A los besos de una amante
Los lápices de la noche, escriben al ritmo tenebroso de las sombras: ¡Historias fantásticas, pero fantasmales!. No es fácil evitar la impaciencia, cuando se aguarda al destino en una cita a ciegas. Ayer pudieron llover peces del cielo, pero como siempre, el premio gordo del infortunio, lo ganaron los informales. Por falta e imaginación, los periodistas solo consideran noticia a la violencia y a las hecatombes. Oscilo como una hoja entre absurdos polos, intentando apagar los incendios de la incertidumbre. Siento mis alas como las de un gorrión, intentando salvar su nido del corazón de una tormenta huracanada; después de las grandes inundaciones, reina un profundo silencio; la ciudad se siente y se respira más limpia; para los damnificados es un leve suspiro, para reedificar o recoger los escombros. La historia de la vida, no es más que un rosario de historias absurdas; quizás soy fruto de esos cuentos irónicos o de esos poemas breves que se sienten inconclusos. Soy la nueva voz de los silencios profundos. He reencarnado al grito desesperado de los náufragos, cuando se adivinan dentro del vientre antropófago de un monstruo. Hemos emprendido cruzadas que nacieron perdidas, como todo lo que nace sin corazón o se engendra con mala sangre. Hay cartas que el tiempo desempolvará con vergüenza; e historias vergonzosas, que el tiempo intentará empolvar. Hay misivas que se envían sin ningún objeto y otras que intentan brillar como una estrella, para evitar que se arruinen nuestros sueños. Hay versos que intentan acciones desesperadas para satisfacer en un mínimo a otras almas. Hay manos caritativas que se impacientan, cuando se sienten impotentes frente al fracaso o a los chillidos malcriados de los necios. Tenemos que aprender a navegar la tierra y a superar esos momentos apocalípticos, que nos ajusticiaron sin razón alguna y nos desplazaron a vivir aventuras sin rumbo. Todos crecemos con una aureola de sueños y creemos que existe un Olimpo, que nos puede deparar una vanguardia gloriosa. Soplan vientos límpidos e inocentes, que hacen girar como una veleta mi luna. No siento como un delito, al tiempo que se cree perdido por dedicárselo al creacionismo poético, al bucear imágenes y castillos de naipes. Regresaré a buscar nidos perdidos, en la arboleda que sobrevivió a las rutas del fuego. Nuestro mejor amigo en la juventud fue nuestro padre y nos enseñó a apreciar a la vida, a la naturaleza, a ver personas en la gente, a que todos somos iguales y merecemos el mismo respeto; nos inició como caminantes exploradores, ya que como un excursionista e los Andes, fue de los pioneros del escultismo. Jamás olvidaré los campamentos en Pedro Palo, ni los momentos que compartimos confeccionando carpas y morrales, entre toda la familia. Los mejores años de mi vida los ajusticié, por insistir en caminar descalzo como esos tontos que creen que el empuñar un remo, los hace marineros expertos. No fue fácil aprender a vivir soñando viajes o aventuras, o tener por Capitán a un marino que se embarcaba siempre hacia la selva o destinos que muy pocas veces aparecían en el mapa; solo recuerdo que nunca nos hablaba de la guerra, de las masacres guerrilleras, ni nunca le conocí amante alguna. De él siempre recordaré las tertulias con sus amistades incondicionales y del alma, a quienes llegué a considerar: los filósofos de mi vida. Sin razón alguna, todos aceleraron su vuelo como Ángeles despistados. Siempre los rememoraré por esas idioteces que eran un elixir de carcajadas y una toxina burlona de una realidad política y social que daba lágrima. ¡Nuestra realidad ha sido un eterno nocturno! Donde todos formamos parte de un absurdo elenco de actores y actrices. Por esa época llegó la ardiente primavera de los años 60 y fue como saltar de la prehistoria al modernismo; fue una época de tornados y de huracanes; desde entonces me olvidé de mi mismo, por intentar darle una forma a mi vida; creí que la pluma podría reformar al mundo y desde entonces, los ideales me desterraron a vivir acelerados y absurdos vuelos, ricos en una tensión didáctica y en fracasos. He vivido como un frustrado marinero, añorando al mar caribeño que arrulló mis primeros sueños en un corralito de piedra; luego me dediqué a recoger o a