Encontré este articulillo que me dejó sorprendida.Habrá por ahí alguno al que le interese la historia como a mí pero no esa del Billiken que nos enseñaron en la escuela,sino la otra,la real.Se los dejo para que lo lean.Chau.
Deslices, cuernos y orgías de nuestros próceres
En Argentina con pecado concebida, Federico Andahazi continúa y amplía la “historia sexual de los argentinos” iniciada con Pecar como Dios manda, abarcando ahora “desde la Revolución de Mayo hasta el golpe de 1930”. Y acá no se salva nadie: ni San Martín, ni Sarmiento, ni ningún otro gran protagonista de la historia nacional. Para muestra, estos fragmentos de cuatro capítulos, sin olvidar el erotismo tanguero.
Por Federico Andahazi
Si la juventud de San Martín en España estuvo signada por la alegre compañía de mujeres de vida más o menos disipada, las salidas nocturnas con sus compañeros, las recorridas por tabernas y burdeles y los romances breves y variados, el regreso a su patria iba a producir un giro dramático en su vida. Lejos de aquella existencia alborotada en las distintas ciudades españolas, Buenos Aires habría de depararle un matrimonio oscuro y atormentado.
Muy conocidas fueron las habilidades de San Martín en materia militar y política, pero, en realidad, lo que hizo célebre al oficial recién llegado de Europa en los salones de Buenos Aires fueron otras destrezas menos mentadas: sus dotes de bailarín. En efecto, muy pronto aquel hombre moreno, alto y delgado de modales galantes y voz seductora, excelente cantante y diestro para el baile, despertó la atención de las mujeres que frecuentaban los distintos salones, tertulias y reuniones sociales. Dueño de una natural simpatía, San Martín no tardaría en trabar relación con lo más granado de la sociedad porteña.
Laureles y cuernos. Así, comenzó a frecuentar la casa de Antonio de Escalada, en cuyos elegantes salones solían reunirse, a la sazón, los más influyentes personajes de la política local. En una de aquellas tertulias del caserón lindero con la Catedral, exactamente la que tuvo lugar el 25 de mayo de 1812, fecha memorable, José de San Martín descubrió uno de los tesoros mejor guardados del dueño de casa: su hija de 14 años, María de los Remedios. En aquella ocasión no llegaron a cambiar palabra; sin embargo, el general no habría de olvidar el instante en que sus miradas se cruzaron.
“Esa mujer me ha mirado para toda la vida.” Esta frase, confesada tiempo después al general Mariano Necochea, recordando el momento en que la vio por primera vez, resulta elocuente. Luego de aquel primer encuentro, San Martín volvió a ver a Remedios en las célebres tertulias que daba Mariquita Sánchez en su casa. En el curso de estos saraos iniciaron una relación signada por el deslumbramiento mutuo: San Martín había quedado encandilado por la juvenil belleza de Remedios y ella, por la esbelta estampa del militar. Este romance, en un principio sigiloso, rápidamente se hizo público y, luego de un brevísimo noviazgo, San Martín pidió la mano de la muchacha a su padre, Antonio de Escalada.
Este fue el primer tropiezo en la relación, que se anticipaba conflictiva: el padre de Remedios estaba encantado con el pretendiente; en cambio, su esposa, Tomasa de la Quintana, despreciaba al criollo de aspecto mestizo al que despectivamente llamaba “plebeyo”. Después de una ardua discusión conyugal, finalmente, le fue concedida a San Martín la mano de Remedios. Los novios se casaron el 12 de septiembre de 1812 en la Catedral de Buenos Aires. El general tenía 34 años y su esposa, 15.
Sin embargo, el matrimonio apenas convivió bajo el mismo techo en la casa de la Alameda, en Mendoza, durante poco más de dos años: los comprendidos entre fines de 1814 y comienzos de 1817. Durante esos dos felices años, el 24 de agosto de 1816, nació la hija única del matrimonio, Merceditas. Mucho se ha hablado de la abnegación de Remedios de Escalada; desde los manuales escolares hasta las biografías más lisonjeras han exaltado la sacrificada existencia de la esposa de San Martín con una exacerbación rayana con la santidad. Una vida consagrada a la eterna espera del marido que se sacrificaba por su patria. Sin dudas, los constantes viajes de San Martín, las campañas militares permanentes, eran razones más que comprensibles.
