U. PO. PA., se complace en difundir:
Adolfo Bioy Casares (1914-1999)
"Escribir da sentido a la vida y mucha fuerza"
Esta conversación se desarrolló hace 22 años. Hoy, por fin, se conoce la intimidad de un encuentro en el que el escritor se confió sin retaceos. Habló de sus comienzos en las letras, las mujeres, sus gustos literarios y no evitó los temas políticos ni el de la muerte, después de la cual sólo preveía un vacío del que no lo consolaba ni siquiera la trascendencia de su obra.-
Por Jorge Urien Berri
De la Redacción de LA NACION
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Veintidós años pasaron de aquella primera entrevista con Adolfo Bioy Casares y aún recuerdo mi sorpresa porque el entrevistado tenía más miedo que el entrevistador. Recuerdo al flaco y alto caballero, ya un poco encorvado, que en su enorme escritorio del quinto piso de Posadas y Schiaffino me hizo sentir cómodo e inteligente, el escritor que, sin la falsa modestia de Borges, hablaba de sus luchas con las palabras y las tramas y del placer de la escritura: "Empecé a escribir relatos a los doce años y estoy escribiendo relatos. Escribir da sentido a la vida y da mucha fuerza". Dialogamos casi tres horas, en dos tiempos. El segundo explica por qué Bioy me pidió no publicar la entrevista.
Fue en 1987, abril tal vez, porque hacía muy poco de la rebelión de Aldo Rico y sus carapintadas contra Alfonsín, tema por el que me preguntó con insistencia. Le preocupaba el país y la política, estaba muy informado y, como se verá, sus reflexiones sobre aquella Argentina calzan a la perfección en la de hoy.
Bioy tenía 72 años. "Qué asco", agregó al decírmelo con una sonrisa amarga que aún estoy viendo. Ahora, al leer sus diarios editados después de su muerte (Descanso de caminantes), comprendo que hacía tiempo que la vejez lo obsesionaba y entiendo por qué, cuando hablamos de la muerte y le dije que no moriría del todo porque quedaban sus libros, se exaltó: "No, ésas son ilusiones", la muerte "será el fin del mundo para mí". Y sin embargo, era un hedonista que gozaba de la escritura, la lectura, la comida, las mujeres. Pero no de las entrevistas. "No me gustan –me confesó– porque llevan a la publicación de borradores y mis borradores son malos, lo sé." La timidez y la entrega de quien va al cadalso lo hacían un excelente entrevistado. Al año siguiente escribió en sus diarios: "Durante un período enfrenté los reportajes periodísticos muerto de miedo, como si fueran mesas examinadoras".
Acordé enviarle el borrador y disfruté la charla oteando cada tanto la belleza de su hija Marta en una foto que él le había sacado y que colgaba entre los libros de la gran biblioteca del escritorio.
Borges había muerto hacía un año. Bioy se había enterado en un quiosco de diarios de Ayacucho y Alvear y aquella tarde de junio de 1986 siguió caminando por Barrio Norte "sintiendo –escribió en su diario– que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges". Cortázar, su amigo a la distancia, había muerto en 1984. Quedaban él y Sabato. Autor de una obra original y sólida que incluye el portento de La invención de Morel, ahora, pensaba yo, Bioy salía de abajo de la sombra densa de su amigo Borges. No me animé a tocar el tema. Ni siquiera hablé de Borges. Lo hizo él.
Le llevé el borrador de la entrevista con las 42 carillas de la desgrabación literal reducidas a once. Al día siguiente su íntimo amigo desde la infancia, Enrique Drago Mitre, presidente del directorio de La Nacion, me llamó por primera y única vez a su despacho: "Adolfito me pide que lo perdone. Dice que usted estuvo bien pero él no, y le ruega no publicarla". Protesté, era una estupenda entrevista. No hubo caso.
Pero Bioy, caballero al fin, se tomó el trabajo de enviarme un sobre con su borrador de mi borrador. Siete carillas a máquina –aún las conservo– que confirmaban cuál era la traba. En su versión faltaban las preguntas sobre la dictadura, la represión y los juicios a los militares que habían originado la rebelión carapintada, y obviamente faltaban sus críticas a los represores y a los guerrilleros. La nota no se publicó. "No quisiera ofender", me había dicho en la segunda parte de la charla en la que había volcado reflexiones duras y dolorosas.