quitar piedras, para que nadie se fuera a golpear contra ellas, incluyendo a mis hijos. Sobrevivir para muchos fue un arte o como aprender a caminar por entre caminos minados. Me dedique a escribir mapas mudos con sueños y a repartir cartas de navegación de mar, aire y tierra, ya que existen diferentes rutas hacia la primavera. Aprendí tarde que es una necedad sembrar boyas, porque solo se aprende a cabalgar, montando un caballo real. Perdí el orden cronológico de los nombres de mis amantes -como todos- y hasta olvidé la fecha en la que descendí por primera vez al infierno. Mi vida se transformó en un absurdo carrusel bipolar, entre la depresión y la euforia. Mis sueños marineros mutaron en obsesiones contra el naufragio; opté como opción e vida al docentismo del momento y viví los ahoras. Fui sal y no semilla, para las musas que cautivé. Vivo enamorado del azul del viento y del verde de las estrellas como las palmas de cera. El erotismo volandero de las cigüeñas, puso a volar a mi corazón; le cambió el sabor a mi prosa amarga y mamertita; transformó en rosas a la sangre y en luz para las nuevas generaciones, los sueños oscuros que navegaban aferrados a los remos de las galeras. Del surrealismo solo recuerdo a los superhéroes y a las amistades peligrosas que me invitaban a conocer cultos religiosos; aunque me encanta la musicalidad espiritual de los versos e los salmos y los augurios del Apocalipsis. Deberíamos rebautizar los derechos reservados, en derechos de todos. Mis poemas o mis cartas de amor, nacieron sin títulos ni con nombres específicos, pero son una memoria de recuerdos y un profundo homenaje a mis marineras, a esas gaviotas que me acompañaron como rosas de los vientos en mis viajes. Una amante siempre será una capitana de bonanzas y de sus sermones amorosos, rescaté un mar de imágenes. Jamás olvidamos a las flores que se nos escaparon de las manos y se nos fueron vivas a los chiqueros. Para mí las cuatro estaciones fueron seis, como tríos los amoríos de pareja. Solo en las más negras agonías, se pueden concebir buenos versos. Los versos amartelados, nacen con un tono tonto, enfermo o agonizante, por carecer el fuego que inspiran las amantes y se quedan en una melodiosa rima que se desparrama sobre el papel como un tiovivo sin jinete. Los caballeros del diablo escriben la mejor poesía, teniendo por musas a las perdidas más simpáticas. Solo por un buen pecadito o una putita decente, se justifica bajar de la cruz. Me encantan las mujeres calladas pero que son atrevidas corzas, las que se comportan como tontas piratas chifladas, bucaneros confiteras de placeres; las que reprimen por orgullo la celosía de su sangre. No soporto la música del rencor o las que le suprimen al cuerpo ese aroma a perdidas, para que el deseo ventero no suelte el velamen del deseo. Las palabras de amor solo tienen dos caras. No imagino a mujeres límpidas en mi mar; he preferido callar nombres, para no tener que escribir dedicatorias con paréntesis. Solo las amantes nos inspiran triples o mas signos de admiración en los versos. Una vez más confieso, que fui un afortunado pescador sin dinero. La poesía es a las mujeres, como el carburo a las paredes. Toda poesía sin imaginación, será un adefesio a la belleza. Siempre cuatro paredes pueden ser una cárcel, una iglesia, un sepulcro o un nido de amor. He suprimido los gritos y los gemidos de los presos políticos, porque todos debemos aprender a pelear de alguna forma nuestras guerras; nadie debe pelear las nuestras y solo los idiotas pelean las guerras de otros. Se me hizo absurdo escuchar testimonios de soldados que habían sido llevados casi como mercenarios a Irak, y no sabían ni hacia adonde iban a pelear, ni porque estaban peleando allí. ¿Será por eso, que ahora agonizan sin sueños los caminantes? Escribo con la ilusión de ver algún día un sueño hecho realidad, aunque no veo a ninguno sobre la berma de mi camino. Agonizo descalzo, pisando de piedra en piedra, citando con el pecho a la cornamenta y a los ojos de las lanzas; por miedo a perderte, me aferro a los cabellos de tu recuerdo; así como otros lo hacen al miedo, cuando escuchan las trompetas de la guerra. ¡Me marcho a navegar la tierra! ¡Quizás vuelva después de conocer la muerte! Detrás del burladero