Pero, existían, además, otras circunstancias mucho menos conocidas y, en muchos casos, ocultadas con celo. ¿Qué había detrás de esta separación constante, de este matrimonio que permanecía unido sólo por breves momentos? La pareja se separó definitivamente en enero de 1817, cuando la pequeña Mercedes tenía apenas cinco meses: San Martín, en una decisión irrevocable, envió a su esposa e hija de regreso a Buenos Aires. ¿Cuáles fueron los motivos de la separación? La razón que con más frecuencia se ha esgrimido era la frágil salud de Remedios. Cierto era, también, que la esposa de San Martín padecía de tuberculosis, la cual se había agravado a consecuencia de su maternidad y, al decir del médico, el clima de Mendoza no resultaba beneficioso para el cuadro de la paciente.
Pero no fue la quebrantada salud de Remedios ni los permanentes viajes de San Martín lo que provocaron la ruptura de la pareja. Existe un documento que ha sido sistemáticamente sustraído de la mirada pública, acaso por un equivocado y mal entendido orgullo nacional, en el que confluyen los prejuicios más retrógrados acerca de la masculinidad, el patriotismo y la identidad nacional. Hay una carta escrita de puño y letra por San Martín que echa por tierra aquella imagen sagrada de Remedios de Escalada. Por mucho disgusto que pueda causar a los espíritus más timoratos, vale la pena leer un misterioso pasaje de esta carta. Si decidimos reproducir este documento, es porque el propio general San Martín decidió dar a conocer su dolor y compartir su desilusión con Tomás Guido: “He dicho a usted en mi anterior que mi espíritu había padecido lo que usted no puede calcular: algún día lo pondré al alcance de ciertas cosas, y estoy seguro dirá usted nací para ser un verdadero cornudo; pero mi existencia misma la sacrificaría antes de echar una mancha sobre mi vida pública”.
Existe otro dato coincidente que abona las sospechas que ponía de manifiesto San Martín en esta esquela; por aquellos días, el general había mantenido un fuerte entredicho con dos hombres de su propia tropa, los jóvenes oficiales Murillo y Ramiro quienes, en ausencia del general, solían “visitar” a su esposa. El propio José María Paz, en sus Memorias, escribió: “El general San Martín que estaba en Mendoza había dispuesto por razones domésticas que no es del caso explicar, que su señora marchase a Buenos Aires a pesar del mal estado del camino”.
Las razones que omite explicar el general Paz tenían su origen en esta intensa amistad que había hecho Remedios con los soldados Murillo y Ramiro. San Martín, por un lado, ordenó que llevaran a su esposa e hija a casa de sus padres y, por otro, que ambos jóvenes oficiales fueran rapados y condenados al destierro. Tal vez, para ser justos, deberíamos formular la misma pregunta que nos hicimos ante el relato de Manuel de Olazábal cuando contaba que su hermano y el general San Martín compartían una mujer; ¿los oficiales Murillo y Ramiro visitaban a Remedios al mismo tiempo, o alternativamente? Tal vez no haya mucho más que agregar. No sabemos cuántos espíritus “patrióticos” estén dispuestos a admitir, con la misma comprensión que tuvieron para con las infidelidades de San Martín, el hecho de que la abnegada Remedios hubiera podido pagarle con la misma moneda, tal como escribió sin ambages el propio Libertador.
Como quiera que haya sido, José de San Martín se reencontró con su hija Merceditas recién cuando la niña cumplió los 8 años, después de que su madre, Remedios de Escalada, muriera tras una larga agonía.
Orgías de Sarmiento. Bien conocida era la minuciosidad del Padre del Aula, pero mucho menos difundido era el rigor con que rendía sus gastos más privados.
En 1847, Sarmiento viajó a Europa por encargo del gobierno de Chile para que hiciera un relevamiento de los nuevos métodos educativos y los trajera a nuestro continente. Un delicioso volumen, titulado Viajes por Europa, Africa y América, incluye el “Diario de Gastos”. No sabemos a ciencia cierta cuánto se enteró Sarmiento sobre los sistemas de enseñanza, aunque, por lo visto, debió haber aprendido mucho de sus emocionantes experiencias.
Revisemos las listas de gastos que apuntó el gran maestro en las diferentes ciudades que recorrió.
“Mainville. Coche de regreso, 2. 12 planchas de los monumentos de París, 12. 2 retratos, 5. Saint Jacques la Boucherie, 10. Flores, periódico, 4. 1 pastel, ? Orgía, 13. 1 pieza para secar la pluma, 2. Cochero 2 veces para ir a la calle Verneuille, 4. Omnibus y ferrocarril para regresar a Senart, 2,01. Paseo en la floresta (bosque) de Senart, almuerzo y entrega al mozo que tuvo los asnos en Grand Bourg, 5. Ferrocarril a París, 1,16 y pasaje del Sena, 8. 1 botella de cerveza, 15. 1 par de zapatos, 15. Guantes, medias y corbatas, 5,18.”
