Portal de Abogados

Un Sitio de Ley 

  • Cuentos cortos-Acompañamientos de ocasión

  • Charlas de café. Hilo social y cualquier tema de interés o entretenimiento.
Charlas de café. Hilo social y cualquier tema de interés o entretenimiento.

 #205694  por pasto
 
usuario escribió:
pasto escribió:
usuario escribió: Hoy es feriado. Alguien se anima??
Viste Lila, vos me acusabas a mi de poca imaginación...........
y???????
Perdon, pastora.
Hoy veo si me inspiro.
bueno, tendré que hacerme cargo yo.....

 #212120  por pasto
 
pasto escribió:
usuario escribió:
pasto escribió: Viste Lila, vos me acusabas a mi de poca imaginación...........
y???????
Perdon, pastora.
Hoy veo si me inspiro.
bueno, tendré que hacerme cargo yo.....
Vamos, que hay que terminarlo!!!!

 #227184  por silviasandra
 
Quien lo sigue ????

 #227213  por mariber
 
ay usuario, que alegria leerlo a esta hora de la noche, a puro talento inesperado me encuentro con sus obritas (que solo tienen de pequeñas su extension) que ensanchan el resabio literario que permite esta profesion. siga siga usuario please!!!! que ya las estoy coleccionando!!! :D :roll: :oops:

 #227220  por silviasandra
 
mariber....viste que buenos cuentos ......

 #227655  por Ariel Robotti
 
Permiso
Aca va uno jajaja
¡¡Que injusta es la vida!!

No pudiendo contener mi curiosidad, me dirigí a Esteban en los siguientes términos:
_ Hola Esteban, me gustaría que me ayudes, en la medida que te sea posible, a modificar de alguna manera el concepto que tengo de tu persona.
Esteban era un tipo más bien introvertido, algo desconfiado de todo el mundo, uno a veces no podía determinar si se encontraba de mal humor o simplemente le repugnaba nuestra presencia. Sobre todo la mía. Talvez era yo el único que se percataba de su repulsión. A los demás parecía no importarle, o quizá no eran lo suficientemente sagaces para notarla. Su aspecto me desagradaba profundamente y sus miradas con aires de superioridad solían irritarme, como también su costumbre de murmurar por lo bajo cuando uno le pedía explicaciones por alguna de sus frecuentes respuestas ambiguas.
Esa tarde viéndolo con cierta predisposición para el dialogo, lo aborde de la manera en que acabo de relatar y mirándome con cierto asombro pronunció:
_ ¿Que?
_ Si. _continué _ Me gustaría, ya que hace cinco años que nos vemos todos los días, conocer algún otro aspecto de tu persona. Alguna otra faceta que no sea la de tu pelotudez cotidiana.
La desconfianza con que solía mirar a todo el mundo fue adquiriendo magnitudes indecibles y se reflejaba en todo su rostro. En un momento, durante la reformulación de mi pregunta, aquella expresión desapareció violentamente y su semblante se transformó en el de un psicópata encolerizado. Mas tarde deduje que aquel cambio en su expresión se debió a la alusión que hice de su pelotudez.
Fueron varios segundos de silencio. El permanecía con su vista fija en mi rostro, y una mezcla de ira, sorpresa, odio, humillación, y un orgullo herido tanto por la pregunta como por lo que me pareció un murmullo de risas reprimidas que provenían de la recepción, a unos cinco metros del recinto, puerta de por medio, podía advertirse en el suyo.
De repente bajó la vista, como quien se encuentra ante su vencedor luego de un combate desfavorable del que no obtuvo más que vergüenza, y sus hombros fueron cayendo lentamente dándole un aspecto de desgraciado. No pude más que sentir lastima por aquella criatura, y cierto remordimiento me hizo bajar la mirada vencedora con aire meditativo. Fue en ese instante que alcance a ver con la vista periférica un movimiento brusco de Esteban y al levantar la cabeza mi mentón se encontró impredeciblemente con su puño derecho que evidentemente se encontraba cerrado.
Cuando desperté me encontraba en uno del los sillones de la recepción. Pude ver que había terminado la jornada laboral, no obstante lo cual, estaba presente la mayoría del personal. Supuse que esperaban ser testigos de mi estado de salud cuando despertara, sin embargo parecían no prestarme atención. Solo Carmen y José se acercaron para hablarme. Por ellos me enteré que Esteban había salido del recinto fatal dando alaridos desesperados que anunciaban mi muerte y proclamaban su autoría. Lejos de ser en sentido triunfal Carmen dejo bien en claro, sin necesidad de explicaciones, que sus gritos eran de terror, supongo yo que con menos base en mi supuesta muerte que en las obvias e inminentes consecuencias . El hombre sufrió varios desmayos a causa de las emociones que le reportaba mi aparente estado de defunción, hasta que finalmente lo llevaron a su casa por la fuerza en medio de alaridos desgarradores.
No se hasta que punto sea cierto todo esto. Talvez eso del arrepentimiento sea un invento de Carmen para encubrir de alguna manera la mala fe de Esteban en el asunto. Otras versiones que me llegaron posteriormente indicaban que luego de caer tendido en el piso, Esteban descargo un sinfín de puntapiés sobre mi estomago y costillas. Otros dicen que fueron solo dos hasta que lograron separarlo de mi cuerpo inanimado que yacía en el piso.
Considerando la naturaleza enigmática de Esteban, son probables tanto la versión de Carmen como las otras. Por mi parte al rever mi estado anatómico note un creciente malestar estomacal y también dolor en las costillas, pero es probable que solo haya sido un efecto sugestivo. Lo cierto es que, lejos de implicar a la sugestión como causa, mi mandíbula sufrió una grave fisura, como lo demostró una placa radiográfica.
Ya han pasado tres años y aún sigo pagando las injustas consecuencias de aquella casi trágica sucesión de acontecimientos. Y si digo casi, es por que Esteban actualmente goza de una estupenda y jugosa pensión por invalidez la cual, y de esto estoy convencido, logra procurarle sobradamente lo que los pesimistas llaman consuelo. No es la suerte que yo esperaba ofrecerle a este ser tan considerado. Creo que fue peor la mía. Tengo que esperar que mis abogados logren demostrar que actué en defensa propia cuando Esteban recibió el batazo de baseball en la columna vertebral a la altura de las cervicales. De todos modos mi confianza esta depositada enteramente en la capacidad de estos auténticos parásitos, y también sé que el hecho de que Esteban haya estado durmiendo de costado en ese momento no representaría, llegado el caso, ningún tipo de agravante y tampoco seria motivo suficiente para suponer que no actué en defensa propia.
En fin. Si todo marcha bien pronto estaré en la calle y podré poner fin a este dolor, que no se lo deseo a nadie, dándole el golpe de gracia a aquella enigmática criatura.