se esconde el miedo o la capa que nos conducirá a la suerte de varas y después, hacia la muerte. Eres un incansable río, una tontilla que no se fatiga de morir en el mar. Yo soy aquel: ¡mar y alba! He llenado cuadernos con adefesios, transcribiendo desvelos y ejercicios e la lengua; adorada fiera, enamorada y amante de la rosa. ¡Nunca dejaré de buscar al mar, hasta encontrarlo! He escrito tantos versos, que ahora pienso que no vale la pena peder tiempo, pensando o seleccionando los válidos. Todos los versos son buenos o malos, según el momento. Para mí, los mejores versos fueron engendrados en los grandes amores; los otros pueden ser hermosos, pero siempre serán ligeros. El miedo no siempre es un buen amigo; ayer me aculillé y no me fui a conocer la vida de la mano de una de esas mujeres de mundo, que el silencio de las madres tilda de tener demasiado mundo o kilometraje. He vivido una vida aburrida e infame. Nunca recibí una carta para ir a buscarla o nunca supe, si me las escondieron. Ella quería enseñarme que la vida es poesía y que los días se pueden convertir en estrofas. Me encantan los versos claroscuros, porque intentan restaurar la belleza límpida de los sentimientos primarios; la metamorfosis depende de los reactivos o de los acelerantes del tiempo. Hay mujeres guapísimas que nos obligan a pasar por pruebas de fuego, como los deshumanizados morteros que le mezclan azul de metileno al azufre, para que aprendamos a distinguir las precipitaciones que nos pueden conducir al infierno. Me burlo de las ínfulas de los narcisos y de las narcisas, que se corren como toros en las noches de riñas de gallos, cuando se arrodillan a adorar al dinero. La metamorfosis embarca en naves de fuego, a nuestros corazones de sandia. Una coma o un punto aparte, pudo salvar mi vida. La palabra madrigal no me suena futurista, pero una carta de amor, si se puede transformar en una rosa. Se me olvidó hablar como los enamorados por teléfono y la última vez que lo hice, sentí vergüenza, porque no pude evitar el masturbarme, cuando me sentí comunicado con tu alma, con tu cuerpo, con tu piel. Me siento como un monigote confundido por la pasión y las formas del amor moderno. Las imágenes son más directas y menos poéticas; es como si las piernas no tuvieran que dejarle algo a la imaginación. Me fascinan los locos versos sinrazón de los tontos enamorados; esa sutil ingenuidad espiritual con la que se indispone la cordura lo los ohs y de las ahs, en el canto de las aleluyas de los dedos y de los besos. Conocí jovencitas suicidando lo mejor de su juventud, bajo mantos negros o sin atreverse a regalarle un minuto al amor. Sería una absurda necedad culpar de nuestros deslices a una cáscara de plátano. He dejado mi corazón a merced del viento marinero y en la cabeza de un juego de prendas; he visto como algunas lunas huyen de la realidad, dejando caer prendas a sus pies, para abrir nuevas brechas a la imaginación perdida. El honor es hoy, un poema sin título, un absurdo que anota los goles del viento. He encontrado en el mar, botellas perdidas con poemas o cartas que narran absurdas historias de amor; la nueva vida con la que se identifican los jóvenes, en nada se parece a los regalos con los que nos seducen los ángeles. Me he embriagado con los mejores caldos de la poesía. He intentado producir el mejor vino, para vivir embriagado con mis versos. La poesía es un vino, sutilmente oloroso a campiña, a virgen, a mamita linda. Sé que escribiendo poesía, nunca abandonaré al paraíso. Braceando casi agonizo; escasamente pude tomar un poco de aire, para llegar a duras penas a la orilla ¿del cielo o del infierno? ¡da lo mismo: calor o frío! Los amores imposibles siempre nos abandonan en el borde del abismo. Nunca conocí la carta de mi amiga suicida, quizás nunca la escribió, para evitarme remordimientos. He aprendido tanto de mis escombros, que pregono como revelaciones divinas, sus enseñanzas a los ciegos. Mis textos son extensos como la línea de un suspiro. Mis ángeles moran en cuevas como los murciélagos y transcriben sin encender la luz, los versos que rescata de las cenizas, la espada. He vencido a los demonios e las tinieblas. He rescatado mi alma de la desesperanza. ¡Lástima que las oraciones se pierdan en el limbo, sin