Ya habrá descubierto el lector el ítem más llamativo. “Orgía”, sí. Resulta asombroso y loable que Sarmiento tuviese la honestidad y la valentía para admitir en qué empleaba sus ratos libres en Europa y, además, con justo derecho, rendir los gastos para que le fueran reconocidos; después de todo, no tenía por qué privarse de sus actividades habituales en sus viajes de trabajo. Vemos, en efecto, que Sarmiento era un bon vivant que no se privaba de nada. Pero hay que prestar atención, ya que esta lista no deja lugar a dudas ni a malentendidos. No hay que ensayar exégesis, interpretaciones ni glosas. Una orgía es una orgía, y no existe otra definición, ni en aquella sazón ni en nuestros días, acerca de lo que se entiende por orgía. No decía ni “dama de compañía”, ni “salida con mademoiselle tal o cual”, ni siquiera “burdel”. Se lee, claramente, “orgía”. Pero además hay que tener en cuenta cómo eran las orgías en la Francia de entonces para tener un conocimiento cabal de lo que hacía nuestro Padre del Aula cuando anotaba “orgía”. Es decir, donde dice “orgía” léase “orgía”.
Afortunadamente, Sarmiento conservaba las costumbres criollas en cuanto a higiene; veamos, si no, el primer ítem de otra de sus listas: “Un baño, jabón, toallas calientes y corte de callos, 5”. Al menos, luego de un día agitado, pleno de paseos en asno y “orgías”, nuestro gran maestro tenía el decoro de bañarse. En Madrid, nos encontramos con más gastos. Luego de otras extensas listas que incluyen ítems tales como “un par de botas remendadas”, “limosnas de camino”, “entrada al circo”, “café y helados”, otra vez, inmediatamente después, aparece... “orgía”. Parece ser que luego de comer dulces, a Sarmiento le apetecía una buena orgía. Pero eso no es todo; algunos días después de estos registros, encontramos: “catálogo del Real Museo”, “Teatro García del Castañar”, “comida”, y otra vez... “orgía”.
El periplo continuó por Roma. De acuerdo con estas nuevas listas de gastos, puede percibirse que la estancia en la Ciudad de Dios le sirvió para reflexionar, orar y dedicarse al recogimiento. Veamos cuáles fueron algunos de sus gastos: “retrato del Papa”, “limosna al padre O’Brien”, “una misa de Réquiem”, y una... ¡orgía! Queda claro que Sarmiento se dedicaba al sexo grupal de forma consuetudinaria o, dicho con propiedad, religiosamente.
Estando en Verona, a juzgar por sus gastos, aún conservaba aquel estado espiritual pleno de fe que adquirió en el Vaticano; en efecto, el primer gasto que asienta en su cuaderno el primero de mayo consigna “una lámina de S. Marcos”. Sin embargo, entre los últimos registros de ese mismo día nos encontramos con uno realmente sorprendente: “gran orgía”, anotó, sin dejar, lamentablemente, ninguna descripción de tan fabulosa experiencia.
Sería bueno que en cada acto escolar, luego de entonar el Himno a Sarmiento, “el señor director, las maestras y maestros, los señores padres y los alumnos” recordaran que el Padre del Aula solía entregarse a unas orgías que se extendían, por lo general, hasta la madrugada, hora en la que, borracho y a los tumbos, camino a su cama, se cruzaba con los colegiales que a esa misma hora apuraban el paso para no llegar tarde a la escuela.
Veamos, si no, el indiscreto comentario que hiciera Augusto Belin Sarmiento, el nieto de Domingo Faustino, a un periodista, sobre la salud de su abuelo: “Anoche mi abuelo ha pasado la noche de farra en alegre compañía, ha vuelto a la madrugada tambaleando, y hoy está tan bueno y fresco como si se hubiese recogido a las diez”.
La indiscreción habría de salirle cara ya que, al día siguiente, el diario La Nación publicó un artículo que decía: “Sarmiento se retiró de una orgía, ebrio, a altas ahoras de la noche”.
El tango y el sexo. Tal vez ningún acontecimiento popular como el tango haya puesto tan en evidencia los vínculos no siempre visibles entre la cultura y la sexualidad (...). La música, la poesía y la danza se mezclaban en los prostíbulos, los salones de baile y los cabarets, en un movimiento que iba ascendiendo desde las clases más bajas y los arrabales hacia los sectores acomodados y los barrios ricos (...).