Ariel Robotti

 #229382  por silviasandra
 
El pastorcillo y la serpiente

Un pastorcillo sacaba todos los días su pequeño rebaño de ovejas y cabras a pastar por los campos. Tendría unos ocho años de edad y su mayor ilusión era ir a la escuela para aprender cosas. Eran cinco hermanos y en horas del colegio, él siempre tenía que estar con su pequeño rebaño en el campo.
Un día le dijo a su madre, que quería ir a la escuela para aprender cosas y la madre con mucha pena le contestó —hijo mío, que más quisiera yo, pero eres el mayor de tus hermanos y como bien sabes, tu padre está muy enfermo y no puede trabajar cuando papá se ponga bien podrás ir a la escuela, de momento y aunque me duele mucho decírtelo, no puedes? Hay que sacar el rebaño para que pueda pastar y con la leche que sacamos, podemos comer tus hermanos, tú y nosotros.
Guillermo, que era como se llamaba el pastorcillo, ese día se fue a dormir triste por que de momento no podía ir a la escuela y a la vez muy contento, por que gracia a él, su familia no pasaría hambre.
Al día siguiente y como siempre, Guillermo sacaba su rebaño a pastar y para llegar a los tiernos pastos, tenía que pasar por delante de la escuela, donde los niños más afortunados estudiaban.
Aunque algunos niños que estaban en la escuela (por lo visto no la aprovechaban mucho), solían decirle en tono burlesco —Guillermo, si no estudias, serás un analfabeto, un burro y se burlaban del.
Sobre las doce de ese mismo día (estando sentado y repostado sobre el tronco de una vieja higuera), le entró un sueño muy dulce y se quedó dormido y una vez dormido, tuvo un extraño sueño.
Su sueño: Tú lo que tienes que hacer, es llevar el rebaño a donde no haya comida, o perder alguna oveja y cuando lo hayas hecho varias veces, veras como tus padres no te manda más con el rebaño y entonces, veras como si que podrás ir al colegio.
Cuando se despertó de aquel extraño sueño, se juntó con un amigo, que como él, tenía que cuidar un rebaño y le pasaba lo mismo, no podía ir al colegio.
— ¿Que llevas en el sombrero de paja?—le preguntó Bernardo, que era como se llamaba el amigo—.
Guillermo se quitó el sombrero y pudo comprobar con asombro, la camisa de una serpiente enroscada en la copa de su sombrero.
Bernardo al verlo tan sorprendido, le preguntó— No me digas, que no te habías dado cuentas.
—No, la verdad es que no, lo que si he tenido un sueño muy extraño.
— ¿Es que te has quedado dormido?
—Si, me entró de repente un sueño muy dulce y ha sido cuando he tenido el sueño.
— ¿Y que sueño ha sido ese?
—Como tú sabes, yo tengo muchas ganas de ir a la escuela.
—Si, eso ya lo se, me lo dices todos los días.
En el sueño una voz me decía— si llevaras el rebaño, a donde no hubiera comida, o perdieras alguna que otra oveja, tus padres no te mandarían más con el rebaño y si que podría ir a la escuela—.
—Oye, no es mala idea.
—Que me dices, tú estas loco, si yo no diera de comer a mi rebaño, para que produzca leche, no tendríamos en casa para comer. Además mí papá está muy enfermo y yo soy el mayor de mis hermanos y tengo que cuidar el rebaño, para que ellos no pasen hambre.
Ese día cuando volvió a su casa, le contó a su madre, lo que le había pasado.
—Mamá: hoy me ha pasado una cosa muy extraña, me he quedado dormido en el campo y he tenido un sueño muy raro. Además, una serpiente me ha dejado su camisa enroscada en mi sombrero.
— ¿Que sueño ha sido, hijo, que me estás asustando?— le preguntó su madre, con preocupación—.
—Una voz muy persistente, me decía que llevara el rebaño a donde no hubieran pastos, o que perdiera alguna oveja y que si lo hiciera muchas veces, seguro que conseguiría ir a la escuela, por que para ustedes, no serviría como pastor y entonces me enviaríais a la escuela.
— ¿Hijo y tú que piensas de todo esto?
—Que no estoy de acuerdo mamá, que si para que yo aprenda cosas en la escuela, tienen que pasar hambre, mi familia y mis ovejas, con lo que se, ya tengo bastante.
Su madre lo abrasó y dándole un dulce beso, le dijo —Hoy soy la mujer más feliz del mundo—.
— ¿Por que mamá?
—Hoy ha venido un joven sediento a pedirme agua y cuando estaba bebiendo, ha sentido a tu padre toser. Al sentirlo, me ha preguntado si había algún enfermo en la casa, le dije que mi marido. Entonces me dijo que él, era médico y que si no tenía inconveniente, podría visitarlo. Yo le contesté que si y le acompañe a donde estaba tu padre y cuando estábamos junto a él, me dijo que le llevara una palangana con agua. Cuando volví, me dio la mayor de las alegrías, diciéndome, que tu padre estaba prácticamente curado y que muy pronto podría trabajar y también, por tener un hijo tan maravilloso como tú. Además no me ha querido cobrar nada, me ha dicho que ya había cobrado —dijo la madre y se abrasó de nuevo a su hijo—.

