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Charlas de café. Hilo social y cualquier tema de interés o entretenimiento.
 #238452  por aleuba76
 
Todo bien no, peeero si quiere "copy and paste", copy and paste POR LO MENOS, DE OOOOOTRA PÁGINA, NO DEL MISMO HILO, y DEL MISMO NUMERO DE PAGINA y con una diferencia de solo DOOOOOS POSTEOS.

el Vie Sep 19, 2008 9:28 pm
[color=#FF0000]silviasandra[/color] escribió:Los deberes de Pedro
Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico
que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y
los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la
compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la
inteligencia.

Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos
problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. El piensa:
-Ay, señorita... Si supiera cómo me gustaría regalarle una flor y darle un
beso.

Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se
aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los
malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino
propósito del Universo.


Alejandro Dolina
el Mie Sep 24, 2008 7:19 pm
[color=#FF0000]usuario[/color] escribió:Los deberes de Pedro

Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico
que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y
los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la
compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la
inteligencia.
Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos
problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos.
Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. El piensa:
-Ay, señorita... Si supiera cómo me gustaría regalarle una flor y darle un
beso.
Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se
aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los
malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino
propósito del Universo.
A. DOLINA


Esto ya es el COLMO de la extravagancia y de la ridiculez. Denota que NI SIQUIERA ENTRE LOS QUE SE AUTOLEVANTAN LOS HILOS SE LEEN.

Hábida cuenta del abuso de "COPIAR y PEGAR", solilicito al sr. webcmaster el mismo tratatmiento que para con el hilo "práctiquisima"
Saludos
 #238506  por COLUMBO
 
Esto es el colmo....
Alguien tiene que tomar el toro por las astas y pedir la interdicciòn del 141 del Còdigo Civil....

Estamos habilitados, "cualquier persona del pueblo, cuando el demente sea agresivo o incomode a sus vecinos ..."

Pasè por alto la ofensa personal del ultimo post de FE DE ERRATAS, pero esto es demasiado........

creo que es peligroso , aùn para si mismo....

No quiero molestar al Webmaster, con otra idiotez màs........pero , no se, alguien tiene que interponer la demanda......


A sus òrdenes, para lo que necesiten

Atentamente

COLUMBO S.A. :mrgreen:
 #238517  por pasto
 
COLUMBO escribió:Esto es el colmo....
Alguien tiene que tomar el toro por las astas y pedir la interdicciòn del 141 del Còdigo Civil....

Estamos habilitados, "cualquier persona del pueblo, cuando el demente sea agresivo o incomode a sus vecinos ..."

Pasè por alto la ofensa personal del ultimo post de FE DE ERRATAS, pero esto es demasiado........

creo que es peligroso , aùn para si mismo....

No quiero molestar al Webmaster, con otra idiotez màs........pero , no se, alguien tiene que interponer la demanda......


A sus òrdenes, para lo que necesiten

Atentamente

COLUMBO S.A. :mrgreen:

Columbo, sea una persona piadosa conmigo y, como verá, SIEMPRE ARRIBA!!!!, con qué poco, no???.
Argucias que se le dicen vio?
A Tinelli lo critican , pero,.....lo leen........., digo, lo ven....
Viva la TOTA.
Es tan fácil engañar al género masculino!!!!!! :lol:
Bueno quedan en compañía de la psicóloga.
Me voy a cenar .ALLA VOYYYYYY!!!!!

Como me gusta tener patrocinantes tan poco rapidos.
 #238755  por COLUMBO
 
Estimada/o;

Cederè a su pedido de piedad, por ahora......... :lol: :lol:

Pero ...NO DESVIEMOS EL HILO......deberemos buscar, copiar y pegar algùn cuento corto del Sr. Santillàn....

Ah, pero no vuelva a cometer el pecado de repetirse, o todo el peso de la ley caerà sobre Ud. Lo/a està controlando, hay gente que dedica su vida a ello......... :lol: :lol: :lol:

VIVA LA TOTA !!!!!, siempre presente......

A sus òrdenes

COLUMBO S.A.


P.D.; yo me aburrì, pero si tiene ganas, pòngale fichas que arranca...... :mrgreen: , se desgracia, es incontinente, un verdadero fenòmeno para analizar en laboratorio, IMPERDIBLE :mrgreen: :mrgreen:

Adìo,
 #238849  por pasto
 
UNA VEZ CADA TANTO....
POLDY BIRD




Ahora estiro la mano y tomo el teléfono. Disco tu número, ¿tu número?, el de un conmutador… la misma señorita de voz prolija me explica que no trabajás más allí.

La misma señorita de voz prolija que antes te pasaba la comunicación y, con esa pequeña gestión sin importancia para ella, me acercaba toda una tarde de calles transitadas con pasos a compás, ritmo de corazón contento, fragmentos de poemas recitados entre sonrisas y temblores.

O no, no eran poemas ni tardes ni nada.

Yo inventaba todo eso. Para mí y para vos.

¡Si hasta inventé una historia de amor en la que fuimos protagonistas!
Fue casi una historia. O casi un momento.

Una historia que duró tres días: el día que llegaste a buscar esos papeles que necesitabas para unos avisos y nos pusimos a comentar un libro que acabábamos de leer.

¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que me llamaste para invitarme a tomar un café? …

Un año, creo.

Te había mandado una tarjeta de Navidad y mi letra celeste te tocó el hombro.

–¿No tenés ganas de verme?

–Sí tengo –y de veras tenía.

Y de veras te lo decía, porque no sé decir que no cuando siento que sí.
¿Uno puede enamorarse de repente?
¿Uno puede sentirse feliz, feliz, feliz de pronto, aunque haya arrastrado las piedras de la tristeza hasta un segundo antes?
No me vas a creer, pero la oficina se llenó de mariposas que sólo yo veía.

Mientras mis compañeros me hablaban, yo espantaba las mariposas. Me saqué mariposas amarillas del pelo, tenía miedo de apretar los puños y matar las mariposas azules que estaban posadas en mis palmas.
En cuanto nos vimos, las mariposas huyeron todas dentro de tus ojos y varias veces las vi aletear en tus pupilas; mariposas y también luciérnagas de faroles encendidos.
¿Fui fácil al dejarme cercar por tus largos brazos exigentes?
¿Qué es "fácil" y qué es hermoso?