respuestas! Ahora siembro mis esperanzas en la tierra. La voz de la estafeta se pierde en un absurdo eco, cuando encuentra deshabitada el alma. Todas las cosas deben tener un espíritu interior, una red de recuerdos, una colcha de lágrimas. Me siento desahuciado, deshabitado como un talego de ilusiones sin corazón. He sido una apocalíptica pesadilla y he pagado por culpa e la amnesia de Dios, más de dos veces con tormentos. La soberbia nos hunde en las metáforas del fin, en las tormentas bélicas de las soledades, en los números binarios que nos cosifican, en la tecnología que nos absorbe y en el sistema que nos borra con un insignificante clic. La verdad no dejará de ser un leve canto popular y el paraíso recuperado, un paraíso de perdición, un cuerpo para que se ejerciten nuestros sentidos. Me encanta el placer desenfrenado que nos brindan os pecados capitales, los descarrilamientos y los naufragios, por culpa e la velocidad que lleva el mundo o nuestras vidas. Tenemos que aprender a razonar como los que concibieron el vuelo, a pesar e tener conciencia de que carecíamos de alas. Nos hemos convertido en apocalípticos ángeles, avaros de lo material y con una insaciable sed de lo temporal. Nadie intenta ahora entrar al cielo; aunque con diezmos se intenta sobornar al cerrojo cancerbero. Pregono la era de los hombres pájaro y el gran triunfo del alma, sobre el destino murte del hombre mediocre. El alcohol potencializa los viajes del alma por el paraíso o por el infierno, como los ángeles cuando desaparecen por un tiempo y dicen que estaban desarrollando fórmulas en el desierto. En una mujer accesorio, el alma nunca encontrará la paz. A nadie fastidio con mi agonía, pero también sé que es imposible que el Sol se suicide, porque no es de carne, ni tiene sentimientos. Llevo las canciones de los ángeles de Nueva Orleáns en el corazón; pero he tapado con boleros las goteras e mi alma. He perdido la fe, por culpa de las catástrofes apocalípticas que veo y que han reducido a casi nada, la poca confianza que tenía en las oraciones. Nos acostumbramos a navegar ríos de sangre, en tiempos absurdos que llamamos de paz. ¿Será que Dios nos castiga para perfeccionarnos, templando nuestras almas con fuego? Me encanta divagar por el papel, cantando el absurdo de las imágenes que se interpretan en el carnaval teatral de los tontos o en absurdas representaciones en público que no valen cinco centavos. Somos dos veces imbéciles, los tontos que no le pasamos una cuenta de cobro a los dirigentes que se eligieron. Todos nos imbecilizamos con absurdas parodias, que no son más que la burla de nosotros mismos; muchos terminamos enamorados de quimeras, otros de mujeres-vaca y otros, los que creyeron un día en el ratoncito Pérez, terminaron pedaleando y pedaleando, para creer que le estaban dando vueltas a la vida. Voy a adelantar mi reloj, para abandonar esta melancolía y despistar al infortunio. Me intrigan las razones y las respuestas, que encuentran los que intercambian de pareja. Sé que mi vida se podría reducir a un poema de pocos versos, pero ahora la literatura se paga por cuartillas. Un filósofo retórico siempre será más comercial. Algún día conoceré, la Europa que ha imaginado mi corazón, ¡desafortunadamente la veré con otros ojos y con el sentir de un sobreviviente de la guerra! Intentaré publicar en reenvíos de Internet, hasta darme a conocer por este medio surrealista de editar. No voy a despedirme del tiempo perdido para siempre, ya que él me ha enseñado quién soy. Dudo de la escritura automática, que desconoce la técnica el tejido de punto o de la ingeniería de las telarañas. Escribir poesía es como improvisar trovas, cuando se le canta a la sangre de una rosa herida o a esas penas que zarpan sin voltearnos a mirar. No sé que más desean mis labios de la sangre del pan o del clamor de los labios madrigueras. Quiero bañar como el río a tu piel y echarme a dormir como una almohada, cubierto por tus cabellos. “Sé que no moriré de sed ni de viento”, canta el gallo de mi dulce amante, en un madrigal con ojeras, pero que no habla de matrimonio. ¡Casarnos: sería despedirnos del amor y la vida! El beso de una amante, siempre será el hermoso prólogo de un doloroso epílogo, en un solo suspiro sostenido, sin pestañas ni pensamientos.
