Muchas garcias GonzaloS, después lo veo cuando este más lúcida.!!!
Ahora posteo esto que me pareció interesante con relación a la moda de ir a comer Tapas.
¡"Tapeo Aleph": el Mundo en su mesa!
Escribe el Lic. Isaías Baralt
Bon Vivant Extremo
El comensal argentino, de tradición conservadora y poco dado a los cambios, es un poco reacio al tapeo, tal vez porque antaño le decía “picada” y todavía nadie le avisó que no se llama más así, produciéndose engorrosos malentendidos en los que el cliente pide una “picada” y el mozo le contesta “no, acá hay tapeo”, y el cliente replica “pero yo quiero una picada” y el mozo “es medio lo mismo” y el cliente “y entonces por qué se llama distinto, eh, mmhhh, no sé, eh, no sé si es tan así, acá hay algo turbio, algo que no me cierra, quiero hablar con el dueño” y así; sainete que se repite centenares de veces en los diversos polos gastronómicos del país.
Sin embargo, Rafael Arismendi Warren es un pionero del tapeo en nuestro país, desde mucho antes que fuera conocido como “tapeo” o incluso como “picada” (se llamaba “muchas cositas comestibles chiquitas y diferentes pero no en un plato sino en platitos diferentes, entendés, no es como almorzar, es distinto, es otra cosa”), convirtiéndose en la cara visible de emprendimientos como Te puse la Tapa, Tapa Tapita Tapón y Tapame que tengo frío. Todos caracterizados por la variedad de la oferta -de aceitunas al limón a canelones a la Rossini trozados- y la cantidad de tapas servidas en una misma velada (¡llegando a las 350 tapas diferentes en su último proyecto!).
Con estos antecedentes es que nos allegamos a Aleph, el último proyecto del hombre de Lomas de Zamora, que promete en su voucher publicitario “de toda la comida del mundo, un poco”; algo así como una “Vuelta al Mundo” culinaria, sin salir de su local de la calle Sarandí. Nos sorprendió sin embargo el exiguo espacio del local, hecho justificado desde la carta (que tiene el grosor de un par de guías telefónicas) por el hecho que la cocina, que debe albergar desde una parrilla criolla hasta un par de metros cuadrados de tierra donde cocinar curanto al hoyo ocupa el 90 % del local (el resto del edificio alberga las alacenas, donde se almacena la materia prima: anguilas, paltas, bueyes, masa bomba, hormigas salteadas, 37 tipos de papas, langostas vivas, caviar de beluga, orejas de puerco, cebollitas de verdeo, chapalele, chivitos canadienses, carne picada común, carne picada especial, sal, lomo de yacaré, etc.). Sin embargo, y acomodándonos un poco logramos que nuestros codos no se introduzcan en la boca de los clientes de la mesa de al lado.
Luego de la copita de oporto de rigor, consultamos brevemente la carta (al llegar a la página 31 desistimos de elegir tapa por tapa) y como nuestra protegée Naty se encuentra un poco inapetente (“creo que hoy voy a almorzar una anfetamina”) abandonamos la idea de pedir el Tapeo Completo Aleph (compuesto por 39.679.004 tapas) y nos conformamos con sólo Medio Tapeo Aleph.
El desfile de platitos no se hace esperar, y llega el primero de todos, presentado y explicado con gran alharaca por el camarero de turno: se trata de Huevos Duros Rellenos de Mayonesa y Paté de Foie, plato noble, sencillo, de mano casera, y que en su versión “tapa” no ocupa más de tres milímetros cúbicos de volumen. La explicación –el desconcierto de nuestro rostro, seguido de ciertos visos de indignación mezclados con depresión y hambre y frío han de haber sido evidentes- llega sin que la pidamos, de los labios del propio Arismendi Warren que como buen anfitrión se sienta a la mesa y come de nuestro plato: “He evolucionado del concepto de tapeo a la total food, es decir, una experiencia donde el comensal degusta la totalidad de los platos del mundo; pero para esto, el tamaño de las porciones debe ser inversamente proporcional a la cantidad de tapas. De ahí que los primeros platos puedan parecer un poco escasos para el sibarita empedernido”.
Nos quedamos conformes con la explicación, harto lógica, -aunque no tanto con su intervención durante la cual acabó con los fragmentos de huevo relleno- y esperamos la segunda tapa, cuyo solo nombre nos hace agua la boca: Fragmento de Puerco Enano de Guinea Relleno de Castañas Asadas, Hojas de Menta y Tocineta de Venado.
