Atrás, o me río.
Por Ignacio Escribano
Una pregunta: Si somos la única especie animal dotada con la capacidad de hablar, y de reír, ¿por qué no sacamos más provecho de la risa, presente ya en nuestro rostro desde los cuatro meses de vida? ¿Qué nos preocupa tanto? ¿Acaso olvidamos aquello tan cierto, y tan bonito, de que la vida es demasiado importante para tomársela en serio?
Aristóteles enseñaba que un recién nacido sólo adquiere la condición de persona cuando comienza a sonreir. Y hasta que eso no ocurra -decía el griego- los bebés no dejan de ser muy distintos a cualquier cachorro mamífero.
Un viejo consejo chino recomienda que para estar sanos deberíamos reírnos no menos de 30 veces por día. En tanto que varios expertos occidentales, algo más moderados, nos invitan a reír un mínimo de tres veces al día, durante por lo menos un minuto. ¿Y para qué? Bueno, sobran razones. Pero traigamos algunas, de esas que le gustan a la ciencia.
Durante una carcajada limpia se contraen alrededor de 400 músculos y se queman calorías. Cinco minutos de risa equivalen a 45 minutos de ejercicio aeróbico, incluso en personas postradas o en sillas de ruedas. Cuando una persona ríe mejoran las funciones respiratorias y la oxigenación sanguínea aumenta significativamente. Y debido a que es imposible pensar y reír al mismo tiempo, la risa es un excelente antídoto contra la obsesión y los pensamientos negativos.
Además, se potencia el sistema inmune, mejora la digestión, disminuye el estrés y se segregan hormonas que estimulan la actividad cardíaca. Y quienes ríen poco o tienen un escaso sentido del humor son más propensos a contraer enfermedades graves, como el cáncer o ataques cardíacos.
La risa es un buen analgésico, de umbral bajo, pero efectivo. Aunque hoy se sabe que al reír liberamos endorfinas -sustancias que entre otras cosas contribuyen a aliviar la sensación del dolor-, ya los antiguos médicos recurrían al llamado “gas de la risa” como anestésico.
En la Biblia misma, la risa también aparece como fuente de salud: “Un corazón lleno de alegría es una buena medicina, pero un espíritu deprimido seca los huesos”, reza el libro de los Proverbios.
En las tribus de indios norteamericanos, el doctor payaso, que se valía de la risa para curar a sus enfermos, era uno de los miembros más respetados. Actualmente, el poder curativo de la risa es conocido, y llevado a la práctica, en alrededor de todo el mundo. De hecho, muchos clowns profesionales forman parte del equipo terapéutico en varios hospitales del mundo.
Lamentablemente, a pesar de que la risa es una fuente inagotable de salud, de juventud, de vida, a veces (más de una vez) cuesta reír. De hecho, a medida que las más diversas habilidades humanas se van perfeccionando, la capacidad de reír disminuye con el paso de los años. Irónico, ¿no?
Se sabe, por ejemplo, que mientras un chico de seis años ríe alrededor de 400 veces al día, el más jocoso de los adultos, cuanto mucho, lo hace no más de 30 veces diarias. Es más, la mayoría de las personas apenas si ríe 15 veces por día. Y entonces uno se pregunta de qué sirven tantos años de clase si, al cabo de doce años de escuela y a fin de cuentas, terminamos sin la sonrisa pícara y orgullosa que nadie podía quitarnos allá en la infancia.
Reírse, de verdad, aporta mucho más que una buena dosis de salud: nos permite alejarnos un poco de la realidad, no tomar tan en serio lo que ni uno ni los demás piensan, ver las cosas desde otro punto de vista, tocar al otro sin hacerlo... Según la interpretación freudiana, la risa es el camino más corto entre dos personas, una forma de tocarse sin hacerlo. Pero también es la mejor vacuna contra la soberbia, la intolerancia y la opresión. Los dictadores, los fanáticos y los terroristas, tienen, al menos, una cosa en común: carecen de sentido del humor.
Por lo tanto, si el humano no aprende a reírse de sí mismo, se ahoga en la soledad abrumadora del dogmatismo y recurre a la larga violencia como sustituto del humor y la ternura para relacionarse con los demás.
En el momento en que brota la risa, toda la rigidez se afloja, el enojo y los resentimientos desaparecen y un espíritu soleado ocupa ese lugar. Y cuando la risa es muy poderosa alegra e ilumina además del propio espíritu hasta los sombríos rincones de otros cuantos corazones.
