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El Reciente Graduado y “Futuro Abogado”
Ignacio Hugo Parini, “Abogado”
Para el desarrollo del presente artículo partiré de una premisa. No sé si de lo mundano que tenemos cada uno, lo escuché modificándolo tal cual mi parecer o realmente surgió de mi propia intelección. Si así fuera, con alegría considero que ya comienzo a cumplir el segundo de los mandamientos que el maestro Couture dejó para los que ejercen esta profesión: “PIENSA: El derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando”. De cualquier modo que sea, la premisa sería: “Uno no sale de la facultad siendo abogado, sino que va aprendiendo a serlo”.
¿Que quiere decir esto? Justamente eso, que el joven graduado va comenzando a desplegar sus alas, a hacer sus primeras armas en este nuevo camino que se llama profesión para ir convirtiéndose poco a poco en un verdadero abogado. Quien esta leyendo el presente artículo se preguntaría ¿cómo es eso? Si ya posee aquel título por el que tanto sacrificio realizó, ¿¡porque ya no puede decir que es un verdadero abogado!? Y si más aun, el colegio respectivo, le otorgó su matrícula correspondiente para que pueda ejercer libremente su profesión ¿porque no podría considerarse un verdadero abogado? La respuesta es clara: El novel graduado, no tiene las condiciones necesarias para estar a la altura de aquellos profesionales que se pasean por los pasillos del palacio de justicia con las suelas de sus zapatos ya gastadas de tanto caminarlos. Nuevamente uno podría interrogarse ¿que quiere significar quien ha redactado el presente? Es lógico que un recién recibido no está a la altura de aquél que lleva largos años en la profesión. Entonces, la pregunta que sale al choque es: ¿Cuál es el fin de la facultad? ¿Instruir solamente al alumnado para lo que será su futura profesión? O, realmente, ¿“construir” y “formar” profesionales capaces y responsables?; profesionales que tendrán a su cargo ni más ni menos que velar por la ley y el derecho. “Los deberes del magisterio del abogado procuran ajustar su condición humana, dentro de su misión casi divina de la defensa”. Si es la primera pregunta la correcta, vamos por buen camino, porque realmente, las facultades no hacen más que adiestrar solamente al futuro colegiado, convirtiéndose en verdaderas empresas expendedoras de profesionales. Si la segunda pregunta es la correcta, falta mucho por debatir, trabajar y mejorar…
Y bueno, entre otras cosas, he aquí la causa y motor de lo que llevó a estos principiantes en el camino del derecho a juntarse y crear un ámbito en el que impere la práctica y ayuda mutua en este nuevo sendero que se comienza a transitar.
Pero continuemos con aquello de que porqué el graduado no posee las condiciones necesarias para “creerse” un verdadero abogado. Podemos sostener, anticipadamente, que sólo cuenta con el escaso puñado de armas que la facultad le suministro para defenderse. Y he aquí el primer eslabón en donde se encuentran las grandes fallas, donde se vislumbra el gran déficit de esa “desesperación” que experimenta el novel abogado. ¿Y porque esto? Básicamente por la defectuosa metodología utilizada y la errónea política implementada para formar a quien será un futuro profesional. ¡La gran crítica al sistema educativo! Al estudiante de abogacía no sólo se le debe enseñar acabadamente el derecho de fondo; los deberes y prerrogativas de las personas de derecho. Existe otra rama fundamental, de la cual, en la práctica, depende la validez y reconocimiento de aquellos. No hablamos más que del derecho de forma. El derecho procesal, ese, que tan “astutamente” manejan esos habilidosos veteranos del derecho. Y este tronco de nuestra ciencia no se aprende, únicamente, estudiando (y pensando), sino también, (y haciendo un pequeño agregado al mandamiento de Couture) “practicando”. Aquí la gran pregunta que se hacen todos los estudiantes de derecho: ¿Por qué se ve tan poca práctica en nuestra carrera?
