La Espada
I
El aire frío de la madrugada rozó la piel de su rostro y Sir Eric no pudo evitar un estremecimiento. En la oscuridad del bosque sólo se oía el golpeteo acompasado de los cascos de la cabalgadura sobre el suelo helado.
Se preguntó si aún faltaría mucho para llegar al lugar donde encontraría a Merlín, el mago legendario. La vieja con la que se cruzó una semana atrás en la feria del pueblo lo había mirado de arriba abajo y luego de reirse con su boca desdentada le había dicho:
'- Tu eres Eric, el de la espada con el ojo del tigre...'
'- ¿ Cómo lo sabes, anciana, y quién eres ?' dijo Eric.
'- Eso no tiene importancia, muchacho, ninguna importancia, porque yo sé y eso basta -volvió a reír- y además sé que tú eres el hijo del viejo guerrero que murió sentado, dignamente, y que eres el elegido para hacerte cargo del dolor...'
'- ¿ Qué quieres de mí ? ¿ Quién te envía ?'
'- Haces demasiadas preguntas, Eric, demasiadas... ya me habían advertido que quieres saberlo todo... pero te responderé: me envía Merlín. Debes verlo antes de partir hacia la Cruzada...'
Dicho esto la vieja se echó la capucha sobre la cabeza y comenzó a alejarse. Eric corrió tras ella.
'- ¿ Quién es Merlín ? ¿ Cómo lo encontraré ?
La vieja lo miró sobre su hombro y le dijo:
'- No te preocupes. El te encontrará a ti. Dentro de una semana cabalga tú solo en el bosque, por el camino del pantano, antes del amanecer. El te encontrará a ti...'
Y desapareció.
II
Había pasado una semana justa. No pudo dormir en toda la noche, y permaneció sentado frente al fuego, pensando en su padre, en la espada corta y ancha que lo acompañaba desde la muerte del viejo guerrero, en lo que le había dicho la vieja.
¿Qué significaba aquello de hacerse cargo del dolor? Acaso esa frase tenía que ver con su tendencia a mostrarse dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, o tal vez con el hecho de haber permanecido junto a su padre -y a tantos sufrientes antes que él- hasta que el anciano le dijo que ahora debía ocuparse de su madre, y luego cerró los ojos...
¿Y el ojo del tigre en la espada? Había leído en viejos libros que contaban leyendas de países lejanos, que entre los pequeños habitantes del país de las especias, los fuegos de colores y las sedas tenues, el tigre era el símbolo del que protege la casa contra el fuego, los fantasmas y los ladrones... pero no entendía qué tenía que ver todo ello con él.
Hundido en sus cavilaciones se levantó, calculando que lo que restaba de la noche le alcanzaría para llegar al pantano sin apuro y bajó al patio, donde su escudero preparaba su caballo, un robusto normando capaz de arrastrar un carro lleno de piedras y de correr sin descanso.
Rechazó el casco que le ofrecían, acomodó el correaje de su espada, se ciñó la capa oscura y montó. Aspiró hondo el aire puro de la noche, miró la lejana estrella que aparecía en los momentos importantes, ardiendo furiosamente en el fondo del horizonte, y se puso en marcha.
Un par de horas después entraba al pantano, y marchaba al paso lento que le permitía oír el chistido de los búhos y el susurro de las ramas altas, en la más completa oscuridad.
De pronto oyó una tos, y detuvo el caballo, conteniendo la respiración.
'- Te esperaba más temprano, muchacho...' dijo alguien desde el fondo de las tinieblas.
'- ¿ Eres tú, Merlín ?
'- Claro que soy Merlín, tonto, ¿esperabas a otra persona? ...Vamos, desmonta y sígueme...
'- No puedo verte y no sé cómo podría seguirte...
'- ¿Acaso sigues sólo a quien puedes ver? Vamos, que no tenemos todo el tiempo del mundo...’
Eric bajó del caballo y comenzó a caminar en la oscuridad con el brazo izquierdo extendido delante de su cara y las riendas del normando en la otra mano. Agujas secas de pino crujían bajo sus botas, pero no oía ningún ruido delante de él. Pensó por un momento que Merlín, el mago, no necesitaba tocar el suelo para caminar.