 #229587  por usuario
 
Regresando a la niñez, silviasandra???
Lo que hace el amor!!!!!
Me alegro. :P

 #229829  por silviasandra
 
Y siiiiiiiiiiiiiii......,pero,tambiem soy MADRE.


IMPERDIBLE ®

 #229839  por usuario
 
Un agujero en el zapato .

Queríamos tan poco... una piecita más, una ventana al sol, un poco más de luz... En el fondo, la encargada criaba gallinas. Al principio nos sobresaltaba el gallo de la madrugada, después nos acostumbramos. María quedó encinta en seguida; no era lo mejor que nos podía ocurrir, pero ya que Dios lo mandaba, recibimos al chico con el corazón alborozado y lo llamamos Diego, como yo, Dieguito.

Para colmo cerraron el taller y todos quedamos sin trabajo. Tuve que ponerme a buscar como desesperado y agarrar una changa en una fábrica. Me dije: malos tiempos, ya mejorarán... Pero no mejoraron.
María se enfermó después del parto y pasaron varios meses hasta que se recuperó, pero no del todo. A nuestro modo tratamos de ser felices. No pediamos nada, así que cuando teniamos algo, nos parecía una maravilla. Era una manera de llevarle ventaja a la desesperanza. Dieguito caminó al año. Era haragán para hablar, pero un buen día se le desató la lengua y nos llamó papá y mamá hasta hacernos llorar. Para nosotros que somos tan pobres, tener a Dieguito es ser un poco ricos. Cuando María intentó volver a los dobladillos, allá, en la casa de modas, habían tomado otra. Entonces se puso a lavar ropa en las casas del barrio, pero los riñones dijeron no y por más que quiso ganarles la partida, tuvo que abandonar y darse por vencida. Por eso quiero vivir. Ellos me necesitan. El año pasado nació la nena. Marí estuvo mal y tuve que dejarla un mes en el hospital. Dieguito con la abuela. Yo corriendo de un lado a otro, viendo qué podía hacer para ganar un peso más.
Cuando María mejoró me la traje a las dos a casa y, en medio de todo, nuestra casa me pareció un palacio. Eramos cuatro, dentro de su pobreza, para querernos. Dieguito tiene seis años, la nena uno. La encargada sacó las gallinas del fondo para que los chicos pudieran jugar allí. Papá yo quiero un revólver. Papá yo quiero pinturitas. El pibe va a primer grado. Papá yo quiero, yo quiero, yo quiero... Quiere muchas cosas. A mí se me hace un nudo en la garganta cada vez que lo oigo. Le acaricio el pelo, lo beso, lo aprieto contra mi pecho. Dicen que eso basta, que a los chicos hay que darles amor y con eso todo se suple. Pero no basta.
Hay que ver los zapatos quietos, los zapatos solitarios de las noches de Reyes, y la mano hurgando en los bolsillos para encontrar el peso que compre la sonrisa. Un peso que sólo compra una desilución. -Los Reyes nunca me traen lo que les pido...!la bicicleta se la pusieron al chico de la otra cuadra ! y uno se traga las lágrimas. Y uno alza los ojos y pide cosas. Y reza. Y se olvida de rezar. Y vuelve a inaugurar el padrenuestro...Y uno se olvida de las palabras de amor para María... Y un día se siente mal, va al médico del hospital, el médico lo revisa a uno, le hace sacar radiografías, le hace hacer análisis... y le dice que no es nada, con una cara grave. Y uno, que tiene miedo -no por uno sino por todos eso que puede ocurrir si uno llegara a faltar -agarra las radiografías y los resultados de los análisis y le dice al médico de la fábrica : " Esto es del padre de mi mujer...¿se puede hacer algo por él?" Y el médico de la fábrica mira, lee, piensa, frunce el ceño, mueve la cabeza de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y murmura : " Tiene para un mes..a lo sumo, dos".
Un mes. Que se ha pasado pronto. Dieguito me ha mostrado su zapato muchas veces : -Mirá, tiene un aujero. Y uno quiere vivir. Por María, con las manos cortajeadas y rojas de fregar. Por Susana, la nena chiquita que camina sosteniéndose en las paredes llenas de manchas de humedad y pintura florecida. Por dieguito y su comprame y su zapato roto. Uno quiere vivir y estira las manos buscando ese poco de aire que lo sostenga. Pero se encuentra con el jornal que no alcanza para el hambre de cuatro, para el frío de cuatro. Se encuentra con las rajaduras del techo, el cartón donde se rompió el vidrio de la venatana, el canto de María en la cocina. ¿Cómo se le dice a la mujer " María te voy a dejar sola con los chicos y toda la pobreza sobre los hombros? ¿Cómo se le dice?
Un mes y nueve días. Algo me oprime el pecho. Y no son solamente las ganas de llorar ni la lluvia de afuera ni los hipos quejosos de Susana. María.
Quiero llamarla. Decirle una palabra para que se la guarde siempre. Una palabra linda. Algo que la haga sonreir. María. Nunca un vestido nuevo. Nunca un cine. Nunca un peinado en la peluquería. María... Pero la voz no sale. La voz se encoge en la garganta como un pichón con frío. -Papá...-Dieguito se me acerca. Tiene barro en la cara y el pelo húmedo y desparejo sobre la frente nueva. Levanta su pie. Su pie de seis años. -Mirá... tengo un aujero en el zapato... Quiero decirle algo a él también. Algo sobre su zapato. Su fiel zapato que no lo ha abandonado. Algo sobre el ruido de las gotas que caen en el balde colocado debajo de la gotera más grande.

Yo hubiera querido hacer algo por su zapato. La cabeza se me va vaciando, ante mis ojos todo se nubla, se aquieta, se acerca... se acerca... se aleja, se acerca, se aleja, se aleja, se aleja. Creo que estoy muriéndome, y siento la mano de Dieguito tironeándome de la camisa, y su pequeña voz desalentada: papá... pero papá...