Para comprender la génesis del tango como fenómeno cultural es preciso considerar el cambio que se produjo en Buenos Aires entre las postrimerías del siglo XIX y los albores del XX. Hacia 1900, la Ciudad presentaba un aspecto apocalíptico; el otrora suntuoso barrio de San Telmo, cuyos caserones coloniales albergaban a las familias más ricas, era ya una ciudadela fantasmal y vacía: las calles desiertas y las casas abandonadas, las puertas y ventanas rechinando a merced de la brisa del río, eran el testimonio de la catástrofe reciente. Dos temibles palabras resumían la devastación: fiebre amarilla. La peste había diezmado a la población, obligando a los sobrevivientes a un éxodo perentorio hacia los descampados del norte porteño.
Esta migración doméstica coincidió con las grandes inmigraciones de aquellos que venían del otro lado del Atlántico. Así como las ricas familias de Buenos Aires huían de la enfermedad, nutridos contingentes formados principalmente por italianos y españoles venían de su tierra escapando del hambre y la miseria (...).
La última política sexual concebida por el Estado fue la que tuvo lugar a partir de la inmigración que se inició durante la segunda mitad del siglo XIX. Resulta sumamente interesante ver de qué modo se mezclaron en este proceso los factores políticos, sociales, económicos y sexuales, para dar lugar a un fenómeno cultural que, a su vez, creó las condiciones que dieron a luz nuevos escenarios políticos, económicos, sexuales y culturales (...).
Sin embargo, el carácter latifundista impuesto por los grandes terratenientes hizo que el plan fuese de imposible aplicación: la resistencia de los dueños de los campos a la distribución de la tierra obligó a los inmigrantes a quedar varados en las ciudades, en situación de hacinamiento (...). Por entonces, aquella aristocracia dueña de los latifundios estaba fuertemente unida por lazos de sangre, e igual que las antiguas monarquías, se resistía a renunciar a sus prerrogativas y privilegios a manos de los “plebeyos” (...).
Los recién llegados pasaron a engrosar la base de la pirámide; es decir, la clase baja, que era la gran mayoría. Los nuevos habitantes originaron el mayor cambio cultural en la historia de Buenos Aires: se produjo una explosión demográfica sin precedentes y las semillas del socialismo y el anarquismo encontraron un suelo fértil para arraigarse y propagarse, dando lugar a los movimientos que, más tarde, conformarían los primeros sindicatos (...). Era el fin de una época y el comienzo de otra.
Años locos y dictadura. Desde las orgías nunca ocultas de Sarmiento, pasando por los años dorados de Buenos Aires, la proliferación de los cabarets, la expansión sexual que produjo el advenimiento de la inmigración primero y del tango después, la poética tanguera y su tránsito de la procacidad a la lírica erótica, las menciones abiertas a la sexualidad y las descripciones voluptuosas de la literatura de Eugenio Cambaceres; desde los desafíos a la vieja moral por parte de Lola Mora, pasando por las escandalosas relaciones de Victoria Ocampo hasta llegar a los ámbitos más o menos disipados en los que discurría el tango, todo parecía conducir hacia una época de mayores libertades sexuales (...). Cuando todo, en fin, parecía encaminarse por los carriles de una mayor tolerancia, aquellos “años locos” de pronto se encontraron con la “razón” de los fusiles y las bayonetas. Hacia fines de la década del 20, la “fiesta” se vería abruptamente interrumpida.
El 6 de septiembre de 1930, con el golpe militar encabezado por José Félix Uriburu, comenzaría la larga noche de las dictaduras militares. Aquella cosmovisión castrense que remitía a los viejos tiempos de la Inquisición estaba inspirada en cánones medievales. Una época negra signaría los tiempos posteriores, cercenando las libertades democráticas y, consecuentemente, los derechos civiles elementales. La sexualidad y todas sus manifestaciones más o menos veladas serían objeto de una durísima represión, iniciándose así uno de los capítulos más oscuros de la historia nacional.
Los gobiernos dictatoriales siempre han creído que prohibiendo determinadas prácticas podían eliminar, mediante el empleo de la fuerza, las causas que les daban origen. El poder jamás ha comprendido que el motor de las sociedades y el de los individuos que las componen es el deseo. Y, afortunadamente, ningún gobierno ha conseguido impedir que la gente, por más que se la someta, mantenga viva esa incómoda costumbre de desear.