Y si todo fue tan hermoso, ¿qué importancia tiene que haya sido fácil y pasajero, y breve?

Oye, hombre mío, nombre de flecha y flor, hombre que surca el agua como un barco, hombre que hace temblar estrellas en el aire. Oye, no te reprocho nada.
No huyas pensando que te haré reproches.
No te alejes creyendo que hay una tinta amarga marcando mis palabras.
Si vinieras, si te acercaras, no te echaría cerrojos, no te ataría cadenas ni lágrimas al cuello.
Simplemente extendería mis brazos y dejaría que sembraras una huerta en mi cuerpo.
Una huerta que hace un tiempo dio flores y se llenó de frutas ,de acuarelas y de soles.
Si te acercaras, sacaría de la galera del mago una tarde igualita a aquella, segundo por segundo, con lámparas de azúcar al llegar la noche, y pájaros de niebla que se adormecen en la despedida.

Si te acercaras yo sería una red llena de peces amarillos, como pequeños soles madrugadores. Y vos serías un mago.
Si te acercaras tan lleno de tormentas como antes, yo sería la casa de la paz.

Oye, si vinieras por una tarde no más, tan sólo el tiempo exacto para repetir algo radiante, para poder decir que no me moriré sin que la dicha esté otra vez conmigo…

Una vez, cada tanto.

No te despediré con llantos ni con pañuelos desplegándose como los estandartes del dolor.
Nos diremos hasta pronto, como aquella vez.
Lo nuestro fue una casi historia de sólo tres días: el día que llegaste a buscar los papeles, el año nuevo del año siguiente y, después de muchas tardes de llamados y citas postergadas, una asfixiante nochecita de verano despidiéndonos.

–¿No tenés ganas de verme?
–Sí, tengo… Sí, tengo unas ganas locas de verte…
Y lo digo de veras, porque no sé decir que no cuando siento que sí.

Y las mariposas llenan mi airecito de alrededor, no se separan de mí, ¡te están buscando!
 #239957  por silviasandra
 
El hombre que va a menos (boceto de una vida completa)

El protagonista ha nacido con una dotación formidable. Es inteligente, valeroso, viril y apuesto. Sin embargo, durante toda su vida disimulará estas cualidades, tal vez por no apabullar a los demás.
Fracasará en sus estudios por fingir desconocimiento, aún poseyendo
erudición.
Renunciará a espléndidas mujeres y se casará con una verdadera bruja.
Retrocederá ante rivales que en realidad desprecia.
Cometerá injusticias para no sentir la soberbia de ser bondadoso. Se rodeará de amigos miserables y les hará el homenaje de parecerse a ellos.
Tendrá gustos exquisitos, pero los negará para mentir regocijo ante las
cosas más despreciables.
Una noche sentirá venir la muerte y no tendrá miedo, pero gemirá como un maula.
Jamás recibirá recompensa ninguna en este mundo, y tal vez tampoco en el otro.


ALEJANDRO DOLINA.
 #240357  por usuario
 
El hombre que pedía demasiado

Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones... Y también
juventud, poder, fuerza, salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también
renombre, fama, gloria y buena suerte... Y amores, placeres, sensaciones... ¿Me
darás todo eso?
Satanás: No te daré nada.
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía. (Desaparece).
 #241551  por usuario
 
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

La mujer que llegaba a las seis


La puerta oscilante se abrió. A esa hora no había nadie en el restaurante de José.
Acababan de dar las seis y el hombre sabia que sólo a las seis y media empezarían a llegar los parroquianos habituales. Tan conservadora y regular era su clientela, que no había acabado el reloj de dar la sexta campanada cuando una mujer entró, como todos los días a esa hora, y se sentó sin decir nada en la alta silla giratoria. Traía un cigarrillo sin encender, apretado entre los labios. Hola reina dijo José cuando la vio sentarse. Luego caminó hacia el otro extremo del mostrador, limpiando con un trapo seco la superficie vidriada. Siempre que entraba alguien al restaurante José hacia lo mismo. Hasta con la mujer con quien había llegado a adquirir un grado de casi intimidad, el gordo y rubicundo mesonero representaba su diaria comedia de hombre diligente. Habló desde el otro extremo del mostrador. ¿Qué quieres hoy?-dijo. Primero que todo quiero enseñarte a ser caballero dijo la mujer. Estaba sentada al final de la hilera de sillas giratorias, de codos en el mostrador, con el cigarrillo apagado en los labios. Cuando habló apretó la boca para que José advirtiera el cigarrillo sin encender. --No me había dado cuenta--dijo José.

Todavía no te has dado cuenta de nada--dijo la mujer. El hombre dejó el trapo en el mostrador, caminó hacia los armarios oscuros y olorosos a alquitrán y a madera polvorienta, y regresó luego con las cerillas. La mujer se inclinó para alcanzar la lumbre que ardía entre las manos rústicas y velludas del hombre. José vio el abundante cabello de la mujer, empavonado de vaselina gruesa y barata. Vio su hombro descubierto, por encima del corpiño floreado. Vio el nacimiento del seno crepuscular, cuando la mujer levantó la cabeza, ya con la brasa en los labios.

Estás hermosa hoy, reina dijo José. Déjate de tonterías dijo la mujer. No creas que eso me va a servir para pagarte. No quise decir eso, reina--dijo José. Apuesto a que hoy te hizo daño el almuerzo. La mujer tragó la primera bocanada de humo denso, se cruzó de brazos, todavía con los codos apoyados en el mostrador, y se quedó mirando hacia la calle, a través del amplio cristal del restaurante. Tenía una expresión melancólica. De una melancolía hastiada y vulgar.

Te voy a preparar un buen bistec dijo José. Todavía no tengo plata dijo la mujer.

Hace tres mesas que no tienes plata y siempre te preparo algo bueno dijo José.

Hoy es distinto dijo la mujer, sobriamente, todavía mirando hacia la calle.

Todos los días son iguales dijo José. Todos los días el reloj marca las seis, entonces entras y dices que tienes un hambre de perro y entonces yo te preparo algo bueno. La única diferencia es ésa que hoy no dices que tienes un hambre de perro, sino que el día es distinto.

