Y hablando de ladrones de antaño les posteo este interesante articulo.
Para el recuerdo.
Chorros eran los de antes
Por Raúl García Luna
Es medianoche y, en un rascacielos de la gran ciudad, el solitario ex gángster Morris Rudensky, alias El Rojo, pega su viejo estetoscopio a la caja de caudales de la compañía de seguros Lucky Star y hace girar las perillas de la combinación sin respirar, con el deseo pintado en el rostro. Es mediodía y, en un ágape de rica embajada oriental, el carismático dandy Thomas Crown se finge indispuesto, pide un momento de reposo en la pinacoteca real y, una vez a solas, mira con emoción un pequeño Van Gogh que valdrá unos tres millones en el mercado negro, y extrae de entre sus ropas una copia exactamente igual, y una navaja. Rudensky desestima joyas y fajos de billetes nuevos, y se lleva sólo un cuarto de millón de dólares de baja numeración y sin marcar. Crown sustituye la pintura, vuelve a la gala diplomática, arguye su insistente molestia estomacal y se retira con una sonrisa entre labios. En los dos casos, los ladrones usaron guantes de algodón y se cuidaron de no dejar rastros que delaten rápidamente su tarea, de manera que el hurto tarde en ser advertido y, de ser necesario, haya suficiente tiempo de ponerse a resguardo de sospechas y pesquisas.
Esto es placer.
En otra época y lugar, Ma Baker y sus tres hijos asaltan un banco de Kentucky a tiro limpio, con ametralladoras de tambor y un par de automóviles esperando en marcha afuera. Procedimiento: la violencia ciega sin estudio previo del objetivo ni noción de cuánto capital hay en él, y la certeza de que si hubiera algún guardián pobremente armado con pistola, éste se rendirá apenas sepa quiénes son los asaltantes. Plan de fuga: el simple escape a campo traviesa rumbo a una granja oculta en las montañas o los bosques, y el imperativo de vivir al margen la sociedad y la ley. Motivo: el abuso de autoridad contra la familia Baker, muerto ya el dueño de casa en cierto oscuro tiroteo. Tanto como Jesse James y su hermano Frank, que tras la Guerra Civil norteamericana padecieron la expropiación de sus tierras por parte del ferrocarril y se lanzaron a un combate sin cuartel contra los trenes y bancos del Oeste, robándoles carga y dinero, y amedrentando al público para que deje de confiar en esos empresarios que ellos juzgaban “ladrones legales y enemigos del pueblo”.
Esto es venganza.
En Ladrones de Bicicletas, el genial Vittorio De Sica radiografía otra compulsión más afín con la opacidad de la vida cotidiana que con los fulgores de los grandes atracos. A un hombre sin trabajo le arrebatan lo único que le queda, su bicicleta, y él decide apropiarse de otra. Así de simple. Lo acompaña su pequeño hijo, con temor y vergüenza, hasta un final tan triste como realista: el hombre es atrapado por los transeúntes y tiene suerte de no ser entregado a la Justicia. Luego, el hijo toma a su padre de la mano, y éste empieza a llorar. Leve metáfora del auge de los hurtos callejeros y los saqueos a hipermercados en los países del Tercer Mundo, agobiados por su creciente miseria e impagables deudas externas.
Esto es necesidad.
Robar no es fácil
La necesidad tiene cara de hereje. Ahora, por placer o por venganza, lo que importa es el estilo. Y los estilos, en coincidencia con los clásicos del género policial, son dos: uno analítico, el otro pragmático. Uno refinado, el otro duro. Uno vinculado a la astucia, el otro a la osadía. Motivos aparte, la diferencia entre asaltar bancos a mano armada y cavar un túnel para vaciar ciertas precisas cajas de seguridad está muy clara. Atracos hay que son la pura bellaquería vuelta acción, sin mediar mayor ingenio. Pero la sofisticación es otra cosa. Y la confusión, otra.
Veámoslo en detalle.
En los locos años 20, la mafia norteamericana ya era una sociedad paralela con infiltraciones en el poder político y judicial, y con su propia fama y glamour. Tanto, que en 1939 la Warner Brothers llegó a ofrecerle a Al Capone dos millones y medio de dólares por interpretarse a sí mismo en la película Enemigo Público. ¿Por qué no aceptó Capone, más dado a la figuración que a la timidez? Porque el film proponía un sangriento asalto a un banco de Chicago. Y por raro que parezca, la mafia no asaltaba bancos. Eso era cosa de desmadrados como John Dillinger, liquidado por agentes del FBI en 1934, o de Herman Lamm, alias El Barón, líder de la primera banda de ladrones de bancos con algún grado de organización y, por ende, con la hosca pero implícita bendición del Capo di Tutti i Capi: Don Vito Genovesse, que viviría hasta 1969.