Tras algunos minutos de marcha llegó a un claro del bosque, en el centro del cual se alzaba una cabaña que nunca había visto, pese a haber recorrido el pantano muchas veces cuando era niño. Se veía luz dentro y pudo ver a Merlín empujando la puerta y volviéndose para invitarlo a entrar con un gesto.
Ató las riendas en una rama y siguió al mago, agachándose para entrar.
Toda la planta baja estaba ocupada por una sala atestada de libros de todos los tamaños, en estantes, sobre muebles y mesas, por el piso. En el fondo, contra la pared contraria a la entrada, un gran hogar donde ardía un buen fuego y dos sillones enfrentados. En un costado, una ventana. En el otro, el comienzo de una escalera que subía hacia la oscuridad. Fuera del hogar, no había ninguna luz en la habitación.
Mientras se quitaba la capa examinó al mago. Era difícil calcular su edad, pero no cabía duda de que era viejo. Sus cabellos blancos y lacios caían hasta mas abajo de sus hombros, y se confundían con su barba, también blanca y larga. Era alto, tanto como Eric, y muy delgado, pero su rostro, arrugado y tostado, así como sus manos, de largos dedos, mostraban energía y vivacidad. Lo más notable del anciano eran sus ojos. Pequeños y oscuros, enmarcados por pobladas cejas blancas, se clavaron en Eric estudiándolo con interés pero con gesto divertido, mientras el mago recogía los pliegues de la túnica gris que lo cubría hasta los pies y se sentaba en uno de los sillones.
Señaló a Eric el restante asiento con un movimiento de la cabeza y cruzó sus largos dedos mientras estiraba las piernas hacia el fuego.
'- Y bien, muchacho, ¿ qué querías preguntarme ?'
Eric se sorprendió.
'- Pensé que eras tú el que quería hablar conmigo...', atinó a contestar.
'- Vamos, Eric, no intentes engañar a un viejo, si sabes tan bien como yo que buscas respuestas, conque aprovecha...'
Eric permaneció pensativo unos instantes y finalmente miró al viejo, que esperaba.
'- Es verdad. Busco respuestas. Las necesito.'
'- Bien -respondió Merlín- pero no pienso contestar todas tus preguntas, de modo que deberás elegir las tres cosas que más te preocupen, y a ellas responderé.'
'- Tres cosas... -balbuceó Eric- pero hay más de tres cosas que me interesa saber...'
'- Tres, Eric. Si lo piensas, no deben ser más que tres...'
'- De acuerdo: quiero saber si estoy siguiendo el camino correcto en la vida, si debo ir a la Cruzada, y qué significa el ojo del tigre y la frase de la anciana en el mercado acerca de mí y del dolor...'
'- Has encontrado rápidamente sus tres preguntas. Ya ves: son tres. Bien, comencemos por la primera. No tienes otra alternativa que seguir el camino correcto en tu vida, Eric. Sólo hay un camino. Comienza en el lugar en que naciste y finaliza en el sitio en el cual, algún día, irás a morir. No hay forma de equivocarse en ello. La Cruzada está en tu camino, de modo que irás. No puedes evitarlo. Es importante para ti, porque cuando viajes hacia el Santo Sepulcro conocerás a una dama, que no te pertenecerá. No ahora. En cuanto al ojo del tigre, tiene que ver con tu destino, tal como ha sido trazado para ti. Tú ya sabes qué simboliza el tigre entre los chinos, y parte de tu destino consiste en hacerte cargo del dolor de los demás.'
'- ¿ Debe ser así, Merlín, inexorablemente ?
'- Claro que no, muchacho, claro que no. Tú eliges, y siempre tendrás la posibilidad de descargar ese destino de tus espaldas. Pero tendrás que elegir otro. De ti depende.'
Eric permaneció unos instantes mirando al viejo, que lo analizaba con curiosidad, y un aire divertido, hasta que finalmente recogió sus piernas y se levantó.
'- Ahora debes irte. Ya amanece, y tienes que concluir tus preparativos para partir a la Cruzada.