Y es verdad dijo la mujer. Se volvió a mirar al hombre que estaba del otro lado del mostrador, registrando la nevera. Estuvo contemplándolo durante dos, tres, segundos.

Luego miró el reloj, arriba del armario. Eran las seis y tres minutos. «Es verdad, José, hoy es distinto», dijo. Expulsó el humo y siguió hablando con palabras cortas, apasionadas: "Hoy no vine a las seis, por eso es distinto, José".

El hombre miró el reloj. Me corto el brazo si ese reloj se atrasa un minuto dijo. No es eso, José. Es que hoy no vine a las seis dijo la mujer. Vine un cuarto para las seis. Acaban de dar las seis, reina dijo José. Cuando tú entraste acababan de darlas.

Tengo un cuarto de hora de estar aquí dijo la mujer. José se dirigió hacia donde ella estaba.

Acercó a la mujer su enorme cara congestionada, mientras tiraba con el índice de uno de sus párpados.

Sóplame aquí dijo. La mujer echó la cabeza hacia atrás. Estaba seria, fastidiosa, blanda; embellecida por una nube de tristeza y cansancio. Déjate de tonterías, José. Tú sabes que hace más de seis meses que no bebo. Eso se lo vas a decir a otro dijo. A mí no. Te apuesto a que por lo menos se han tomado un litro entre dos.

Me tomé dos tragos con un amigo dijo la mujer. Ah; entonces ahora me explico dijo José.

Nada tienes que explicarte dijo la mujer. Tengo un cuarto de hora de estar aquí.

El hombre se encogió de hombros. Bueno, si así lo quieres, tienes un cuarto de hora de estar aquí. Después de todo a nadie le importa nada diez minutos más o diez minutos menos.

Sí importan, José dijo la mujer. Y estiró los brazos por encima del mostrador, sobre la superficie vidriada, con un aire de negligente abandono. Dijo: "Y no es que yo lo quiera, es que hace un cuarto de hora que estoy aquí". Volvió a mirar el reloj y rectificó: Qué digo; ya tengo veinte minutos.

Está bien, reina dijo el hombre. Un día entero con su noche te regalaría yo para verte contenta. Durante todo este tiempo José había estado moviéndose detrás del mostrador, removiendo objetos, quitando una cosa de un lugar para ponerla en otro. Estaba en su papel.

Quiero verte contenta repitió. Se detuvo bruscamente, volviéndose hacia donde estaba la mujer.

¿Tú sabes que te quiero mucho?-dijo. La mujer lo miró con frialdad.

¿Siii...? ¡Qué descubrimiento, José! ¿Crees que me quedaría contigo por un millón de pesos?

No he querido decir eso, reina dijo José. Vuelvo a apostar a que te hizo daño el almuerzo.

No te lo digo por eso dijo la mujer. Y su voz se volvió menos indolente. Es que ninguna mujer soportaría una carga como la tuya ni por un millón de pesos.

José se ruborizó. Le dio la espalda a la mujer y se puso a sacudir el polvo en las botellas del armario. Habló sin volver la cara. Estás insoportable hoy, reina. Creo que lo mejor es que te comas el bistec y te vayas a acostar.

No tengo hambre dijo la mujer. Se quedó mirando otra vez la calle, viendo los transeúntes turbios de la ciudad atardecida. Durante un instante hubo un silencio turbio en el restaurante. Una quietud interrumpida apenas por el trasteo de José en el armario. De pronto la mujer dejó de mirar hacia la calle y habló con la voz apagada, tierna, diferente.

¿Es verdad que me quieres, Pepillo?. Es verdad dijo José, en seco sin mirarla.

¿A pesar de lo que te dije?--dijo la mujer.

¿Qué me dijiste? dijo José, todavía sin inflexiones en la voz, todavía sin mirarla. Lo del millón de pesos dijo la mujer. Ya lo había olvidado dijo José.

Entonces, ¿me quieres? dijo la mujer. Sí dijo José. Hubo una pausa. José siguió moviéndose con la cara revuelta hacia los armarios, todavía sin mirar a la mujer. Ella expulsó una nueva bocanada de humo, apoyó el busto contra el mostrador y luego, con cautela y picardía, mordiéndose la lengua antes de decirlo, como si hablara en puntillas: ¿Aunque no me acueste contigo? dijo.

Y sólo entonces José volvió a mirarla: Te quiero tanto que no me acostaría contigo dijo.

Luego caminó hacia donde ella estaba. Se quedó mirándola de frente, los poderosos brazos apoyados en el mostrador, delante de ella, mirándola a los ojos.

Dijo: Te quiero tanto que todas las tardes mataría al hombre que se va contigo. En el primer instante la mujer pareció perpleja. Después miró al hombre con atención, con una ondulante expresión de compasión y burla. Después guardó un breve silencio, desconcertada. Y después rió, estrepitosamente.

Estás celoso, José. ¡Qué rico, estás celoso! José volvió a sonrojarse con una timidez franca, casi desvergonzada, como le habría ocurrido a un niño a quien le hubieran revelado de golpe todos los secretos.

Dijo: Esta tarde no entiendes nada, reina. Y se limpió el sudor con el trapo. Dijo: La mala vida te está embruteciendo. Pero ahora la mujer había cambiado de expresión. "Entonces no, dijo. Y volvió a mirarlo a los ojos, con un extraño esplendor en la mirada, a un tiempo acongojada y desafiante.

Entonces, no estás celoso. En cierto modo, sí dijo José. Pero no es como tú dices. Se aflojó el cuello y siguió limpiándose, secándose la garganta con el trapo.

¿Entonces?--dijo la mujer. Lo que pasa es que te quiero tanto que no me gusta que hagas eso dijo José.

¿Qué? dijo la mujer. Eso de irte con un hombre distinto todos los días dijo José. ¿Es verdad que lo matarías para que no se fuera conmigo? dijo la mujer.

Para que no se fuera, no dijo José. Lo mataría porque se fuera contigo.

Es lo mismo dijo la mujer. La conversación había llegado a densidad excitante. La mujer hablaba en voz baja, suave, fascinada. Tenía la cara casi al rostro saludable y pacífico del hombre, que permanecía inmóvil, como hechizado por el vapor de las palabras.