Por Ignacio Escribano
Una pregunta: Si somos la única especie animal dotada con la capacidad de hablar, y de reír, ¿por qué no sacamos más provecho de la risa, presente ya en nuestro rostro desde los cuatro meses de vida? ¿Qué nos preocupa tanto? ¿Acaso olvidamos aquello tan cierto, y tan bonito, de que la vida es demasiado importante para tomársela en serio?
Aristóteles enseñaba que un recién nacido sólo adquiere la condición de persona cuando comienza a sonreir. Y hasta que eso no ocurra -decía el griego- los bebés no dejan de ser muy distintos a cualquier cachorro mamífero.
Un viejo consejo chino recomienda que para estar sanos deberíamos reírnos no menos de 30 veces por día. En tanto que varios expertos occidentales, algo más moderados, nos invitan a reír un mínimo de tres veces al día, durante por lo menos un minuto. ¿Y para qué? Bueno, sobran razones. Pero traigamos algunas, de esas que le gustan a la ciencia.
Durante una carcajada limpia se contraen alrededor de 400 músculos y se queman calorías. Cinco minutos de risa equivalen a 45 minutos de ejercicio aeróbico, incluso en personas postradas o en sillas de ruedas. Cuando una persona ríe mejoran las funciones respiratorias y la oxigenación sanguínea aumenta significativamente. Y debido a que es imposible pensar y reír al mismo tiempo, la risa es un excelente antídoto contra la obsesión y los pensamientos negativos.
Además, se potencia el sistema inmune, mejora la digestión, disminuye el estrés y se segregan hormonas que estimulan la actividad cardíaca. Y quienes ríen poco o tienen un escaso sentido del humor son más propensos a contraer enfermedades graves, como el cáncer o ataques cardíacos.
La risa es un buen analgésico, de umbral bajo, pero efectivo. Aunque hoy se sabe que al reír liberamos endorfinas -sustancias que entre otras cosas contribuyen a aliviar la sensación del dolor-, ya los antiguos médicos recurrían al llamado “gas de la risa” como anestésico.
En la Biblia misma, la risa también aparece como fuente de salud: “Un corazón lleno de alegría es una buena medicina, pero un espíritu deprimido seca los huesos”, reza el libro de los Proverbios.
En las tribus de indios norteamericanos, el doctor payaso, que se valía de la risa para curar a sus enfermos, era uno de los miembros más respetados. Actualmente, el poder curativo de la risa es conocido, y llevado a la práctica, en alrededor de todo el mundo. De hecho, muchos clowns profesionales forman parte del equipo terapéutico en varios hospitales del mundo.
Lamentablemente, a pesar de que la risa es una fuente inagotable de salud, de juventud, de vida, a veces (más de una vez) cuesta reír. De hecho, a medida que las más diversas habilidades humanas se van perfeccionando, la capacidad de reír disminuye con el paso de los años. Irónico, ¿no?
Se sabe, por ejemplo, que mientras un chico de seis años ríe alrededor de 400 veces al día, el más jocoso de los adultos, cuanto mucho, lo hace no más de 30 veces diarias. Es más, la mayoría de las personas apenas si ríe 15 veces por día. Y entonces uno se pregunta de qué sirven tantos años de clase si, al cabo de doce años de escuela y a fin de cuentas, terminamos sin la sonrisa pícara y orgullosa que nadie podía quitarnos allá en la infancia.
Reírse, de verdad, aporta mucho más que una buena dosis de salud: nos permite alejarnos un poco de la realidad, no tomar tan en serio lo que ni uno ni los demás piensan, ver las cosas desde otro punto de vista, tocar al otro sin hacerlo... Según la interpretación freudiana, la risa es el camino más corto entre dos personas, una forma de tocarse sin hacerlo. Pero también es la mejor vacuna contra la soberbia, la intolerancia y la opresión. Los dictadores, los fanáticos y los terroristas, tienen, al menos, una cosa en común: carecen de sentido del humor.
Por lo tanto, si el humano no aprende a reírse de sí mismo, se ahoga en la soledad abrumadora del dogmatismo y recurre a la larga violencia como sustituto del humor y la ternura para relacionarse con los demás.
En el momento en que brota la risa, toda la rigidez se afloja, el enojo y los resentimientos desaparecen y un espíritu soleado ocupa ese lugar. Y cuando la risa es muy poderosa alegra e ilumina además del propio espíritu hasta los sombríos rincones de otros cuantos corazones.