Eric se levantó y extendió su mano al viejo, que la tomó entre las suyas, mientras le decía:
'- Esfuérzate en ser feliz, muchacho... Adiós.'
'- ¿ Volveré a verte, Merlín ?'
'- Eso no lo sé. Ahora márchate.'
Eric colocó su capa sobre sus hombros y salió de la cabaña. Hacía mucho frío afuera. Se acercó al caballo, desató las riendas y montó. Giró para saludar por última vez al mago.
El claro del bosque estaba vacío. La cabaña había desaparecido.
III
Habían pasado tres años desde que salieron de su comarca en busca del Sepulcro. Ahora, los caballeros cabalgaban en fila bajo el sol, cansados y sedientos.
Al subir una loma, vieron el castillo y se miraron, aliviados. Pedirían cobijo, agua, alimento, cambiarían caballos.
Sir Eric cabalgaba en el tercer lugar, detrás de dos caballeros mayores que él. Sus cabellos habían crecido y cubrían sus hombros, y una barba oscura ocultaba su rostro, en el que sólo se destacaban los ojos claros.
Mientras descendían la colina hacia el puente de entrada, pensó que no había tenido tiempo de decidir sobre lo que le había dicho Merlín aquella noche, años atrás.
Cuando la fila de jinetes se acercó al foso, el puente levadizo comenzó a bajar y un guerrero salió al encuentro del grupo. Habló unas pocas palabras con el caballero que encabezaba la fila y luego giró su caballo e hizo señas a los demás para que lo siguieran.
Todos entraron al castillo detrás del guía y ya en el patio interior, desmontaron. Fueron invitados a pasar al salón principal, a quitarse sus armas, sus corazas y a lavarse las manos. Se sentaron a la gran mesa, y un grupo de sirvientes colocó sobre ella jarras y fuentes. Los caballeros comieron y bebieron.
Sir Eric, pensativo, miraba el fondo vacío de su jarro, hasta que el ruido de los goznes de una puerta hizo que levantara la cabeza.
Un grupo de damas entró en el salón. Los caballeros se pusieron de pié.
'- Sean ustedes bienvenidos en nombre del señor del condado - dijo una de ellas- Sabemos que regresan de una Cruzada y deseamos que descansen y recuperen fuerzas antes de seguir su camino. Ahora, por favor, siéntense, caballeros.'
Mientras ella hablaba, Sir Eric la miraba fijamente. Era la más alta de todas. Su rostro delgado y expresivo mostraba una serena y extraña belleza. Sus cabellos negros estaban entretejidos con cuentas de perlas. Sonreía con naturalidad mientras hablaba y las demás damas, a su alrededor, la escuchaban con respeto.
Mientras los demás cruzados se sentaban, Sir Eric permaneció de pie, con los ojos clavados en la dama que había hablado. Ella percibió su mirada y se acercó a la mesa con naturalidad.
'- Permítame, señor, que le sirva más vino.' dijo mientras tomaba una jarra que le alcanzaba un paje.
'- Señora -balbuceó Eric, mientras sintió que enrojecía- es para mí un honor excesivo...no estoy acostumbrado a que una dama...'
'- Y porqué no ? ¿ No tiene usted quien se ocupe de su persona en su comarca, acaso ?'
'- Claro, señora, tengo sirvientes, escudero, pajes, en fin... pero nunca... pero una dama... quiero decir...'
'- Bien, pues ya tiene su copa llena, puede usted beber.'
Dicho esto, la dama dejó la jarra sobre la mesa y se alejó, seguida de todas las demás.
Sir Eric llamó con un gesto a un paje.
'- ¿ Quien es la gentil doncella que me ha hecho objeto de tal trato ? Debo saber sin demora ...
'- Milord, se trata de la señora del castillo, de Milady..'
En medio de su estupor, Eric recordó las palabras de Merlín ("...cuando viajes hacia el Santo Sepulcro conocerás a una dama, que no te pertenecerá. No ahora...") mientras miraba alejarse a esa aparición vestida de blanco y coronada de perlas y sentía que su corazón se lanzaba al galope.