Poldy Bird

 #230224  por silviasandra
 
La espera


El coche lo dejó en el cuatro mil cuatro de esa calle del Noroeste. No habían dado las nueve de la mañana; el hombre notó con aprobación los manchados plátanos, el cuadrado de tierra al pie de cada uno, las decentes casas de balconcito, la farmacia contigua, los desvaídos rombos de la pinturería y ferretería. Un largo y ciego paredón de hospital cerraba la acera de enfrente; el sol reverberaba, más lejos, en unos invemáculos. E1 hombre pensó que esas cosas (ahora arbitrarias y casuales y en cualquier orden, como las que se ven en los sueños) serían con el tiempo, si Dios quisiera, invariables, necesarias y familiares. En la vidriera de la farmacia se leía en letras de loza: Breslauer, los judíos estaban desplazando a los italianos, que habían desplazado a los criollos. Mejor así; el hombre prefería no alternar con gente de su sangre.
El cochero le ayudó a bajar el baúl; una mujer de aire distraído o cansado abrió por fin la puerta. Desde el pescante el cochero le devolvió una de las monedas, un vintén oriental que estaba en su bolsillo desde esa noche en el hotel de Melo. E1 hombre le entregó cuarenta centavos, y en el acto sintió: "Tengo la obligación de obrar de manera que todos se olviden de mí. He cometido dos errores: he dado una moneda de otro país y he dejado ver que me importa esa equivocación".
Precedido por la mujer, atravesó el zaguán y el primer patio. La pieza que le habían reservado daba, felizmente, al segundo. La cama era de hierro, que el artífice había deformado en curvas fantásticas, figurando ramas y pámpanos; había, asimismo, un alto ropero de pino, una mesa de luz, un estante con libros a ras del suelo, dos sillas desparejas y un lavatorio con su palangana, su jarra, su jabonera y un botellón de vidrio turbio. Un mapa de la provincia de Buenos Aires y un crucifijo adornaban las paredes; el papel era carmesí, con grandes pavos reales repetidos, de cola desplegada. La única puerta daba al patio. Fue necesario variar la colocación de las sillas para dar cabida al baúl. Todo lo aprobó el inquilino; cuando la mujer le preguntó cómo se llamaba, dijo Villari, no como un desafío secreto, no para mitigar una humillación que, en verdad, no sentía, sino porque ese nombre lo trabajaba, porque le fue imposible pensar en otro. No lo sedujo, ciertamente, el error literario de imaginar que asumir el nombre del enemigo podía ser una astucia. El señor Villari, al principio, no dejaba la casa; cumplidas unas cuantas semanas, dio en salir, un rato, al oscurecer. Alguna noche entró en el cinematógrafo que había a las tres cuadras. No pasó nunca de la última fila; siempre se levantaba un poco antes del fin de la función. Vio trágicas historias del hampa; éstas, sin duda, incluían errores, éstas, sin duda, incluían imágenes que también lo eran de su vida anterior; Villari no las advirtió porque la idea de una coincidencia entre el arte y la realidad era ajena a él. Dócilmente trataba de que le gustaran las cosas; quería adelantarse a la intención con que se las mostraban. A diferencia de quienes han leído novelas, no se veía nunca a sí mismo como un personaje del arte.
No le llegó jamás una carta, ni siquiera una circular, pero leía con borrosa esperanza una de las secciones del diario. De tarde, arrimaba a la puerta una de las sillas y mateaba con seriedad, puestos los ojos en la enredadera del muro de la inmediata casa de altos. Años de soledad le habían enseñado que los días, en la memoria, tienden a ser iguales, pero que no hay un día, ni siquiera de cárcel o de hospital, que no traiga sorpresas, que no sea al trasluz una red de mínimas sorpresas. En otras reclusiones había cedido a la tentación de contar los días y las horas, pero esta reclusión era distinta, porque no tenía término, salvo que el diario, una mañana, trajera la noticia de la muerte de Alejandro Villari. También era posible que Villari ya hubiera muerto y entonces esta vida era un sueño. Esa posibilidad lo inquietaba, porque no acabó de entender si se parecía al alivio o a la desdicha; se dijo que era absurda y la rechazó. En días lejanos, menos lejanos por el curso del tiempo que por dos o tres hechos irrevocables, había deseado muchas cosas, con amor sin escrúpulo; esa voluntad poderosa, que había movido el odio de los hombres y el amor de alguna mujer; ya no quería cosas particulares: sólo quería perdurar, no concluir. El sabor de la yerba, el sabor del tabaco negro, el creciente filo de sombra que iba ganando el patio, eran suficientes estímulos.