Cuando volví a entrevistarlo en 1994 no mencionó nuestra mutua frustración de 1987. Ya lo dije, un caballero.
Aquella entrevista de hace 22 años se publica ahora para hacerle justicia y porque los tramos más pesimistas y doloridos de la segunda parte resultan similares a los que por entonces escribió en sus diarios y que luego se hicieron públicos. Además, hoy el tema de los juicios a los militares no tiene el enorme peso de aquel momento. Del texto que me envió he aprovechado algunas precisiones de circunstancias y fechas.
–De joven fue buen jugador de fútbol, rugby y tenis. ¿Cómo se convirtió en escritor?
–Sí, casi es inexplicable para mí también, porque mi actividad y hasta mis ensoñaciones eran deportivas. Pero cuando algo me golpeaba mucho, mi reacción era planear un libro. Estaba enamorado de una chica y no me llevaba el apunte, y entonces, sufriendo, pensaba escribir un libro que se llamaría Corazón de payaso. Por suerte la voluntad no me acompañó. Y llegó un día, no sé por qué, en que escribí una historia fantástica y policial, "Vanidad o Una aventura terrorífica".
–¿A qué edad?
–A los doce años. Era muy tonta. No había leído libros de literatura fantástica ni policiales. Cuando empecé el Nacional descubrí la literatura y fue una revelación. A pesar de que tenía doce años me sentía terriblemente atrasado y traté de leer todo, y también escribía. Me salieron seis o siete libros pésimos. De uno, Caos, Larreta le aseguró a mi madre que había sido escrito en pleno aquelarre glandular. Era falso, no era aquelarre glandular, era aquelarre literario. Pero yo me sentía estimulado. Estaba leyendo literatura española, el Ulysses de Joyce, literatura francesa, la Biblia, filosofía. Y al mismo tiempo trataba de escribir.
–¿Fue un buen alumno?
–Fui un pésimo estudiante de primer año, bloqueado porque no entendía álgebra ni matemáticas, y llegué a no saber estudiar. Apareció un buen profesor, Felipe Fernández, que me enseñó matemáticas en su casa y así descubrí el método y el orden, descubrí las matemáticas y quise ser matemático. Si él no hubiera muerto, a lo mejor hubiera sido matemático. Sus lecciones permitieron que después escribiera libros de trama bastante complicada, como La invención de Morel y Plan de evasión, que requerían un cierto orden.
–¿Cómo hacía para que le alcanzara el tiempo?
–No me lo explico hoy, creo que entonces los días eran más grandes, no teníamos estos días de juguete que tenemos ahora. Leía muchísimo y escribía muchísimos cuentos que no le gustaban a nadie.
–¿Cuántos años tiene?
–Setenta y dos… Qué asco.
–Se lo ve muy bien .
–Eso dicen los que están afuera. Yo, que estoy adentro… Cuando me dicen que no me quitan lo bailado, yo digo, "pero sobre todo no me lo devuelven", que es lo único que me interesa… Haberlo bailado... [Sonríe.]
–¿No se siente recompensado por tener una obra reconocida?
–Mire, uno se deja convencer un poco, pero en el fondo sabe cómo la hizo.
–¿Cómo lo hizo?
–Escribir me cuesta trabajo. Si bien cuando concluyo un libro creo que ya sé escribir y escribiré el próximo rápidamente, cuando lo empiezo tengo las mismas dificultades de siempre y debo descubrir cómo escribirlo. Muchas veces he dejado libros inconclusos porque iban por mal camino. A los 17 o 22 años era lógico, pero me sucede ahora. El año pasado estaba escribiendo una novela de la que tengo 80 páginas, bastante para un inventor rápido pero un escritor lento, y me di cuenta de que había que dejarla.
–¿La guardó?
–Ahí está, para que un profesor la descubra cuando uno esté muerto y se entretenga con esas estupideces.
–¿Corrige mucho?