Se derrumbó sobre su silla, tomó la copa, la alzó y exclamó:
'- Esperaré, milady, no será ahora pero algún día...'
Y apuró la copa hasta el fondo.
IV
La señora del Castillo suspiró, dejó sobre la mesa la copa y se levantó. Alisó con cuidado los pliegues de su túnica blanca y ordenó con un gesto breve sus largos cabellos, quitándolos de sus hombros.
Se dirigió hacia la puerta y, saliendo al amplio pasillo caminó hasta la escalera. Se cruzó con varias mujeres que le sonrieron y la saludaron con una inclinación de la cabeza.
Bajó la escalera y algún recuerdo fugaz dibujó una leve sonrisa en su boca de labios delgados y cuidadosamente pintados. Al llegar al gran salón, paseó su mirada por las mesas hasta encontrar a una joven dama vestida íntegramente de rosa, que se levantó y se acercó hasta ella invitándola con un gesto a seguirla.
Se dirigieron hasta una sala en la cual sólo había una mesa y dos sillas junto a la alta ventana, a través de la cual se veian los altos árboles teñidos por el dorado del Sol poniente.
Al oir que llegaban, un joven de pulcras ropas negras, que estaba parado frente al ventanal se volvió y fue a su encuentro. Tenía una mirada franca en sus ojos claros, largos cabellos y una pequeña barba prolijamente recortada.
Se acercó a las dos mujeres y, dirigiéndose hacia la de túnica blanca, le dijo:
- La Dra.del Castillo, supongo.... yo soy Eric, el nuevo médico residente...
Ella sonrió y, con un gesto, lo invitó a sentarse frente al escritorio.
- Bien, doctor, es un gusto conocerlo, aunque me parece que nos hemos visto en alguna otra ocasión....
- Es posible –respondió Eric- ya me acordaré dónde....
Se sentaron frente a frente. En alguna parte, fuera del edificio, se oyó el lejano y apagado relincho de un caballo normando.
- - -
I
El aire frío de la madrugada rozó la piel de su rostro y Sir Eric no pudo evitar un estremecimiento. En la oscuridad del bosque sólo se oía el golpeteo acompasado de los cascos de la cabalgadura sobre el suelo helado.
Se preguntó si aún faltaría mucho para llegar al lugar donde encontraría a Merlín, el mago legendario. La vieja con la que se cruzó una semana atrás en la feria del pueblo lo había mirado de arriba abajo y luego de reirse con su boca desdentada le había dicho:
'- Tu eres Eric, el de la espada con el ojo del tigre...'
'- ¿ Cómo lo sabes, anciana, y quién eres ?' dijo Eric.
'- Eso no tiene importancia, muchacho, ninguna importancia, porque yo sé y eso basta -volvió a reír- y además sé que tú eres el hijo del viejo guerrero que murió sentado, dignamente, y que eres el elegido para hacerte cargo del dolor...'
'- ¿ Qué quieres de mí ? ¿ Quién te envía ?'
'- Haces demasiadas preguntas, Eric, demasiadas... ya me habían advertido que quieres saberlo todo... pero te responderé: me envía Merlín. Debes verlo antes de partir hacia la Cruzada...'
Dicho esto la vieja se echó la capucha sobre la cabeza y comenzó a alejarse. Eric corrió tras ella.
'- ¿ Quién es Merlín ? ¿ Cómo lo encontraré ?
La vieja lo miró sobre su hombro y le dijo:
'- No te preocupes. El te encontrará a ti. Dentro de una semana cabalga tú solo en el bosque, por el camino del pantano, antes del amanecer. El te encontrará a ti...'
Y desapareció.
II
Había pasado una semana justa. No pudo dormir en toda la noche, y permaneció sentado frente al fuego, pensando en su padre, en la espada corta y ancha que lo acompañaba desde la muerte del viejo guerrero, en lo que le había dicho la vieja.
¿Qué significaba aquello de hacerse cargo del dolor? Acaso esa frase tenía que ver con su tendencia a mostrarse dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, o tal vez con el hecho de haber permanecido junto a su padre -y a tantos sufrientes antes que él- hasta que el anciano le dijo que ahora debía ocuparse de su madre, y luego cerró los ojos...