Todo eso es verdad dijo José. Entonces dijo la mujer, y extendió la mano para acariciar el áspero brazo del hombre. Con la otra mano arrojó la colilla. Entonces, ¿tú eres capaz de matar a un hombre? Por lo que te dije, sí dijo José. Y su voz tomó una acentuación casi dramática.

La mujer se echó a reír convulsivamente, con una abierta intención de burla.

¡Qué horror!, José. ¡Qué horror! dijo, todavía riendo. José matando a un hombre. ¡Quién hubiera dicho que detrás del señor gordo y santurrón, que nunca me cobra, que todos los días me prepara un bistec y que se distrae hablando conmigo hasta cuando encuentro un hombre, hay un asesino! ¡Qué horror, José! ¡Me das miedo!

José estaba confundido. Tal vez sintió un poco de indignación. Tal vez, cuando la mujer se echó a reír, se sintió defraudado.

Estás borracha, tonta dijo. Vete a dormir. Ni siquiera tendrás ganas de comer nada. Pero la mujer, ahora había dejado de reír y estaba otra vez seria, pensativa, apoyada en el mostrador. Vio alejarse al hombre. Lo vio abrir la nevera y cerrarla otra vez, sin extraer nada de ella. Lo vio moverse después hacia el extremo opuesto del mostrador. Lo vio frotar el vidrio reluciente, como al principio. Entonces la mujer habló de nuevo, con el tono enternecedor y suave de cuando dijo: ¿Es verdad que me quieres, Pepillo? José dijo. El hombre no la miró.

¡José! Vete a dormir dijo José. Y métete un baño antes de acostarte para que se te serene la borrachera.

En serio, José dijo la mujer. No estoy borracha. Entonces te has vuelto bruta dijo José.

Ven acá, tengo que hablar contigo dijo la mujer.

El hombre se acercó tambaleando entre la complacencia y la desconfianza.

¡Acércate! El hombre volvió a pararse frente a la mujer. Ella se inclinó hacia adelante, lo asió fuertemente por el cabello, pero con un gesto de evidente ternura.

Repíteme lo que me dijiste al principio dijo. ¿Qué? dijo José. Trataba de mirarla con la cabeza agachada asido por el cabello. Que matarías a un hombre que se acostara conmigo dijo la mujer.

Mataría a un hombre que se hubiera acostado contigo, reina. Es verdad dijo José.

La mujer lo soltó. ¿Entonces me defenderías si yo lo matara? dijo, afirmativamente, empujando con un movimiento de brutal coquetería la enorme cabeza de cerdo de José. El hombre no respondió nada; sonrió. Contéstame, José dijo la mujer. ¿Me defenderías si yo lo matara?

Eso depende dijo José. Tú sabes que eso no es tan fácil como decirlo. A nadie le cree más la policía que a ti dijo la mujer.

José sonrió, digno, satisfecho. La mujer se inclinó de nuevo hacia él, por encima del mostrador. Es verdad, José. Me atrevería a apostar que nunca has dicho una mentira dijo.

No se saca nada con eso dijo José. Por lo mismo dijo la mujer. La policía lo sabe y te cree cualquier cosa sin preguntártelo dos veces. José se puso a dar golpecitos en el mostrador, frente a ella, sin saber qué decir. La mujer miró nuevamente hacia la calle. Miró luego el reloj y modificó el tono de su voz, como si tuviera interés en concluir el diálogo antes de que llegaran los primeros parroquianos.

¿Por mí dirías una mentira, José? dijo. En serio. Y entonces José se volvió a mirarla, bruscamente, a fondo, como si una idea tremenda se le hubiera agolpado dentro de la cabeza. Una idea que entró por un oído, giró por un momento, vaga, confusa, y salió luego por el otro, dejando apenas un cálido vestigio de pavor.

¿En qué lío te has metido, reina? dijo José. Se inclinó hacia adelante, los brazos otra vez cruzados sobre el mostrador. La mujer sintió el vaho fuerte y un poco amoniacal de su respiración, que se hacía difícil por la presión que ejercía el mostrador contra el estómago del hombre.

Esto sí es en serio, reina. ¿En qué lío te has metido? dijo. La mujer hizo girar la cabeza hacia el otro lado. En nada dijo. Sólo estaba hablando por entretenerme.

Luego volvió a mirarlo.

¿Sabes que quizás no tengas que matar a nadie?. Nunca he pensado matar a nadie dijo José desconcertado. No, hombre dijo la mujer. Digo que a nadie que se acueste conmigo.

¡Ah! dijo José. Ahora sí que estás hablando claro. Siempre he creído que no tienes necesidad de andar en esa vida. Te apuesto a que si te dejas de eso te doy el bistec más grande todos los días, sin cobrarte nada.

Gracias, José dijo la mujer. Pero no es por eso. Es que ya no podré acostarme con nadie.

Ya vuelves a enredar las cosas--dijo José. Empezaba a parecer impaciente.

No enredo nada--dijo la mujer. Se estiró en el asiento y José vio sus senos aplanados y tristes debajo del corpiño. Mañana me voy y te prometo que no volveré a molestarte nunca.

Te prometo que no volveré a acostarme con nadie.

¿Y de dónde te salió esa fiebre? dijo José. Lo resolví hace un rato dijo la mujer. Sólo hace un momento me di cuenta de que eso es una porquería. José agarró otra vez el trapo y se puso a frotar el vidrio, cerca de ella. Habló sin mirarla. Dijo: Claro que como tú lo haces es una porquería. Hace tiempo que debiste darte cuenta.

Hace tiempo me estaba dando cuenta dijo la mujer. Pero sólo hace un rato acabé de convencerme. Les tengo asco a los hombres. José sonrió. Levantó la cabeza para mirar, todavía sonriendo, pero la vio concentrada, perpleja, hablando, y con los hombros levantados; balanceándose en la silla giratoria, con una expresión taciturna, el rostro dorado por una prematura harina otoñal.

¿No te parece que deben dejar tranquila a una mujer que mate a un hombre porque después de haber estado con él siente asco de ése y de todos los que han estado con ella?

No hay para qué ir tan lejos dijo José, conmovido, con un hilo de lástima en la voz. ¿Y si la mujer le dice al hombre que le tiene asco cuando lo ve vistiéndose, por qué se acuerda que ha estado revolcándose con él toda la tarde y siente que ni el jabón ni el estropajo podrán quitarle su olor?

