LA ALFOMBRA
En medio de la noche sin luna, el bosque oscuro era una masa negra rodeada de la oscuridad sólo interrumpida por el titilar de alguna estrella. El tiempo se había detenido. El viento suave que había soplado por la tarde se había ido, junto con los pájaros. El silencio cubría todo.
Muy lejos de allí, en medio de una noche diferente, con ruidos lejanos y luces fugaces, el Hombre corrió las cortinas pesadas para no ver, para no oír, para no pensar. Y apagó la luz. En las tinieblas de la habitación se desnudó y encendió un cigarrillo. Se acostó a fumar pensativamente, mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad y la brasa rojiza le permitía entrever los objetos sobre la mesa de luz, la cama vacía.
Trató de recordar a la Mujer. Apretó su frente con la palma de la mano, porque no podía convocar la imagen de su cara en su memoria. Se preguntó qué estaría haciendo ella en ese momento. Sus pensamientos eran tan intensos que ardieron en su frente. Todo él se convirtió en un deseo, en un recuerdo, en una idea.
Entonces la fuerza concentrada en su memoria se desprendió de su memoria y se convirtió en una voluntad, en un aroma, en un sonido. Y alzó vuelo en medio de la oscuridad.
Llegó a la casa en medio del bosque y se acercó sin ruido a la ventana del primer piso. La empujó con un dedo, sigilosamente, y entró a la habitación. Era una sombra, un soplo, un espíritu.
La puerta entreabierta del baño dejaba ver la luz encendida dentro, y el ruido de la ducha. El resto de la casa estaba en silencio, y los perros dormitaban sobre el pasto. Ni lo habían olfateado. Sólo uno de ellos creyó recordar una noche de tormenta, sin luz, pero sólo alzó una oreja y luego desistió y siguió durmiendo.
Mientras tanto la sombra sin espesor, sostenida solamente por la voluntad, se deslizó dentro del baño y miró a la mujer que, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia un costado, dejaba que el agua tibia resbalara por su espalda. Una catarata de pelo mojado caía sobre sus hombros.
La sombra sin rostro se convirtió en un recuerdo, en un suspiro, en una imagen. Y con una determinación sólo apoyada en el contorno de la Mujer, conservado como una costumbre de los dedos, se metió dentro de ella, a través de su piel. La hizo tambalear, asustarse, pensar que alguien más estaba en ese baño. Sobresaltada, con los ojos grandes aún más abiertos, ella miró alrededor.
Pero no, no había nadie. Ella cerró la ducha, tomó el toallón azul y lo colocó sobre su cara. Se fue secando hasta que concluyó y pasó al dormitorio. Se detuvo y miró la computadora sobre la mesa, pero la descartó con un gesto. Resolvió acostarse y dormir. Debía madrugar.
Así lo hizo. Apagó la luz. Los instantes se sucedieron en medio de esa noche vacía, silenciosa, oscura, sin tiempo, sin luna, sin sonido. Entonces la sombra sin espesor se acercó a la cama y miró a la mujer dormida con los labios entreabiertos como si aguardara un beso, una caricia fugaz, un soplo.
La brisa oscura, entonces, se convirtió en una alfombra tenue y transparente. Que se deslizó por debajo de la Mujer sin tocarla, sin afectar su sueño recién conciliado, sin siquiera permitir que su piel percibiera que estaba siendo levantada en medio del dormitorio oscuro y llevada hacia la ventana que permanecía abierta hacia las tinieblas. Y que voló en la noche con la mujer dormida, sin mover el aire, sin mostrarse a los ojos de algún pasajero de la noche que levantara la vista hacia las estrellas. Hasta llegar al otro dormitorio, donde el Hombre fumaba en la oscuridad.
Depositó entonces a la Mujer a su lado. En medio de las tinieblas, el Hombre reconoció el perfume de su cabello mojado, dilatando las aletas de su nariz como un animal de la selva que explora los olores del silencio y del peligro, más allá de la noche.
El Hombre giró hasta colocarse de costado, buscó con los dedos esa piel y encontró el hombro tibio, donde dejó un beso. Ella sonrió y sin despertarse se dio vuelta hasta apoyarse en su pecho ancho y dejarse rodear por sus brazos. Y así transcurrieron la noche, reconociéndose, convertidos en un perfume, en un sonido, en un poema, en un temblor, en un deseo.
Cuando el color gris del amanecer se insinuó en el fondo del cielo, la sombra sin cuerpo la devolvió al bosque, a su casa, a su cama, a su sueño no interrumpido. Pero convertido en una pelusa suave y tibia, permaneció dentro de ella, para que la Mujer supiera que las distancias son reales, y que ciertas cosas sólo toman la forma de los sueños que se recuerdan siempre.
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'Hay personas que estudian abogacía porque quieren saber Derecho,
y otras que estudian Derecho porque quieren ser abogados'
"La ignorancia no es otro punto de vista"