–Hago muchísimas correcciones, y no me gustan mucho los reportajes porque llevan a la publicación de borradores, y mis borradores son malos, lo sé. Alguien dijo alguna vez: "Denme un borrador y podré escribir un buen libro". Creo en eso.
–No se preocupe, le daré la entrevista antes de publicarla para que la corrija.
–No [ríe ], mejor es que la corrija usted.
–A ciertos escritores no les gusta hablar de sus dificultades.
–No es fácil escribir, no es fácil. He escrito tantos relatos que, aunque tengo las dificultades de siempre, por lo menos no tengo la sensación de estar viéndome desde afuera cuando escribo. Últimamente tuve que escribir un prólogo para una antología de relatos fantásticos rioplatenses y me costó muchísimo, me sentía como otro Bioy que miraba y decía: "No, esto es una tontería, esto es falso". Con los relatos estoy más en mi terreno y escribo con más naturalidad. Empecé a escribirlos, como le dije, a los doce años, y estoy escribiendo relatos. Le debo mucho a mi padre porque yo tenía la costumbre de la ensoñación: pensar en cosas muy inútiles. Mi padre me dijo que le pasaba lo mismo y había perdido muchísimo tiempo en eso, y me aconsejó: "Tratá de pensar en los cuentos en vez de esas tonterías". Además, como soy supersticioso, había descubierto que me traían mala suerte esas ensoñaciones. Claro, si deseaba que las mujeres se enamoraran de mí, era probable que de vez en cuando se enamoraran. Aprendí a pensar en cuentos, y si bien no estoy satisfecho con mis dotes, puedo decir que eso me llevó también a dominar mi capacidad de atención y mantenerla. Un escritor me dijo que él tenía una imaginación tan fuerte que no podía leer novelas porque leía la primera frase y se quedaba pensando. Era una buena caricatura de lo que me pasaba.
–En ese sentido, el cuento es una gran ayuda.
–El cuento o la novela lo llevan a uno a encauzar su pensamiento por un lado y no permitir que se desvíe.
–¿Qué hace cuando al escribir llega a un punto muerto?
–Ah, sé que esas puertas que se cierran no se cierran definitivamente, que si uno sigue pensando, encuentra la solución. Si me perdona, porque no me gusta nada hablar de mí, pero en definitiva, un reportaje…
–No, el tema es usted.
–Soy yo. Bueno, una vez, en Mar del Plata, fui a bañarme a la playa de Santa Clara, que tiene pequeños acantilados, y acostado al sol debajo de esos acantilados pensé en la posibilidad de una agresión desde arriba.
–Ese cuento está en Historias fantásticas .
–Sí, se llama "El gran Serafín". De una mínima situación iniciada así, inventé todo ese cuento, un poco en desafío a Borges, que me decía que era muy difícil pasar de armar una situación a armar todo un relato. Es una observación lícita y me parece que en general es así, pero quise hacer el cuento con el fin del mundo. Buscando se encuentra la salida.
–¿El estilo le preocupa?
–Muchísimo, pero creo que el argumento es parte de la técnica porque, ¿en qué consiste la técnica? En cómo contar las cosas, ¿en primera o en tercera persona? La técnica es: ¿frases largas o frases cortas? Pensé muchísimo en la técnica del cuento y la novela y creo que ante cada cuento hay que pensar qué técnica le conviene a uno para ese cuento. Casi hay que inventarla. Hay buenas recetas y casi todas vienen de Horacio: las unidades son verdad. No sé por qué, pero conviene que un argumento tenga un tema central, conviene que tenga un héroe, conviene que la historia sea contada por una persona. Ya sé que están La piedra lunar y otros buenos libros contados por muchas voces, pero parecería que es más fácil acertar contando las cosas con una sola voz. Si en una historia está en el campo, las cosas deben mirar al campo; si hay una creación musical, deben mirar hacia la realidad musical. Y tiene que haber sorpresas, pero no muy grandes como para ser increíbles. Tienen que estar preparadas, pero no como para que el lector diga: "Sabía que venía esto". Es una cuestión de tino. La verdad se aprende. Los candidatos a aprendices pedimos que se nos acorte el camino, y en nada se puede acortarlo. Hay que tener malas experiencias y aprender de ellas.