¿Y el ojo del tigre en la espada? Había leído en viejos libros que contaban leyendas de países lejanos, que entre los pequeños habitantes del país de las especias, los fuegos de colores y las sedas tenues, el tigre era el símbolo del que protege la casa contra el fuego, los fantasmas y los ladrones... pero no entendía qué tenía que ver todo ello con él.
Hundido en sus cavilaciones se levantó, calculando que lo que restaba de la noche le alcanzaría para llegar al pantano sin apuro y bajó al patio, donde su escudero preparaba su caballo, un robusto normando capaz de arrastrar un carro lleno de piedras y de correr sin descanso.
Rechazó el casco que le ofrecían, acomodó el correaje de su espada, se ciñó la capa oscura y montó. Aspiró hondo el aire puro de la noche, miró la lejana estrella que aparecía en los momentos importantes, ardiendo furiosamente en el fondo del horizonte, y se puso en marcha.
Un par de horas después entraba al pantano, y marchaba al paso lento que le permitía oír el chistido de los búhos y el susurro de las ramas altas, en la más completa oscuridad.
De pronto oyó una tos, y detuvo el caballo, conteniendo la respiración.
'- Te esperaba más temprano, muchacho...' dijo alguien desde el fondo de las tinieblas.
'- ¿ Eres tú, Merlín ?
'- Claro que soy Merlín, tonto, ¿esperabas a otra persona? ...Vamos, desmonta y sígueme...
'- No puedo verte y no sé cómo podría seguirte...
'- ¿Acaso sigues sólo a quien puedes ver? Vamos, que no tenemos todo el tiempo del mundo...’
Eric bajó del caballo y comenzó a caminar en la oscuridad con el brazo izquierdo extendido delante de su cara y las riendas del normando en la otra mano. Agujas secas de pino crujían bajo sus botas, pero no oía ningún ruido delante de él. Pensó por un momento que Merlín, el mago, no necesitaba tocar el suelo para caminar.
Tras algunos minutos de marcha llegó a un claro del bosque, en el centro del cual se alzaba una cabaña que nunca había visto, pese a haber recorrido el pantano muchas veces cuando era niño. Se veía luz dentro y pudo ver a Merlín empujando la puerta y volviéndose para invitarlo a entrar con un gesto.
Ató las riendas en una rama y siguió al mago, agachándose para entrar.
Toda la planta baja estaba ocupada por una sala atestada de libros de todos los tamaños, en estantes, sobre muebles y mesas, por el piso. En el fondo, contra la pared contraria a la entrada, un gran hogar donde ardía un buen fuego y dos sillones enfrentados. En un costado, una ventana. En el otro, el comienzo de una escalera que subía hacia la oscuridad. Fuera del hogar, no había ninguna luz en la habitación.
Mientras se quitaba la capa examinó al mago. Era difícil calcular su edad, pero no cabía duda de que era viejo. Sus cabellos blancos y lacios caían hasta mas abajo de sus hombros, y se confundían con su barba, también blanca y larga. Era alto, tanto como Eric, y muy delgado, pero su rostro, arrugado y tostado, así como sus manos, de largos dedos, mostraban energía y vivacidad. Lo más notable del anciano eran sus ojos. Pequeños y oscuros, enmarcados por pobladas cejas blancas, se clavaron en Eric estudiándolo con interés pero con gesto divertido, mientras el mago recogía los pliegues de la túnica gris que lo cubría hasta los pies y se sentaba en uno de los sillones.
Señaló a Eric el restante asiento con un movimiento de la cabeza y cruzó sus largos dedos mientras estiraba las piernas hacia el fuego.
'- Y bien, muchacho, ¿ qué querías preguntarme ?'
Eric se sorprendió.
'- Pensé que eras tú el que quería hablar conmigo...', atinó a contestar.
'- Vamos, Eric, no intentes engañar a un viejo, si sabes tan bien como yo que buscas respuestas, conque aprovecha...'
Eric permaneció pensativo unos instantes y finalmente miró al viejo, que esperaba.
'- Es verdad. Busco respuestas. Las necesito.'