Eso pasa, reina dijo José, ahora un poco indiferente, frotando el mostrador. No hay necesidad de matarlo. Simplemente dejarlo que se vaya. Pero la mujer seguía hablando y su voz era una corriente uniforme, suelta, apasionada.

¿Y si cuando la mujer le dice que le tiene asco, el hombre deja de vestirse y corre otra vez para donde ella, a besarla otra vez, a...? Eso no lo hace ningún hombre decente dijo José.

¿Pero, y si lo hace? dijo la mujer, con exasperante ansiedad. ¿ Si el hombre no es decente y lo hace y entonces la mujer siente que le tiene tanto asco que se puede morir, y sabe que la única manera de acabar con toda eso es dándole una cuchillada por debajo?

Esto es una barbaridad dijo José. Por fortuna no hay hombre que haga lo que tú dices.

Bueno dijo la mujer, ahora completamente exasperada. ¿Y si lo hace? Suponte que lo hace.

De todos modos no es para tanto--dijo José. Seguía limpiando el mostrador, sin cambiar de lugar, ahora menos atento a la conversación.

La mujer golpeó el vidrio con los nudillos. Se volvió afirmativa, enfática. Eres un salvaje, José dijo. No entiendes nada. Lo agarró con fuerza por la manga. Anda, di que sí debía matarlo la mujer. Está bien dijo José, con un sesgo conciliatorio. Todo será como tú dices.

¿Eso no es defensa propia? dijo la mujer, sacudiéndole por la manga. José le echó entonces una mirada tibia y complaciente. "Casi, casi", dijo. Y le guiñó un ojo, en un gesto que era al mismo tiempo una comprensión cordial y un pavoroso compromiso de complicidad. Pero la mujer siguió seria; lo soltó.

¿Echarías una mentira para defender a una mujer que haga eso? dijo.

Depende dijo José. ¿Depende de qué? dijo la mujer. Depende de la mujer dijo José.

Suponte que es una mujer que quieres mucho dijo la mujer. No para estar con ella, ¿sabes?, sino como tú dices que la quieres mucho. Bueno, como tú quieras, reina dijo José, laxo, fastidiado.

Otra vez se alejó. Había mirado el reloj. Había visto que iban a ser las seis y media. Había pensado que dentro de unos minutos el restaurante empezaría a llenarse de gente y tal vez por eso se puso a frotar el vidrio con mayor fuerza, mirando hacia la calle a través del cristal de la ventana. La mujer permanecía en la silla, silenciosa, concentrada, mirando con un aire de declinante tristeza los movimientos del hombre. Viéndolo, como podría ver un hombre una lámpara que ha empezado a apagarse. De pronto, sin reaccionar, habló de nuevo, con la voz untuosa de mansedumbre.

¡José! El hombre la miró con una ternura densa y triste, como un buey maternal. No la miró para escucharla, apenas para verla, para saber que estaba ahí, esperando una mirada que no tenía por qué ser de protección o de solidaridad. Apenas una mirada de juguete. Te dije que mañana me voy y no me has dicho nada dijo la mujer.

Si dijo José. Lo que no me has dicho es para donde. Por ahí dijo la mujer. Para donde no haya hombres que quieran acostarse con una. José volvió a sonreír.

¿En serio te vas? preguntó, como dándose cuenta de la vida, modificando repentinamente la expresión del rostro. Eso depende de ti dijo la mujer. Si sabes decir a qué hora vine, mañana me iré y nunca más me pondré en estas cosas. ¿Te gusta eso? José hizo un gesto afirmativo con la cabeza, sonriente y concreto. La mujer se inclinó hacia donde él estaba.

Si algún día vuelvo por aquí, me pondré celosa cuando encuentre otra mujer hablando contigo, a esta hora y en esa misma silla. Si vuelves por aquí debes traerme algo dijo José.

Te prometo buscar por todas partes el osito de cuerda, para traértelo dijo la mujer.

José sonrió y pasó el trapo por el aire que se interponía entre él y la mujer, como si estuviera limpiando un cristal invisible. La mujer también sonrió, ahora con un gesto de cordialidad y coquetería. Luego el hombre se alejó, frotando el vidrio hacia el otro extremo del mostrador.

¿Qué? dijo José, sin mirarla. ¿Verdad que a cualquiera que te pregunta a qué hora vine le dirás que a un cuarto para las seis? dijo la mujer. ¿Para qué? dijo José, todavía sin mirarla y ahora como si apenas la hubiera oído.

Eso no importa dijo la mujer. La cosa es que lo hagas. José vio entonces al primer parroquiano que penetró por la puerta oscilante y caminó hasta una mesa del rincón. Miró el reloj. Eran las seis y media en punta.

Está bien, reina dijo distraídamente. Como tú quieras. Siempre hago las cosas como tú quieras.

Bueno dijo la mujer. Entonces, prepárame el bistec. El hombre se dirigió a la nevera, sacó un plato con carne y lo dejó en la mesa. Luego encendió la estufa.

Te voy a preparar un buen bistec de despedida, reina dijo. Gracias, Pepillo dijo la mujer.

Se quedó pensativa como si de repente se hubiera sumergido en un submundo extraño, poblado de formas turbias, desconocidas. No se oyó, del otro lado del mostrador, el ruido que hizo la carne fresca al caer en la manteca hirviente. No oyó, después, la crepitación seca y burbujeante cuando José dio vuelta al lomillo en el caldero y el olor suculento de la carne sazonada fue saturando, a espacios medidos, el aire del restaurante. Se quedó así, concentrada, reconcentrada hasta cuando volvió a levantar la cabeza, pestañeando, como si regresara de una muerte momentánea. Entonces vio al hombre que estaba junto a la estufa, iluminado por el alegre fuego ascendente.

Pepillo. Ah. ¿En qué piensas? dijo la mujer. Estaba pensando si podrás encontrar en alguna parte el osito de cuerda dijo José.

Claro que sí dijo la mujer. Pero lo que quiero que me digas es si me darás toda lo que te pidiera de despedida.

José la miró desde la estufa. ¿Hasta cuándo te lo voy a decir? dijo. ¿Quieres algo más que el mejor bistec? Sí dijo la mujer.¿Qué? dijo José.

