De todos los suboficiales de Ejército que estuvieron en Malvinas, solo dos recibieron la máxima distinción a que puede aspirar un hombre de armas argentino: la Cruz al Heroico Valor en Combate.
Baruzzo, oriundo del pueblo de Riachuelo, Corrientes, un hombre de rostro aniñado, sin ínfula alguna, de perfil muy bajo, puro y transparente hasta rayar en la ingenuidad.
Su unidad había sido ubicada primero en el Monte Kent, para después ser enviada a Darwin. Pero una sección compuesta mayormente de personal de cuadros, con Baruzzo incluido, se quedó en la zona, al mando del teniente primero Gorriti.
En los días previos al ataque contra Monte London, los bombardeos ingleses sobre esa área se habían intensificado. El mismo Baruzzo fue herido en la mano por una esquirla. En una de las noches, el cabo oyó gritos desgarradores. A pesar del cañoneo, salió de su pozo de zorro y encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego naval enemigo. Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto de enfermería, tratando de evitar que se desangrara.
En la noche del 10 al 11 de junio, Puerto Argentino mostraba el espectáculo fantasmagórico que ofrecía la ofensiva británica. En medio de un estruendo ensordecedor, los montes aledaños eran cruzados por una miríada de proyectiles trazantes e intermitentemente iluminados por bengalas, allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos bravos soldados argentinos.
En medio del fragor, la sección de Baruzzo ya se había replegado hacia el Monte Harriet, sobre el cual los ingleses estaban realizando una acción envolvente. Varios grupos de soldados del 12 y del Regimiento 4 quedaron aislados. El teniente primero Jorge Echeverría, un oficial de Inteligencia de esta última unidad, los agrupa y encabeza la resistencia, Baruzzo se suma a ellos y ve a al oficial parapetado detrás de una roca, disparando su FAL.
Incursionando la zona de combate, Baruzzo despoja a uno de los caídos británicos de su visor nocturno. “Ahora la diferencia en recursos ya no será tan despareja”, piensa. Con el visor va ubicando las cabezas de los ingleses que asoman detrás de las rocas, y tanto Baruzzo, como su jefe afinan la puntería. Los soldados de Su Majestad, por su parte, los rocían de plomo e insultos.
Las trazantes pegan a centímetros del cuerpo del oficial, finalmente este es herido en la pierna y cae en un claro, ya fuera de la protección de la roca. Cuando Baruzzo se le quiere acercar, un inglés surge de la oscuridad y le tira al cabo. Yerra el primer disparo, pero antes de que pueda efectuar el segundo, Echeverría, disparando desde el suelo, lo abate. Otro inglés le tira a Echeverría, pero Baruzzo lo mata de un certero disparo. Cerca de ellos, el conscripto Gorosito pelea como un león. Los adversarios están a apenas siete u ocho metros uno del otro y sólo pueden verse las siluetas en los breves momentos en que alguna bengala ilumina la zona.
Echeverría está sangrando profusamente: tiene tres balazos en la pierna. El joven cabo – de apenas 22 años – con el cordón de la chaquetilla del oficial, le hace un torniquete en el muslo. Echeverría se levanta y empiezan a caminar por un desfiladero, mientras a su alrededor siguen impactando las trazantes. De repente, de atrás de un peñasco, entre la neblina y las bengalas, surge la silueta de un inglés, quien dispara, y le da de lleno a Echeverría. Baruzzo contesta el fuego y el atacante se desploma muerto.
Esta vez Echeverría había sido herido en el hombro y el brazo: una sola bala le causo dos orificios de entrada y dos de salida. El teniente primero cae boca abajo y Baruzzo ve que le está brotando sangre por el cuello. “Se me está desangrando!”, se desespera el cabo. Aún hoy, el suboficial no puede hablar de su jefe sin emocionarse:
“El es uno de mis más grandes orgullos. Un hombre de un coraje impresionante. Allí, con cinco heridas de bala, estaba íntegro, tenía una tranquilidad increíble, una gran paz. Con total naturalidad, me ordenó que yo me retirara, que lo dejara morir allí, que salvara mi vida. Me eché a llorar. Como iba a hacer eso? Yo no soy de abandonar! Y encima a este hombre, que era mi ejemplo de valentía! Tenía conmigo intacta la petaquita de whisky que la superioridad nos había dado junto a un cigarrillo; es que yo no bebo ni fumo. Y le di de tomar. “Eso si que está bueno¨, me comentó y perdio el conocimiento. Lo cubrí, lo agarré de la chaquetilla y empecé a arrastrarlo”.
Súbitamente, Baruzzo se vio rodeado por una sección de Royal Marines del Batallón 42. Sin amilanarse, desenvainó su cuchillo de combate, pero uno de los ingleses con el caño de su fusil le pegó un ligero golpe en la mano, como señalándole que ya todo había terminado. Baruzzo, cubierto de pies a cabeza con la sangre de Echeverría, dejó caer el arma, Y el mismo soldado enemigo lo abrazó con fuerza, fraternalmente.