Los lápices de la noche, escriben al ritmo tenebroso de las sombras: ¡Historias fantásticas, pero fantasmales!. No es fácil evitar la impaciencia, cuando se aguarda al destino en una cita a ciegas. Ayer pudieron llover peces del cielo, pero como siempre, el premio gordo del infortunio, lo ganaron los informales. Por falta e imaginación, los periodistas solo consideran noticia a la violencia y a las hecatombes. Oscilo como una hoja entre absurdos polos, intentando apagar los incendios de la incertidumbre. Siento mis alas como las de un gorrión, intentando salvar su nido del corazón de una tormenta huracanada; después de las grandes inundaciones, reina un profundo silencio; la ciudad se siente y se respira más limpia; para los damnificados es un leve suspiro, para reedificar o recoger los escombros. La historia de la vida, no es más que un rosario de historias absurdas; quizás soy fruto de esos cuentos irónicos o de esos poemas breves que se sienten inconclusos. Soy la nueva voz de los silencios profundos. He reencarnado al grito desesperado de los náufragos, cuando se adivinan dentro del vientre antropófago de un monstruo. Hemos emprendido cruzadas que nacieron perdidas, como todo lo que nace sin corazón o se engendra con mala sangre. Hay cartas que el tiempo desempolvará con vergüenza; e historias vergonzosas, que el tiempo intentará empolvar. Hay misivas que se envían sin ningún objeto y otras que intentan brillar como una estrella, para evitar que se arruinen nuestros sueños. Hay versos que intentan acciones desesperadas para satisfacer en un mínimo a otras almas. Hay manos caritativas que se impacientan, cuando se sienten impotentes frente al fracaso o a los chillidos malcriados de los necios. Tenemos que aprender a navegar la tierra y a superar esos momentos apocalípticos, que nos ajusticiaron sin razón alguna y nos desplazaron a vivir aventuras sin rumbo. Todos crecemos con una aureola de sueños y creemos que existe un Olimpo, que nos puede deparar una vanguardia gloriosa. Soplan vientos límpidos e inocentes, que hacen girar como una veleta mi luna. No siento como un delito, al tiempo que se cree perdido por dedicárselo al creacionismo poético, al bucear imágenes y castillos de naipes. Regresaré a buscar nidos perdidos, en la arboleda que sobrevivió a las rutas del fuego. Nuestro mejor amigo en la juventud fue nuestro padre y nos enseñó a apreciar a la vida, a la naturaleza, a ver personas en la gente, a que todos somos iguales y merecemos el mismo respeto; nos inició como caminantes exploradores, ya que como un excursionista e los Andes, fue de los pioneros del escultismo. Jamás olvidaré los campamentos en Pedro Palo, ni los momentos que compartimos confeccionando carpas y morrales, entre toda la familia. Los mejores años de mi vida los ajusticié, por insistir en caminar descalzo como esos tontos que creen que el empuñar un remo, los hace marineros expertos. No fue fácil aprender a vivir soñando viajes o aventuras, o tener por Capitán a un marino que se embarcaba siempre hacia la selva o destinos que muy pocas veces aparecían en el mapa; solo recuerdo que nunca nos hablaba de la guerra, de las masacres guerrilleras, ni nunca le conocí amante alguna. De él siempre recordaré las tertulias con sus amistades incondicionales y del alma, a quienes llegué a considerar: los filósofos de mi vida. Sin razón alguna, todos aceleraron su vuelo como Ángeles despistados. Siempre los rememoraré por esas idioteces que eran un elixir de carcajadas y una toxina burlona de una realidad política y social que daba lágrima. ¡Nuestra realidad ha sido un eterno nocturno! Donde todos formamos parte de un absurdo elenco de actores y actrices. Por esa época llegó la ardiente primavera de los años 60 y fue como saltar de la prehistoria al modernismo; fue una época de tornados y de huracanes; desde entonces me olvidé de mi mismo, por intentar darle una forma a mi vida; creí que la pluma podría reformar al mundo y desde entonces, los ideales me desterraron a vivir acelerados y absurdos vuelos, ricos en una tensión didáctica y en fracasos. He vivido como un frustrado marinero, añorando al mar caribeño que arrulló mis primeros sueños en un corralito de piedra; luego me dediqué a recoger o a quitar