Quiero otro cuarto de hora. José echó el cuerpo hacia atrás, para mirar el reloj. Miró luego al parroquiano que seguía silencioso, aguardando en el rincón, y finalmente a la carne, dorada en el caldero. Sólo entonces habló.

En serio que no entiendo, reina dijo. No seas tonto, José dijo la mujer. Acuérdate que estoy aquí desde las cinco y media.
 #242801  por usuario
 
A EL DESENCANTO

Bajo una esbelta luna, mi sangre rubia como la tristeza, deambula como un asceta digambara, desnuda; rebusca las huellas de un espíritu inferior que le enseñe a sentir o a presentir al espíritu del bosque en los cipreses, en los robles, en los sauces o en los pinos de la montaña, para aprender a soñar con el corazón. He despertado comparando las huellas de mis recuerdos, con la lumbre de otros pasados; he concluido que mejor hubiera sido, el haber permanecido dormido o indiferente, a las inquietudes del alma. La perfección es líquida y se nos escapa por entre los dedos, como la volátil felicidad.

Hoy me siento desterrado, casi vencido por un destino absurdo; con horror contemplo el adiós de tus cabellos, desatado por los vientos de esta época en la vida; a tus sentimientos desnatados, con el futuro hasta el cuello, intentando rescatar de la espuma, algo de lo sembrado. Mis palabras a veces son el desdecir de un desencanto cano, agonizante; como las semillas quemadas, en una absurda ceguera política, como todo lo que nos rodea. Más que enfermo, me siento desilusionado; embestido por el infortunio dorado, y rojo, y azul, y verde, y negro; de nada me sirvió, el iluminarme con el fulgor límpido de mis sentimientos; me golpeó la envidia y los pensamientos obtusos, que se negaron a ver hacia el futuro sin vergüenza. He agotado las opciones para castigar a los monstruos y desenmascararlos, para que la impunidad no los premien ¡Tantos demonios conjurados por el vampirismo de su mala leche! Seres nefastos para el comercio, para el país, para la historia. Me cansé de intentar proteger con muros a las rosas de los villanos. A veces la gente prefiere tragar espinas, que un delicioso melocotón. El mundo hiede, porque sus carnes malatas están enfermas; las hienas aúllan, como las ingles rebuscando oportunidades o pasando hojas de vida. Me siento como un absurdo tornado, sin saber que camino tomar. Me desespera ver a esa rata regordeta que se ufana de una dignidad, para ocultar su pasado murte callejero.

Los senderos del mundo son absurdos, pero tenemos que sobrevivir, respondiendo a desafíos casi imposibles. El furor le arranca su encanto a las estrellas de nieve. No sé si el predicar valores, sea más un peligroso azote, que una carta de navegación. Día a día la muerte le gana, nuevos espacios a la vida; los pensamientos belicosos se imponen a la fuerza, sobre la nobleza de quienes los enfrentan sin armadura. El hombre bueno esta a merced, de la voluntad de muchos bastardos. El mito del ave fénix, ahora no es más que un cuento bello, pero inútil. Hemos olvidado el valor de respetar a nuestras raíces y hacerle honor a la palabra, como algo sagrado. Olvidamos ser congruentes con nuestros discursos y nunca olvidaré el rostro empalidecido de unos de los gurús de nuestro naturismo criollo, enmascarándose con el maquillaje de la vergüenza, para no tener que darle la espalda a los ojos de la realidad. Se desmoronan los valores, pero la indiferencia impide que la justicia salpique a algunos bastardos. El nuevo hombre se desconcierta, ante las alternativas absurdas que le ofrece la vida. Sé que cerrar los ojos, no es la mejor opción para nadie. Desnúdate y amémonos, por si la guerra nos sorprende antes del adiós…

Héctor “El Perro Vagabundo” Cediel
 #242828  por usuario
 
A LA AGONÍA DE UN POETA


Sin ti, pasé de la agonía, a una muerte profunda. Escasamente me despierto para tomarme una pastilla, contra el dolor en el alma y limpiarle a los ojos, la tierra. Extraño tus besos con aroma francés y al insomnio permanente, que dejó tu partida; desde entonces, más que un emigrante, soy un desplazado, un azota mundos sin esperanzas; un ciudadano sin tierra y con las raíces descabezadas. Mi Sol, no es el mismo que los ilumina a ustedes y el libro que escribo, se transformará en árbol…No sé si el miedo al destino, nos transforma en contrarrevolucionarios o en estatuas, a medida que nos momificamos; como esas modelos hermosas, a quienes se les seca la buena sangre. Ya le he limpiado al corazón las telarañas, pero le desapareció el encanto a la fe que profesaba. Mi vida ha quedado libre de mucha basura, de los aromas turbios del desamor, de los árboles de la soledad y de la escalera, que me permite descender al infierno o subir de cuando en vez hasta el cielo, para comparar ambos paraísos. Arden las paredes de mis huesos y se templa el miedo, como el acero toledano. Me he crucificado involuntariamente a muchos recuerdos; a aquellos sueños que rescate y evité ahogarse, en el llanto del río. La muerte es un viaje, que debería producir risa. He amado cuerpos heridos, como hojas por el granizo; ahora el cielo llora hielo y se deshielan las mortajas de la Antártica. No quiero amanecer muerto, sin haberte amado una vez más. Te quiero para morir, como una cereza en tu boca; empalando como un turista de paso tu sexo, antes que se convierta en una caverna desdentada. Quiero beberme contigo un café, antes de morirme. Matarme de tristeza, sería menos doloroso que asesinado por un anarquista revolucionario. Sé que el derecho a la vida, ya no figura en los derechos ciudadanos. No necesito para amar a un maniquí, ni una hembra para lucir en la tour Eiffel, ni menos a la matrona murte que me ofreció su amado engendro en bandeja de plata, para saldar con un mínimo de honor su vergüenza. No soporto a esas mujeres fastidiosas, que parecen haber dado a luz mascotas mariconas. Quiero despedirme de las que amé y de las que amaré, en los próximos años; después que se derrumbe el occidente y que se estrelle mi barco contra un submarino. Lo más duro será despedirme del Sol, de las flores, de los paisajes y de las florestas ecuatoriales de mis amigas. El destino me ha empitonado, un buen par de veces y he sabido sobrevivir, a un buen par de cornadas. He aprendido a subsistir en la desdicha, así como los peces lo aprendieron a hacer en el agua o los demonios en el fuego. He sido despiadado, cuando me he confundido con los burladeros, que me ofrecía la vida; suenan los clarines, como hojas revueltas por el viento; como la hojarasca que confunde a los valores o nos cambian de lugar los mojones por los que nos guiamos en la vida, para atracar en un remanso. Agonizo en un mar de tinta roja, que en mi primavera era azul cobalto; ahora es del color de los abismos, como los nombres que se borran de nuestra memoria, sin decir: ¡Good bye! Me muero con las botas puestas; navegando como un barco cargado con oro puro, escapando de los vientos diabólicos de los corazones, que solo rebuscan prisioneros en sus incursiones. ¡Soy el sueño de un océano! ¡Los meses que quise vivir de enero a enero, en Europa! Soy un marinero que observa con honor, a los arreboles de sus últimos crepúsculos ¿Llueve? ¡No!, es un suspiro de la tristeza…
 #243590  por usuario
 