Había en la casa un perro lobo, ya viejo. Villari se amistó con él. Le hablaba en español, en italiano y en las pocas palabras que le quedaban del rústico dialecto de su niñez. Villari trataba de vivir en el mero presente, sin recuerdos ni previsiones; los primeros le importaban menos que las últimas. Oscuramente creyó intuir que el pasado es la sustancia de que el tiempo está hecho; por ello es que éste se vuelve pasado en seguida. Su fatiga, algún día, se pareció a la felicidad; en momentos así, no era mucho más complejo que el perro.
Una noche lo dejó asombrado y temblando una íntima descarga de dolor en el fondo de la boca. Ese horrible milagro recurrió a los pocos minutos y otra vez hacia el alba. Villari, al día siguiente, mandó buscar un coche que lo dejó en un consultorio dental del barrio del Once. Ahí le arrancaron la muela. En ese trance no estuvo más cobarde ni más tranquilo que otras personas. Otra noche, al volver del cinematógrafo, sintió que lo empujaban. Con ira, con indignación, con secreto alivio, se encaró con el insolente. Le escupió una injuria soez; el otro, atónito, balbuceó una disculpa. Era un hombre alto, joven, de pelo oscuro, y lo acompañaba una mujer de tipo alemán; Villari, esa noche, se repitió que no los conocía. Sin embargo, cuatro o cinco días pasaron antes que saliera a la calle.
Entre los libros del estante había una Divina Comedia, con el viejo comentario de Andreoli. Menos urgido por la curiosidad que por un sentimiento de deber, Villari acometió la lectura de esa obra capital; antes de comer, leía un canto, y luego, en orden riguroso, las notas. No juzgó inverosímiles o excesivas las penas infernales y no pensó que Dante lo hubiera condenado al último círculo donde los dientes de Ugolino roen sin fin la nuca de Ruggieri.
Los pavos reales del papel carmesí parecían destinados a alimentar pesadillas tenaces, pero el señor Villari no soñó nunca con una glorieta monstruosa hecha de inextricable: pájaros vivos. En los amaneceres soñaba un sueño de fondo igual y de circunstancias variables. Dos hombres y Villari entraban con revólveres en la pieza y lo agredían al salir del cinematógrafo o eran, los tres a un tiempo, el desconocido que lo había empujado, o lo esperaban tristemente en el patio y parecían no conocerlo. Al fin del sueño, él sacaba el revólver del cajón de la inmediata mesa de luz (y es verdad que en ese cajón guardaba un revólver) y lo descargaba contra los hombres. El estruendo del arma lo despertaba, pero siempre era un sueño y en otro sueño tenía que volver a matarlos.
Una turbia mañana del mes de julio, la presencia de gente desconocida (no el ruido de la puerta cuando la abrieron) lo despertó. Altos en la penumbra del cuarto, curiosamente simplificados por la penumbra (siempre en los sueños de temor habían sido más claros), vigilantes, inmóviles y pacientes, bajos los ojos como si el peso de las armas los encorvara Alejandro Villari y un desconocido lo habían alcanzado, por fin. Con una seña les pidió que esperaran y se dio vuelta contra la pared, como si retomara el sueño. ¿Lo hizo para despertar la misericordia de quienes lo mataron, o porque es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo aguardarlo sin fin, o -y esto es quizá lo más verosímil- para que los asesinos fueran un sueño, como ya lo habían sido tantas veces, en el mismo lugar, a la misma hora?
En esa magia estaba cuando lo borró la descarga.

