque yo te he elegido, y tambien deseo q crezca agregándole el cariño de los q estaban con vos cuando nos conocimos.
Porque respirabamos el aire limpio y oxigenado de un fin de semana fuera de la ciudad.
Poruqe estaba contenta.
Porque comimos en grandes platos de blanquisima loza y bebimos en bellas copas de cristal.
Poruqe hacía cinco años q habias llevado la ropa de tu departamentoal mio y compré apresto para tus camisas y pomada para lustrar tus zapatosy planché tus corbatas poniéndoles yb cartón adentro asi no se marcaban las costuras.
Porque-no importa lo q hayas hecho- volviste cabizbajo, derrotado, ojeroso, haciendo ruido
al respirar, sólo con una campera, dos pulloveres, unas medias viejas, ningún pañuelo, dos jeans, cuatro camisas,y unas arrugas nuevas q tiraban tus gestos hacia abajo... volviste ausente empobrecida el alma, fatigado, con miedo, desconfiado de todo y de todos... y me dijiste "quiero q reconstruyamos juntos"... y te sentí tan míoq no cré q fuera tan dificil, tan trabajoso y arduo ir sacándole espina por espina, ese millón de espinas...
Yo tomé un sobrecito de azucar, te lo dí.
-Tomá. Para q tengas suerte, te lo tienen q dar.
Lo guardaste en el bolsillo de la campera.
El otro sobrecito quedo sobre la mesa.
Esperé q me imitaras, pero no.
Quedó sobre la mesa...
Quizás creas q yo no necesito suerte.
Q no me canso de luchar.
Q soy fuerte.
Q lo q tengo lo hice sin esfuerzo.
Q el q sufrió mas fuiste vos,
¡vos!
Q no pasé cien noches con insomnio
Q no lloré como loca, aburriendo a mis amigos con mi estribillo repetido, invariable de "lo amo, le pido a Dios q vuelva".
Pero no importa. Est´s. Aqui estás. Ya sin ojeras. Con menos miedo. Con unos gramos de confianza en vos. Con la ternura q se va formando con celulas pequeñas, diminutasy es apenas un brote q se asoma y estoy segura de que será un tallo y al fin dará una flor.
Por eso no reproché nada.
Por eso no me dio rabia, y te arropé cuando te acostaste, y me quedé frotando cera a los muebles de madera, les saqué lustre.
Hay un olor a hogar, a casa armada.
Y bendigo cada sillón y cada silla en la q te sentás, cada centímetro de piso q queda en la marca de tus pasos.
Bendigo tun respiración junto a mi oido en la noche q sigue estrellada y espléndida.
y sé, porque eso ya se sabe, q comenzar de nuevo no es fácil, q tendré muchas veces q obligarme a tragar la rabia, los problemas, la angustia, q lloraré todavía sobre el hombro de los amigos q han quedado, y ellos me arrullarán, me cantarán una canción de cuna si es preciso... y ninguno me dirá q haga tal o cual cosa q no siento hacer, porque lo q más desean es q sea feliz, y oran por ello, y tantas oracuiones no pueden quedarse sin respuesta.
Ojalá q no queden sin respuesta.
********** POLDY BIRD
 #155781  por usuario
 
La mitad de un recuerdo cada uno
Poldy Bird

Yo no quiero que se olvide nada. Pero le tengo tan poquita confianza a mi memoria, que te propongo dividirnos los recuerdos: una vez escribí un pequeño poema con marcador negro sobre el vidrio de un cuadro y en una de esas mañanas agitadas de limpienza general le pasaron un trapo y lo borraron. Quise volver a hacerlo, armé un rompecabezas de palabras, pero por más que me esforcé, aquel breve poema fue a dar a una caja gigantesca y lejana, que nadie sabe donde está, custodiada por duendes o mariposas, una caja a la que van a dar todas las cosas queridas que se pierden.


No, no me digas que peguemos fotografías en un álbum : en esa caja hay cientos de millones de álbumes de fotografías.


Tampoco me pidas que lo escriba en un cuaderno. En esa caja hay cientos de millones de cuadernos.


Lo nuestro, lo que vivimos vos y yo en estos años de amor, solamente permanecerán vivo si lo anotamos en el corazón.