piedras, para que nadie se fuera a golpear contra ellas, incluyendo a mis hijos. Sobrevivir para muchos fue un arte o como aprender a caminar por entre caminos minados. Me dedique a escribir mapas mudos con sueños y a repartir cartas de navegación de mar, aire y tierra, ya que existen diferentes rutas hacia la primavera. Aprendí tarde que es una necedad sembrar boyas, porque solo se aprende a cabalgar, montando un caballo real. Perdí el orden cronológico de los nombres de mis amantes -como todos- y hasta olvidé la fecha en la que descendí por primera vez al infierno. Mi vida se transformó en un absurdo carrusel bipolar, entre la depresión y la euforia. Mis sueños marineros mutaron en obsesiones contra el naufragio; opté como opción e vida al docentismo del momento y viví los ahoras. Fui sal y no semilla, para las musas que cautivé. Vivo enamorado del azul del viento y del verde de las estrellas como las palmas de cera. El erotismo volandero de las cigüeñas, puso a volar a mi corazón; le cambió el sabor a mi prosa amarga y mamertita; transformó en rosas a la sangre y en luz para las nuevas generaciones, los sueños oscuros que navegaban aferrados a los remos de las galeras. Del surrealismo solo recuerdo a los superhéroes y a las amistades peligrosas que me invitaban a conocer cultos religiosos; aunque me encanta la musicalidad espiritual de los versos e los salmos y los augurios del Apocalipsis. Deberíamos rebautizar los derechos reservados, en derechos de todos. Mis poemas o mis cartas de amor, nacieron sin títulos ni con nombres específicos, pero son una memoria de recuerdos y un profundo homenaje a mis marineras, a esas gaviotas que me acompañaron como rosas de los vientos en mis viajes. Una amante siempre será una capitana de bonanzas y de sus sermones amorosos, rescaté un mar de imágenes. Jamás olvidamos a las flores que se nos escaparon de las manos y se nos fueron vivas a los chiqueros. Para mí las cuatro estaciones fueron seis, como tríos los amoríos de pareja. Solo en las más negras agonías, se pueden concebir buenos versos. Los versos amartelados, nacen con un tono tonto, enfermo o agonizante, por carecer el fuego que inspiran las amantes y se quedan en una melodiosa rima que se desparrama sobre el papel como un tiovivo sin jinete. Los caballeros del diablo escriben la mejor poesía, teniendo por musas a las perdidas más simpáticas. Solo por un buen pecadito o una putita decente, se justifica bajar de la cruz. Me encantan las mujeres calladas pero que son atrevidas corzas, las que se comportan como tontas piratas chifladas, bucaneros confiteras de placeres; las que reprimen por orgullo la celosía de su sangre. No soporto la música del rencor o las que le suprimen al cuerpo ese aroma a perdidas, para que el deseo ventero no suelte el velamen del deseo. Las palabras de amor solo tienen dos caras. No imagino a mujeres límpidas en mi mar; he preferido callar nombres, para no tener que escribir dedicatorias con paréntesis. Solo las amantes nos inspiran triples o mas signos de admiración en los versos. Una vez más confieso, que fui un afortunado pescador sin dinero. La poesía es a las mujeres, como el carburo a las paredes. Toda poesía sin imaginación, será un adefesio a la belleza. Siempre cuatro paredes pueden ser una cárcel, una iglesia, un sepulcro o un nido de amor. He suprimido los gritos y los gemidos de los presos políticos, porque todos debemos aprender a pelear de alguna forma nuestras guerras; nadie debe pelear las nuestras y solo los idiotas pelean las guerras de otros. Se me hizo absurdo escuchar testimonios de soldados que habían sido llevados casi como mercenarios a Irak, y no sabían ni hacia adonde iban a pelear, ni porque estaban peleando allí. ¿Será por eso, que ahora agonizan sin sueños los caminantes? Escribo con la ilusión de ver algún día un sueño hecho realidad, aunque no veo a ninguno sobre la berma de mi camino. Agonizo descalzo, pisando de piedra en piedra, citando con el pecho a la cornamenta y a los ojos de las lanzas; por miedo a perderte, me aferro a los cabellos de tu recuerdo; así como otros lo hacen al miedo, cuando escuchan las trompetas de la guerra. ¡Me marcho a navegar la tierra! ¡Quizás vuelva después de conocer la muerte! Detrás del burladero se esconde el