'- Bien -respondió Merlín- pero no pienso contestar todas tus preguntas, de modo que deberás elegir las tres cosas que más te preocupen, y a ellas responderé.'
'- Tres cosas... -balbuceó Eric- pero hay más de tres cosas que me interesa saber...'
'- Tres, Eric. Si lo piensas, no deben ser más que tres...'
'- De acuerdo: quiero saber si estoy siguiendo el camino correcto en la vida, si debo ir a la Cruzada, y qué significa el ojo del tigre y la frase de la anciana en el mercado acerca de mí y del dolor...'
'- Has encontrado rápidamente sus tres preguntas. Ya ves: son tres. Bien, comencemos por la primera. No tienes otra alternativa que seguir el camino correcto en tu vida, Eric. Sólo hay un camino. Comienza en el lugar en que naciste y finaliza en el sitio en el cual, algún día, irás a morir. No hay forma de equivocarse en ello. La Cruzada está en tu camino, de modo que irás. No puedes evitarlo. Es importante para ti, porque cuando viajes hacia el Santo Sepulcro conocerás a una dama, que no te pertenecerá. No ahora. En cuanto al ojo del tigre, tiene que ver con tu destino, tal como ha sido trazado para ti. Tú ya sabes qué simboliza el tigre entre los chinos, y parte de tu destino consiste en hacerte cargo del dolor de los demás.'
'- ¿ Debe ser así, Merlín, inexorablemente ?
'- Claro que no, muchacho, claro que no. Tú eliges, y siempre tendrás la posibilidad de descargar ese destino de tus espaldas. Pero tendrás que elegir otro. De ti depende.'
Eric permaneció unos instantes mirando al viejo, que lo analizaba con curiosidad, y un aire divertido, hasta que finalmente recogió sus piernas y se levantó.
'- Ahora debes irte. Ya amanece, y tienes que concluir tus preparativos para partir a la Cruzada.
Eric se levantó y extendió su mano al viejo, que la tomó entre las suyas, mientras le decía:
'- Esfuérzate en ser feliz, muchacho... Adiós.'
'- ¿ Volveré a verte, Merlín ?'
'- Eso no lo sé. Ahora márchate.'
Eric colocó su capa sobre sus hombros y salió de la cabaña. Hacía mucho frío afuera. Se acercó al caballo, desató las riendas y montó. Giró para saludar por última vez al mago.
El claro del bosque estaba vacío. La cabaña había desaparecido.
III
Habían pasado tres años desde que salieron de su comarca en busca del Sepulcro. Ahora, los caballeros cabalgaban en fila bajo el sol, cansados y sedientos.
Al subir una loma, vieron el castillo y se miraron, aliviados. Pedirían cobijo, agua, alimento, cambiarían caballos.
Sir Eric cabalgaba en el tercer lugar, detrás de dos caballeros mayores que él. Sus cabellos habían crecido y cubrían sus hombros, y una barba oscura ocultaba su rostro, en el que sólo se destacaban los ojos claros.
Mientras descendían la colina hacia el puente de entrada, pensó que no había tenido tiempo de decidir sobre lo que le había dicho Merlín aquella noche, años atrás.
Cuando la fila de jinetes se acercó al foso, el puente levadizo comenzó a bajar y un guerrero salió al encuentro del grupo. Habló unas pocas palabras con el caballero que encabezaba la fila y luego giró su caballo e hizo señas a los demás para que lo siguieran.
Todos entraron al castillo detrás del guía y ya en el patio interior, desmontaron. Fueron invitados a pasar al salón principal, a quitarse sus armas, sus corazas y a lavarse las manos. Se sentaron a la gran mesa, y un grupo de sirvientes colocó sobre ella jarras y fuentes. Los caballeros comieron y bebieron.
Sir Eric, pensativo, miraba el fondo vacío de su jarro, hasta que el ruido de los goznes de una puerta hizo que levantara la cabeza.
Un grupo de damas entró en el salón. Los caballeros se pusieron de pié.