La “tapa” en sí, lamentablemente, no era mayor que un caramelo Media Hora, por lo que se nos hizo difícil degustar los jugos del puerco, la consistencia harinosa de la castaña y el salado salvaje de la tocineta de venado (de hecho, creemos que el “fragmento” cubría apenas la parte de la hoja de menta). La siguiente tapa consistió en Arroz Blanco (una cucharadita); la que siguió a ella, en una pizca de Puchero a la Española (de la parte de una batata); luego, siguieron sendas fracciones de Corvina a la Manteca Negra, Empanadas de Humita, Mobur, Paella Valenciana, Ravioles a la Bolognesa, Porotos Granados, Falafel, Puré de Zapallo, Chaw Mien de Pollo, Milanesa de Carpincho, Gambas al Ajillo, Pera, Pascualina de Acelga, Galletitas con Manteca y Curry de Cordero con Leche de Coco, ninguna mayor que media lenteja. A pesar de entender perfectamente la lógica del Sistema Arismendi Warren -que además no abandonó en toda la noche la pésima costumbre de pasar, sonreír amaneradamente y “picotear” de nuestros exiguos platitos- debimos luchar con todas nuestras fuerzas para no rendirnos a la evidencia: la Global Food puede ser frustrante.
Pasados cinco días de degustación continua –el segundo problema del Medio Tapeo Aleph es que la degustación de la totalidad de los platos del planeta lleva mucho tiempo- recién íbamos por la tapa 5.940 y aún nos sentíamos hambrientos. Sólo un par de anfetaminas –con elegante guarnición de downers- provistas por nuestra compañera nos ayudaron a sobrellevar el calvario. Lo más difícil sin embargo, fue resistir el impulso de partirle la cara al camarero en la ocasión n° 3.400 en que nos recitó la “explicación” de la tapa (con una voz algo nasal, de maestrito ciruela, que nos resultó “simpática en su total ausencia de gracia” las primeras 500 veces), o de arrancarle una dedo con los dientes al campechano Arismendi Warren cuando quitó de nuestro plato un fragmento de Chorizo a la Pomarola que –un error del chef, seguramente- que superaba el medio centímetro de ancho.
Pero el sibarita conoce la virtud de la perseverancia; alguna vez esperamos tres horas bajo la nieve de Moscú para degustar el mejor borscht del mundo, servido en un puestito callejero de la Plaza Roja y que convocaba a las masas proletarias en plena presidencia de Kruschev. Por lo que –con el backup químico proporcionado por nuestra protegée devenida en protecteurésse- seis semanas más tarde logramos culminar con la última tapa: una migaja –minúscula- de Pebete de Crudo, Queso y Tomate. Terminada la experiencia, nos levantamos de la mesa dispuestos a saludar secamente a Arismendi Warren y correr a la pizzería más cercana, cuando nos presentó la cuenta, que contenía dos particularidades desagradables: una, contar cada tapa como un plato per se –“el resto se tira o se pudre, pensá que en el local más de dos mesas no entran”, explicó con voz untuosa el hombre de Lomas-, que rondaban los $30 promedio y dos, ser una cuenta.
Desfallecientes de hambre, quebrado nuestro espíritu por esta interminable cena de migajas, estuvimos a punto de abonar los $600.000 que constituían la misma (para lo cual pensamos en entregar en seña nuestro marcapasos), pero nos lo impidió el espíritu indomable de nuestra querida Naty que, atiborrada de píldoras contra el hambre durante seis semanas, sufrió una especie de ataque de indignación descontrolada, apoyado en la fuerza sobrehumana que da la adrenalina químicamente estimulada. Su gestión tuvo tanto éxito que –luego de controlar el incendio iniciado en el Ala Este del local- Arismendi Warren no sólo nos pidió la cuenta de vuelta sino que nos regaló un vino de excelente cosecha y prometió cerrar su restaurante, retirarse de la actividad y abandonar el país; por fin, con voz temblorosa nos regaló la totalidad de lo que encontró en su caja, una considerable suma gracias la cual pudimos saciar el hambre en el Palacio de la Papa Frita y luego costearnos un taxi hasta la Clínica donde solemos residir.
En resumen, una experiencia interesante donde se vive el peor costado de la globalización: aquel que nos demuestra que el mundo es mucho más pequeño de lo que queremos creer. ¡Cheers!