miedo o la capa que nos conducirá a la suerte de varas y después, hacia la muerte. Eres un incansable río, una tontilla que no se fatiga de morir en el mar. Yo soy aquel: ¡mar y alba! He llenado cuadernos con adefesios, transcribiendo desvelos y ejercicios e la lengua; adorada fiera, enamorada y amante de la rosa. ¡Nunca dejaré de buscar al mar, hasta encontrarlo! He escrito tantos versos, que ahora pienso que no vale la pena peder tiempo, pensando o seleccionando los válidos. Todos los versos son buenos o malos, según el momento. Para mí, los mejores versos fueron engendrados en los grandes amores; los otros pueden ser hermosos, pero siempre serán ligeros. El miedo no siempre es un buen amigo; ayer me aculillé y no me fui a conocer la vida de la mano de una de esas mujeres de mundo, que el silencio de las madres tilda de tener demasiado mundo o kilometraje. He vivido una vida aburrida e infame. Nunca recibí una carta para ir a buscarla o nunca supe, si me las escondieron. Ella quería enseñarme que la vida es poesía y que los días se pueden convertir en estrofas. Me encantan los versos claroscuros, porque intentan restaurar la belleza límpida de los sentimientos primarios; la metamorfosis depende de los reactivos o de los acelerantes del tiempo. Hay mujeres guapísimas que nos obligan a pasar por pruebas de fuego, como los deshumanizados morteros que le mezclan azul de metileno al azufre, para que aprendamos a distinguir las precipitaciones que nos pueden conducir al infierno. Me burlo de las ínfulas de los narcisos y de las narcisas, que se corren como toros en las noches de riñas de gallos, cuando se arrodillan a adorar al dinero. La metamorfosis embarca en naves de fuego, a nuestros corazones de sandia. Una coma o un punto aparte, pudo salvar mi vida. La palabra madrigal no me suena futurista, pero una carta de amor, si se puede transformar en una rosa. Se me olvidó hablar como los enamorados por teléfono y la última vez que lo hice, sentí vergüenza, porque no pude evitar el masturbarme, cuando me sentí comunicado con tu alma, con tu cuerpo, con tu piel. Me siento como un monigote confundido por la pasión y las formas del amor moderno. Las imágenes son más directas y menos poéticas; es como si las piernas no tuvieran que dejarle algo a la imaginación. Me fascinan los locos versos sinrazón de los tontos enamorados; esa sutil ingenuidad espiritual con la que se indispone la cordura lo los ohs y de las ahs, en el canto de las aleluyas de los dedos y de los besos. Conocí jovencitas suicidando lo mejor de su juventud, bajo mantos negros o sin atreverse a regalarle un minuto al amor. Sería una absurda necedad culpar de nuestros deslices a una cáscara de plátano. He dejado mi corazón a merced del viento marinero y en la cabeza de un juego de prendas; he visto como algunas lunas huyen de la realidad, dejando caer prendas a sus pies, para abrir nuevas brechas a la imaginación perdida. El honor es hoy, un poema sin título, un absurdo que anota los goles del viento. He encontrado en el mar, botellas perdidas con poemas o cartas que narran absurdas historias de amor; la nueva vida con la que se identifican los jóvenes, en nada se parece a los regalos con los que nos seducen los ángeles. Me he embriagado con los mejores caldos de la poesía. He intentado producir el mejor vino, para vivir embriagado con mis versos. La poesía es un vino, sutilmente oloroso a campiña, a virgen, a mamita linda. Sé que escribiendo poesía, nunca abandonaré al paraíso. Braceando casi agonizo; escasamente pude tomar un poco de aire, para llegar a duras penas a la orilla ¿del cielo o del infierno? ¡da lo mismo: calor o frío! Los amores imposibles siempre nos abandonan en el borde del abismo. Nunca conocí la carta de mi amiga suicida, quizás nunca la escribió, para evitarme remordimientos. He aprendido tanto de mis escombros, que pregono como revelaciones divinas, sus enseñanzas a los ciegos. Mis textos son extensos como la línea de un suspiro. Mis ángeles moran en cuevas como los murciélagos y transcriben sin encender la luz, los versos que rescata de las cenizas, la espada. He vencido a los demonios e las tinieblas. He rescatado mi alma de la desesperanza. ¡Lástima que las oraciones se pierdan en el limbo, sin respuestas! Ahora