Bueno aca encontre una serie de articulos interesantes sobre el nunca tan bien ponderado Oyarbide.
Debido al fetichismo de la mercancía (el concepto es de Marx), nadie piensa, al probarse una prenda Soho, que está contribuyendo al sostenimiento de la esclavitud en el mundo". Desde la Agencia Pelota de Trapo, esta denuncia de las atrocidades argumentadas por el juez Oyarbide sobre trabajadores de los pueblos originarios.
“Soho!” era el grito de caza con el que se lanzaban a un tiempo caballos y perros, en la Inglaterra del Medioevo. Después, Soho pasó a identificar a una barriada del gran Londres, al norte de Picadilly Street. Al principio, fue un barrio de prostitutas y negocios de sexo, de distinta índole. Luego, se convirtió en una zona residencial de edificios reciclados, habitados por artistas y profesionales.
El Soho de Nueva York, más reciente, también está poblado por artistas y profesionales. Para resignificar la palabra, las inmobiliarias inventaron la sigla SOHO (Small Office Home Office) y comercializaron locales que eran a la vez vivienda y oficina.
Ahora ya hay otros Sohos, en el mundo. En Birmingham. En Hong Kong. Y hasta en un sector del viejo Palermo, Buenos Aires. Por eso algunos empresarios vieron la oportunidad de registrar con el nombre “Soho” una marca de ropa, para consumo de las elites de la Reina del Plata.
Claro que la trastienda de la ropa “Soho” -como la de 85 marcas “de primera línea” que se comercializan en Buenos Aires- es un taller oscuro, alejado de la luz y de las vidrieras, en donde hombres y mujeres esclavizados, atados con cuerdas invisibles a las mesas de corte y las máquinas de coser, producen por paga vil esas prendas que luego se exhiben con elegancia en las vidrieras.
Debido al fetichismo de la mercancía (el concepto es de Marx), nadie piensa, al probarse una prenda Soho, que está contribuyendo al sostenimiento de la esclavitud en el mundo.
Y nadie piensa que al comprar ropa de esas afamadas marcas argentinas que han “tercerizado” la producción, está contribuyendo a que los Objetivos del Milenio fijados por la ONU se conviertan en moneda sin valor.
A la medida de la injusticia
Se ha publicado en los diarios, por estos días, que el juez federal Norberto Oyarbide sobreseyó a tres directivos de la empresa de indumentaria Soho, “acusados de contratar talleres de costura donde se empleaban inmigrantes indocumentados, en condiciones de máxima precarización laboral”.
“Los argumentos de Oyarbide -leemos en una de las crónicas- fueron que ese modo de explotación sería herencia de costumbres y pautas culturales de los pueblos originarios del Altiplano boliviano, de donde proviene la mayoría de los talleristas y costureros, y que se trata de un grupo humano que convive como un ayllu o comunidad familiar extensa, originaria de aquella región...”
Desde la época de los nazis y del Ku Klux Klan que no se escucha una argumentación tan cínica para justificar una violación de los derechos humanos.
Los nazis decían que los judíos del ghetto de Varsovia en realidad querían vivir así. Y los racistas norteamericanos decían que los negros tenían necesidades “distintas”, ligadas con su pasado tribal...
Ahora este juez argentino, Oyarbide, descubre el ayllu incaico y con una ligereza tremenda, adoptando un aire antropológico, concluye que los niños bolivianos y sus padres y sus madres, traídos con la zanahoria del cuentapropismo y la prosperidad y encerrados en verdaderos calabozos productivos, donde no se respetan los mínimos derechos laborales, son seres de otra cultura, y que deben ser respetados como tales.
A esa hipocresía, si las instituciones argentinas funcionaran, debería haberle respondido inmediatamente el Consejo de la Magistratura, un organismo creado, justamente, para corregir las distorsiones y evaluar la conducta de los funcionarios.
De modo que los trabajadores de la cooperativa La Alameda, esos obreros textiles inmigrantes e indocumentados, que cortan y cosen la ropa de las “primeras marcas” del mercado argentino, no tienen derechos. Y cuando por fin deciden apelar a la Justicia, descubren que ella (lo mismo que las camisas que cosen) ha sido hecha a la medida de los explotadores.
Más paradojas, y van...
Transcribimos pasajes de una nota publicada en Diario 7 y en La Política On Line:
“El 9 de mayo de 2006, Oyarbide fue convocado a efectuar su descargo ante la Comisión de Acusación del Consejo de la Magistratura, que investiga una posible extorsión a Luciano Garbellano, ex gerenciador del boliche nocturno Spartacus (...) En 1998, Oyarbide protagonizó un escándalo originado en una oscura relación con el joven Garbellano y la supuesta protección a una red de prostíbulos porteños (...) En los tribunales, el escándalo estalló a través de acusaciones cruzadas: Zinadinne Rachem, mozo de un restaurante, quien denunció que Oyarbide lo amenazó de muerte para impedir la circulación de un video con escenas íntimas en Spartacus...”
Curiosamente, el establecimiento nocturno en donde se grabaron videos de los clientes, presumiblemente con fines extorsivos, se llama “Spartacus”.
Si hay un nombre grabado a fuego, en la milenaria lucha de los pueblos contra la esclavitud, ése es Spartacus (o Espartaco). Así se llamó uno de los primeros periódicos libertarios de la región argentina. Así también se llamó un núcleo de artistas revolucionarios (entre ellos, el querido Ricardo Carpani) en la década del ’60.
Qué triste paradoja que hoy el nombre Spartacus esté en el centro de una oscura trama de corrupción y explotación en la Argentina del siglo XXI, en donde lo único claro e imposible de distorsionar es que hay trabajadores inmigrantes indocumentados, varones y mujeres que están sufriendo no sólo la explotación enmascarada de los capitalistas de la ropa y el vestido, sino la violación sistemática de sus derechos humanos.
"Capitalismo: sabemos, que vivirá más de siete vidas este sistema que privatiza sus ganancias pero tiene la amabilidad de socializar sus pérdidas, y por si fuera poco nos convence de que eso es filantropía". Eduardo Galeano