Por eso, la historia continúa.[/b]
Deslices, cuernos y orgías de nuestros próceres
En Argentina con pecado concebida, Federico Andahazi continúa y amplía la “historia sexual de los argentinos” iniciada con Pecar como Dios manda, abarcando ahora “desde la Revolución de Mayo hasta el golpe de 1930”. Y acá no se salva nadie: ni San Martín, ni Sarmiento, ni ningún otro gran protagonista de la historia nacional. Para muestra, estos fragmentos de cuatro capítulos, sin olvidar el erotismo tanguero.
Por Federico Andahazi
Si la juventud de San Martín en España estuvo signada por la alegre compañía de mujeres de vida más o menos disipada, las salidas nocturnas con sus compañeros, las recorridas por tabernas y burdeles y los romances breves y variados, el regreso a su patria iba a producir un giro dramático en su vida. Lejos de aquella existencia alborotada en las distintas ciudades españolas, Buenos Aires habría de depararle un matrimonio oscuro y atormentado.
Muy conocidas fueron las habilidades de San Martín en materia militar y política, pero, en realidad, lo que hizo célebre al oficial recién llegado de Europa en los salones de Buenos Aires fueron otras destrezas menos mentadas: sus dotes de bailarín. En efecto, muy pronto aquel hombre moreno, alto y delgado de modales galantes y voz seductora, excelente cantante y diestro para el baile, despertó la atención de las mujeres que frecuentaban los distintos salones, tertulias y reuniones sociales. Dueño de una natural simpatía, San Martín no tardaría en trabar relación con lo más granado de la sociedad porteña.
Laureles y cuernos. Así, comenzó a frecuentar la casa de Antonio de Escalada, en cuyos elegantes salones solían reunirse, a la sazón, los más influyentes personajes de la política local. En una de aquellas tertulias del caserón lindero con la Catedral, exactamente la que tuvo lugar el 25 de mayo de 1812, fecha memorable, José de San Martín descubrió uno de los tesoros mejor guardados del dueño de casa: su hija de 14 años, María de los Remedios. En aquella ocasión no llegaron a cambiar palabra; sin embargo, el general no habría de olvidar el instante en que sus miradas se cruzaron.
“Esa mujer me ha mirado para toda la vida.” Esta frase, confesada tiempo después al general Mariano Necochea, recordando el momento en que la vio por primera vez, resulta elocuente. Luego de aquel primer encuentro, San Martín volvió a ver a Remedios en las célebres tertulias que daba Mariquita Sánchez en su casa. En el curso de estos saraos iniciaron una relación signada por el deslumbramiento mutuo: San Martín había quedado encandilado por la juvenil belleza de Remedios y ella, por la esbelta estampa del militar. Este romance, en un principio sigiloso, rápidamente se hizo público y, luego de un brevísimo noviazgo, San Martín pidió la mano de la muchacha a su padre, Antonio de Escalada.
Este fue el primer tropiezo en la relación, que se anticipaba conflictiva: el padre de Remedios estaba encantado con el pretendiente; en cambio, su esposa, Tomasa de la Quintana, despreciaba al criollo de aspecto mestizo al que despectivamente llamaba “plebeyo”. Después de una ardua discusión conyugal, finalmente, le fue concedida a San Martín la mano de Remedios. Los novios se casaron el 12 de septiembre de 1812 en la Catedral de Buenos Aires. El general tenía 34 años y su esposa, 15.
Sin embargo, el matrimonio apenas convivió bajo el mismo techo en la casa de la Alameda, en Mendoza, durante poco más de dos años: los comprendidos entre fines de 1814 y comienzos de 1817. Durante esos dos felices años, el 24 de agosto de 1816, nació la hija única del matrimonio, Merceditas. Mucho se ha hablado de la abnegación de Remedios de Escalada; desde los manuales escolares hasta las biografías más lisonjeras han exaltado la sacrificada existencia de la esposa de San Martín con una exacerbación rayana con la santidad. Una vida consagrada a la eterna espera del marido que se sacrificaba por su patria. Sin dudas, los constantes viajes de San Martín, las campañas militares permanentes, eran razones más que comprensibles.