La mitad de un recuerdo cada uno, y de vez en cuando juntarnos a armarlos, y hacer vivir de nuevo las horas amarillas de sol, las horas celestes de las tardes movedizas como ríos. Las horas de sal no. La sal hace arder los ojos y los pone a llorar.

Yo me quedo con las rosa, vos quedate con el río. Y al unirlos, será el nombre de la ciudad en donde nos conocimos : Rosario.


Vos quedate con el beso y yo con el temblor.


Vos con la música y yo con la letra de las canciones que nos gustan.


Vos con los paisajes montañosos que vimos y que te gustan tanto. Tierras color de malva, de guinda, de esmeralda. Arboles descolgándose hacia los precipicios, pueblitos como hechos de cerámica.


Yo me quedo con el mar. El mar es una parte de mi cuerpo. Es lo que dentro de mi batalla y clama, lo que a veces me empuja por la calle, cantando, lo que lava con magia mi fatiga.

Vos quedate con el gesto posado con que me miro en el espejo y te da risa.

Yo me quedo con la acuarela celeste fuerte de tus ojos y con los redondeles de humo que dibujás en el aire cuando fumás.

Vos ordená los cuentos que te hago de mi infancia, los olores del pasto, del jazmín, del chicken pie, la torta de manzana, los escones, el té verde, el maquillaje en polvo, la bolsita con flores de lavanda perfumando las sabans adentro del ropero con el espejo enorme ... Yo ordenaré los cuentos de tu niñez con espejuelos rotos, rodillas lastimadas, torres de milanesas, obligatoria sopa, un tío llamado Mayo, y un acento español flotando en la casona de la incansable abuela.
Vos quedate conmigo.
Yo me quedaré con vos.
Así, de esta manera, sólo estando juntos podremos ser vos y yo. Y no me digas que ésto es una trampa para atarte. Porque yo lo sé bien : sí, es una trampa para atarte. Una de esas trampas sin malicia, totalmente permitida en el amor.

 #155790  por gadriana
 
Tal vez...Para cuando nos ponemos inflexibles.....

LOS TRES SABIOS

Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance. Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios que eran ciegos. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.

Los tres sabios que eran ciegos quisieron también ellos conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.

El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.

Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trataron de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.

Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. se colgó de ella y comenzó a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba a la bestia, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:

- Yo se muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para hamacarse.

Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos lo que habían descubierto sobre el elefante no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo, pero lo que decían parecía imposible de concordar. Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.

Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.

Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado. Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.

Mamerto Menapace

 #155794  por usuario
 
Gracias Gadri por este relato de Menapace. Siempre tan simple y certero.

Aca les acerco un relato.

El coleccionista de sonrisas

El 26 de agosto de 1990, en la segunda página del ‘The New York Times’, se publicó la fotografía de un atentado producido durante la invasión de Irak a Kuwait. A pocos metros de los cadáveres de un par de civiles, una niña miraba lo que parecía ser una muñeca, mientras que el artículo correspondiente mencionaba a 18 kuwaitíes exiliados, que recordaban a sus más de 500 compatriotas muertos. Y si bien existía una relación entre el texto y la imagen, el rostro de la niña hablaba de otra historia, que no tenía nada que ver con los personajes retratados. Era como si ella hubiese acabado de sonreír hacía un segundo.

Albert O'remor no era corresponsal de guerra, pero a su representante le fue sencillo contactar con el ‘Times’ y venderle los derechos de la fotografía, porque O'remor gozaba de cierto prestigio en el ámbito artístico neoyorquino. Aunque prestigio no es el término más adecuado para definir su posición en ese gremio. Prácticamente no se hablaba de la calidad de su trabajo, sino del tema recurrente que siempre abordó en sus obras, derivando las conversaciones hacia los posibles orígenes de su obsesión, donde las opiniones eran encontradas e iban de lo dramático a lo sublime, pasando incluso por la burla. En lo que sí estaban todos de acuerdo era en que su ‘enfermedad’ era degenerativa. Si no fuese así, por qué otra razón viajó a Kuwait a retratar a esa niña, por qué necesitaba situaciones cada vez más dolorosas para capturar una sonrisa.