A LA AGONÍA DE UN POETA
Sin ti, pasé de la agonía, a una muerte profunda. Escasamente me despierto para tomarme una pastilla, contra el dolor en el alma y limpiarle a los ojos, la tierra. Extraño tus besos con aroma francés y al insomnio permanente, que dejó tu partida; desde entonces, más que un emigrante, soy un desplazado, un azota mundos sin esperanzas; un ciudadano sin tierra y con las raíces descabezadas. Mi Sol, no es el mismo que los ilumina a ustedes y el libro que escribo, se transformará en árbol…No sé si el miedo al destino, nos transforma en contrarrevolucionarios o en estatuas, a medida que nos momificamos; como esas modelos hermosas, a quienes se les seca la buena sangre. Ya le he limpiado al corazón las telarañas, pero le desapareció el encanto a la fe que profesaba. Mi vida ha quedado libre de mucha basura, de los aromas turbios del desamor, de los árboles de la soledad y de la escalera, que me permite descender al infierno o subir de cuando en vez hasta el cielo, para comparar ambos paraísos. Arden las paredes de mis huesos y se templa el miedo, como el acero toledano. Me he crucificado involuntariamente a muchos recuerdos; a aquellos sueños que rescate y evité ahogarse, en el llanto del río. La muerte es un viaje, que debería producir risa. He amado cuerpos heridos, como hojas por el granizo; ahora el cielo llora hielo y se deshielan las mortajas de la Antártica. No quiero amanecer muerto, sin haberte amado una vez más. Te quiero para morir, como una cereza en tu boca; empalando como un turista de paso tu sexo, antes que se convierta en una caverna desdentada. Quiero beberme contigo un café, antes de morirme. Matarme de tristeza, sería menos doloroso que asesinado por un anarquista revolucionario. Sé que el derecho a la vida, ya no figura en los derechos ciudadanos. No necesito para amar a un maniquí, ni una hembra para lucir en la tour Eiffel, ni menos a la matrona murte que me ofreció su amado engendro en bandeja de plata, para saldar con un mínimo de honor su vergüenza. No soporto a esas mujeres fastidiosas, que parecen haber dado a luz mascotas mariconas. Quiero despedirme de las que amé y de las que amaré, en los próximos años; después que se derrumbe el occidente y que se estrelle mi barco contra un submarino. Lo más duro será despedirme del Sol, de las flores, de los paisajes y de las florestas ecuatoriales de mis amigas. El destino me ha empitonado, un buen par de veces y he sabido sobrevivir, a un buen par de cornadas. He aprendido a subsistir en la desdicha, así como los peces lo aprendieron a hacer en el agua o los demonios en el fuego. He sido despiadado, cuando me he confundido con los burladeros, que me ofrecía la vida; suenan los clarines, como hojas revueltas por el viento; como la hojarasca que confunde a los valores o nos cambian de lugar los mojones por los que nos guiamos en la vida, para atracar en un remanso. Agonizo en un mar de tinta roja, que en mi primavera era azul cobalto; ahora es del color de los abismos, como los nombres que se borran de nuestra memoria, sin decir: ¡Good bye! Me muero con las botas puestas; navegando como un barco cargado con oro puro, escapando de los vientos diabólicos de los corazones, que solo rebuscan prisioneros en sus incursiones. ¡Soy el sueño de un océano! ¡Los meses que quise vivir de enero a enero, en Europa! Soy un marinero que observa con honor, a los arreboles de sus últimos crepúsculos ¿Llueve? ¡No!, es un suspiro de la tristeza…
 #243595  por usuario
 