Pero, existían, además, otras circunstancias mucho menos conocidas y, en muchos casos, ocultadas con celo. ¿Qué había detrás de esta separación constante, de este matrimonio que permanecía unido sólo por breves momentos? La pareja se separó definitivamente en enero de 1817, cuando la pequeña Mercedes tenía apenas cinco meses: San Martín, en una decisión irrevocable, envió a su esposa e hija de regreso a Buenos Aires. ¿Cuáles fueron los motivos de la separación? La razón que con más frecuencia se ha esgrimido era la frágil salud de Remedios. Cierto era, también, que la esposa de San Martín padecía de tuberculosis, la cual se había agravado a consecuencia de su maternidad y, al decir del médico, el clima de Mendoza no resultaba beneficioso para el cuadro de la paciente.
Pero no fue la quebrantada salud de Remedios ni los permanentes viajes de San Martín lo que provocaron la ruptura de la pareja. Existe un documento que ha sido sistemáticamente sustraído de la mirada pública, acaso por un equivocado y mal entendido orgullo nacional, en el que confluyen los prejuicios más retrógrados acerca de la masculinidad, el patriotismo y la identidad nacional. Hay una carta escrita de puño y letra por San Martín que echa por tierra aquella imagen sagrada de Remedios de Escalada. Por mucho disgusto que pueda causar a los espíritus más timoratos, vale la pena leer un misterioso pasaje de esta carta. Si decidimos reproducir este documento, es porque el propio general San Martín decidió dar a conocer su dolor y compartir su desilusión con Tomás Guido: “He dicho a usted en mi anterior que mi espíritu había padecido lo que usted no puede calcular: algún día lo pondré al alcance de ciertas cosas, y estoy seguro dirá usted nací para ser un verdadero cornudo; pero mi existencia misma la sacrificaría antes de echar una mancha sobre mi vida pública”.
Existe otro dato coincidente que abona las sospechas que ponía de manifiesto San Martín en esta esquela; por aquellos días, el general había mantenido un fuerte entredicho con dos hombres de su propia tropa, los jóvenes oficiales Murillo y Ramiro quienes, en ausencia del general, solían “visitar” a su esposa. El propio José María Paz, en sus Memorias, escribió: “El general San Martín que estaba en Mendoza había dispuesto por razones domésticas que no es del caso explicar, que su señora marchase a Buenos Aires a pesar del mal estado del camino”.
Las razones que omite explicar el general Paz tenían su origen en esta intensa amistad que había hecho Remedios con los soldados Murillo y Ramiro. San Martín, por un lado, ordenó que llevaran a su esposa e hija a casa de sus padres y, por otro, que ambos jóvenes oficiales fueran rapados y condenados al destierro. Tal vez, para ser justos, deberíamos formular la misma pregunta que nos hicimos ante el relato de Manuel de Olazábal cuando contaba que su hermano y el general San Martín compartían una mujer; ¿los oficiales Murillo y Ramiro visitaban a Remedios al mismo tiempo, o alternativamente? Tal vez no haya mucho más que agregar. No sabemos cuántos espíritus “patrióticos” estén dispuestos a admitir, con la misma comprensión que tuvieron para con las infidelidades de San Martín, el hecho de que la abnegada Remedios hubiera podido pagarle con la misma moneda, tal como escribió sin ambages el propio Libertador.
Como quiera que haya sido, José de San Martín se reencontró con su hija Merceditas recién cuando la niña cumplió los 8 años, después de que su madre, Remedios de Escalada, muriera tras una larga agonía.
Orgías de Sarmiento. Bien conocida era la minuciosidad del Padre del Aula, pero mucho menos difundido era el rigor con que rendía sus gastos más privados.
En 1847, Sarmiento viajó a Europa por encargo del gobierno de Chile para que hiciera un relevamiento de los nuevos métodos educativos y los trajera a nuestro continente. Un delicioso volumen, titulado Viajes por Europa, Africa y América, incluye el “Diario de Gastos”. No sabemos a ciencia cierta cuánto se enteró Sarmiento sobre los sistemas de enseñanza, aunque, por lo visto, debió haber aprendido mucho de sus emocionantes experiencias.
Revisemos las listas de gastos que apuntó el gran maestro en las diferentes ciudades que recorrió.
“Mainville. Coche de regreso, 2. 12 planchas de los monumentos de París, 12. 2 retratos, 5. Saint Jacques la Boucherie, 10. Flores, periódico, 4. 1 pastel, ? Orgía, 13. 1 pieza para secar la pluma, 2. Cochero 2 veces para ir a la calle Verneuille, 4. Omnibus y ferrocarril para regresar a Senart, 2,01. Paseo en la floresta (bosque) de Senart, almuerzo y entrega al mozo que tuvo los asnos en Grand Bourg, 5. Ferrocarril a París, 1,16 y pasaje del Sena, 8. 1 botella de cerveza, 15. 1 par de zapatos, 15. Guantes, medias y corbatas, 5,18.”