Albert O'remor, de madre danesa y padre irlandés, nació en Baltimore, Estados Unidos, en 1958. Ya a sus cuatro años, Albert comenzó a manifestar una especial atracción por las sonrisas ajenas y, con el tiempo, pasó a convertirse en una profunda fascinación, despertando un incontrolable deseo por coleccionarlas. En su octavo cumpleaños, le obsequiaron una ‘Instamatic 133 de Kodak’. Como era de suponer, al comienzo, cualquier sonrisa le valía, mas ese comienzo fue muy breve, porque el mismo día en el que le regalaron la cámara, agotó el carrete con los rostros de los invitados que posaron para él y no pudo ver las imágenes hasta tres semanas después, cuando consiguió ahorrar lo suficiente para revelar los negativos.

Tras esa primera experiencia, se dedicó a sorprender a sus familiares con la intención de obtener sonrisas espontáneas. Los flashes provenían de debajo de una cama, del asiento posterior del coche, de entre las ramas, del armario y de cuanto lugar le sirviese para su cometido. Una vez completado su décimo álbum, volvió a cuestionarse, optando por incluir a desconocidos. Así lo hizo durante más de una década.

A pesar de aparentar ser un dato irrelevante, antes de proseguir, me gustaría destacar una de las series que formó parte de este período, compuesta por las sonrisas de una hippie que mostraban las distintas variaciones de la expresión con respecto al tipo de droga que ella había consumido. Esta serie -no en ese momento, pero sí cuando reflexionó al respecto- ocasionó que O'remor hiciese una pausa prolongada. Los siguientes dos años no tomó ninguna fotografía, los empleó en clasificar las 16,478 que ya tenía. Fue consciente de que una sonrisa al despertar tenía distintos matices que una al acostarse, que la de su hermano menor era distinta cuando veía a su madre que cuando veía a su padre, que la de su abuelo variaba en el día y no con la edad, que una sonrisa no era más bella por el rostro sino por la sinceridad y que, sin excepción, todos teníamos la capacidad para mostrarla. En ese punto tuvo dos sensaciones. Su colección era bella; sin embargo, no era tan especial. Cualquiera podría tener una como la suya, simplemente era una cuestión de tiempo y dedicación. Se quedó en blanco tres años más.

En 1984, volvió a coger la cámara bajo la siguiente premisa: “Todos podemos sonreír, pero no todos somos iguales”. Se puso a fotografiar a personas famosas. Le duró una semana. Las revistas de un quiosco contenían más de las que él podría conseguir en toda su vida. Se sintió estúpido por haber planteado una premisa tan vulgar. Lanzó otra: “Todos podemos sonreír, pero a unos les cuesta más”. Con el ánimo renovado, retrató a mendigos, minusválidos, a payasos sin disfraz, soldados de guardia y a cuanto estereotipo se le cruzó por la mente. Se dio cuenta de que no era tanto un asunto de personas… y se atrevió a lanzar una tercera: “Todos podemos sonreír, pero hay momentos en que nos es casi imposible hacerlo, porque no nos nace o nos lo prohibimos”.

Albert pasaba las mañanas observando los entierros y, en las noches, hacía guardia en la sección de urgencias de los hospitales. Una que otra vez, para variar la rutina, se asomaba a los incendios y a otras desgracias ocasionales, conducta que fue muy criticada tanto por algunas instituciones sociales como por la mayoría de los artistas neoyorquinos. No obstante, O'remor sostenía, de cara a sí mismo, que una sonrisa, en un momento de tragedia, evitaba que se destrozasen fibras emocionales profundas. Para valorar mejor su perspectiva, es necesario enfatizar que a él le deslumbraban las sonrisas y no las risas (ya sean con gracia o histéricas).

Unos meses antes de que Irak invadiera Kuwait, Albert O'remor se había instalado en Oriente Medio. Quería saber cómo eran las sonrisas de las personas que vivían en una tragedia constante. Sin duda, su fascinación lo colmó. Eso explica que el día en el que retrató a la niña del ‘Times’, cuando se produjo la explosión seguida de un tiroteo, en lugar de correr, le regaló la muñeca a la niña, para fotografiarla. En medio de esa sesión, una bala lo alcanzó. La pequeña dejó la muñeca y cogió la cámara.

Tras su muerte, se realizó la primera exposición sobre su trabajo. La galería Leo Castelli presentó la “Smile's Collection”, incluyendo la foto que tomó la niña kuwaití, la única en la que aparecía Albert O'remor.

por Rafael R. Valcárcel
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