–¿Alguna vez tuvo una buena trama pero no acertó con el punto de vista?
–Claro.
–¿Intentaba distintos puntos de vista o dejaba que la idea madurara?
–Me ha pasado de todo porque he escrito tantos cuentos, tantas novelas, a pesar de que digo que son seis. Hubo unas diez antes, abandonadas.
–Usted tiene una imaginación muy rica, no tiene el drama de los escritores pobres de ideas.
–Por suerte eso no me falla. Parece una pedantería, pero la compenso diciendo que me cuesta escribir y que tardo muchísimo en escribir un libro más o menos simple. Pero invento con rapidez. Ahora, no siempre me precipito a escribir lo que he inventado. A veces sí, cuando tengo una especie de compulsión y siento una suerte de placer que me dan los personajes, la situación, todo. Pero hay veces en que un argumento me acompaña durante quince años o más. Y veo con alegría y perplejidad que son los que salen mejor, o los que la gente me dice que salen mejor. "El perjurio de la nieve" se me ocurrió en el 32 y se lo comenté a Borges una tarde caminando frente a La Porteña, en Guido y Junín. Borges me dijo: "Es una buena historia, pero no creo que puedas concluirla". Pasé muchos años sin poder atar todos los cabos. En el 41 o 42 me recetaron unas vitaminas B que me desvelaron, y en las noches de desvelo arreglé mi cuento como un jugador de billar hace carambolas. Sentía que todo se unía así y pocos días después me puse a escribirlo.
–Tiene una estructura bastante compleja.
–Sí. Después hay un cuento, "El Nóumeno", de Historias desaforadas, que viene de la idea del nóumeno o cosa en sí de la Crítica de la razón pura de Kant, que leí en el 35 o 36. Durante muchísimo tiempo estuve luchando con esa idea. ¡Luchando! Tratando de ver si tenía un cuento, el comienzo de un cuento. Y finalmente un día se me ocurrió y lo escribí el año pasado. En el 81 dejé inconclusa una novela corta. Retomé la idea en el 85 y es el cuento "Preparativos para una fuga al Carmelo".
–¿Primero tiene una idea vaga, general?
–Viene una idea vaga o una idea vaga que es el comienzo de una cosa. Me impresionó una frase de Bergson, que la inteligencia es el arte de encontrar una salida a las situaciones difíciles que parecen sin salida.
–¿Escribió "En memoria de Paulina" al poco tiempo de surgir la idea o la dejó madurar?
—No, fue más bien una inspiración concentrada, de la época de "La trama celeste". Nunca he hecho mucha vida social-literaria, pero en aquel momento fui un poco a reuniones literarias y encontré personajes que me sugirieron el personaje que le roba la amante al protagonista del cuento.
–Es interesante el momento en que el personaje participa del sueño obsesivo del asesino.
–Sí, es duro. En el cine español lo hicieron sin eso, hicieron que fuera un simple fantasma que volvía. Una tontería.
–¿"En memoria de Paulina" también tuvo alguna intención catártica ante alguna situación personal? Perdón si es un poco íntima la pregunta.
–Nooo, ¿por qué? A mí me asombran los escritores que no quieren hablar de algunas cosas. Escribir consiste en hablar de todo. Pienso que todo lo que he escrito está escrito para ser publicado, y lo que no está escrito para ser publicado es demasiado malo [ríe]. Probablemente sí, probablemente sería de algún amor desdichado.
–Parece que ha tenido una vida amorosa bastante desdichada, pero creo que no es así.
–No, no, pero la más interesante como tema para la literatura es la desdichada. Y mis primeras armas en el amor fueron desdichadísimas. Un novelista, un cuentista, es un antropófago que, además, se come a sí mismo. Uno aprovecha todo.
–También a la gente que lo rodea, a los que ama.
–Claro. Uno va juntando toda clase de cosas que parecen muy poco importantes pero que van alimentándolo para escribir. Hago anotaciones sobre toda clase de cosas.
–Volviendo al amor no correspondido, se ha dicho que no puede haber buenas obras sobre amores felices.