Jorge Luis Borges

IMPERDIBLE ®
 #235529  por silviasandra
 
Los deberes de Pedro
Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico
que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y
los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la
compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la
inteligencia.

Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos
problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. El piensa:
-Ay, señorita... Si supiera cómo me gustaría regalarle una flor y darle un
beso.

Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se
aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los
malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino
propósito del Universo.


Alejandro Dolina
 #236766  por pasto
 
TACTICA Y ESTRATEGIA DE LAS ESCONDIDAS

No se sabe muy bien cuáles eran los verdaderos fines de la Sociedad Amigos de la Escondida, En cambio está bien claro que tales fines no se cumplieron.
Sin embargo, hace ya algunos años, la entidad solventó la edición de un pequeño folleto titulado Reglamentos, táctica y estrategia del juego de la escondida. En su momento, el trabajo despertó agudas controversias.
Hoy que los ánimos están amansados hemos querido exponer el asunto ante nuestros lectores, quienes seguramente ignoran la mayor parte de los detalles de este juego en vías de extinción.

-CAPITULO I- del número de los jugadores

Puede jugar a la escondida un número cualquiera de jugadores. El mínimo es uno. Cabe señalar que en este caso el juego es especialmente aburrido: el único jugador se busca a sí mismo o -lo que es aún más tedioso- busca a otros inexistentes jugadores hasta que se desalienta y abandona.
Con dos participantes se gana un poco en acción y puede decirse que el clima ideal se logra cuando intervienen más de seis y menos de veinte personas.
Asimismo cabe advertir que resulta sumamente engorroso desarrollar el juego con mas de ochenta jugadores. Los buscadores equivocan los nombres de quienes se ocultan y con toda frecuencia se ven obligados a llevar un registro escrito en el que constan las personas que ya han sido descubiertos y las que aún permanecen en lugares desconocidos. Por otra parte, es fácil razonar que cuanto mayor es el número de jugadores, más trabajoso será hallar escondites vacantes, con el consiguiente deslucimiento del juego.

-CAPITULO II- el lugar donde se juega

La escondida puede practicarse tanto en lugares abiertos como en recintos cerrados. Siempre es preferible elegir horarios nocturnos, pues las tinieblas suelen mejorar la calidad de los escondrijos.
Así, cuando se juega en casas o departamentos, convendrá activar las luces, Aquí se hace indispensable tiene aclaración fundamental: es necesario que antes de comenzar el juego se fijen expresamente 1os limites geográficos de su extensión. Fuera de ellos estará prohibido esconderse.
Algunos heresiarcas pasan por alto esta acotación y nos hallamos entonces ante un juego cuyo marco es el mundo entero. Es así como muchos jugadores se esconden en barrios alejados y aun en otras provincias, retrasando el desenlace de la competencia hasta él punto de arruinarla por completo.
Nota: el folleto no menciona la interesante opinión de Manuel Mandeb, quien creyó entender que la escondida era un juego sin limites. Para el pensador árabe la escondida perfecta debía ser jugada por toda la estirpe humana,su escenario era el universo y su duración, la eternidad. Así, el propósito final de la Historia puede consistir en el nacimiento de un futuro elegido,que se encargar de librar para todos los compañeros en un acto que marcará el fin de los tiempos.