Ya habrá descubierto el lector el ítem más llamativo. “Orgía”, sí. Resulta asombroso y loable que Sarmiento tuviese la honestidad y la valentía para admitir en qué empleaba sus ratos libres en Europa y, además, con justo derecho, rendir los gastos para que le fueran reconocidos; después de todo, no tenía por qué privarse de sus actividades habituales en sus viajes de trabajo. Vemos, en efecto, que Sarmiento era un bon vivant que no se privaba de nada. Pero hay que prestar atención, ya que esta lista no deja lugar a dudas ni a malentendidos. No hay que ensayar exégesis, interpretaciones ni glosas. Una orgía es una orgía, y no existe otra definición, ni en aquella sazón ni en nuestros días, acerca de lo que se entiende por orgía. No decía ni “dama de compañía”, ni “salida con mademoiselle tal o cual”, ni siquiera “burdel”. Se lee, claramente, “orgía”. Pero además hay que tener en cuenta cómo eran las orgías en la Francia de entonces para tener un conocimiento cabal de lo que hacía nuestro Padre del Aula cuando anotaba “orgía”. Es decir, donde dice “orgía” léase “orgía”.
Afortunadamente, Sarmiento conservaba las costumbres criollas en cuanto a higiene; veamos, si no, el primer ítem de otra de sus listas: “Un baño, jabón, toallas calientes y corte de callos, 5”. Al menos, luego de un día agitado, pleno de paseos en asno y “orgías”, nuestro gran maestro tenía el decoro de bañarse. En Madrid, nos encontramos con más gastos. Luego de otras extensas listas que incluyen ítems tales como “un par de botas remendadas”, “limosnas de camino”, “entrada al circo”, “café y helados”, otra vez, inmediatamente después, aparece... “orgía”. Parece ser que luego de comer dulces, a Sarmiento le apetecía una buena orgía. Pero eso no es todo; algunos días después de estos registros, encontramos: “catálogo del Real Museo”, “Teatro García del Castañar”, “comida”, y otra vez... “orgía”.
El periplo continuó por Roma. De acuerdo con estas nuevas listas de gastos, puede percibirse que la estancia en la Ciudad de Dios le sirvió para reflexionar, orar y dedicarse al recogimiento. Veamos cuáles fueron algunos de sus gastos: “retrato del Papa”, “limosna al padre O’Brien”, “una misa de Réquiem”, y una... ¡orgía! Queda claro que Sarmiento se dedicaba al sexo grupal de forma consuetudinaria o, dicho con propiedad, religiosamente.
Estando en Verona, a juzgar por sus gastos, aún conservaba aquel estado espiritual pleno de fe que adquirió en el Vaticano; en efecto, el primer gasto que asienta en su cuaderno el primero de mayo consigna “una lámina de S. Marcos”. Sin embargo, entre los últimos registros de ese mismo día nos encontramos con uno realmente sorprendente: “gran orgía”, anotó, sin dejar, lamentablemente, ninguna descripción de tan fabulosa experiencia.
Sería bueno que en cada acto escolar, luego de entonar el Himno a Sarmiento, “el señor director, las maestras y maestros, los señores padres y los alumnos” recordaran que el Padre del Aula solía entregarse a unas orgías que se extendían, por lo general, hasta la madrugada, hora en la que, borracho y a los tumbos, camino a su cama, se cruzaba con los colegiales que a esa misma hora apuraban el paso para no llegar tarde a la escuela.
Veamos, si no, el indiscreto comentario que hiciera Augusto Belin Sarmiento, el nieto de Domingo Faustino, a un periodista, sobre la salud de su abuelo: “Anoche mi abuelo ha pasado la noche de farra en alegre compañía, ha vuelto a la madrugada tambaleando, y hoy está tan bueno y fresco como si se hubiese recogido a las diez”.
La indiscreción habría de salirle cara ya que, al día siguiente, el diario La Nación publicó un artículo que decía: “Sarmiento se retiró de una orgía, ebrio, a altas ahoras de la noche”.
El tango y el sexo. Tal vez ningún acontecimiento popular como el tango haya puesto tan en evidencia los vínculos no siempre visibles entre la cultura y la sexualidad (...). La música, la poesía y la danza se mezclaban en los prostíbulos, los salones de baile y los cabarets, en un movimiento que iba ascendiendo desde las clases más bajas y los arrabales hacia los sectores acomodados y los barrios ricos (...).