Estilo directo, y de alto riesgo, a la cruenta manera Bonnie Parker y Clyde Barrow, que acostumbraban atracar bancos de pueblos rurales anunciándose como si fueran estrellas de Hollywood, fotografiándose y enviando luego copias y crónicas a los grandes periódicos nacionales y extranjeros. En su espectacular evolución, los granjeros endeudados y los comerciantes con hipotecas los vieron igual que los campesinos de Sherwood al legendario Robin Hood: como expropiadores justicieros que, además, compartían su botín con los más necesitados. Bonnie & Clyde terminaron acribillados a balazos en una emboscada en 1934, tal como lo mostró el célebre film homónimo de los años 70.
El arte de robar
La literatura y el cine se han nutrido de robos auténticos, creando un subgénero tan peculiar como popular. Es que aquí, fuera del resultado del robo en sí, lo que más atrae es el ingenio de los ladrones. Ejemplos al tono. Arsenio Lupin desvalijaba mansiones de noche, incluso mientras sus dueños dormían, con la única ayuda de sus pies de gato y una barreta de hierro. Sólo se llevaba dinero y objetos livianos de claro valor: joyas, relojes, candelabros de plata, alguna estatuilla fina. A Simón Templar, El Santo, nadie podría imaginarlo con otra cara que la de Roger Moore. Ahora, ¿era detective o ladrón? Ambas cosas a la vez. Elegante, proscripto, experto en cerrojos y obras de arte, eterno dolor de cabeza del Jefe Teal de Scotland Yard, comunicaba a sus víctimas que pronto las visitaría, enviándoles la famosa tarjeta con el dibujo del muñequito de aureolada testa. Al magnífico Raffles lo inventó el narrador E. W. Hornung, cuñado de sir Arthur Conan Doyle, “en alegre contrapartida del infalible Sherlock Holmes, que ya aburre”, escribió. Y así como Holmes era el fiel retrato del gran investigador de la Universidad de Edimburgo Joseph Bell, según admitió Doyle en 1892, Raffles lo fue de un profesional que aterraba a los burgueses de entonces, sin dejar de hacerles saber quién los despojaba de su “excesiva riqueza”.
En La Pantera Rosa, el torpe Inspector Clouseau en la piel del inolvidable Peter Sellers, se desvive por capturar al ladrón del enorme diamante del caso: El Fantasma, que nunca aparece y también deja un guante con sus iniciales como firma de sus hurtos. En la serie de tevé Ladrón sin Destino, era Robert Wagner el encargado de tomar lo ajeno sin culpa ni pena, y de gozar de la bonanza copa de champaña en mano y auto sport o yate o jet mediante. La inteligencia delictiva como desafío, la ley como remedio nulo o tardío, y el robo como “el lado sucio de la lucha por el dólar”, dijo el detective norteamericano Philip Marlowe. “O del euro”, diría su colega español Pepe Carvalho. Como fuere, para algunos el robo es un estilo de vida. Seguramente, por lo que tan bien explicitó Mario Monicelli en Los desconocidos de siempre, cuando esos dos ineficaces ladrones compuestos por los geniales Vittorio Gassmann y Marcello Mastroianni sostienen este diálogo: “Robar es muy difícil… deberíamos trabajar”, dice uno. “Sí, pero trabajar es aburrido”, dice el otro.
Los Diez Mandamientos del Buen Ladrón
1. Robarás.
2. Robarás disciplinadamente, es decir, con oficio y, si lo tienes, con estilo.
3. Robarás sin dejarte ver y, en lo posible, sin dejar huellas.
4. Robarás sólo lo que puedas cargar. Recuerda que el exceso de peso te vuelve más lento.
5. Robarás sólo valores, es decir, aquello que pueda reducirse o venderse, y no conservarás ningún souvenir. Por esta desviación, muchos cayeron presos.
6. Robarás a los que más tienen, nunca a los de menores ingresos.
7. No robarás a tus vecinos, parientes o amigos. Ya sabes que donde se come no se defeca.
8. Robarás sin ansias de figuración, tumba del buen ladrón, que es siempre un profesional anónimo.
9. No mudarás de hábitos de consumo de un día para el otro. Eso es altamente sospechoso. Y nada de ostentaciones. Mantén un perfil bajo, modesto, vulgar.
10. En lo posible, no matarás.
Los Siete Pecados Capitales del Mal Ladrón
1. La falta de planificación.
2. Elegir cómplices ineptos.
3. El empleo de la violencia.
4. Dejarse reconocer in situ.
5. No tener alguna coartada.
6. Gastar de más tras el robo.
7. Fanfarronear entre amigos.