'- Sean ustedes bienvenidos en nombre del señor del condado - dijo una de ellas- Sabemos que regresan de una Cruzada y deseamos que descansen y recuperen fuerzas antes de seguir su camino. Ahora, por favor, siéntense, caballeros.'
Mientras ella hablaba, Sir Eric la miraba fijamente. Era la más alta de todas. Su rostro delgado y expresivo mostraba una serena y extraña belleza. Sus cabellos negros estaban entretejidos con cuentas de perlas. Sonreía con naturalidad mientras hablaba y las demás damas, a su alrededor, la escuchaban con respeto.
Mientras los demás cruzados se sentaban, Sir Eric permaneció de pie, con los ojos clavados en la dama que había hablado. Ella percibió su mirada y se acercó a la mesa con naturalidad.
'- Permítame, señor, que le sirva más vino.' dijo mientras tomaba una jarra que le alcanzaba un paje.
'- Señora -balbuceó Eric, mientras sintió que enrojecía- es para mí un honor excesivo...no estoy acostumbrado a que una dama...'
'- Y porqué no ? ¿ No tiene usted quien se ocupe de su persona en su comarca, acaso ?'
'- Claro, señora, tengo sirvientes, escudero, pajes, en fin... pero nunca... pero una dama... quiero decir...'
'- Bien, pues ya tiene su copa llena, puede usted beber.'
Dicho esto, la dama dejó la jarra sobre la mesa y se alejó, seguida de todas las demás.
Sir Eric llamó con un gesto a un paje.
'- ¿ Quien es la gentil doncella que me ha hecho objeto de tal trato ? Debo saber sin demora ...
'- Milord, se trata de la señora del castillo, de Milady..'
En medio de su estupor, Eric recordó las palabras de Merlín ("...cuando viajes hacia el Santo Sepulcro conocerás a una dama, que no te pertenecerá. No ahora...") mientras miraba alejarse a esa aparición vestida de blanco y coronada de perlas y sentía que su corazón se lanzaba al galope.
Se derrumbó sobre su silla, tomó la copa, la alzó y exclamó:
'- Esperaré, milady, no será ahora pero algún día...'
Y apuró la copa hasta el fondo.
IV
La señora del Castillo suspiró, dejó sobre la mesa la copa y se levantó. Alisó con cuidado los pliegues de su túnica blanca y ordenó con un gesto breve sus largos cabellos, quitándolos de sus hombros.
Se dirigió hacia la puerta y, saliendo al amplio pasillo caminó hasta la escalera. Se cruzó con varias mujeres que le sonrieron y la saludaron con una inclinación de la cabeza.
Bajó la escalera y algún recuerdo fugaz dibujó una leve sonrisa en su boca de labios delgados y cuidadosamente pintados. Al llegar al gran salón, paseó su mirada por las mesas hasta encontrar a una joven dama vestida íntegramente de rosa, que se levantó y se acercó hasta ella invitándola con un gesto a seguirla.
Se dirigieron hasta una sala en la cual sólo había una mesa y dos sillas junto a la alta ventana, a través de la cual se veian los altos árboles teñidos por el dorado del Sol poniente.
Al oir que llegaban, un joven de pulcras ropas negras, que estaba parado frente al ventanal se volvió y fue a su encuentro. Tenía una mirada franca en sus ojos claros, largos cabellos y una pequeña barba prolijamente recortada.
Se acercó a las dos mujeres y, dirigiéndose hacia la de túnica blanca, le dijo:
- La Dra.del Castillo, supongo.... yo soy Eric, el nuevo médico residente...
Ella sonrió y, con un gesto, lo invitó a sentarse frente al escritorio.
- Bien, doctor, es un gusto conocerlo, aunque me parece que nos hemos visto en alguna otra ocasión....
- Es posible –respondió Eric- ya me acordaré dónde....
Se sentaron frente a frente. En alguna parte, fuera del edificio, se oyó el lejano y apagado relincho de un caballo normando.
- - -
'Hay personas que estudian abogacía porque quieren saber Derecho,
y otras que estudian Derecho porque quieren ser abogados'
"La ignorancia no es otro punto de vista"
y otras que estudian Derecho porque quieren ser abogados'
"La ignorancia no es otro punto de vista"