-CAPITULO III- finalización del juego

La escondida no tiene ganadores ni perdedores. Por eso la finalización del juego debe fijarse en forma arbitraria, pero manifiesta. Muchas veces los jugadores abandonan la competencia sin avisar a nadie y muchos participantes tenaces permanecen ocultos durante horas sin que nadie se moleste en buscarlos.
Los miembros de esta Sociedad conocen perfectamente algunos casos célebres de obstinación. Vale la pena mencionar la gesta del joven Luis C. Cattaldi, que permaneció catorce meses en el quicio de una puerta de la calle Motón, cogoteando sigilosamente en dirección a la Piedra. Los habitantes de la casa solían llevárselo por delante cuando salían y -a veces- le acercaban algún alimento, finalmente Cattaldi regresó a su domicilio, gracias a los consejos de una comisión de ésta misma Sociedad.

-CAPITULO IV- desarrollo del juego

La idea fundamental de la escondida es que todos los jugadores se oculten, con la excepción de uno, que ser el encargado de buscar al resto.
Para dar tiempo a la elección de escondite y a la correcta instalación de cada uno en el suyo, el buscador escondiera el rostro contra la pared, como si llorara, y permanecerá en esta posición durante algunos segundos, La medición de este lapso, la efectuará el propio buscador citando la serie de números naturales en voz alta, hasta llegar a una cifra convenida con antelación (por ejemplo, 50). Acto seguido, a modo de advertencia, deber declamar algún pareado revelador. El usual es "Punto y coma el que no se escondió se embroma". El lugar donde el buscador realiza este ritual se conoce con el nombre de "Piedra". Inmediatamente comienza la parte más divertida. El buscador recorre el campo de juego y revisa los lugares en donde sospecha que hay alguien. Cuando descubre a algún jugador oculto sale corriendo en dirección a la Piedra, la toca y grita "Piedra libre para Fulano" Siempre deberá referirse a la persona descubierta de un modo tal que su identidad quede fuera de toda duda. Este punto es muy importante, como ya veremos en otro capitulo.
A su turno, el jugador descubierto puede abandonar su refugio y correr hacia la Piedra tratando de tocarla antes que el buscador. Si lo consigue, será el quien grite "Piedra libre" y a los efectos del juego se reputará que no ha sido hallado.
Por otra parte, todos los jugadores pueden abandonar repentinamente su escondite y llegarse hasta la Piedra, aun cuando no hayan sido descubiertos. Pero si el buscador los sorprende en su excursión y se les adelanta en la carrera hacia la Piedra, se les considerará encontrados.
El primero de los jugadores que pierda la carrera hacia la Piedra recibirá como castigo- la obligación de contar en el lance siguiente. Sin embargo, hay un recurso extremo: el último de los jugadores que permanezca escondido puede aventajar al buscador y gritar "Piedra libre para todos mis compañeros".
Cuando esto ocurre, el buscador deberá contar nuevamente.
Desde luego, ya puede colegirse que el participante capaz de culminar exitosamente esta jugada recibirá la admiración y el respeto de todos.

-CAPITULO V- Distintas tácticas

Existen buscadores conservadores y buscadores audaces.
Los primeros no se alejan jamás de la Piedra. Tratan, por lo general, de esperar que alguien cometa un error o trate de cambiar de escondite. Esta raza conspira contra la calidad del juego.
En cambio el buscador audaz abandona las inmediaciones de la Piedra y marcha hacia los confines del campo. Se trepa a los árboles, ingresa a los armarios y rastrea minuciosamente los yuyales. Claro, siempre corre el riesgo de ser sorprendido por los jugadores que se han ocultado en la zona opuesta, Pero el juego se torna vivaz y lleno de matices. Abundan las carreras, los rodeos y las sorpresas.
Existen también los buscadores zorros, que amagan dirigirse a la derecha para tentar a quienes se esconden por la izquierda. En cierto momento, salen disparados hacia el otro sector y así es como sorprenden a muchos jugadores novatos que abandonan prematuramente su refugio.
Entre los que se esconden, también hay distintas escuelas. Algunos prefieren los escondites sencillos pero de fácil salida, como los umbrales de las puertas. Otros los eligen complicados y de salida engorrosa: la copa de los árboles, el fondo del canasto de la ropa, etc, Hay también quienes van rotando su escondite y cambian de posición mientras observan los movimientos del buscador.
Los mejores son los exquisitos, que inventan guaridas que sólo ellos conocen y no las revelan jamás. Esta clase de jugadores es la más temida por los que cuentan, pues muy a menudo libran para todos los compañeros.
Sin embargo, el escondite no debe ser nunca impenetrable. A decir verdad, el escondite perfecto termina con el juego.
En 1959, en una escondida que se realizó en Villa del Parque, el abogado Gerardo Joseph se escondió de un modo tan eficaz, que nunca más fue visto en ninguna parte. Todavía hoy muchos de sus amigos recorren la barriada gritándole que salga.
Un exitoso cuento de Edgar Allan Poe insinúa que el mejor escondite es aquél que está a la vista de todos. En esa narración, todo el mundo busca infructuosamente una carta que en realidad había permanecido siempre a la vista.
Esta teoría podría ser buena para los cuentos policiales, pero no sirve en la escondida. Infinidad de jugadores han pretendido pasarse de vivos parándose a un metro de la Piedra con cara de disimulo. El resultado siempre es el mismo: el buscador mira extrañado y luego, casi con estupor, murmura: "Piedra libre para el Pololo, que está ahí parado".