A LA AGONÍA DEL ALMA

Hay demasiados pasos, que debemos aprender a dar en silencio, en la vida; así la vida, solo nos recompense con ingratitud y una absurda indiferencia. He conocido la soledad, como cuenta de cobro por la dignidad y los grandes errores. He honrado la palabra, he respetado los valores y principios, así haya sido demasiado imperfecto como hombre. Siempre me he confesado conmigo mismo y a mi manera; me he impuesto penitencias, sin llegar al fanatismo absurdo del silicio. Junto al mar, solo soy viento y sueño de estrellas; quise ser un caballo con alas, un jinete galáctico, un naufrago rescatado por el amor y la familia. Hoy, no sé si viajo convertido en espuma o si fui simplemente un nardo para los pies descalzos, de quienes intentaron llegar en mi ayuda. Sé que ya pasó el tiempo para ser árbol, estrella, lámpara, faro o camino. El río pasó y se transformó en noche. Me oculté de la vida, bajo las sábanas en algunas ocasiones o noches con tormentas. Fui aurora o crepúsculo, para muchas vidas. Aprendí a beber agua y fuego. Rebusqué con desespero vino en pechos secos y tampoco pude saciar la sed en labios resecos, agotados, cansados. Los amores tardíos, nunca dieron más que mosto agrio y de color negro…nunca como el color del trigo… ya no recuerdo el color de tu corazón, ni los de tus sentimientos… No sé si las estrellas son paraísos muertos o vivos; si son edenes de hielo o ígneos; si son olimpos asexuados o hermafroditas. Me equivoque demasiado; ¡tanto!, que ya el desencanto se convirtió en una absurda costumbre. Me encanta observar el milagro más hermoso de la vida, después que escucho cantar un gallo… El amor siempre fue, un hermoso sueño; fue como percibir la vida de un hijo, dentro del vientre de la mujer amada…Me desperté un día y todo había muerto, a mí alrededor; me sacudí y la realidad era un mar, oscuro como una de las noches más tétricas. No me importa, que el amor no me acompañe en mi entierro. No me interesa que la tempestad haya talado, el pino de mi querida Bifidus. No me incumbe ni me toca, que el río no me escuche llorar. Me muero a pedazos, ante los ojos de los textileros, de esos viejos hombres mediocres; sin tu amor, estoy dos veces muerto. Estoy cansado de aguardar por ti. Estoy agotado. Me desespera el sentir, que me muero agotado en la oscuridad. Siento que mi alma agoniza. Mi tristeza esta cansada de arañar palabras y de ver como nacen, agonías de mi pecho. No pude desenmarañar mis sentimientos. Nada gané nada que se amerite recordar, tirándome los cabellos. Una voz invisible me gritó que estaba muerto, el día que me internaron en un sanatorio mental por primera vez. La vida me desolló y cortaron mi corazón, como si fuera una vulgar sandía. Tus muslos dejaron de verme con pasión y deseo, más rápido de lo que imaginé. Me encantaría morir ebrio, alucinado por unos buenos versos y contemplando las lágrimas, de mis venas abiertas. Me he golpeado contra las paredes del viento y he raptado sobre las arenas, rebuscando una cueva para atrincherarme. Me muero roto como un ventanal, con una pedrada en el ojo. Siento que muero desollado por tus pezuñas diabólicas
 #244595  por usuario
 
A LOS ABSURDOS DEL MAR Y DE LA TIERRA

No creo en los estereotipos, sino que aventuramos y necesitamos saborear al veneno, para sentirnos como pequeños dioses, capaces de reencarnar a personajes únicos. No es fácil encontrarle o darle un sentido a la vida, cuando hemos perdido nuestra capacidad de asombro por lo leve, incluyendo el amor. Me encantan las estaciones amorosas; una primavera permanente, sería absurdamente tediosa, sin la pasión del verano, el romanticismo del otoño o la complicidad del invierno; lo fascinante del amor es esa maraña confusa, sutil y perdurable, entre lo que se debate nuestra fascinación. Presiento que en el futuro, tendremos que imaginar las precipitaciones que nos indujeron al caos y seremos maldecidos y conjurados, por nuestras futuras generaciones. Todo, absolutamente todo, esta más en las manos de los hombres, que en las de Dios. No sé si Dios es amnésico, si padece de Azhaimer o si simplemente fue una leyenda-mito armada para manipular, el apocalíptico futuro de las generaciones a partir de Constantino. El amor siempre beneficia a algunos y también perjudicará a otros; no importa quién se sacrifique, nunca faltarán beneficiados y perjudicados; siempre que he estado enamorado, me he sentido demasiado cerca de la felicidad. Las albas amorosas nos llenan el corazón con ilusiones y flores multicolores; cuando los pensamientos pronuncian con un profundo respeto nuestros nombres y nos hacen sentir 20 centímetros por encima del suelo. Todo lo que fallece se va, como la memoria que borra los nombres de quienes pelearon y murieron en las batallas. Llevo las lágrimas de tu aroma, pegadas al cuerpo de mi tristeza. Un río ciego de desencantos, divide en dos el color de las aguas. Ya no deja el tabaco su aroma, regado como escombros por tu boca. Te descuarticé con besos y desollé tu piel con promesas, para fluir dentro de ti, como una romántica góndola o una llave abierta de pasión. Bajo la luna y las estrellas, te alejas derramando suspiros. El canario sonrosado le cantó al Sol, confundido con la estela del barco que se alejaba y se perdía, como una ballena jorobada dentro del mar, ignorando que la sestean los arpones de los pesqueros para emboscarla. Escucho la sombra de los gemidos de los muertos; ya no descienden los cadáveres por los ríos, porque descendieron todos los que se consideraban mala hierba. Hoy, el campo se puede recorrer, siempre y cuando se evite pisar una de las minas quiebrapatas, sembradas por la demencia del absurdo ideológico y como un extenso desierto desolado por el miedo y la hambruna de los brutos. Me he amortajado con sueños, para que mi cadáver no muera de frío… la vida para mi es una macabra morgue desde que la tengo que afrontar desnudo y sin ninguna ilusión, como las coperas o las perdidas… esas noches son tenebrosas… ¡Afortunadamente ya no se suicidan los presos políticos, dándose patadas en el rostro, aunque ahora tienen la desagradable costumbre de suicidarse fracturándose los huesos de todo el cuerpo. Se borraron tantas imágenes de mi memoria, que hasta el viento arrancó las páginas ensangrentadas. El dolor me mira como a un buen amigo, mientras contemplo desde la ventana de este absurdo manicomio, las sombras de una vida absurdamente enferma y que requiere de ser internada de inmediato en cuidados intensivos. La muerte esta enferma de ser irracional, ilógica y mar de tanto llorar. Los terroristas ya no encuentran ningún espacio libre en ninguna parte del mapa, ya que nada justifica su demencia; la tierra que se deshabitó, quedo maldecida para siempre, ya que es casi imposible perdonar y olvidar, ciertas murtes bellaquerías; los huesos de estos engendros, creyeron que haciéndose los sordos, podían atropellar a quiénes quisieran; su sangre se engendrará maldita y será maldecida hasta por la insomne tierra. La revolución de los mansos, es una puerta abierta hacia el camino dorado, cuando desaparezca el viejo hombre para siempre. Brama el alma de los castrados, que fueron incapaces de combatir a las ratas. El agua cansada vuelve a las hojas en forma de niebla y el hombre transparente recoge las cenizas de la tristeza y echa al vuelo las campanas, para pregonar la resurrección del nuevo hombre. Los absurdos son un extenso mar de tierra, que tenemos que recorrer de nuevo, para que el amor no pierda su fragancia y nuestro ángel de la guarda, nos extienda su mano sin miedo
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