Veamos un ejemplo. Al jugador de fútbol, se lo pone en forma, enseñándosele la táctica de cómo pararse dentro del campo de juego, se le hace realizar trabajos técnicos en defensa o en ataque, etc, pero luego, y antes del gran choque del fin de semana, en el último entrenamiento se lo hace jugar un partido, tal cual sería el domingo. Aquí, se lo hace salir a la cancha para ver cómo es su despliegue después de todos los trabajos anteriores, en donde se terminan de pulir los detalles. Un verdadero ensayo de lo que será el encuentro por los puntos. Lógicamente, éste se podrá ganar o perder, pero el jugador sabrá qué hacer y cómo… Pensemos un momento si este último entrenamiento, tan importante para encarar el futuro partido, nuestro “director técnico” nos los ha dado… Y aquí, nuevamente, cabría el interrogante hecho arriba pero reformulado. Este ensayo final, perfecta sinonimia de lo que será la verdadera contienda, en donde el jugador se mueve en el mismo ámbito que lo hará en competencia, ¿se podría hacer el mismo día del juego? ¿Que redundante la pregunta no? Bueno, pensemos otra vez cuál de aquellos dos caminos son los que persigue la facultad: ¿Excelencia y responsabilidad profesional? O, solamente, ¿instruir a quienes serán futuros profesionales de grado?
Lógicamente, los fustigadores, que en nuestro país no son pocos, podrían salir a refutar estas críticas en que: “Uno no necesita recibirse para poder empezar a realizar su prácticas en el ámbito. Existen, por ejemplo, pasantías y practicantías en la esfera del poder judicial o, también, se podría trabajar en un estudio jurídico”. Quienes tuvimos la suerte de tener familiares y/o conocidos abogados o de poder ingresar en estas pasantías del poder judicial para poder aprender los gajes del oficio durante la carrera universitaria, sabemos de sus beneficios. Pero: ¿Alguien conoce que los futuros profesionales de las artes médicas, por ejemplo, vayan a ofrecerse para trabajar en un hospital público o clínica privada para tener su práctica profesional, o es la propia facultad la que exige que el estudiante la tenga? Considero que no debe ser el estudiante el que deba salir a buscar esa práctica sino que debe ser la universidad quien deba proporcionarla y sobre todo “exigirla”. Esto, lógicamente, si nuestras universidades y facultades tienen en miras la “excelencia, responsabilidad y compromiso” de los alumnos que gradúa.
Por otro lado, que gran abismo encontramos entre lo enseñado en la facultad y lo que son nuestros primeros años de profesión. Por eso considero, se debería desarrollar una formación profesional sistematizada y controlada, de calidad que favorezca la dimensión profesionalizadora de los futuros graduados durante su instrucción universitaria.
Recuerdo cuando estudie Civil I que el autor de nuestro Código Civil, en sus tiempos de estudiante, para poder ejercer la profesión de abogado necesitó seguir tres años de práctica en el estudio de un profesional de la matricula. Salvando las distancias de tiempo, lugar e “intelecto” se ve a las claras la importancia de lo vital que resulta la “práctica profesional”.
Como corolario de todo lo dicho, al estudiante de derecho se lo debe ir preparando, concietizando, formando para su futura profesión. Se le debe dar esa última (¡y no menos importante!) moldeada. Se le debe terminar de cerrar el círculo formativo de esa inconclusa instrucción de la que se lo ha munido. Para que “ese día del partido”, primero, ya conozca el ámbito, “la cancha”, luego como moverse o “jugar”, y por último, decidir en base a todo lo practicado. Para que comience su camino, al menos, con algo del ropaje que su profesión le merece, y no, que lo vaya adquiriendo recién al marchar por este. De esta forma su desempeño podrá ser acorde a la noble profesión que eligió. Y, sobre todo, para que emerja de la facultad con su suela no tan nueva y siendo un poco más abogado… la alcurnia de la profesión lo exige…