siembro mis esperanzas en la tierra. La voz de la estafeta se pierde en un absurdo eco, cuando encuentra deshabitada el alma. Todas las cosas deben tener un espíritu interior, una red de recuerdos, una colcha de lágrimas. Me siento desahuciado, deshabitado como un talego de ilusiones sin corazón. He sido una apocalíptica pesadilla y he pagado por culpa e la amnesia de Dios, más de dos veces con tormentos. La soberbia nos hunde en las metáforas del fin, en las tormentas bélicas de las soledades, en los números binarios que nos cosifican, en la tecnología que nos absorbe y en el sistema que nos borra con un insignificante clic. La verdad no dejará de ser un leve canto popular y el paraíso recuperado, un paraíso de perdición, un cuerpo para que se ejerciten nuestros sentidos. Me encanta el placer desenfrenado que nos brindan os pecados capitales, los descarrilamientos y los naufragios, por culpa e la velocidad que lleva el mundo o nuestras vidas. Tenemos que aprender a razonar como los que concibieron el vuelo, a pesar e tener conciencia de que carecíamos de alas. Nos hemos convertido en apocalípticos ángeles, avaros de lo material y con una insaciable sed de lo temporal. Nadie intenta ahora entrar al cielo; aunque con diezmos se intenta sobornar al cerrojo cancerbero. Pregono la era de los hombres pájaro y el gran triunfo del alma, sobre el destino murte del hombre mediocre. El alcohol potencializa los viajes del alma por el paraíso o por el infierno, como los ángeles cuando desaparecen por un tiempo y dicen que estaban desarrollando fórmulas en el desierto. En una mujer accesorio, el alma nunca encontrará la paz. A nadie fastidio con mi agonía, pero también sé que es imposible que el Sol se suicide, porque no es de carne, ni tiene sentimientos. Llevo las canciones de los ángeles de Nueva Orleáns en el corazón; pero he tapado con boleros las goteras e mi alma. He perdido la fe, por culpa de las catástrofes apocalípticas que veo y que han reducido a casi nada, la poca confianza que tenía en las oraciones. Nos acostumbramos a navegar ríos de sangre, en tiempos absurdos que llamamos de paz. ¿Será que Dios nos castiga para perfeccionarnos, templando nuestras almas con fuego? Me encanta divagar por el papel, cantando el absurdo de las imágenes que se interpretan en el carnaval teatral de los tontos o en absurdas representaciones en público que no valen cinco centavos. Somos dos veces imbéciles, los tontos que no le pasamos una cuenta de cobro a los dirigentes que se eligieron. Todos nos imbecilizamos con absurdas parodias, que no son más que la burla de nosotros mismos; muchos terminamos enamorados de quimeras, otros de mujeres-vaca y otros, los que creyeron un día en el ratoncito Pérez, terminaron pedaleando y pedaleando, para creer que le estaban dando vueltas a la vida. Voy a adelantar mi reloj, para abandonar esta melancolía y despistar al infortunio. Me intrigan las razones y las respuestas, que encuentran los que intercambian de pareja. Sé que mi vida se podría reducir a un poema de pocos versos, pero ahora la literatura se paga por cuartillas. Un filósofo retórico siempre será más comercial. Algún día conoceré, la Europa que ha imaginado mi corazón, ¡desafortunadamente la veré con otros ojos y con el sentir de un sobreviviente de la guerra! Intentaré publicar en reenvíos de Internet, hasta darme a conocer por este medio surrealista de editar. No voy a despedirme del tiempo perdido para siempre, ya que él me ha enseñado quién soy. Dudo de la escritura automática, que desconoce la técnica el tejido de punto o de la ingeniería de las telarañas. Escribir poesía es como improvisar trovas, cuando se le canta a la sangre de una rosa herida o a esas penas que zarpan sin voltearnos a mirar. No sé que más desean mis labios de la sangre del pan o del clamor de los labios madrigueras. Quiero bañar como el río a tu piel y echarme a dormir como una almohada, cubierto por tus cabellos. “Sé que no moriré de sed ni de viento”, canta el gallo de mi dulce amante, en un madrigal con ojeras, pero que no habla de matrimonio. ¡Casarnos: sería despedirnos del amor y la vida! El beso de una amante, siempre será el hermoso prólogo de un doloroso epílogo, en un solo suspiro sostenido, sin pestañas ni pensamientos.