Esto lo escribí hace un tiempo y lo publiqué en mi feisbuc, se relaciona con los madrugones y sus pesares.
Se llama ODIO MADRUGAR:
Odio madrugar porque he comprobado con los años que al que madruga Dios no solo no lo ayuda, sino que le pone una serie de obstáculos que no tiene quien se despierta mas tarde, a saber tiene que prepararse el café, maniobrar entre penumbras para no despertar a la esposa –que no madruga- buscarse la ropa y tratar de armar una combinación mas o menos decente entre la luz del baño y la del lavadero, que dan un pálido atisbo de luz en la casa. Los que salimos habitualmente con medias de diverso color damos fe de lo incómodo de la situación.
Odio madrugar porque el dulce sueño de alplax, tras el despertador, se transforma en una pesadez cerebral y en el inevitable choque de mi humanidad semidormida con cuanto objeto contundente se encuentre a mi paso, que incluye desde los marcos de las puertas y los muebles del living hasta la gata que suele ser involuntariamente pateada a tempranas horas.
Odio madrugar porque la circunstancia que el calefón se apague a las 6 de la mañana en plena ducha, y de ese modo salir enjabonado a ver que pasó con el encendido o en su defecto terminar con agua fría, resulta odiosa y generadora de un malhumor que suele extenderse hasta mediodía.
Odio madrugar porque ninguna persona en su sano juicio empieza un día antes de las 9 de la mañana –por lo menos- lo que me convierte en una persona sin sano juicio, y el saberse insano es penoso.
Odio madrugar porque mi sistema digestivo, que SI tiene su juicio intacto y es independiente del resto del cuerpo, como un enclave ajeno a mi humanidad, comienza a funcionar a una hora razonable por lo cual el malhumor y la pesadez son recurrentes a esas tempranas horas, lo que me impide empezar bien el día.
Odio madrugar porque la lectura de los diarios a la madrugada, lejos de estimular la salida a la calle, provoca un irrefrenable e imposible deseo de guarecerse en la casa con lo que mi deseo choca con las inevitables obligaciones.
Odio madrugar porque responder mails a las 6 de la mañana, intentando despejar la cabeza del alprazolam con una sobredosis masiva de café, es inhumano y requiere un esfuerzo de concentración que sería mejor empleado en algo mas interesante como, por ejemplo, elaborar alguna técnica para mejorar mi piña colada y que me salga como la que probé en Cuba –ya traté de agregarle mas crema de coco y no funcionó- o pensar en porqué House no invita a Cuddy a la cama de una buena vez.
Odio madrugar en verano porque, somnoliento y ya vestido para salir, veo a mi esposa durmiendo plácidamente con el aire acondicionado, pienso en el horno que me espera en esta húmeda ciudad y no puedo menos que sentir envidia e ira, lo que me predispone mal para salir.
Odio madrugar en invierno porque, somnoliento y ya vestido para salir, veo a mi esposa durmiendo plácidamente entre frazadas con la losa radiante, pienso en el seguro ataque de asma que me espera en la gélida Buenos Aires en invierno y no puedo menos que sentir ira, lo que me predispone mal para salir.
Odio madrugar porque la gente que me da felicidad en la cotidianeidad y considero ejemplos a seguir en esta vida (poetas, pintores, músicos, artistas) dudo hayan madrugado alguna vez en su vida, de hecho los imagino reventados en fiestas de sexo y drogas hasta bien entrada la madrugada y durmiendo hasta las tres de la tarde.
Odio madrugar, entonces, porque eso me indica claramente que estoy en las antípodas de la gente que hace feliz con música, obras de arte y expresiones artísticas, lo cual es bastante lamentable.
Odio madrugar porque a esas tempranas horas debo soportar los diálogos de los taxistas solitarios que terminan su turno y, buscando charla con quien gustoso buscaría una cama (a saber, yo), y con la excusa de cualquier noticia radial, hacen encendidos alegatos a favor de la pena de muerte, pidiendo que nos gobierne un Franco, un Castro, un Videla o algún otro energúmeno del estilo –lo que atribuyo a la privación de sueño del taxista, que trabajó toda la noche y que por eso dice esas sandeces- y me obliga a responderle, del modo mas educado posible y tratando de sobreponerme al sueño que aún no se fue, o bien a asentir mudamente cada 30 segundos, confiando en que lo rápido del viaje –como escribí antes, la gente normal no madruga y las calles suelen estar semivacías de madrugada- termine con la distriba rapidito.
Odio madrugar porque gente que no imagino madrugando como Jagger, Keith Richards o cualquier otra estrella de rock con las arterias saturadas de drogas y una vida francamente desordenada, han llegado a los 60 años y van por mas, mientras que abundan los casos de madrugadores que clavan bandera a los cuarenta o cincuenta y pico con un ataque cardíaco, o bien atropellados en la madrugada por otro colectivero madrugador, lo que me indica que quien NO madruga tiene mas posibilidades de vivir que quien se despierta temprano.
Odio madrugar, entonces, porque volviendo al primer punto, es bien claro que al que madruga Dios no solo no lo ayuda sino que lo mata de a poco.
Tengo los bolsillos llenos de verdades (by Charlie)