-CAPÍTULO VI- infracciones, errores y malentendidos

Puede ocurrir que el buscador descubra a un jugador oculto, pero equivoque su identidad. Esto es muy frecuente en los juegos nocturnos, ­Cuántas veces se grita "Piedra libre para la Amanda": después de haber visto a Julián!
El reglamento le permite a Julián denunciar el error al grito de ­ ¡Sangre!
Esta expresión debe traducirse como ­Reclamo! o, mejor aún, ­¡Objeción!
Si la gestión prospera y se comprueba la equivocación, el buscador deberá contar nuevamente.
El mismo recurso podrá interponerse cuando se sospeche que el buscador espía o cuando se produce algún hecho exterior que dificulta la normal prosecución del juego. (Por ejemplo, una grave lesión de uno de los jugadores o la súbita llegada de un tío al que hay que saludar.

-CAPITULO VII- escondites individuales y colectivos

Muchos deportistas prefieren esconderse solos. Otros, en cambio, se complacen en compartir su refugio, particularmente con personas del sexo opuesto.
Esta última variante es muy bien vista en los círculos elegantes y constituye una excelente oportunidad para acrisolar amistades y hasta para sellar romances.
Lo más apropiado es elegir un escondite alejado de la Piedra. El lugar debe ser pequeño para lograr una proximidad alentadora, oscuro para invitar a la confidencia y hermético para evitar ser sorprendidos.

Manuel Mandeb refiere una experiencia personal en su libro "Mis amores frustrados". Veamos:
"En tres años de jugar juntos a la escondida jamás había tenido la ocación de compartir un lugar con Beatriz Velarde. Siempre había alguien que se me adelantaba. Al parecer, Beatriz tenía comprometidos sus escondites por varios años.
Una noche de primavera, en el callejón de la Estación Flores, mientras contaba el ruso Salzman, vi que Beatriz entraba solita a la casa amarilla abandonada que hay en una esquina. Piqué tras ella y alcanzamos a acomodarnos debajo de un fogón en ruinas.
Estaba muy oscuro y alcancé a notar su aliento de chiclets Adams . Los arrabales de su pelo saludaban mi boca .
-Te quiero -le dije suavemente.
-Decímelo mejor contestó Beatriz Velarde.
Empecé a pensar algo ingenioso, cuando entró el ruso Salzman y brutalmente señaló el final de mi romance.
-Piedra libre para el Turco y Beatriz
-Sangre, sangre grité yo y era cierto, aunque no me lo creyeron.
Nunca más volví a estar a solas con Beatriz y aquella fue la última vez que jugué a la escondida".

El folleto de la Sociedad Amigos de la Escondida tiene algunos otros capítulos de menor interés: las ropas más convenientes, uso y abuso de los ligustros, aprovechamiento de carros en marcha, ocultamiento en medio de un familión en transito, etc.
En estos días en que la Sociedad ya se ha disuelto y los chicos prefieren otros entretenimientos más científicos, no está de más recomendar calurosamente la práctica de la escondida. Este humilde cronista hace mucho tiempo que no encuentra ocasión de mostrar su destreza en tan apasionante disciplina.
Si algún lector piadoso desea invitarme a jugar, acepto complacido.
Aunque me parece que ya es demasiado tarde.
 #237843  por silviasandra
 
El duelo o la refutación del horóscopo

Los dos hombres nacen el mismo día, a la misma hora. Sus vidas no se cruzan hasta que son enamorados por la misma mujer. Entonces se encuentran y pelean por ella. Uno de ellos obtiene la victoria y el amor. Al otro le corresponde el dolor, la humillación y quizá la muerte. Los astrólogos han previsto ese día el mismo horóscopo para los dos. Tal vez son erróneos los vaticinios. O tal vez se equivoca uno al pensar que el amor y la muerte son destinos distintos.


ALEJANDRO DOLINA
 #238423  por usuario
 
Los deberes de Pedro

Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico
que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y
los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la
compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la
inteligencia.
Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos
problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. El piensa:
-Ay, señorita... Si supiera cómo me gustaría regalarle una flor y darle un
beso.
Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se
aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los
malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino
propósito del Universo.
A. DOLINA
  • 1
  • 11
  • 12
  • 13
  • 14
  • 15
  • 20