–Parece que no. La felicidad es un tema mucho más difícil que la desdicha.
–¿Por qué será?
–No sé si porque nos aborrecemos unos a los otros [ríe]. Uno de los libros que no voy a escribir y que me hubiera gustado mucho escribir, es un libro en el que pase poco y sea agradable. Siento que tengo que escribir cosas un poco truculentas, un poco falsas. Tengo que poner, como decía el doctor Johnson, un gigante y un enano de vez en cuando para reanimar al lector y reanimarme a mí mismo.
–Goza al escribir.
–Ah, lo disfruto, y si estoy contando cosas atroces, estoy contentísimo… si me salen bien.
–Y al mismo tiempo le cuesta escribir.
–Sí, al principio tengo la perplejidad de no poder contar la historia. Nunca sufro el pánico a la hoja en blanco. Un pánico menos. Siempre tengo cosas que poner en la hoja. Lo que a veces no encuentro es la manera de ponerlas gratamente, porque pienso en el lector y tengo en cuenta que la primera frase no desemboca de modo fluido en la segunda, y además no estoy diciendo exactamente lo que quiero. Conozco todas esas torpezas.
–¿Tiene sus ventajas parar, dudar, recomenzar?
–No le quepa la menor duda. La ventaja es que las cosas salen más pensadas. Cuando tengo un cuento en mi mente durante veinte años me sale mejor después porque he pensado varias veces en él y no improviso.
–Al leer algunos cuentos ya publicados, ¿descubre a veces que tendría que haberlos contado de otra forma?
–En general no me releo, no me da placer. Una de mis aspiraciones es hacer un libro tan grato que sea grato para mí. Generalmente abro el libro y encuentro una frase que me parece imperdonable, porque parece decir lo que no quiero decir a pesar de haber corregido todo muchísimas veces buscando que el estilo fluya y nada se interponga entre el lector y las ideas.
–¿Conviene escribir un cuento rápido, en unos días o un par de semanas, o es mejor no apurarse?
–Nunca tuve la suerte de escribirlo en un par de días o una semana.
–En El perjurio de la nieve la historia del estanciero recluido con sus hijas para abolir la muerte ¿es ficción?
–Pura ficción. Ahora hay un muchacho que quiere hacer un film con la historia previa de ese holandés y me pide autorización, pero yo no soy el dueño de ese pobre holandés.
–Es interesante en ese cuento el trastrueque de vidas y muertes. Muere quien no debería haber muerto. A uno le toca la muerte de otro.
–Sí, muere Oribe. Ahí usé la imagen del escritor que aprovecha las cosas y es inescrupuloso. Los escritores somos un poco así. Y el otro es el que tiene la vida literaria, es el joven, el escritor no tiene vida literaria: escribe. Y el otro es poeta y revive las cosas de los otros escritores. Porque además es un poco plagiario porque le gusta tanto la literatura.
–Suele decirse que hay dos o tres temas grandes y los demás son variaciones o especie de plagios.
–Hay que apartarse de la historia de la literatura y no pensar que los temas se han agotado. En Europa predomina esa idea y que lo único que les queda a los escritores es intentar variantes. Es un pésimo camino para escribir. Hay que proceder con un poco más de ingenuidad y modestia y no verse a sí mismo como parte de la literatura, sino como una persona que cree inventar algo y lo propone. En Italia me preguntaron qué teoría había detrás de mis relatos y respondí que no había ninguna. Conviene que haya unidad de tiempo, o que el tiempo no se prolongue demasiado. El relato comprimido en el tiempo tiene mucha más eficacia. Decía Stevenson que tiene que haber de vez en cuando escenas vívidas para el ojo, escenas que uno las vea en su mente como si las soñara, porque ayudan a que el lector siga interesado y guarde una imagen. Él lo hacía muy bien. No escribo una historia fantástica para mostrar que la literatura fantástica puede tal cosa, no. Escribo cuentos fantásticos porque se me ocurren cuentos fantásticos, y tal vez quisiera escribir cuentos que no fueran fantásticos.
continua.......
"2017, te espero - UNITE".