Para comprender la génesis del tango como fenómeno cultural es preciso considerar el cambio que se produjo en Buenos Aires entre las postrimerías del siglo XIX y los albores del XX. Hacia 1900, la Ciudad presentaba un aspecto apocalíptico; el otrora suntuoso barrio de San Telmo, cuyos caserones coloniales albergaban a las familias más ricas, era ya una ciudadela fantasmal y vacía: las calles desiertas y las casas abandonadas, las puertas y ventanas rechinando a merced de la brisa del río, eran el testimonio de la catástrofe reciente. Dos temibles palabras resumían la devastación: fiebre amarilla. La peste había diezmado a la población, obligando a los sobrevivientes a un éxodo perentorio hacia los descampados del norte porteño.
Esta migración doméstica coincidió con las grandes inmigraciones de aquellos que venían del otro lado del Atlántico. Así como las ricas familias de Buenos Aires huían de la enfermedad, nutridos contingentes formados principalmente por italianos y españoles venían de su tierra escapando del hambre y la miseria (...).
La última política sexual concebida por el Estado fue la que tuvo lugar a partir de la inmigración que se inició durante la segunda mitad del siglo XIX. Resulta sumamente interesante ver de qué modo se mezclaron en este proceso los factores políticos, sociales, económicos y sexuales, para dar lugar a un fenómeno cultural que, a su vez, creó las condiciones que dieron a luz nuevos escenarios políticos, económicos, sexuales y culturales (...).
Sin embargo, el carácter latifundista impuesto por los grandes terratenientes hizo que el plan fuese de imposible aplicación: la resistencia de los dueños de los campos a la distribución de la tierra obligó a los inmigrantes a quedar varados en las ciudades, en situación de hacinamiento (...). Por entonces, aquella aristocracia dueña de los latifundios estaba fuertemente unida por lazos de sangre, e igual que las antiguas monarquías, se resistía a renunciar a sus prerrogativas y privilegios a manos de los “plebeyos” (...).
Los recién llegados pasaron a engrosar la base de la pirámide; es decir, la clase baja, que era la gran mayoría. Los nuevos habitantes originaron el mayor cambio cultural en la historia de Buenos Aires: se produjo una explosión demográfica sin precedentes y las semillas del socialismo y el anarquismo encontraron un suelo fértil para arraigarse y propagarse, dando lugar a los movimientos que, más tarde, conformarían los primeros sindicatos (...). Era el fin de una época y el comienzo de otra.
Años locos y dictadura. Desde las orgías nunca ocultas de Sarmiento, pasando por los años dorados de Buenos Aires, la proliferación de los cabarets, la expansión sexual que produjo el advenimiento de la inmigración primero y del tango después, la poética tanguera y su tránsito de la procacidad a la lírica erótica, las menciones abiertas a la sexualidad y las descripciones voluptuosas de la literatura de Eugenio Cambaceres; desde los desafíos a la vieja moral por parte de Lola Mora, pasando por las escandalosas relaciones de Victoria Ocampo hasta llegar a los ámbitos más o menos disipados en los que discurría el tango, todo parecía conducir hacia una época de mayores libertades sexuales (...). Cuando todo, en fin, parecía encaminarse por los carriles de una mayor tolerancia, aquellos “años locos” de pronto se encontraron con la “razón” de los fusiles y las bayonetas. Hacia fines de la década del 20, la “fiesta” se vería abruptamente interrumpida.
El 6 de septiembre de 1930, con el golpe militar encabezado por José Félix Uriburu, comenzaría la larga noche de las dictaduras militares. Aquella cosmovisión castrense que remitía a los viejos tiempos de la Inquisición estaba inspirada en cánones medievales. Una época negra signaría los tiempos posteriores, cercenando las libertades democráticas y, consecuentemente, los derechos civiles elementales. La sexualidad y todas sus manifestaciones más o menos veladas serían objeto de una durísima represión, iniciándose así uno de los capítulos más oscuros de la historia nacional.
Los gobiernos dictatoriales siempre han creído que prohibiendo determinadas prácticas podían eliminar, mediante el empleo de la fuerza, las causas que les daban origen. El poder jamás ha comprendido que el motor de las sociedades y el de los individuos que las componen es el deseo. Y, afortunadamente, ningún gobierno ha conseguido impedir que la gente, por más que se la someta, mantenga viva esa incómoda costumbre de desear.
Por eso, la historia continúa.[/b]
Un sutil pensamiento erróneo puede dar lugar a una indagación fructífera que revela verdades de gran valor.